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miércoles, 3 de febrero de 2016

UN ELEFANTE EN UN BAZAR, por Darío C. Guadagnoli (para "Mirando hacia adentro")

REFLEXIONES:
Hablemos de lo que no se habla

A esta altura de los acontecimientos hablar de Macri me produce hartazgo.  Me parece perder el tiempo pensar sobre un tipo al que considero tan chato y mediocre.  Pero claro, millones de compatriotas decidieron instalarlo en la Casa Rosada y entonces, parafraseando a Franchella… ¡A fumarlo!

Macri detesta la política.  Muchísimos creemos que su frenética carrera hacia el Sillón de Rivadavia tuvo como único objetivo demostrar que su inteligencia no es tan acotada como su padre se encargó de propalar a los cuatro vientos.  Tan es así, que hace un par de años su progenitor mencionó a algunos integrantes de la agrupación “La Cámpora” como posibles candidatos para reemplazar a Cristina Kirchner en el cargo que hoy ostenta su hijo.  Pero una vez más (espero sea la última) voy a utilizar mis energías para referirme por escrito al “señor” en cuestión, no ya en forma individual sino como integrante de un grupo empresarial y económico que forma parte de la elite dominante en el país en las últimas décadas.

Provengo de una familia en la que mi abuelo y mi padre se jubilaron como personal del Correo Central.  Mi hermana trabajó allí hasta que el “Grupo” se hizo cargo del mismo por concesión durante el menemismo y fue despedida después de 20 años de servicio. Por la época a la que me refiero, obviamente nunca más consiguió trabajo registrado, al igual que tantísimos empleados echados de la misma forma.  En lo que a mí respecta, trabajé en la firma Canale durante 5 años. El “Grupo” adquirió la empresa en 1992, me echaron en  el 94, pero en esos 2 años despidieron a infinidad de “laburantes”.

Qué quiero decir con esto?

Macri pertenece a un grupo empresarial que, como tantos otros, al acceder a una empresa adopta como primera medida de gestión el despido masivo como forma de disciplinamiento.  Lo está replicando en el Estado desde que se hizo cargo del gobierno.  Es decir, el que no es despedido entiende rápidamente que puede correr la misma suerte que el que sí lo fue si no acata dócilmente la bajada de línea de la nueva dirigencia.
Estos ejemplos familiares los utilicé, junto a una serie de argumentos, para intentar convencer a conocidos y desconocidos del riesgo que implicaba votarlo a Macri para Presidente.  Pero, además, a cada residente de la C.A.B.A. que interpelé le pregunté en qué lo había beneficiado el “susodicho” en los 8 años en que fue Jefe de Gobierno.  La mayoría de las respuestas fueron monosílabos o casi: “eh”; “mm”; “bue”; “a ver”; “déjame pensar”.  Una onomatopeya: “¡Guau!, qué pregunta!  Pero hubo un “flaco” que dio una contestación más satisfactoria en cuanto a su extensión, pero que cuando la escuché sacudió los lentes que uso desde hace tiempo: “lo voy a votar porque arregló muchas plazas”…  De movida pensé que me estaba tomando el pelo, luego pensé que a esos lugares públicos llevaría a su novia por razones sexuales, pero por último comprendí que me hablaba en serio.
Los intercambios que he mencionado precedentemente no bajaron mi entusiasmo pero sí mis defensas, por lo que comencé a pensar en otras cuestiones:

1)    Estoy en desacuerdo con dos frases populares.  Una dice:  “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”.  Millones de argentinos no merecemos tener a Macri como presidente, ni un gobierno como el que encabeza.
La otra dice:  “Los pueblos nunca se equivocan”.  Sinceramente, los pueblos se equivocan       infinidad de veces y en algunas meten la pata hasta el huesoi, hasta llegar a partirlo.                                                                                                                                        
2)    No creo que sea adecuado que sólo se nos exija a los que estamos de este lado que hagamos autocrítica, dado que hay mucha gente que piensa y actúa con la cabeza en los zapatos.


Hace varias décadas José Ingenieros escribió un libro memorable: “El Hombre Mediocre” que, como su título señala, refiere al hombre como ser que anda por la vida haciendo prevalecer sus sentimientos más bajos: envidia, odio, resentimiento, rencor, etc.  Muchos siglos antes el Budismo desarrolló su filosofía –también práctica religiosa- girando en torno de su concepto nodal: los 10 estados emocionales y de comportamiento por los que el ser humano ha transitado y transita en su devenir histórico.  Los estados primarios del Budismo son coincidentes con lo que José Ingenieros desarrolla en su maravilloso libro; pero en el último, es decir en el décimo, alcanza el estado de Buda o de Iluminación por el cual el sujeto lleva su “yo” a la mínima expresión posible y vive priorizando el amor al prójimo.  Obviamente, el estado de Buda es para pocos, no porque no esté al alcance de cualquiera llegar a él, sino porque implica una decisión personal querer lograrlo y un camino de autoconocimiento y renunciamiento a lo largo de la vida que son pocos los que están dispuestos a recorrerlo.
Ahora bien, en Occidente el Psicoanálisis hace un aporte importantísimo para estos temas: un ser humano para ser tal debe ser “deseado” –simplificando en extremo, el deseo entendido como el montaje de lo cultural sobre lo instintivo-.  De no ser así es un mero ser biológico.  En su desarrollo también desarrolla su “yo” junto a las otras instancias psíquicas.  Si todo transcurre relativamente “normal” va a atravesar las distintas etapas madurativas que lo llevan a los momentos de elección de todo tipo (sexual, estudiantil, laboral, etc.), que lo terminan de moldear como “sujeto”.  Pero, hay una paradoja: si quiere llegar a la condición de “SUJETO”, es decir, al tipo de persona que aspira al bien común y coloca su vida al servicio del otro, deberá limar su “yo” lo máximo que le sea posible, o sea, tendrá que recorrer el camino inverso.
Es importante remarcar que así como nadie nace ladrón, homicida, depravado o torturador, tampoco nadie nace generoso, magnánimo, ecuánime o altruista.  Todo es una construcción que depende de mandatos ancestrales y decisiones que cada uno toma en su vida.
Para finalizar, lo expuesto me ha llevado a sacar dos conclusiones:          
*La primera es pesimista: como ha funcionado la humanidad hasta ahora, está claro que lo que tuvo predominio fueron sus instintos más bajos como la injusticia, la arbitrariedad, la violencia, etc.                   Ser mejor persona implica esfuerzo, decisión e inteligencia, atributos que entre otros es menester poner en práctica en toda la existencia y que contradicen la tendencia pancista y delegativa que tiene el hombre.
*La segunda conclusión es optimista y obedece a que –por lo menos para los que no tenemos fe religiosa- en la vida todo es reversible, menos la muerte y alguna otra cuestión.  Por ejemplo, la medicina ha demostrado infinidad de veces que enfermedades que antaño conducían a la muerte, hoy en día se curan con una simple vacuna.
Desde lo personal, el Psicoanálisis es la herramienta que encontré para intentar mejorarme como persona y en el autoconocimiento.  Sin embargo, existen otras que sirven también para alcanzar los mismos fines.
Con cualquiera de ellas quizás nunca se logre el “ideal político” al que algunos aspiramos, aquél que refleja el proverbio chino que dice: “Gobiérnate a ti mismo y no tendrás necesidad de ser gobernado”;  pero sí, tal vez ayude a que, cuando haya un acto eleccionario determinante para nuestras vidas, no terminemos colocando a un “elefante en un bazar”.                                                        


NOTA ENVIADA POR MAIL AL EDITOR DE "MIRANDO HACIA ADENTRO"                                                                                                            

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