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domingo, 26 de agosto de 2012

Cristina y las banderas históricas del peronismo, por Roberto Caballero (para “Tiempo Argentino” del 26-08-12)



La presidenta reivindicó a los protagonistas del Operativo Cóndor que en 1966 aterrizaron en Malvinas e izaron siete banderas argentinas. La viuda de Dardo Cabo le pidió que una de ellas sea exhibida en el mausoleo de Néstor Kirchner. El emotivo homenaje a El Kadri, fundador de la Juventud Peronista y las FAP.

Por:


Roberto Caballero

La presidenta reivindicó a los protagonistas del Operativo Cóndor que en 1966 aterrizaron en Malvinas e izaron siete banderas argentinas. La viuda de Dardo Cabo le pidió que una de ellas sea exhibida en el mausoleo de Néstor Kirchner. El emotivo homenaje a El Kadri, fundador de la Juventud Peronista y las FAP.

En dos actos públicos, y con menos de una semana de diferencia, Cristina Kirchner volvió a hablarle cara a cara al peronismo, y el peronismo a ella. En realidad, el diálogo fue con el "segundo peronismo" –según la definición de Alejandro Horowicz–, ese que surge de la derrota del ’55, el de la Resistencia, con el aliento del Perón desde el exilio, que suma a las "20 verdades" de los "años felices", la operatoria clandestina derivada de los fusilamientos, el decreto represivo 4161, la proscripción, y la irrupción juvenil en la política bajo el influjo de las revoluciones cubana y argelina.

El primero fue durante un homenaje a Envar “Cacho” El Kadri, emblemática figura de la JP insurrecionalista de los ’60 –junto con Gustavo Rearte, Jorge Rulli y Felipe Vallese–, fundador de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y del foco guerrillero de Taco Ralo, que marchó al exilio amenazado por la Triple A a mediados de los ‘70, y luego de la dictadura regresó como militante y productor de películas inolvidables como Sur, El exilio de Gardel (dirigidas por Pino Solanas) y Cazadores de utopías (de Eduardo “Coco” Blaustein), en una síntesis entre ética y estética nunca suficientemente reconocida por fuera del circuito "nacional y popular".

Cristina reivindicó la figura de El Kadri, a quien comparó con Néstor Kirchner por sus ideales, frente a Ester El Kadri, su madre, de 89 años, quien agradeció a la presidenta su "bondad". La emoción era palpable en el Centro Islámico, donde se llevó a cabo el acto. Una jefa de Estado acudía a homenajear a un símbolo del peronismo rebelde, contraseña reconocible entre la militancia de los ‘60 y los ‘70, pero cuya experiencia militante traspasó apenas sus arrabales generacionales.

Cristina trajo a "Cacho" El Kadri al 2012. Lo rescató de los "libros sagrados" y de la nostalgia entre pares. Lo puso, sencillamente, a caminar. A su lado, con el aval de la platea.

El segundo acto ocurrió el viernes último, en la Casa Rosada.

Todo comenzó con una misteriosa caja circular de las que se usan para guardar sombreros, depositada junto al atril presidencial. En el Salón de las Mujeres Argentinas había una pequeña multitud, a la espera del discurso conmemorativo del izamiento que el Gaucho Rivero hizo del pabellón nacional en las Islas Malvinas, el 26 de agosto de 1833. La mayoría, sin embargo, quería además ver a la presidenta luego de la lipotimia. En primera fila, dispuestos por el personal de protocolo como si fueran agasajados, había una hilera de desconocidos. La caja seguía allí, junto al atril, cuando Cristina irrumpió en el salón, tomó el micrófono y recordó a Rivero y a José María Vernet, y una vez más reivindicó la soberanía argentina sobre las islas. Pero luego sorprendió a todos revelando detalles de una charla privada que mantuvo con María Cristina Verrier, la viuda de Dardo Cabo –hijo de Armando, dirigente metalúrgico histórico, y director de la revista El Descamisado, asesinado por la dictadura en 1977–; una pareja peronista que el 28 de septiembre de 1966 encabezó el Operativo Cóndor, durante el cual 18 militantes peronistas, católicos y nacionalistas –algunos más de izquierda, otros más de derecha, hay que decirlo–, sin disparar un solo tiro, secuestraron un avión de Aerolíneas Argentinas, lo desviaron hacia Malvinas e hicieron flamear siete banderas argentinas durante un día y medio, antes de ser expulsados por los ingleses y entregados a las garras de la dictadura de la “Revolución Argentina” de Juan Carlos Onganía, que los metió presos. La edad promedio del grupo, integrado por obreros, estudiantes y un periodista –Héctor Ricardo García, director del diario Crónica–, era de 22 años, y la operación fue financiada por el empresario César Cao Saravia.

Cristina recordó el episodio como una gesta. La puso, claro, en su contexto de época: aquella era la Argentina de la persecución, la intolerancia y la proscripción. Aprovechó para decir que esas cosas sólo las hacen los jóvenes (nuevamente, defendió la militancia juvenil, señalando a los dirigentes de La Cámpora, aunque también habló de otras organizaciones), y antes de ocuparse de la caja junto al atril, le pidió a la locutora que leyera una carta que Verrier le envió para ser leída durante el acto. En ella, la única mujer de aquel operativo dejó asentado por escrito que legaba a la presidenta y al pueblo argentino las siete banderas que flamearon en Malvinas, y que durante 46 años mantuvo bajo su custodia, en una caja de sombreros. La que estaba, ahora, allí mismo, junto al atril.

En ese preciso instante, la historia entró de golpe al salón. Los desconocidos de la primera fila cobraron nombre. Eran los "cóndores" sobrevivientes, que estaban siendo reconocidos por la presidenta, en la propia Casa de Gobierno, casi medio siglo después de que desafiaran a una dictadura ("dictablanda", dijo Cristina, por la de Onganía, comparándola, claro, con la genocida de Videla & Cía) y al colonialismo británico, para reafirmar la soberanía sobre el archipiélago.

En su carta, Verrier le pidió dos cosas a Cristina: que una de las banderas fuera exhibida junto a la Virgen de Itatí, en Corrientes, bajo cuya protección se largaron a aquella aventura; y que otra fuera desplegada en el mausoleo de Néstor Kirchner, en Río Gallegos. Un hilván invisible, de sentido y reconocimiento, por voluntad de la viuda de Dardo Cabo, unió los sucesos de 1966 con el presente. Aquel peronismo resistente y clandestino, con el peronismo del siglo XXI, el de Cristina y Néstor Kirchner: "Yo sabía que la historia los iba a traer", sentenció Verrier en su carta. Y el auditorio estalló en aplausos.

La presidenta anunció que el resto de las banderas serían enviadas a Diputados, a la Catedral de Luján, al Museo Malvinas –pronto a inaugurarse– y a la Casa Rosada.

No hubo amagues de cantar la marcha. Curiosamente, el diálogo entre Cristina y el peronismo no adopta las formas clásicas del folclore partidario y, sin embargo, negarle que sea peronista es una necedad que sólo Eduardo Duhalde, herido en su orgullo, puede azuzar junto al Momo Venegas. En el acto de la Rosada no estuvo El Tula, ni se cantó la marchita, pero hubo política, memoria y continuidad identitaria. Estaban Verrier, los "cóndores", el recuerdo de Cacho El Kadri y Dardo Cabo, y hasta Elsa Oesterheld, viuda del creador de El Eternauta, la metáfora máxima de la Resistencia Peronista, que llegó sobre el final.

Y allí estaban, sobre todo, las banderas que esperaron casi medio siglo, en una caja de sombreros, para que finalmente la historia les diera algo parecido a una revancha, que es la de toda una generación.

Publicado en :

http://www.infonews.com/2012/08/26/politica-35813-cristina-y-las-banderas-historicas-del-peronismo.php

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