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sábado, 30 de abril de 2011

HEBE Y EL LIBERALISMO DE VARGAS LLOSA, por Manuel Barrientos (para "Tiempo Argentino" del 29-04-11)



Resabios de la visita

Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 29 de Abril de 2011


Por Manuel Barrientos


Periodista


Hoy el ejercicio de las libertades ciudadanas se ve amenazado no sólo por el ataque de los poderes institucionales del Estado, sino también por el poder de los grupos económicos concentrados.


Una acción, tan sencilla como eficaz, le bastó a Hebe de Bonafini para desnudar la verdad que se encubre bajo los bellos fuegos de artificio verbal que despliega Mario Vargas Llosa en su faceta de difusor privilegiado del liberalismo extemporáneo.

A través de una fina ironía, que quita las máscaras de la hipocresía, la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo se presentó el jueves 21 en la Feria del Libro y coincidió en la inmaculada defensa de la libertad realizada por el gran escritor peruano. Y le acercó un petitorio para que Vargas Llosa sumara su voz al repudio contra la invisibilización que el Grupo Clarín oficia sobre las señales televisivas Pakapaka y CN23.

Maestro en el uso de las palabras, el último Premio Nobel de Literatura sólo respondió con balbuceos.Días más tarde, y ante el silencio del escritor, Hebe hizo pública una carta en la que volvió a poner el dedo en la llaga sobre su abstracta defensa de las ideas de libertad. “No pudo firmar la carta a nuestro favor pues sus patrones Clarín y Magnetto y La Nación no se lo permitieron. Sus patrones son los que impiden que nuestro programa en CN23, La Clementina, salga en Cablevisión, y también el canal para niños Pakapaka. Pero el pez por la boca muere: usted dijo que se prohíbe a lo que se teme y sus patrones nos temen. Por eso nos censuran”, escribió Hebe.

Hay que reconocer que el autor de libros inolvidables como La ciudad y los perros y La guerra del fin del mundo no elude la argumentación de sus ideas. A diferencia de gran parte de sus colegas de la derecha argentina, y con mayor o menor solidez en su fundamentación, Vargas Llosa expone sus ideas y las defiende.

Y esa explicitación de sus posiciones abre la posibilidad del debate político.

Con todo, su discurso olvida un pequeño detalle: hoy el ejercicio de las libertades ciudadanas se ve amenazado no sólo por el ataque de los poderes institucionales del Estado, sino también por el poder de los grupos económicos concentrados. Y, en ese sentido, el pensamiento político de Vargas Llosa parece atrasar varias décadas.

Sin dudas, desde la constitución del Estado-Nación en la edad moderna, las principales amenazas a la libertad en el espacio público provinieron, fundamentalmente, de las tendencias totalitarias de las instituciones estatales. Los ejemplos sobran, y sería redundante mencionarlos, en un país que aún tiene las heridas abiertas por el terrorismo desatado desde el Estado durante la última dictadura. Y la memoria personal de Hebe podría testificarlo.

Sin embargo, en el nuevo mundo globalizado, donde el capital financiero se disloca de sus responsabilidades territoriales y trasciende las fronteras estatales, las mayores amenazas al ejercicio de la libertad también pueden producirse en la zona de tensión entre las fuerzas del mercado y los derechos ciudadanos.

Defensor de las ideas libertarias, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman explica que, como antes, el espacio de lo público no institucionalizado “sigue siendo un territorio invadido, pero esta vez los roles se han invertido y las tropas invasoras se apiñan en el límite de lo privado”. Y, a diferencia del caso en que “lo público” era representado por el Estado que creaba y hacía cumplir las leyes, “esta vez los invasores no son un ejército estable con cuartel general y mandos unificados, sino más bien una tropa indisciplinada, variada y sin uniforme”.

El problema adicional, sostiene Bauman, es que hoy es muy difícil encontrar herramientas que detengan ese avance de las corporaciones sobre el “ágora”, ese terreno de discusión que tienen los ciudadanos para sus asuntos públicos. Y ese peligro radica en que, por la separación entre poder y política provocada por la independencia de los mercados financieros, se restringe la capacidad estatal de imponer límites sobre las corporaciones en su arremetida contra el ágora.Si esta cuestión puede sonar abstracta, hay vastos ejemplos en la vida argentina reciente.

Desde 1976 imperó un modelo, que hizo eclosión en 2001, en el que la libertad de movimiento de las corporaciones parecía la única −y última− libertad esencial a reivindicar. En ese marco, los Estados-Nación parecieron perder su poder regulatorio a manos de la presión de los capitales multinacionales, y los espacios locales se veían obligados a competir entre sí con reglas cada vez más blandas que les permitieran “atraer” esos capitales que −ya sin ataduras− saltan de un espacio a otro. “Desregula y atraerás inversiones”, era el canon que se imponía a los gobernantes locales.

Bajo la lógica del “no se puede”, los propios políticos repetían una y otra vez, en los ’90, que el poder real estaba en otra parte, un escalón más arriba, y que no tenían en sus manos las herramientas suficientes para gobernar la cosa pública. Aún hoy, con la política otra vez en el centro de la escena, el gobierno y sus bases movilizadas deben luchar –y mucho− para que incluso las leyes que sancionan puedan ponerse en práctica, como lo demuestra la todavía maniatada implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.Pero hay otros modos, sutiles e invisibles, con los que las corporaciones económicas y mediáticas coercionan la libertad de expresión de los ciudadanos.

“Si la imagen es la forma superior de información, entonces la imagen en directo permite la mejor información”, se aseguraba, también, en la década de 1990.

Con su libertad irrefrenable, el directo, decían, perseguía el objetivo “democrático” de informar lo que sucede al mismo tiempo en que se desarrolla el acontecimiento. Las imágenes en directo brindaban la posibilidad de acceder sin mediaciones a los hechos. Y la supuesta veracidad de la imagen en directo era incuestionable, ya que no estaría sometida a ningún tipo de manipulación o de presiones externas.

Y, sin embargo, la construcción de esa “objetividad” oculta un diseño muy complejo de intervenciones sobre la imagen y el sonido. Oculta mecanismos de inclusión/exclusión acerca de qué y cómo es exhibido el material que pretende dar cuenta de los acontecimientos narrados.

Los videographs (aquellos títulos o subtítulos que enmarcan las imágenes emitidas) y la utilización de la pantalla partida, por ejemplo, producen sentidos determinados que están lejos de “reflejar” de una forma supuestamente “neutral” u “objetiva” la información que se transmite. La agenda de aquello que se televisa sigue estando, entonces, sometida a una serie de negociaciones, consensos y censuras. La supuesta libertad del directo, en la que se ocultan los mecanismos selectivos de las corporaciones mediáticas, no es más que una forma de legitimación del poder social para el que operan.

Con su gesto pícaro y zumbón, Hebe dejó en claro las verdaderas expresiones que amenazan la libertad de expresión en el mundo contemporáneo.

La pregunta pasa, entonces, por saber a quién beneficia ese ejercicio de la libertad en estado puro que reivindica Vargas Llosa.

Publicado en :
http://tiempo.elargentino.com/notas/hebe-y-liberalismo-de-vargas-llosa

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