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jueves, 2 de agosto de 2012

Ay, señora, señora…, por Perra Intelectual (para "perraintelectual.com.ar" del 20-03-12)


Arriba : Cacerolera reclamando "por la inseguridad" (¿ A favor?) , por el "85% móvil", y contra el uso "discriminado" de los fondos del ANSES... A esta también se le podría decir : "Ay, señora, señora...".
[Foto : tomada por "Los Caniches de Perón"]

Hoy tuve el sospechoso placer de tomarme un café -macchiato doble con mucha espuma, bien de gorda- cerca de dos señoras que se desgañitaban a fin de que todos los parroquianos participáramos de sus críticas al universo y sus aledaños. No hubo forma de evadirse ni de participar, porque parecían Maxwell Smart y el Jefe bajo el cono del silencio: no dialogaban, se turnaban para despotricar a los gritos. Cuando una tragaba saliva o medialuna, arrancaba la otra.

Pasaron por todos los lugares comunes, hasta llegar a la jubilación, y recién ahí me pude desconectar del coloquio, para pensar una notita que, en definitiva, es ésta que estás leyendo.

Es curioso que con la historia de dominación cultural que tenemos los argentinos, todavía vivamos como “natural” el derecho conquistado y la solidaridad social que subyace en el concepto de jubilación. Desde sus orígenes, a fines del siglo XIX, hasta su apogeo, a mediados del veinte, y su casi desaparición, a fines del siglo pasado, el concepto de “jubilación” ha dejado de reconocerse como un derecho, a naturalizarse como si de peras en un peral u olas en el mar se tratara. En qué estriba la importancia de dicha diferencia: en que los derechos se conquistan, se defienden y provienen de anular un privilegio. Por lo tanto exigen solidaridad, trabajo en conjunto y principios éticos activos y militantes.

Cuestión que una de las damas decía que ella había aportado toda la vida y que su jubilación era esa plata, la que había dejado en guarda del Estado durante todo ese tiempo y que ahora debía venir multiplicada, sin dudas por los intereses que tan magna suma había devengado en todos estos decenios.

Oiga, doña, pensé yo.

Usted aportó puntualmente todos los meses, nadie se lo va a discutir, porque como ese dato lo desconozco le otorgo la duda a su favor. ¿Se acuerda de qué porcentaje del sueldo se le retenía a tal fin? Se lo refresco yo: el 11% del salario bruto. El once por ciento. Esa es la plata que usted aportó. Supongamos que usted sobrevive veinte años a su jubilación, y aportó cuarenta. Con suerte y viento a favor, le corresponde el 22% del salario bruto que usted cobraba. Saque cuentas… ¿es ése el monto de su jubilación? Ni en pedo ¿verdad? Bueno, esa diferencia que usted percibe no proviene en su totalidad del aporte de los activos. ¿De dónde sale el resto, señora mía? Vamos, haga un esfuercito.

Cuando le quisieron hacer creer que se podía pagar el 82%, todos los ideólogos del engendro daban fuentes de financiamiento mayormente no renovables: lo que nos debe Pedrito, lo que saquemos de la venta del terrenito, el alquiler de los salones del Congreso para fiestas de quince y cosas así. Pero ahora no hablamos del 82%, hablamos de la diferencia actual entre su salario bruto y el 11% que usted aportó. Porque yo también aporto el 11%, como usted, así que de ahí no sale. La relación entre aportantes y jubilados cada vez es más pareja.

Así que, señora, señora mía, la diferencia surge de la capacidad del Estado para hacer buenos negocios con el dinero que algunos llaman “de los jubilados” -negocios que prioricen el espíritu del concepto de “jubilación”- de los ingresos fiscales, de la voluntad de un gobierno por usar cada peso que entra para dignificar la vida de sus habitantes, de la capacidad e inteligencia para lograrlo y, fundamentalmente, de la solidaridad de todos los actores sociales. Porque el sistema de reparto es un sistema solidario.

La solidaridad no es un gesto aislado que se realiza cada tanto, cuando a uno le pinta; se trata de la capacidad de actuar en forma conjunta de un grupo social, a fin de unir sus destinos en una empresa; en el caso que nos ocupa, que la gente, al llegar el momento de su retiro laboral, no sea metida en una canoa y arrojada al Riachuelo a la deriva, sino que cuente con algún ingreso que le permita su digno subsistir. Para concretar dicha empresa se necesita el compromiso de todos los involucrados, así como asumir y compartir tanto los beneficios como los riesgos. Tanto los beneficios como los riesgos, insisto. Yo también me voy a jubilar, y para ese momento la longevidad creciente va a problematizar más aún el tema. Y capaz que me muero antes, y mis aportes los va a disfrutar otro guacho con más fortuna.

Cómo me gustaría leerle esta nota a los gritos, no tanto para convencerla sino para darle un poco de su propio chocolate, vieja e’miércoles.

Publicado en :

http://perraintelectual.com.ar/ay-senora-senora.htm

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