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domingo, 9 de mayo de 2010

DESPUÉS DEL CANJE, por Aldo FERRER (para "El Argentino")


Aldo Ferrer es Director Editorial de Buenos Aires Económico


¿Qué es lo mejor que nos puede pasar después de finalizado este segundo canje? Bajarle definitivamente el telón al drama de la deuda que, durante un cuarto de siglo, mantuvo crucificado al país en las políticas neoliberales, las condicionalidades del FMI y los criterios de los mercados especulativos. El drama de la deuda comenzó con el golpe de Estado de 1976 y predominó hasta la extraordinaria crisis del 2001/02. Fue el peor período de la historia económica argentina. El PBI per cápita disminuyó en 10% entre un extremo y otro. Al final, el desorden fue gigantesco, con 17 monedas circulando en lugar de la moneda nacional, el trueque como alternativa en una economía sin mercado, los bancos inoperantes por el corralito y el corralón, el tipo de cambio disparado en un sistema al borde de la hiperinflación. El resultado fue la indigencia, la fractura del mercado de trabajo y, consecuentemente, la aparición de problemas de inseguridad desconocidos hasta entonces. El deterioro social quedó reflejado en el desempleo del 24% de la fuerza de trabajo, un empleo informal de más del 50% de la ocupación. La seguridad jurídica y el respeto de los contratos colapsaron bajo el peso de la deuda y la renuncia a la gobernabilidad macroeconómica. El sometimiento a la deuda fue también determinante de la crisis política y la renuncia del presidente de la Nación. El drama de la deuda comenzó a resolverse por las nuevas circunstancias impuestas por la misma crisis. Esto incluye, la pesificación de los activos y pasivos denominados en moneda extranjera, la consecuente recuperación de la autoridad monetaria del Banco Central y el ajuste cambiario que abrió espacios de rentabilidad clausurados durante el prolongado período de la convertibilidad. En este escenario fue decisivo el cambio de rumbo de la política económica. Ésta abandonó la búsqueda de soluciones a través de la asistencia internacional y se dedicó a consolidar el control de los principales instrumentos de la política macroeconómica: el presupuesto, la moneda, los pagos internacionales y el tipo de cambio. La fortaleza emergente de la situación macroeconómica permitió formular una propuesta propia para resolver la deuda en default, que culminó exitosamente, y, poco después, en enero de 2006, cancelar la pendiente con el FMI. El encuadre de la deuda en límites manejables con los recursos del país permitió un cambio radical del cuadro macroeconómico y recuperar la seguridad jurídica, demolida por la estrategia neoliberal. Como observamos en notas anteriores en este mismo espacio, la resolución del drama de la deuda fue posible porque, en el transcurso de esta década, las restricciones externas de los pagos internacionales y la fiscal de las finanzas públicas, han sido sustituidas por los superávits gemelos, en el balance de pagos y en el presupuesto. Esto permitió recuperar la soberanía en el ejercicio de la política económica. Este segundo canje, que promete tener, como el primero, un alto grado de aceptación, debería servir, por lo tanto, para que el drama de la deuda sea, definitivamente, una experiencia traumática del pasado histórico. Deberíamos evitar, por lo tanto, suponer que el drama de la deuda sigue vigente y la compulsión a la repetición. Estamos observando, en efecto, que en torno del canje y del pago de vencimientos con reservas, gran parte de la atención mediática está concentrada, nuevamente, en el financiamiento externo. Incluso, se reavivó el antiguo problema de la “deuda odiosa”, es decir, aquella contraída por el último régimen de facto. Esa deuda probablemente ya fue pagada y el eventual resto subsistente fue presumiblemente cancelado con la quita sustantiva en el primer canje y, en la prevista, en el actual segundo canje. Al reabrir viejos debates sin futuro, corremos el riesgo de desatender lo fundamental, que es movilizar los recursos propios para el desarrollo económico y social y fortalecer, consecuentemente, la capacidad de decidir nuestro propio destino en el orden mundial globalizado. En conclusión, el mayor aporte que puede brindar ese segundo canje es bajarle definitivamente el telón al drama de la deuda y dedicarnos al problema fundamental del financiamiento del desarrollo, que es la movilización de los propios recursos del país. Recordemos que el ahorro argentino alcanza a casi el 30% del PBI (equivalente a más de u$s100.000 millones), que la economía viene operando con sustantivos superávits en la balanza comercial (más de u$s15.000 millones estimados para este año) y en la cuenta corriente equivalente al 3% del PBI. La fortaleza actual de la economía argentina permitió que, desde fines del 2007 hasta mediados del año pasado, salieron capitales propios por u$s40.000 millones (equivalentes al 20% del ahorro nacional), sin que la economía colapsara. La primera prioridad, por lo tanto, es retener y reciclar el ahorro interno en el proceso productivo, convenciéndonos de que el lugar más rentable y seguro para invertir nuestro ahorro es la Argentina. Después, todo los demás, incluso “la vuelta a los mercados” internacionales, viene por añadidura. De ahora en más, dediquemos el tiempo a las cuestiones fundamentales que están en la agenda pública. Entre ellas, la reforma de la ley de entidades financieras en consideración en el Congreso, la creación de una banca de desarrollo en torno del BICE u otros medios, establecer la función de banca de inversión con participación de las entidades privadas y públicas y, como medida central, institucionalizar el empleo de los recursos del sistema previsional. La anunciada intención del Gobierno de institucionalizar la orientación de los fondos del sistema provisional a los fines del desarrollo y la eventual creación de un banco de desarrollo para tales fines, es una muy buena noticia. Esta estrategia de fondeo de la banca de inversión adquiere renovada importancia a partir de la reforma del sistema provisional en la Argentina porque, en nuestro país y en el resto del mundo, los recursos de los sistemas previsionales representan parte sustantiva del ahorro nacional. Los fondos previsionales del sistema cumplen así una doble función. Por una parte, generar rentabilidad de las inversiones para la sustentabilidad de la previsión social. Por la otra, emplear los recursos para el desarrollo nacional. Ambas son interdependientes. Una vez resuelto el drama de la deuda, ésta es la agenda prioritaria del financiamiento del desarrollo. Es preciso consolidar las condiciones necesarias para darle permanencia a los avances en este terreno y evitar repetir las frustraciones del pasado.


Aldo Ferrer, 6 de mayo de 2010

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