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miércoles, 16 de enero de 2013

EL ÁRBOL Y EL BOSQUE, por Adrián Corbella (para “Mirando hacia adentro” 16-01-13)



Arriba: Imagen elaborada sobre la base de la tapa de la revista político-humorística argentina "Caras y Caretas" [del ejemplar de tiempos de la Cumbre de las Américas]



El proceso de independencia latinoamericano comenzó a principios del siglo XIX; antes incluso si nos remitimos a Tupac Amaru, Tupac Katari y a los pioneros haitianos.
Muchos héroes de ese proceso independentista, como Simón Bolívar, José de San Martín y Bernardo de Monteagudo, trataron de darle un carácter unificador, de evitar la dispersión de las colonias españolas en una pléyade de mini-estados independientes. Bolívar con su idea de la “Gran Colombia” y el frustrado Congreso de Panamá. San Martín con su proyecto de la Monarquía incaica (compartido por Manuel Belgrano) y luego por su actitud de ceder, tras la Entrevista de Guayaquil, la conducción del proceso a Bolívar.
Pero la “Gran Colombia” fue un sueño que duró poco. Uno tras  otro estos proyectos fracasaron, quedaron truncos. No sólo no se unieron las distintas colonias, sino que las más grandes se desmembraron: del Río de la Plata nacerían Argentina, Bolivia, Paraguay y Uruguay; de Nueva Granada, Colombia, Ecuador y Panamá ; de la Capitanía General de Guatemala surgieron Nicaragua, Honduras, El Salvador, Costa Rica y la propia Guatemala. México perdería primero Tejas, y luego la mitad de su territorio a manos de los Estados Unidos.
El proyecto de la Patria Grande, luego de estos fracasos, quedaría huérfano por casi dos siglos,
La América Latina de fines del siglo XIX, y de todo el siglo XX, se integraría a los poderes mundiales como subcontinente económicamente colonizado y políticamente balcanizado. Primero Inglaterra, y luego los Estados Unidos, ejercerían una fuerte hegemonía sobre el territorio.
El dominio imperial sobre el “Patio Trasero” latinoamericano sufrió algunos temblores más o menos profundos, más o menos exitosos según los casos (Revolución Mexicana, Augusto Sandino, Jacobo Arbenz, el ABC de Perón, la Revolución Cubana, Salvador Allende, la Revolución Sandinista), pero el Imperio aisló estos fenómenos y retomó siempre el control: nuestro continente continuó en una postura satelitaria.
Los noventa fueron los años de mayor sumisión; los años del “Fin de la Historia” y del “Fin de las Ideologías”, los años en los que grandes movimientos populares contestatarios (como el peronismo argentino) bajaron sus históricas banderas.
En medio de ese desierto neoliberal del Consenso de Washington se alzó una figura solitaria: la del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías. Era un ex militar que había pasado a la política y que hablaba del socialismo y de volver a los ideales de Bolívar, con algunos extraños parecidos de estilo con Perón (aunque no demasiado en lo ideológico). Con este perfil y esa época,. Chávez parecía un loco, un alienado, un ser salido de otros tiempos. Sin embargo, ese aparente loco sería la avanzada de una nueva era para toda América Latina. Hugo Chávez ganó las elecciones de 1998, reformó la Constitución venezolana en 1999, superó el golpe de estado de 2002 (que contaba con claros apoyos imperiales) y pronto se encontró acompañado por otros locos que fueron surgiendo aquí y allá: Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, Lula y  Dilma en Brasil, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador…
En 2005 se alcanzó un punto nodal en este proceso, cuando en la Cumbre de las Américas realizada en Mar del Plata, los presidentes Chávez, Kirchner y Lula se unieron para boicotear la anexión  económica de América Latina al Imperio Americano a través de un sistema global de “libre comercio”. Chávez lo resumiría con su prodigiosa capacidad para titular : “El ALCA, al carajo”.
La huérfana “Patria Grande” había encontrado nuevos padres. Cuando se escriba la historia de América Latina en la primera década del siglo XXI, la imagen de Hugo Rafael Chávez Frías va a estar en la primera página, será el símbolo de la década, de la época… ¿del siglo?... Y cuando se escriba la historia de la etapa final del Imperio Norteamericano, el fracaso del ALCA estará entre las mayores humillaciones diplomáticas de la Casa Blanca.
Luego de Mar del Plata, el proceso continuó, con avances y retrocesos: se logró organizar UNASUR, CELAC y ampliar el MERCOSUR; se frenaron golpes “suaves” en Ecuador, Bolivia y Argentina; se evitó un conflicto de aspecto bélico entre Colombia y Venezuela; y se integró al proceso a presidentes que tienen otra visión ideológica. Pero algunos guerreros quedaron en el camino: Zelaya y Lugo cayeron víctimas de golpes pro-imperiales en 2007 y 2012; perdimos a Néstor en 2010 porque su organismo no acompañó a su voluntad; hoy el Comandante Chávez enfrenta una situación extremadamente compleja tras su cuarta operación.
Pero, por cada paso hacia atrás se dan dos hacia delante. América Latina empieza a asomar como bloque regional autónomo, en un momento en el que es evidente que el mundo está cambiando.
El siglo XXI está siendo el que marque el final del predominio de los países del Atlántico Norte, que comenzara allá por el siglo XV. Los países del Pacífico están, por el contrario, en pleno ascenso.
Tarde o temprano China reemplazará a Estados Unidos como primer potencia económica y militar. Y no ascenderá sola, porque la India, Japón y los Tigres asiáticos también aumentarán su importancia. Una América Latina unida puede integrarse a ese proceso.
La decadencia del Imperio Norteamericano en el siglo XXI es inevitable; no hay manera de detenerla. Pero estos procesos son siempre lentos. Y no debemos olvidar que no hay Imperio más peligroso que un Imperio moribundo.
En nuestras tierras, el viejo proyecto de la Patria Grande ya no está huérfano. Por el contrario, fue adoptado por el líder venezolano, y a él se sumaron hombres y mujeres como Néstor Carlos Kirchner, Luis Inacio “Lula” Da Silva, Rafael Correa, Evo Morales, Dilma Roussef,  y Cristina Fernández, entre otros, que lucharon y siguen luchando por lograr la integración de América Latina y por alcanzar la segunda independencia.
Sin embargo, tenemos un problema. En esos países la oposiciones no entienden el proceso que se está viviendo. Están atadas política e ideológicamente a intereses imperiales. Y si accedieran al poder probablemente no sólo no ayudarían a la consolidación de la Patria Grande sino que seguramente boicotearían lo logrado.
En todos estos países la continuidad del proceso de integración latinoamericanista parece depender de que las fuerzas políticas que actualmente ocupan el poder no lo pierdan. Por eso cada elección, cada situación de salud que afecta a un primer mandatario, es vital y nos interesa a todos.
Queda más que claro que estos líderes que hoy ocupan el poder por decisión popular no son perfectos. Es obvio que tienen defectos, que cometen errores, que caen en contradicciones y a veces se ven obligados a realizar alianzas con sectores muy distintos, porque son necesarias. Si uno se pone a analizar con lupa cualquier obra del ser humano, le va a encontrar defectos.
Pero, cuando se analizan grandes procesos hay que darle a las situaciones puntuales, a los detalles, el valor que realmente tienen. Y no más.
Los latinoamericanos estamos embarcados en un navío que ya ha comenzado su largo viaje, y que tiene sólo dos puertos donde atracar: uno se llama “Patria Grande”, y el otro “Patio Trasero”.
Por eso, cuando analizamos la situación latinoamericana como un proceso histórico en marcha, no debemos dejar que el árbol nos tape el bosque.
Algunos árboles pueden tener imperfecciones: Pero el bosque es hermoso.

Adrián Corbella, 15 de enero de 2013.

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