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domingo, 16 de septiembre de 2012

A ver si podemos ser amables, por Eduardo Blaustein (para “Miradas al Sur” del 16-09-12)



Arriba : Distintas imagenes de la cacerolas... no todas tan amables...


Las marchas del jueves merecen lecturas y respuestas cuidadosas. Los límites de la satanización y la ironía. La necesidad del kirchnerismo de ampliar la relación con sectores de las clases medias que no son gorilas ni brutales.

En los últimos meses hubo intentos de cacerolazos que terminaron de manera más bien pobre, inexpresiva, aguachenta. Cierto discurso kirchnerista encontró placer en ironizar sobre el resultado de esas convocatorias. Lo que sucedió el jueves merece menos negación, menos autocomplacencias, menos ironías previsibles acerca de la presunta extracción de clase de los manifestantes. La del jueves fue una expresión importante que no sólo ocupó buena parte de la Plaza, sino unos cuantos barrios porteños, la Quinta de Olivos, ciudades del interior. No marca ni una crisis de gobierno ni algún tipo de bisagra. La movilización tampoco implica que el Gobierno deba revisar la dirección esencial de sus mejores políticas de inclusión, generación de empleo, o expansión de derechos. Aun así, el cacerolazo fue un llamado de atención.
El que escribe vive muy cerca de la Quinta de Olivos. Como buen y curioso simpatizante kirchnerista, siguió desde TN la evolución de las manifestaciones. Este es un modo de decirles a Eduardo van der Kooy y Julio Blanck, que se congratularon cívicamente por el alto rating que tuvo esa señal de noticias, que miles de kirchneristas estamos entre los más atentos de su audiencia, la alimentamos.
Este cliente de Cablevisión (ustedes disculpen), una partícula más en la vasta audiencia del Grupo Clarín, venía siguiendo TN, dando vueltas por internet, escuchando bocinazos. Cuando auscultó que la cosa venía sonora, salió a la calle. Primera sorpresa: las manzanas del barrio estaban atestadas de coches de buenas marcas estacionados a la que te criaste, como ocurre en el barrio River cuando hay recital. Mucha gente yendo a una manifestación en auto no impugna a la manifestación, apenas señala un posible origen social. Y sólo un origen posible, porque una vez que el que escribe se fue metiendo entre los varios miles de manifestantes que se juntaron ante la Quinta, no sólo confirmó ciertas caras algo desagradables (esa cosa entre pituca y prepotente de ostentar la centralidad de sí mismos, pibes de colegios privados caros), sino clases medias muy del común (jóvenes variados, alquiladores de un locutorio, de un local de fotocopias, profesionales, laburantes) que uno podría inscribir teóricamente en el campo “objetivo” de lo nacional y popular. Decir que todo cacerolero es un oligarca es sencillamente una falsedad. Hasta el recorte en la edición de Duro de domar mostró gente gorilita, pero de barrio.
Entonces: no alcanza con reiterar la figura de “las cacerolas de Clarín”, porque esa frase no dice todo y vacía la relativa autonomía política de los manifestantes. A los caceroleros los puede acelerar, irritar, encimar y convocar “la Corpo” y otros medios. Pero allá van, a poner sus cuerpos y sus broncas. Cuando las derechas dicen que ciertas protestas sociales son puro efecto del accionar de infiltrados o agitadores, niegan que haya algún disparador real de esas protestas. El kirchnerismo no puede invertir ese discurso y sólo aferrarse a la idea de que todos los caceroleros son chukies, malditos muñecos teledirigidos. No alcanza con reiterar la mueca de asco automático: que reclaman por el dólar, que huelen a perfume francés, que todos odian a la negrada. Sí, en el cacerolazo hay una dolorosa exhibición de ausencia de madurez política (por ese goce de retomar la furia del que se vayan todos), de ignorante ceguera (por querer convencerse de que en este país no se vive en libertad) y un tipo de fanatismo que causa espanto.
Lo que al kirchnerismo debería importarle es qué puede hacer ante este llamado de atención. No tanto para no ponerse en contra de ciertos sectores de la sociedad –algo que es natural que suceda–, sino para no hablar casi siempre con el ceño fruncido y evitar metidas de pata innecesarias. Ser más “amables” no implica ni ceder ni retroceder en nada sustancial. Es simplemente evitar lo que además de innecesario es piantavotos. Ser más amables con la sociedad es –como imagen o recuerdo emblemático– recoger lo mejor del clima del Bicentenario. Es saber interpelar mejor a esa parte de las clases medias que no son ni eminentemente gorilas ni viven sacadas, que pueden votar K, FAP o Pino Solanas. Hay que saber expandirse hacia ellas en lugar de putearlas desde Facebook, Twitter, el Gobierno o los medios del palo. Hay que convivir mejor con ciertos espacios y sus dirigentes por necesidad y obligación política.
Sí, los caceroleros se juntan sacados y su agenda es heterogénea, bizarra y reaccionaria a la vez, endeble, sin propuestas. A menudo los peores entre ellos se complacen en ostentar un tipo de discurso repugnante, por clasista, expulsivo, autoritario. Aun así: hay que analizar cada demanda; eso se hace cuando se hace política. Reduzcamos esas demandas de los caceroleros a apenas cuatro temas: reforma con re-re, dólar, seguridad, comunicación oficial o uso de la cadena oficial. Cada una de ellas merece atención. Veamos entonces si las iniciativas en torno de la reforma con re-re no vienen algo confusas o si no se asumió un riesgo por haberlas largado sin probar la temperatura del agua con el dedo pulgar del pie. Revisemos si no han habido observaciones críticas, desde los propios espacios kirchneristas, sobre cómo se fueron comunicando las restricciones de acceso al dólar. Si el ciclo kirchnerista no asumió tarde, con la asunción de Nilda Garré, el desafío jodidísimo de la seguridad, ahora con contradicciones en el discurso entre la ministra y su segundo. Si no hay una sobreexposición innecesaria de la figura de Cristina, que puede que patee en contra. Puede pensarse que esa sobreexposición es producto de varias cosas: de la saludable hiperactividad presidencial, de la centralidad de su figura, de la ausencia de otras voces potentes e interesantes que puedan secundarla y hasta enriquecerla, acaso de una íntima necesidad de la Presidenta de contenerse y recibir afecto en actos públicos.
Cristina arrasó en las últimas elecciones. Lo hizo no siempre enojándose, sino a menudo con su cara más sonriente, humana y constructora de un “todos”. Arrasó remando siempre “contra la Corpo”. Arrasó con menos exposición que la actual. Hoy incluso cuenta con señales de noticias más amigables que en el pasado. No todo lo que sale a decir amerita el empleo de la cadena oficial. La ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, para quien escribe una causa sagrada, dice en su artículo 75: “El Poder Ejecutivo nacional y los poderes ejecutivos provinciales podrán, en situaciones graves, excepcionales o de trascendencia institucional, disponer la integración de la cadena de radiodifusión nacional o provincial, según el caso, que será obligatoria para todos los licenciatarios”.
Si se trata de kirchnerismo no hay modo de ganarse la simpatía de derechas horribles (menos mal). Especialmente cuando se trata de ciertas bestias que se inflaman al grito de morite, puta, yegua y montonera. Pero sucede que la construcción política consiste en abrir todo lo que se pueda hacia la sociedad y no en deleitarse con un relato amargo, ensimismado, de viejo matrimonio mal llevado. El kirchnerismo no tiene que salir a intercambiar piñazos con lo más brutal de los caceroleros. Porque esa es una suerte de agarrada entre vanguardias que deja afuera a muchos que lo miran por tevé. Es más, para pararse ante el cacerolazo no importa sólo quiénes y cuántos fueron, sino cómo se transmite y amplifica, qué climas se generan y qué posibles contagios pueden darse. Trompearlos verbalmente es hacerles el juego. Así que mejor dejar solos a los más animalitos, que sigan enojados los peores. Y a mirar a otros sectores de clases medias. Aquellos que pudieron no votar al kirchnerismo, pero lo hicieron sin tanto odio brutal e ignorante, seudoinformado. A esos hay que dirigirse y tratarlos mejor; encuestas creíbles señalan esa necesidad. En cuanto a los más ariscos, algún que otro toquecito en las políticas y discursos oficiales podría ayudar a evitar a evitar lo innecesario, eso que, a empujones mediáticos, termina con las cacerolas en las calles.

Debate
¿Contramarcha?

La protesta del jueves pasado inició un debate hacia dentro de las fuerzas políticas y organizaciones sociales que acompañan el proyecto del Gobierno Nacional. La discusión es acerca de la conveniencia, o no, de organizar una contramarcha para respaldar
al Ejecutivo. Ayer cicrcularon versiones sobre una eventual convocatoria, que, según el caso, fueron confirmadas o desmentidas.
Miradas al Sur consultó a referentes de los diversos espacios que componen al heterogéneo colectivo que se siente representado por
el kirchnerismo.
Las posiciones al respecto fueron diversas. Algunos sostuvieron que era importante hacer una demostración de respaldo popular al Ejecutivo Nacional, y otros que la mejor estrategia consistía en apaciguar los ánimos y no hacerle el juego a los medios de comunicación dominantes, que son los principales agitadores de una profundización de la polarización de la sociedad respecto de las políticas impulsadas por el oficialismo. ¿Qué visión se impondrá en el debate? En los próximos días estará la respuesta.

Publicado en :

http://sur.infonews.com/blogs/eduardo-blaustein/ver-si-podemos-ser-amables

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