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viernes, 23 de noviembre de 2012

Eterno retorno de la república posible, por Dante Augusto Palma (para “Veintitrés” y “El Infierno de Dante” del 22/11/12 )



Las declaraciones que el director del diario La Nación, Bartolomé Mitre, realizara a la revista brasileña Veja la última semana han sido, como mínimo, controvertidas. Muy distendido, utilizó una revista extranjera asociada al establishment para denunciar una persecución gubernamental hacia los medios independientes, criticar al hijo de la presidenta, y afirmar “esencialmente, vivimos en una dictadura de los votos”. La frase genera enorme perplejidad y cuesta comprender a qué se refiere el homónimo heredero del relato de la historia oficial de nuestro país. Pero mi hipótesis es que parece estar recogiendo un apotegma clásico de la tradición conservadora, esto es, la idea de que la democracia deviene en tiranía de las mayorías. En otras palabras, Mitre está expresando el temor aristocrático a la democracia universal, aquella que en nuestro país se fue conquistando desde la ley Sáenz Peña en 1912, pasando por el voto femenino en 1947 y, tras la recuperación democrática en 1983, continuó ampliándose en 2012 hasta albergar, incluso, a los jóvenes desde los 16 años.
Pero en la historia de nuestro país, ese temor a la participación política de las masas estuvo presente desde los orígenes y fue uno de los debates centrales en el marco de la sanción de la Constitución de 1853.
Como era de esperar, quienes se trenzaron en la disputa discursiva más feroz sobre este tema fueron Sarmiento y Alberdi, como mínimo, desde 1850. En ese año el sanjuanino publica la “utopía” Argirópolis, en la línea de República de Platón o la isla que tan bien describe Tomás Moro, y allí intenta delinear la senda económica, social y política que este territorio dominado por el caudillismo y la incivilidad, necesita. Para Sarmiento, el modelo a seguir es el de la democracia estadounidense, aquel proyecto que tanto lo deslumbró y que tan bien narra en su libro Viajes.
Pero su propuesta no influyó en Urquiza como él hubiera deseado y el modelo adoptado por la primera Constitución argentina fue el expuesto por Alberdi en sus Bases.
Alberdi abogaba por un sistema republicano pero miraba con desconfianza algunos aspectos de la constitución estadounidense. Asimismo tenía una mirada más historicista y consideraba que el trasplante del esquema institucional de aquel país al nuestro estaba condenado al fracaso. Más bien, el trasplante que debía darse era el de las costumbres asociadas a los ideales sajones de protecciones de las libertades civiles, lo cual luego redundaría en instituciones acordes. Si bien los dos apoyarían el “gobernar es poblar”, para Sarmiento la transformación se daba “de arriba hacia abajo”, con un Estado que intervenía y direccionaba la inmigración en pos de la constitución de una identidad y una pertenencia nacional. Distinto era el caso de Alberdi que, con una mirada más liberal, consideraba que la manera de seducir al inmigrante que traía consigo los ideales del progreso humano, era con un Estado mínimo que “deje hacer” y que no exija los “sacrificios” que el modelo sarmientino imponía.
Pero la libertad y los derechos que tanto preocupaban a Alberdi estaban limitados. Dicho de otra manera, el tucumano distinguía claramente entre derechos civiles y derechos políticos para constituir una república en la que sólo estén garantizados universalmente los primeros. Según Alberdi, la posibilidad de comerciar, de profesar una religión, de transitar, etc., son derechos inherentes a la condición humana y sin ellos sería imposible que florezca una civilización libre. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los derechos políticos, esto es, los derechos que permiten expresar la voluntad popular y “gobernar” aunque más no sea a través de los representantes.
Así lo indicaba el propio Alberdi en Sistema económico y rentístico de la Confederación  Argentina según su Constitución de 1853: “No participo del fanatismo inexperimentado, cuando no hipócrita, que pide libertades políticas a manos llenas para pueblos que sólo saben emplearlas en crear sus propios tiranos. Pero deseo ilimitadas y abundantísimas para nuestros pueblos las libertades civiles, a cuyo número pertenecen las libertades económicas de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer toda industria. Estas libertades comunes a ciudadanos y extranjeros son las llamadas a poblar, enriquecer, civilizar estos países, no las libertades políticas, instrumento de inquietud y de ambición en nuestras manos, nunca apetecibles ni útiles al extranjero, que viene entre nosotros buscando bienestar, familia, dignidad y paz”.
Como se puede observar, Alberdi entiende que hay un vínculo directo entre gobierno del pueblo y tiranía, y considera que hay que limitar a un grupo selecto de ciudadanos la posibilidad de elegir a los responsables del gobierno. Así, el pueblo debe delegar esa potestad en ese pequeño círculo de propietarios educados que garantiza las libertades civiles adecuadas para poder desarrollar un plan de vida privado desvinculado de las obligaciones de la participación pública. En palabras del tucumano, esta vez, de su libro Elementos de Derecho Público provincial para la República Argentina: “la inteligencia y fidelidad en el ejercicio de todo poder depende de la calidad de las personas elegidas para su depósito; y la calidad de los elegidos tiene estrecha dependencia de la calidad de los electores. El sistema electoral es la llave del gobierno representativo. Elegir es discernir y deliberar. La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende. Alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio”.
Pero Alberdi, a diferencia de Sarmiento, como se decía anteriormente, parecía mucho más apegado, en un sentido, a una visión más realista y atada a las circunstancias que le tocaba vivir. De aquí que considerase que, en todo caso, este es el tipo de sistema por el que debe regirse nuestro territorio hasta que las costumbres trasplantadas florezcan. Así es que el tucumano distingue entre esta “república posible” de transición y la “república verdadera”, consecuencia y finalidad de la evolución natural del progreso humano, ejemplo de instituciones dignas de un país civilizado.
En la república posible, con masas pobres y sin educación, es imposible el florecimiento de la libertad pero esta república es sólo un grado en el continuo del proceso hacia aquella república verdadera. Por ello, habrá que conformarse, por ahora, dirá en Bases, con “una constitución monárquica en el fondo y republicana en la forma” porque  “el pueblo no está preparado para regirse por este sistema [el republicano], superior a su capacidad”. 
Siempre resulta, en parte, injusto, juzgar teorías o propuestas políticas con la lente del presente pero ese desprecio por lo popular que se deja entrever en Alberdi, atravesado por la clásica noción aristocrática de tutelaje, genera una mezcla de sorpresa e indignación. Sin embargo, al mismo tiempo, reflexionar sobre ellas en el contexto de una democracia joven pero en proceso de solidificación como la nuestra, permite observar con optimismo el progreso de una sociedad que a través de no pocos derramamientos de sangre, ha conquistado derechos de carácter universal. Dicho esto, ¿cómo explicar las declaraciones del actual director del diario con más tradición en nuestro país? Una opción sería suponer que a Bartolomé Mitre la historia le ha pasado delante de sus narices sin que nadie le advirtiera. Pero no creo que sea el caso pues, en la Argentina, las clases privilegiadas conocen bien sus luchas, sus enemigos y la enorme cantidad de transformaciones. Porque desde aquellas querellas entre Sarmiento y Alberdi todo ha cambiado, salvo quizás una única cosa: la mirada despreciativa hacia todo lo que huela a popular que la aristocracia argentina mantiene incólume desde el siglo XIX hasta la fecha.  

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