Arriba : Rafael Correa frente a los golpistas.
Los latinoamericanos nos acostumbramos, a lo largo del siglo XX, a los golpes militares. Cuando algún gobierno elegido por el pueblo se alejaba de la más rancia ortodoxia ; cuando, dentro del marco del capitalismo, alguno iniciaba políticas sociales de cierta audacia o intentaba tener posturas internacionales dignas, salían a la calle los muchachos vestidos de verde con sus vistosos uniformes, sus botas lustradas, y sus peligrosas armas. El gobierno civil caía. Un general aparecía como presidente. Duraba más o menos, era más o menos violento según los casos y países, pero finalmente convocaba a elecciones. Y el ciclo recomenzaba.
Curiosamente, había cierta sincronización continental en este proceso. Los golpes se daban todos más o menos juntos, en todos los países, y las aperturas democráticas también. Y no era casualidad. El Gran Hermano vigilaba desde el norte, daba las directivas a sus procónsules, y capacitaba al personal en la Escuela de las Américas, organismo que dictaba cursos a los militares de todo el continente.
Los latinoamericanos nos acostumbramos a hablar de “golpes militares”, pero el término es, en rigor, inadecuado. Los militares daban la cara, salían a la calle con banderas y bagajes, y asumían los cargos más visibles. Pero eran acompañados por una burocracia civil imprescindible, y generalmente instigadora del proceso, abogados, contadores, intelectuales, periodistas, empresarios. Ellos proporcionaban los cuadros indispensables para el gobierno “militar” : se hacían cargo de ministerios y secretarias, embajadas, intendencias y gobernaciones. Detrás de cada golpe “militar” siempre había un ejército de civiles, tropa en la cual los empresarios (incluyendo a los propietarios de empresas mediáticas) y financistas siempre fueron elementos de elite.
Por eso, fueron siempre GOLPES CÍVICO-MILITARES.
En la década del ochenta los golpes fueron pasando al olvido, por múltiples razones. En muchas de nuestras sociedades (Chile o Argentina por ejemplo) las últimas experiencias fueron sangrientamente dramáticas. Mucha gente no quería ni oír hablar de un nuevo gobierno militar en el futuro.
Y, en realidad, la necesidad de estos gobiernos parecía haber desaparecido. Las sociedades latinoamericanas llegaron a los ochenta profundamente endeudadas con el FMI, y fue éste organismo quien se encargó de “disciplinar” a los gobiernos díscolos, con simples medios económico-financieros.
La caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría bajó la necesidad de mantener al “Patio Trasero” latinoamericano bajo un control tan estricto. Ya no había enemigo. Y la emergencia del neoliberalismo como ideología hegemónica y casi única, vía “fin de la Historia” y “Consenso de Washington” permitió poner, una vez más, a todos los patitos en fila. El Gran Hermano estaba feliz.
El cambio de milenio sin embargo, ha generado un escenario nuevo. El consenso neoliberal se ha hecho trizas, no sólo por las experiencias muy negativas que los latinoamericanos vivimos con esa ideología, sino por las propias experiencias mundiales, con crisis profundas como las que afectaron en estos últimos dos o tres años a Estados Unidos y Europa, que obligaron al gobierno de Barack Obama a desempolvar viejas y casi proscriptas recetas keynesianas.
En América Latina, a los viejos rebeldes cubanos, se han ido sumando otros gobiernos que no comulgan con la ortodoxia, y que han comenzado a transitar por caminos populistas y keynesianos. Estos líderes son muchos y variados, y podríamos citar en rápida lista a Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay, los Kirchner en Argentina, el Frente Amplio en Uruguay, Zelaya en Honduras, Lula en Brasil…
Todos profundamente distintos, pero indudablemente emparentados en una perspectiva que cuestiona todos o algunos de los a priori noventistas, y rescata algunos principios del setentismo y de los viejos populismos latinoamericanos. Todos con políticas sociales que pretenden disminuir la brecha que separa a ricos de pobres, desandando el camino socialmente polarizador de los años de Hegemonía Neoliberal. Todos pretendiendo democratizar sus sociedades, no en el sentido limitado del liberalismo, sino en un sentido más amplio (al que algunos tachan de “populista”).
Y parece que ahora el Gran Hermano ya no está tan feliz. Y comenzamos a notar un nuevo golpismo asomando en el horizonte latinoamericano. Salvo el golpe contra Zelaya, todos han fracasado, pero los han experimentado Chávez en el 2002, Evo y los Kirchner hace un par de años con los violentos reclamos sectoriales de grupos empresarios, y Correa ahora con este curioso golpe político- “policial”.
A primera vista, parece un golpismo nuevo, protagonizado por civiles y con escasa o nula presencia de uniformados. Y , en rigor, la metodología de este nuevo golpismo del siglo XXI es nueva … pero sus actores son los mismos de siempre.
La único que ha cambiado es que los militares ya no están en condiciones ni tienen la voluntad de ponerse al frente de estos movimientos, para luego ser tachados de únicos responsables cuando las cosas salen mal o los procesos se agotan. Y son esos sectores civiles, que antes permanecían a la zaga, en segunda línea, los que se han visto obligados a tomar protagonismo. Y es en todas partes igual : opositores liberales rabiosos e intolerantes, empresarios que se niegan a disminuir sus márgenes de ganancias, grupos mediáticos, periodistas e intelectuales que dan una cobertura ideológica y propagandística, algunos uniformados aislados que aportan su presencia intimidante, sectores medio-altos radicalizados que se transforman en “tropas de choque”, bien sea para cortar las rutas por tres meses como en la Argentina , para amenazar con el secesionismo como en Bolivia o para tomar por asalto el Canal Público de la TV Ecuatoriana con el objetivo de cortar la transmisión en cadena del intento de golpe.
Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela, Brasil, Honduras, Paraguay … somos todos lo mismo. Nunca estuvimos tan unidos. Nunca se parecieron tanto los oficialismos y las oposiciones. Y nunca hubo una decisión política tan sólida como la demostrada anoche por los presidentes de UNASUR, y por el Secretario General de este organismo, Néstor Kirchner.
Es verdad que hay un nuevo golpismo… Pero sus protagonistas, son los mismos golpistas de siempre…
Adrián Corbella, 1 de octubre de 2010.
Curiosamente, había cierta sincronización continental en este proceso. Los golpes se daban todos más o menos juntos, en todos los países, y las aperturas democráticas también. Y no era casualidad. El Gran Hermano vigilaba desde el norte, daba las directivas a sus procónsules, y capacitaba al personal en la Escuela de las Américas, organismo que dictaba cursos a los militares de todo el continente.
Los latinoamericanos nos acostumbramos a hablar de “golpes militares”, pero el término es, en rigor, inadecuado. Los militares daban la cara, salían a la calle con banderas y bagajes, y asumían los cargos más visibles. Pero eran acompañados por una burocracia civil imprescindible, y generalmente instigadora del proceso, abogados, contadores, intelectuales, periodistas, empresarios. Ellos proporcionaban los cuadros indispensables para el gobierno “militar” : se hacían cargo de ministerios y secretarias, embajadas, intendencias y gobernaciones. Detrás de cada golpe “militar” siempre había un ejército de civiles, tropa en la cual los empresarios (incluyendo a los propietarios de empresas mediáticas) y financistas siempre fueron elementos de elite.
Por eso, fueron siempre GOLPES CÍVICO-MILITARES.
En la década del ochenta los golpes fueron pasando al olvido, por múltiples razones. En muchas de nuestras sociedades (Chile o Argentina por ejemplo) las últimas experiencias fueron sangrientamente dramáticas. Mucha gente no quería ni oír hablar de un nuevo gobierno militar en el futuro.
Y, en realidad, la necesidad de estos gobiernos parecía haber desaparecido. Las sociedades latinoamericanas llegaron a los ochenta profundamente endeudadas con el FMI, y fue éste organismo quien se encargó de “disciplinar” a los gobiernos díscolos, con simples medios económico-financieros.
La caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría bajó la necesidad de mantener al “Patio Trasero” latinoamericano bajo un control tan estricto. Ya no había enemigo. Y la emergencia del neoliberalismo como ideología hegemónica y casi única, vía “fin de la Historia” y “Consenso de Washington” permitió poner, una vez más, a todos los patitos en fila. El Gran Hermano estaba feliz.
El cambio de milenio sin embargo, ha generado un escenario nuevo. El consenso neoliberal se ha hecho trizas, no sólo por las experiencias muy negativas que los latinoamericanos vivimos con esa ideología, sino por las propias experiencias mundiales, con crisis profundas como las que afectaron en estos últimos dos o tres años a Estados Unidos y Europa, que obligaron al gobierno de Barack Obama a desempolvar viejas y casi proscriptas recetas keynesianas.
En América Latina, a los viejos rebeldes cubanos, se han ido sumando otros gobiernos que no comulgan con la ortodoxia, y que han comenzado a transitar por caminos populistas y keynesianos. Estos líderes son muchos y variados, y podríamos citar en rápida lista a Chávez en Venezuela, Evo en Bolivia, Correa en Ecuador, Lugo en Paraguay, los Kirchner en Argentina, el Frente Amplio en Uruguay, Zelaya en Honduras, Lula en Brasil…
Todos profundamente distintos, pero indudablemente emparentados en una perspectiva que cuestiona todos o algunos de los a priori noventistas, y rescata algunos principios del setentismo y de los viejos populismos latinoamericanos. Todos con políticas sociales que pretenden disminuir la brecha que separa a ricos de pobres, desandando el camino socialmente polarizador de los años de Hegemonía Neoliberal. Todos pretendiendo democratizar sus sociedades, no en el sentido limitado del liberalismo, sino en un sentido más amplio (al que algunos tachan de “populista”).
Y parece que ahora el Gran Hermano ya no está tan feliz. Y comenzamos a notar un nuevo golpismo asomando en el horizonte latinoamericano. Salvo el golpe contra Zelaya, todos han fracasado, pero los han experimentado Chávez en el 2002, Evo y los Kirchner hace un par de años con los violentos reclamos sectoriales de grupos empresarios, y Correa ahora con este curioso golpe político- “policial”.
A primera vista, parece un golpismo nuevo, protagonizado por civiles y con escasa o nula presencia de uniformados. Y , en rigor, la metodología de este nuevo golpismo del siglo XXI es nueva … pero sus actores son los mismos de siempre.
La único que ha cambiado es que los militares ya no están en condiciones ni tienen la voluntad de ponerse al frente de estos movimientos, para luego ser tachados de únicos responsables cuando las cosas salen mal o los procesos se agotan. Y son esos sectores civiles, que antes permanecían a la zaga, en segunda línea, los que se han visto obligados a tomar protagonismo. Y es en todas partes igual : opositores liberales rabiosos e intolerantes, empresarios que se niegan a disminuir sus márgenes de ganancias, grupos mediáticos, periodistas e intelectuales que dan una cobertura ideológica y propagandística, algunos uniformados aislados que aportan su presencia intimidante, sectores medio-altos radicalizados que se transforman en “tropas de choque”, bien sea para cortar las rutas por tres meses como en la Argentina , para amenazar con el secesionismo como en Bolivia o para tomar por asalto el Canal Público de la TV Ecuatoriana con el objetivo de cortar la transmisión en cadena del intento de golpe.
Ecuador, Bolivia, Argentina, Venezuela, Brasil, Honduras, Paraguay … somos todos lo mismo. Nunca estuvimos tan unidos. Nunca se parecieron tanto los oficialismos y las oposiciones. Y nunca hubo una decisión política tan sólida como la demostrada anoche por los presidentes de UNASUR, y por el Secretario General de este organismo, Néstor Kirchner.
Es verdad que hay un nuevo golpismo… Pero sus protagonistas, son los mismos golpistas de siempre…
Adrián Corbella, 1 de octubre de 2010.
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