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viernes, 11 de noviembre de 2011

LOS GOBIERNOS, EL PODER REAL, LOS COMUNICADORES Y LOS SIMPLES CIUDADANOS , por Adrián Corbella (para “Mirando hacia adentro”)

La democracia establece la igualdad de todas las personas. Todos somos iguales ante la ley, sin importar nuestra condición social. El voto del CEO de una empresa poderosa y el de un mendigo valen los mismo…

Por supuesto que esa igualdad no se da en todos los ámbitos. Desde el punto de vista eminentemente político, la capacidad que tiene el CEO de una gran empresa de comunicarse con el político elegido por el pueblo para señalarle sus inquietudes, no es la misma que tiene el mendigo …o el trabajador … o el profesional de clase media … Ni siquiera es la misma que tiene el dueño de una Pyme…

Pero, además, vivimos en una sociedad capitalista. Esto quiere decir que los bienes tienen dueño, hay personas que poseen la mayoría de las cosas que existen en nuestra sociedad. Y, cuando munidos de nuestra tarjeta de débito nos enfrentamos al cajero automático, la igualdad se va por el excusado …

Esto quiere decir que en nuestras sociedades existen dos tipos de poderes : por un lado está el poder formal, político, aquellos funcionarios elegidos por el pueblo para ocupar diversos cargos. Por el otro existe un poder paralelo, al que suele llamarse poder real, que es el poder económico de grandes corporaciones que actúan a niveles nacionales o internacionales, y que muchas veces tienen tanto o más poder que los gobiernos…

Sucede que la división entre estos dos grandes poderes que existen en todas las sociedades democráticas a veces se torna difusa. Esta escasa división, esta carencia de límites, fue muy común en los noventa, aunque todavía se produce en muchos lugares. Los ciudadanos eligen sus representantes entre dos o tres opciones políticas, sólo para descubrir, cuando una de ellas gana, que hace más o menos lo mismo que hubiera hecho cualquiera de las otras dos. Esto se debe a que el poder político muchas veces actúa como testaferro del poder real, porque sucumbe al poder corporativo, o porque los ciudadanos han elegido para representarlos a gente fuertemente vinculada con esos poderes corporativos (el caso Berlusconi en Italia es, al respecto, paradigmático). Cuando esta colusión se produce, el ciudadano se ve pulverizado por un poder político-corporativo que es casi omnímodo, que no tiene frenos ni trabas, y que lo agobia. Esta es la sensación de los “indignados” españoles o griegos ; ésta fue la percepción también de los ciudadanos argentinos que en 2001 habían sido estafados por el sistema financiero (y sus socios políticos).

Cuando, por el contrario, se da la situación opuesta, cuando el poder formal no acepta órdenes del poder real (como está sucediendo en buena parte de Latinoamérica en este siglo XXI) comienzan otra serie de tensiones. El poder formal recibe todo tipo de acusaciones : se lo analiza con todo detalle, se evalúan gestos y tonos, estilos y discursos, se teme por el carácter confrontativo y se duda de la condición democrática de esas autoridades…

Y esto tiene cierta lógica, pues se cimenta en viejas contradicciones de nuestra cultura política. Los sistemas democráticos establecen una serie infinita de controles y contrapesos para evitar que las autoridades elegidas por el pueblo tengan un exceso de poder. Incluso es muy común limitar las posibles reelecciones de un primer mandatario a sólo una para evitar que la misma persona ocupe el cargo de mayor poder y responsabilidad durante un tiempo excesivo.

Claro que esas mismas Constituciones no establecen casi ningún tipo de limitaciones al poder real de las grandes corporaciones. El CEO de una corporación puede permanecer en el cargo eternamente, sin limitaciones temporales. No existen en dichas empresas principios tales como la división de poderes, la libertad de expresión o la de conciencia. Y, por supuesto, no someten sus decisiones o sus autoridades al voto popular.

Es decir : controlamos y limitamos al poder democrático, al poder elegido por el pueblo, al poder que nos representa. Pero dejamos sin controles al poder real, un poder en esencia no democrático pues se basa en las desigualdades económico-sociales. Ese poder puede concentrarse sin siquiera ser criticado : es cosa de una empresa “privada”.

Nos asustamos si un candidato saca un porcentaje demasiado alto de los sufragios, y comenzamos a fantasear con dictaduras, a despertar temores atávicos.

Pero, por el contrario, no nos preocupa la posición dominante de ciertas empresas, ni tampoco la fusión o coalición de dos conglomerados que concentren aún más el poder real.

Es muy probable, que tengamos estas contradicciones porque el poder real controla los medios de comunicación, fija agenda política , y nos dice de qué nos tenemos que preocupar. Y entonces nos parece “natural” que, ante una crisis mayúscula, los gobiernos salven a las entidades bancarias y dejen hundirse en la pobreza a los ciudadanos que los eligieron.

La democracia es el gobierno del pueblo. Las democracias sólo pueden cumplir fielmente con dicha definición si los gobiernos nos representan a nosotros, si los gobiernos cumplen con la promesas que nos convencieron de votarlos, y así con nuestros votos llevarlos al poder. Por eso, no existe gobierno más democrático que aquel que se planta con toda su autoridad popular frente a las grandes corporaciones. Y para hacerlo necesita que le demos poder a través de los votos.

Los latinoamericanos, por una vez en la historia, somos unos privilegiados. Vivimos en un continente donde los gobiernos son auténticamente democráticos, ya que no se someten al poder real.

Vivimos en un continente donde los dueños del poder real, esos que no aceptan reglas ni limitaciones de ningún tipo, protestan por la descortesía y espíritu regulador de nuestros representantes.

Resulta claro que en una realidad de doble poder, en la cual frente al poder formal, popular y democrático, se alza un poder real, corporativo e ilimitado, no hay “independencias” posibles de aquellos que somos simples ciudadanos, y menos aún de aquellos ciudadanos que tienen la responsabilidad de comentar e informar sobre dicha realidad.

Los que defienden al poder formal son, en la práctica, opositores del poder real : los que se manifiestan “independientes” del poder formal, y lo combaten día a día, son, en la práctica, oficialistas del poder real.

Por eso, en el mundo de la comunicación, de la información, de la opinión hay sólo dos posibilidades. Están los comunicadores que nos dicen claramente dónde están ubicados, que explicitan sus ideas y se embanderan con ellas . Y están los otros, los que se ocultan tras una pretendida “independencia” que les permite no posicionarse públicamente, y de esta manera defender sus ideas de una manera subrepticia…

La democracia es el gobierno del pueblo … Sepa el pueblo votar … Y sepa también elegir los medios de comunicación que consume …

Adrián Corbella, 11 de noviembre de 2011.

adriancorbella.blogspot.com

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