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domingo, 26 de septiembre de 2010

EL GRAN PARADIGMA NACIONAL. GENOCIDIOS Y PAPEL PRENSA, por Alberto López Girondo (para "Tiempo Argentino" del 26-09-10)


Mucho se escribió sobre las razones y los objetivos reales de esa confrontación. Viene a cuento ahora desmenuzar algunos detalles de esos meses finales, por su fuerte vinculación con la situación que se vive en estos tiempos en relación con la prensa y la empresa productora del papel de diario argentina.
El 1 de enero de 1869, tropas brasileñas al mando del coronel Hermes Fonseca ocuparon y saquearon Asunción, capital de la República del Paraguay. El mariscal Francisco Solano López hacía tiempo que estaba en el frente de batalla, comandando ejércitos que, en el más completo aislamiento, se enfrentaban a efectivos de tres naciones sudamericanas. Faltaba poco para el fin de la guerra de la Triple Infamia, como la llamaron los historiadores revisionistas.Mucho se escribió sobre las razones y los objetivos reales de esa confrontación. Viene a cuento ahora desmenuzar algunos detalles de esos meses finales, por su fuerte vinculación con la situación que se vive en estos tiempos en relación con la prensa y la empresa productora del papel de diario argentina.Porque cuando se desató esa terrible guerra, en 1865, el primer jefe militar de aquella nefasta alianza fue el entonces presidente Bartolomé Mitre. Hasta que en una sumatoria de contradicciones dentro de la conducción tripartita y rebeliones en el interior argentino en rechazo a la masacre contra un país hermano –uno de ellos, Felipe Varela, ya había lanzado su Proclama a los Pueblos Americanos–, en 1867 Mitre volvió a Buenos Aires y dejó la comandancia en manos de Luis Alves de Lima e Silva, el duque de Caxias. Un año más tarde, “Bartolo” terminaría su mandato presidencial pero no se retiraría de la vida política, ni mucho menos.A principios de enero de 1870, Solano López emprendió su última campaña, seguido por un puñado de soldados fieles, muchos de ellos casi niños. En busca de un milagro que le permitiera dar un vuelco a la desigual contienda, el 29 de diciembre de 1869 había cruzado el paso del Aguaray Guazú y atravesado la cordillera de Mbaracayú, una zona hoy limítrofe con Brasil, desde donde pensaba tomar por detrás a las guarniciones imperiales. Mitre ya había conseguido el dinero para montar el proyecto que le permitiría dotar de contenido ideológico a la clase dominante que quería representar. Una clase nacida de la Revolución de Mayo que con esta guerra fratricida abandonaba definitivamente la utopía regionalista plasmada en el Plan de Operaciones. El primer número del diario de Mitre vio la luz el 4 de enero de 1870, con mil ejemplares y una consigna que perdura hasta hoy, en la página de editoriales. “La Nación será tribuna de doctrina.” No mentía. Nunca se propuso como un medio periodístico para defender la verdad, sino como un canal donde expresar un dogma, un paradigma. Librecambista, sin industria, ligado al capital extranjero, para pocos, como el que se estaba imponiendo en las selvas paraguayas.El 16 de enero de 1870, Solano López cruzó el Río Ygatimí y se instaló en el cuartel general de Aquidabán-nigüí, donde el 25 de febrero entregó la Medalla de Amambay a los bravos paraguayos que con “abnegación ejemplar y patriótica actitud cruzaron dos veces la sierra de Mbaracayú”. Una semana más tarde, el 1 de marzo, un cabo brasileño lo atravesó con una lanza en la batalla de Cerro Corá. Con él murió no sólo su patria –tal cual dijo en su último aliento–, sino un proyecto de desarrollo diferente al que imponían británicos y sus agentes locales a sangre y fuego. Unos meses después, el 4 de junio, enfermo de tisis y carente de apoyo, Varela moría cerca de Copiapó, en Chile, donde ahora un puñado de mineros cuenta las horas para volver a ver la luz del sol. El proyecto de Mitre, sin embargo, seguiría creciendo a paso firme. Y a su biografía de Belgrano, le agregó luego la de San Martín “y de la independencia sudamericana”. Con este corpus historiográfico construyó el Gran Paradigma Nacional. Que implicó, además, la creación no de una sino de cuatro naciones. Con límites precisos e infranqueables donde quedarían enterrados, por décadas, intentos integradores como los que soñaron Artigas, Dorrego, y hasta la República Farropilla de 1835 en Rio Grande do Sul, bendecida por Alberdi, o la quimera sarmientina de Argirópolis. El epistemólogo estadounidense Thomas Kuhn basó su estudio de las revoluciones científicas en el análisis de los grandes cambios en el paradigma con que la ciencia da cuenta de los fenómenos que ocurren en el mundo. Y en uno de sus libros muestra de qué modo hacia el siglo XV el paradigma astronómico de Ptolomeo era ya un engendro de arreglos y “parches” pergeñados para explicar los nuevos descubrimientos que iban permitiendo la observación y la aplicación de aparatos ópticos. Hasta que Copérnico dio un giro sustancial a la forma de pararse para interpretar los datos. Si en lugar de tomar a la Tierra como centro del universo se considera al Sol en esa posición, los movimientos celestes se pueden explicar de manera mucho más sencilla y razonable, corroboró el matemático polaco. Pero debió pasar bastante tiempo hasta que esta concepción del mundo se impusiera al sistema de Ptolomeo. También debió enfrentar una violenta resistencia, como lo comprobaron en carne propia Galileo y muchos otros. Una oposición similar encuentran los que se ubican en la vereda de enfrente de Clarín y La Nación. Y se entienden las razones. No sólo hay enormes intereses económicos y políticos en juego. Hay dos paradigmas enfrentados. Dos paradigmas que vienen en pugna a lo largo de la Historia argentina y continental desde hace más de 200 años. De mucho antes que la disputa entre Moreno y Saavedra en el Buenos Aires de 1810. Se sugirió desde las páginas de Tiempo Argentino que la entrega de la empresa de Papel Prensa fue un negocio creado para beneficiar a tres diarios porteños, que por eso silenciaron delitos de lesa humanidad que cometían las fuerzas armadas a nombre de un paradigma occidental y cristiano. Esta interpretación supone que la avidez fue el motor fundamental de esos diarios para el silencio. Pero esa no es la única interpretación.¿A quién otro que no fuera al diario de los Mitre, la “tribuna de doctrina”, le iban a entregar el control del papel de diario y por tanto de la información? ¿Quién otro le iba a garantizar al establishment la “defensa del ser nacional” como quienes lo habían diseñado un siglo antes? Después de todo, esos son los mismos que apoyaron fraudes patrióticos, golpes de estado, o genocidios como el de Roca contra los indios, para no profundizar más. ¿Podría haber mejor candidato para cubrir las espaldas de los militares asesinos? ¿Será casualidad que en 1982 los últimos desarrollistas fueron expulsados del Gran Diario Argentino? Más aun, ¿qué otro remedio tienen, quienes necesitan que Clarín sea el centro del Universo, que defenderlo como un último bastión? Y sí, ellos son último bastión del mitrismo. Reformado, retocado, remendado como una expresión caduca del ser argentino, del ser latinoamericano. Un paradigma que ya no puede dar cuenta ni de las nuevas instituciones regionales ni de viejas teorías económicas que sólo conducen a la injusticia social y la violencia, como lo probó 2001. Que la entrega de Papel Prensa se hizo sobre el genocidio de 30 mil personas no es un dato que vaya a alarmar a los mitristas. ¿Cuántos cayeron en el Paraguay de Solano López? Si La Nación se fundó para interpretar, traducir, disimular, ocultar, el genocidio de 300 mil, quizás un millón de paraguayos, los crímenes de la dictadura no deben haberles parecido tantos.Es bueno recordar aquí las razones que Thomas Kuhn ofrece para entender por qué un paradigma científico se impone sobre otro. Una, ya fue dicha, es que es más sencillo. Pero además, el universo heliocéntrico es más armonioso que las siete esferas concéntricas sobre las que terminaron descansando los cuerpos celestes ptolomeicos. Es un universo más elegante, más bello. Como el país que podemos construir entre todos cuando la verdad circula sin ataduras.



Publicado en forma impresa en “Tiempo Argentino”, Año 1, nº 34, pag.24, 26 de septiembre de 2010.

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