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lunes, 21 de febrero de 2011

LA MENTE COLONIAL DE NUESTRA BURGUESÍA, por Demetrio Iramain (para "Tiempo Argentino" del 21-02-11)

Arriba : Varios títulos de éstos últimos meses ... En el centro un Cipayo : soldado hindú al servicio del Imperio Británico en la India. Los ingleses dominaban 350 millones de hindúes con sólo 100.000 británicos ... más miles de cipayos...
[La imagen no es la que aparece en Tiempo Argentino]

El avión de la Fuerza Aérea de los EE UU


Publicado por TIEMPO ARGENTINO el 21 de Febrero de 2011


Director de Sueños Compartidos Asociación Madres de Plaza de Mayo.


Van muertos quienes intentan sobreactuar las circunstancias del avión estadounidense para forzar al gobierno a redefinir su política exterior; más en un período electoral, y aun más tratándose de la súper potencia del Norte.

El incidente provocado por el avión estadounidense con sugestiva carga camuflada, abarca profundas señas ideológicas, y maneras muy propias de cada segmento social de entender el perenne conflicto intraclases y su expresión en el complejo escenario local. Para el variopinto rejunte opositor, la actitud de soberanía demostrada por el gobierno es un gesto para la tribuna. Curioso. No opinó lo mismo cuando Menem pronunciaba con notable esfuerzo en la dicción, “god bless, mister president”, en otra seña igualmente tribunera, pero para la del arco contrario.
Esa “gestualidad de campaña”, como le dicen, que seguiría el gobierno ante el conflicto más grave en cuanto a política exterior de la Argentina en los últimos años, contrasta con la excesiva rigidez periodística y el abordaje pretendidamente serio con que la oposición política y sus medios de comunicación afines refieren el bajo chusmerío desatado por la difusión en cuentagotas de los cables de WikiLeaks. La oposición tiene una carga axiomática paradójica: al tiempo que reclama al gobierno que minimice el incidente por el avión, se toma demasiado en serio el puterío de los informes secretos revelados. Hasta hace poco bramaban porque nuestra frontera aérea era un “colador”, según decían, incapaz de advertir siquiera el paso de una tonelada de cocaína; ahora protestan airadamente por el excesivo celo del Estado en el control de lo que las Fuerzas Armadas del país más guerrero del mundo pretenden ingresar al país. Raro.
Se entiende, sin embargo. Nuestras clases dominantes estructuran su praxis política sobre una máxima de hierro: no ofender jamás al poderoso. Rendirle pleitesía, invariablemente. El país campeón del capitalismo será siempre su última garantía. De ahí que sólo atiendan lo que les provoque temor a perder posiciones dominantes en este país, o pueda alterar aunque sea indirectamente su tasa de ganancia, antes que aquello que los desafía a priorizar la patria, el bien común y cierta cohesión social, por sobre sus posesiones materiales.
Un ejemplo los retrata sin mayor esfuerzo pictórico: hace exactamente un año, cinco diputados nacionales de la oposición, algunos de ellos titulares de sus bloques parlamentarios, acudieron presurosos a un llamado del Foreign Office, en Londres. Al mismo tiempo, la presidenta Cristina Fernández lograba el apoyo de los 32 países que componen el Grupo Río en el rechazo argentino a las exploraciones petroleras que Gran Bretaña había dispuesto sobre el territorio en litigio de soberanía con nuestro país, las Islas Malvinas.
Tal comportamiento antinacional en nuestra pintoresca burguesía no es nuevo. Sus exponentes, de grandes apellidos compuestos, vegetaron viendo engordar con migas imperiales sus billeteras de cuero de vaca. Aunque con variaciones de época, su lujo sigue siendo la vulgaridad: sembrar trigo (o soja, ahora) o criar ganado, y viajar como reyes a París, a gastarse los dividendos. Tanto temieron la sindicalización y proletarización de la generosa pampa argentina, y el eventual fantasma comunista que había recorrido Europa a finales del siglo XIX, que la dejaron sólo para producciones primarias, sin valor agregado, ni industrias, en condiciones atrasadísimas respecto de sus potencialidades naturales. Sólo así se explica una conducción gremial como la de la UATRE, en una actividad económica que registra las mayores violaciones a los derechos laborales de entre todas las ramas de la producción.
Cuando, no obstante, la Argentina transitó un proceso serio de desarrollo, la burguesía nacional, que podría haber aportado lo suyo para conducirlo, lejos de ello, lo frustró, ya sea vía golpe de Estado, o liso y llano bombardeo militar sobre objetivos civiles. Su noción de Patria termina en su cuenta de banco. Cuando sus amos imperiales, que manejan a distancia el pulso del capitalismo mundial, ordenaron cambiar el patrón de acumulación, y mudar un modelo productivista a otro financiero, nuestra gran burguesía de escarapela celeste y blanca, pero de fecha patria el 4 de julio, agachó la cabeza, cerró sus fábricas, y se volvió importador directo. O puso una financiera. Antes, sin embargo, denunció el feroz régimen dictatorial que impuso a tiros el plan ordenado por la superpotencia, los nombres, apellidos y direcciones donde vivían los delegados obreros que lo resistieron. Nuestros patrones del campo, en tanto, aceptaron satisfechos el rol de productor de materias primas que la división internacional del trabajo insiste en asignarles a los países de la periferia. Ese fue (y sigue siendo) el “espíritu nacional” de los patrones argentinos.
Por lo demás, hace siete años que el país no es más el patio trasero de ningún otro. Ya en agosto de 2003, el primer gobierno del ciclo kirchnerista negó la inmunidad absoluta a tropas militares estadounidenses que pretendían un paraguas diplomático para sus hombres durante sus ejercicios armados en Mendoza. En seguida, la Argentina se abstuvo de condenar a Cuba por los Derechos Humanos en la isla, impidió en la Cumbre de Mar del Plata la anexión de América latina al ALCA,
y hasta se expidió contra la intervención militar estadounidense en Irak, entre otras decisiones autónomas.
En otras palabras, van muertos quienes intentan sobreactuar las circunstancias del avión estadounidense para forzar al gobierno a redefinir su política exterior; más en un período electoral, y aun más tratándose de la súper potencia del Norte, con toda la carga simbólica que ello importaría teniendo en cuenta la historia contemporánea de los argentinos. ¿Existe acaso peor nostalgia que añorar lo que no sucederá jamás?


por Demetrio Iramain.




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