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miércoles, 2 de noviembre de 2011

Hegel, Marx y Cristina, por Juan Carlos Chaneton (para “Nos Comunicamos”, noviembre de 2011)


Escenarios posibles luego del 23 de octubre

Por Juan Carlos Chaneton

Los hechos han demostrado con contundencia que el eslogan del “fin de ciclo” kirchnerista era sólo eso, una consigna de campaña agitada por Morales Solá y Mariano Grondona desde hace dos años por lo menos, campaña en la cual estos periodistas participaron más y mejor que los candidatos formales de la oposición pero sin suerte, ya que cuando lo que está en desarrollo es una larga etapa histórica de un país, la suerte poco tiene que hacer y cede su lugar a los hechos concretos que son la causa última y única de lo que ocurre en la sociedad.



El 23 de octubre de este año 2011 que está partiendo para no volver arrojó un aturdidor 54 % del total de los votos emitidos a favor de la formula del FPV, esto es, Cristina Fernández y Amado Boudou. Todos los pronosticadores esperaban un resultado parecido pero tanta contundencia no dejó de ser impresionante, por cierto. El dato es preciso y apodíctico: la suma de lo obtenido por todos los demás candidatos no alcanza para superar los más de diez millones de votos que atrajo Cristina.

Veamos, entonces, qué escenarios de futuro pueden aparecer, ahora, como probables. No hay fin de ciclo a la vista –decimos- sino, más bien, “segunda etapa” del modelo nacional y popular, en boga esta fórmula en buena parte de Latinoamérica cuyo mapa político muestra procesos en los cuales los pueblos, movilizados y atentos como nunca a las decisiones que se toman en las fortalezas del poder, hacen suya la defensa de la Nación ante el embate de unos Estados Unidos a los cuales, en esta etapa de su crisis, la realización práctica de la idea de soberanía nacional les resulta un acto de terrorismo o, por lo menos, les conviene hacer creer que ellos creen que es un acto de terrorismo.

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Así, una breve mirada por el contexto internacional en el que Cristina tendrá que llevar adelante esta segunda etapa del modelo muestra unos pocos datos con los cuales basta para saber dónde se halla parada la Argentina en este momento de su desarrollo histórico-social. Veamos.

1.- Crisis sin precedentes en Europa. Grecia es el 2 % de la Eurozona. Italia el 14,2 %. Italia debe 260 mil millones de euros que vencen en 2012. Nadie sabe hoy de dónde saldrá el dinero para hacer frente a semejante deuda. Esto se llama, sin lugar a equívocos, crisis.

2.- La Oficina de Presupuestos del Congreso de los EE.UU. acaba de informar que el 20 % de la población más pobre de ese país aumentó el 18 % sus ingresos en los últimos treinta años, mientras que el 1 % más rico lo hizo en un 275 %. Acá hay un potencial conflicto entre ricos y pobres que se denominaba, hace cuarenta años, lucha de clases y al que hoy nadie llama de ese modo y también nadie sabe muy bien por qué.

3.- No hay crédito porque los bancos no lo dan y no lo dan porque la economía real no produce riqueza. Hay estancamiento y recesión en las economías reales. Esto significa que las fuerzas productivas del capitalismo han cesado de crecer o amenazan con hacerlo. Estamos ante la configuración paulatina de una potencial base material para la gestación de una protesta insurreccional anticapitalista en el corazón mismo de los países desarrollados.

4.- China y los países que junto a ella integran el grupo BRICS -Brasil, India, Rusia y Sudáfrica- pueden ser convocados a colaborar en la solución de la crisis europea, que no es otra cosa que una crisis cuyo fruto más puro sería la desaparición del Euro y la entrada en bancarrota de todas las economías de la región. La interna en el Parlamento Europeo, sobre este tema, está al rojo vivo, ya que unos no quieren pero se resignan a esa ayuda y otros prefieren la muerte antes de que China pase a sostener a Europa pues ésta, de ese modo, devendría sufragánea de los orientales y los EE.UU., por su parte, se podrían ir despidiendo por anticipado de su rol de primera potencia económica mundial.

5.- Rusia tiene en marcha una panoplia de “Bulavas” que es algo así como la marca o el nombre de un nuevo misil nuclear. Con un alcance de 8000 Km no hay zona caliente del planeta donde no puedan arribar; cada uno cuenta con cinco ojivas que pueden ser direccionadas en cualquier sentido y el propósito es multiplicar por diez la dotación en pocos años. En la misma línea de análisis, la suma de los portaaviones de China y Rusia, para 2050, será superior a la de los Estados Unidos.

6.- Desde 2008 hay en el mundo 50 millones de desocupados, informa la OIT.

7.- La protesta espontánea tipo “indignados” va dejando paso a una nueva dinámica de tipo consciente, con programa y organización. El paradigma, en este sentido, es Chile, donde la dirigente estudiantil Camila Vallejo lo ha dicho con todas las letras: vamos por el cambio de sistema. Pero el fenómeno empieza a advertirse ya también en Europa.

8.- El “éxito” alcanzado por la OTAN en cuanto al “cambio de régimen” en Libia podría empezar a desplazar el eje del campo de operaciones hacia América latina, en particular hacia Ecuador, Bolivia y Venezuela.

9.- Las seguridades sobre la sustentabilidad de los procesos populares e independentistas de nuestra región más allá de los liderazgos que los iniciaron y los conducen, brillan por su ausencia.

10.- Brasil y China, ambos destinos privilegiados de las exportaciones argentinas, deberían sortear rápidamente (lo cual nadie garantiza, por supuesto) los efectos de la crisis mundial, a la cual se hallan expuestos en medida considerable.

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Este es, concisamente, el marco general internacional en el cual deberán desenvolver su gestión Cristina Fernández de Kirchner, el Frente para la Victoria y aliados.

El primer peronismo dejó en la banquina al pueblo argentino en 1955 cuando Perón optó por la cañonera paraguaya y no por hacer aquello que no había venido a hacer en la historia argentina: consolidar conquistas sociales ancestralmente negadas por la oligarquía “fundadora” para avanzar, ininterrumpidamente, por el ríspido sendero de la construcción de un modelo político, económico y social no capitalista. Esto lo hubiera convertido en un revolucionario y Perón era un hombre que pisó el escenario de la tragedia argentina con las cosas claras: limpiar de maleza disolvente, de una vez por todas, al país inmigrante, organizando a los trabajadores como apéndice del Estado y nunca fomentando autonomías que conducen al clasismo, notas que ya había conocido el proletariado argentino desde fines del siglo XIX.

Una legislación laboral de avanzada quedó como legado más perdurable en la memoria del pueblo favorecido por el proyecto que se desplegó en el período 1946-1955. Pero tal legado sufrió el roll back, esto es, la vuelta atrás, cuando la derecha liberal se apropió de un poder del Estado que le era esquivo por la vía de las urnas. Se fueron perdiendo, una a una, todas las conquistas del período peronista.

En cuanto al segundo peronismo, éste abandonó a su suerte, otra vez, a los obreros y al pueblo en general cuando Juan Perón diseñó su sucesión personal, poco antes de morir, entregando la conducción del movimiento, del partido y del país a Isabel Martínez sabiendo, de antemano, que el peligro de colusión entre movilización de masas y lucha armada que él había impulsado[1] podía ser conjurado, a esa altura, sólo por un golpe de Estado.

Y este golpe, nuevamente, desanduvo el camino y arrebató conquistas; con el agregado del genocidio y el crimen de lesa humanidad configurados como práctica sistemática del Estado de excepción.

La tercera vez que el peronismo accede al gobierno tiene lugar en 2003. Y aquí cabe una suerte de digresión auxiliar que no tiene más valor que el de mera astucia literaria. Es ésta: si Marx pudo parafrasear a Hegel con aquello de la tragedia y la farsa, nosotros vamos a decir hoy que nos parece que, a veces, la segunda parte de los procesos sociales no se escribe en clave farsesca sino como drama; y éste, por lo menos en el teatro isabelino, es una pieza cuyo desenlace no es la muerte de nadie (esto es la tragedia) sino el final feliz. O, cuanto menos, el final decoroso y digno.

Si esto terminará como tragedia, farsa o drama. Si habrá sólo segunda o también tercera y aun cuarta parte del modelo. A fin de cuentas, es este, también, el objeto de esta nota. Aunque adelantamos, desde ya, lo obvio: la adivinación es un capítulo de la magia, no del análisis político.

Para que esta vez las conquistas se consoliden y no haya roll back y para que el tercer gobierno inspirado y enraizado culturalmente en el peronismo (nos parece que esto es el kirchnerismo) no nos deje de nuevo en la banquina, parecería que sólo queda como guía la apreciación que hizo fama con Roberto Feletti y provocó, junto con esa fama, el estupor del empresariado y del capital financiero: la profundización del modelo.

Hay una primera nota característica de este modelo que aparece, prima facie, como una anomalía: está montando un “Estado de bienestar” en el marco de una crisis capitalista mundial generalizada y profunda. El modelo nada contra la corriente. No lo hace solo, por cierto. Lo acompañan sosias modélicos que se ensayan en países cercanos y hermanos. Y va de la mano, también, de rebeliones sociales diseminadas por todo el planeta que, con conciencia o sin ella, avanzan -objetivamente- en dirección de superar -y aun de dañar severamente- columnas básicas que sostienen al capitalismo. Y si esto tornará más fáciles o más difíciles las cosas es algo que, curiosamente, no está del todo claro y es materia opinable.

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Si se compara el período 2003-2011 con el inmediatamente anterior 1985-2003 se advierten datos y cifras que van de lo propositito a lo afirmativo: la sociedad argentina, como ente estructurado y dinámico, se puso en pie y empezó a andar. Aumentó el empleo formal y el informal. Aumentó el poder adquisitivo de la población en general: salarios formales, jubilaciones; nuevas jubilaciones y pensiones (amas de casa, trabajadores con aportes o años insuficientes, veteranos de guerra); nueva ley laboral para empleadas de casas de familia; subsidios; asignación universal.

Se reactivaron producciones locales (economías regionales); crecieron exponencialmente las concentraciones obreras (astilleros y automotrices, por ejemplo); crecieron las áreas cultivadas y aumentaron los ingresos de los dueños de la tierra como nunca antes; en materia educativa, el tan pregonado 6 % del PBI dedicado a la educación se ha traducido en el incremento de la escolaridad y en la ubicación de la Argentina en el primer lugar de América latina en cuanto a países que garantizan el tránsito seguro de la población de las escuelas primarias a la secundaria; en ciencia y tecnología los avances son espectaculares y de ello da cuenta la partida presupuestaria que se le asigna al rubro y la opinión de la casi totalidad de los científicos del Conicet, jerarquizado como debería haberlo sido desde hace mucho, así como el rol estelar que juega la Argentina en el concierto científico internacional en materia de energía atómica.

Las políticas macroeconómicas que posibilitaron estos resultados son de matriz heterodoxa (es decir, no ortodoxa, entendiendo por “ortodoxia” neoliberalismo noventista): se procuró obtener y consolidar el superávit fiscal y el comercial; se comenzó un proceso de desendeudamiento; se acumularon reservas; se acabó con la nociva “autonomía” del Banco Central; y se marchó hacia una paridad peso-dólar competitiva, es decir, que favoreciera las exportaciones. Se nacionalizaron las AFJP, lo cual significó privar de negocios a fondos de inversión cuyos riesgos financieros los corrían los jubilados, presentes y futuros.

No estamos enumerando políticas que contribuyeron a ganar una elección en forma aplastante sino intentando una taxonomía de medidas que nos habiliten a inferir si, por acumulación, derivarán en un cambio cualitativo que no permita –como ya sucedió dos veces con el peronismo- el roll back, es decir, la vuelta atrás, la pérdida de las conquistas, el retorno del neoliberalismo bajo otras formas. Podríamos enumerar la nueva Corte Suprema, pero nos parece que su nueva composición es irrelevante tanto para explicar el rotundo triunfo de Cristina como para orientarse un poco acerca del tema de la profundización del modelo, aun cuando a nadie le quepan dudas de que Argibay o Zaffaroni garantizan mejor los derechos de todos que Nazareno o Moliné O’Connor.

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Como el sintagma “la profundización del modelo” no es unívoco (pues no significa lo mismo para todos) diremos que, a nuestro juicio, hay tres políticas que apuntan seriamente en aquella dirección profundizadora. Entramos al campo de lo contracultural. Esas políticas tienen que ver con los derechos de las minorías en general y con el matrimonio igualitario en particular; con el fin real y no retórico de la impunidad; y con la nueva política comunicacional (ley de medios).

Para presentar la idea lo más sintéticamente posible diremos que nuevos códigos escritos terminan por dar sustento a nuevas conductas reales, aunque esto lleve tiempo. Y cuando normas y conductas coinciden en la libertad como valor y en la incorporación de la diferencia no como diferencia sino como igualdad, esto le abre un camino impensado a la solidaridad, sin la cual es imposible ninguna organización ni tránsito en común hacia ningún destino de sociedad nueva.

En cuanto a los juicios a los genocidas, valen tanto porque realizan en los hechos el valor justicia como porque afianzan la idea de justicia como símbolo e imagen que se graba para siempre como valor en la conciencia de los individuos. Y porque la memoria permanentemente recobrada y traída al presente como impugnación del genocidio es, también, impugnación del rol de la fuerza militar como represión y, sobre todo, como represión del conflicto social. El modelo dejó (no importan aquí las intenciones subjetivas del gobierno) sin “brazo armado” al Estado burgués. No hay ya reaseguro de última instancia. A Salvador Allende y a otros como él lo derrocaron las fuerzas armadas. Hoy, en la Argentina, no podrían hacerlo. Tal vez esa sería, hoy, tarea de la OTAN.

El caso es que relegitimar el rol represivo de los militares argentinos es sumamente difícil de cara al futuro y esto es así porque el castigo del delito atroz ha dejado de ser un objeto inteligible para devenir objeto empírico. Antes era la razón la que nos decía cómo era el castigo; era la vía intelectual la que nos conducía a saber qué era la justicia; era la norma escrita la que nos informaba. Ahora es la imagen la que anoticia a millones de argentinos acerca de qué es eso de la justicia y el castigo. Ahora y mirando hacia delante, esos millones de argentinos sabrán qué están exigiendo cuando exijan justicia y, sobre todo, sabrán que no es de ninguna manera imposible que la justicia exista y que alcance su para sí. Esto tiene valor estratégico. Esto no vuelve atrás.

Y la tercera dimensión política que apunta a una profundización del modelo -o que la posibilitará- es la desmonopolización de la comunicación de los mensajes. Sólo con que el gobierno –desde 2003 hasta hoy o, si se quiere, desde 2005 hasta hoy- haya enfrentado públicamente a la corporación mediática y la haya acusado, una y otra vez, de mentir y de manipulación inveterada de la opinión pública, se ha producido un efecto “pensamiento propio” inefable e inmensamente beneficioso para la construcción política y que, de paso, explica en parte el triunfo electoral de Cristina.

Sólo quien piensa por sí está potencialmente capacitado para razonar y para descubrir las causas de su miseria o de sus dificultades y el modo de combatirlas. Sólo una clase media que no repite como un disco por la tarde lo que por la mañana le grabaron los medios dominantes en su cabeza estará en condiciones de rechazar manipulaciones golpistas; sólo un pueblo con menos prejuicios que antes puede autoinstituirse como sujeto de su propia construcción política de cara al futuro.

No está dicha la última palabra acerca de cómo va a terminar el caso Papel Prensa. Pero si no se aplica el artículo 161 de la ley de medios (el que obliga a desmonopolizar, no a “desinvertir”) y si los delitos de que están acusados directivos de La Nación y Clarín terminan siendo no-delitos, entonces habremos retrocedido.

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Las nuevas medidas tomadas con la oposición en terapia y en una dirección que profundiza la línea heterodoxa son las siguientes: obligación de repatriar divisas para las compañías de seguros por casi 8500 millones de dólares. Esos recursos deberán hallarse en el país antes de fin de año según surge de la legislación específica. Es una medida defensiva que apunta a que el Estado argentino esté en mejores condiciones de soportar eventuales vendavales financieros con epicentro en el capitalismo avanzado, esto es, EE.UU., Europa y Japón.

Las empresas mineras, por su parte, han sido obligadas a liquidar en el país las divisas que ganan por exportaciones. Esto significa que esos dólares no se van al exterior. Obturar la fuga de divisas, de eso se trata. A lo mismo quedaron obligadas las petroleras. Y en idéntica dirección va la intervención estatal en la comercialización minorista de divisas. Se trata de medidas para cuidar el modelo, no para profundizarlo.

Hay otro punto importante y es el siguiente. La tasa de inversión en la Argentina como porcentaje del PBI no ha avanzado, en los últimos años. Esto significa que hay retracción en la inversión como un efecto de la crisis mundial. Sin inversión se mantiene estancada la base imponible global –o bien disminuye- lo cual marca una tendencia a la descapitalización del modelo. Ante esta situación, las opciones irían por el lado del endeudamiento o la devaluación. No estaríamos ya, entonces, ente una autocorrección del modelo sino ante una forma iniciática de negación del mismo.

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La participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas y la “ley de servicios financieros” (ley Heller) merecen sendos párrafos aparte.

Históricamente, la participación obrera en las ganancias integró el menú de consignas anticapitalistas denominadas por la izquierda “de transición”. En este sentido, la participación en las ganancias jugaba un papel político similar a la demanda de “control obrero de la producción”.

La idea fuerza que recorre de cabo a rabo las consignas transicionales es de orden netamente político: arrancar paulatinamente a las masas de trabajadores de su “en sí” (ignorancia de cuál es el lugar y rol que ocupan en el proceso de producción capitalista) para acercarlas, también en forma gradual, a su “para sí” (plena conciencia de cuál es ese lugar y ese rol).

Las consignas transicionales se hallan inscriptas en los “programas de transición”. Éstos constituyen un pliego de reivindicaciones que es preciso imponer con la lucha sindical. El caso es que, en el curso de esa lucha, el conjunto (no ya sólo los dirigentes) puede empezar a columbrar el sentido más profundo de las cosas. Y lo que pueden aprender los trabajadores en el curso de toda lucha que enarbole este tipo de consignas es que el capitalismo tiene sus límites en materia de mejoras sociales. Así las cosas, este tipo de exigencias (control obrero, participación en las ganancias) tendrá un sentido que exceda lo puramente sindical para avanzar hacia lo político, en la medida en que el contexto en el que se libra la controversia se halle atravesado por la movilización combativa y masiva de los obreros y trabajadores en general. La idea es que aquellos sectores de movimiento social que vean defraudadas sus aspiraciones de acceder a los libros de las empresas, de controlar qué y cómo se produce, a quién se le vende y, en suma, de participar en los dividendos anuales que deja el negocio patronal, tomarán nota, entonces, de que el problema es más de fondo: es el de la propiedad de la empresa, el de la propiedad privada de los emprendimientos fabriles, agropecuarios y financieros; y que allí, entonces, hay que dirigir la mirada. Las consignas de transición habrán logrado su cometido. Son de transición porque permiten al conjunto mayoritario del movimiento social transitar de un estado de conciencia a otro; posibilitan una mirada no ya sobre cómo administra el patrón sino otra que los interpela acerca de la legitimidad de la apropiación privada del producto producido socialmente, es decir, producido en el colectivo, en la fábrica.

De este modo, toda lucha social que responda a los parámetros recién descriptos teóricamente será tironeada en forma enérgica por sus conducciones hacia lecturas que las vinculen con el problema del poder político.

Ninguna de las notas características del paisaje social que acabamos de describir existe hoy en nuestra realidad argentina. La exigencia de participación obrera en las ganancias de las empresas vía la ley Recalde está cumpliendo, objetivamente, la función de insumo cegetista en su interna con el gobierno utilizando a los trabajadores como masa de maniobra en ese conflicto intestino.

Y aun si se sancionara dicha ley, las formas de participación en las ganancias que contempla la normativa (reparto de un porcentaje a fin de año; compra de acciones por parte de los trabajadores, etc.), ello constriñe una reivindicación justísima de por sí dentro de los marcos de la demanda sindical normal y habitual y la despoja de su verdadero valor, que es el contenido político que debería tener, el cual, hemos visto, depende de cuán fuerte o cuán lábil sea el vínculo de tal exigencia con el problema de la propiedad privada de las empresas y del poder político del país.

Por lo demás, si uno de los problemas centrales que afrontará en esta segunda etapa el gobierno de Cristina es el de la falta de inversión, no parece tal participación obrera en las ganancias de las empresas un anzuelo apetecible que atraiga a los dueños del capital a un país que les pide que inviertan pero que no aspiren a ganar lo que ellos quieren ganar. En este anillo de hierro cerrado con cadena y candado, se mueve Cristina de aquí en más en el marco del modelo nacional y popular. Y romper el anillo es romper el modelo, lo cual no está, al parecer, en la naturaleza de las cosas.

En cuanto a la sustitución de la ley de entidades financieras, producto genuinamente cavallista y dictatorial, por una ley de “servicios” financieros, ello parecería apuntar a una profundización posible del modelo en curso, pues pretende dinamizar la función crediticia de los bancos y, con ello, favorecer la producción, especialmente vía pymes, con el consiguiente efecto benéfico sobre el empleo.

En este sentido, las causas de la crisis mundial parecen vincularse al estancamiento de la economía real y aquí se marcha (y con la ley Heller se aceleraría esa marcha) en sentido contrario. Esta ley sería parte, entonces, de una estrategia eficaz de profundización y consolidación del modelo productivo.

Pero, por otra parte, esta ley profundizaría la misma lógica de transferencia de riqueza de los sectores con más poder económico hacia los que menos disponen de ese poder. De rebote, ello dinamiza la demanda y, sin inversión y, por ende, sin oferta de bienes y servicios, la inflación seguirá su curso ascendente. Otro anillo de hierro para romper. Una compensación que la propia dinámica de la norma haría jugar reside en que si realmente la pequeñas y medianas empresas se ven favorecidas ello traerá como consecuencia un aumento de la inversión, de la producción y del empleo. La demanda podrá ser atendida sin que los precios se disparen.

Y el impuesto a las transacciones especulativas, en fin, completa el panorama favorable al modelo y, por ende, a los trabajadores.

***

Ya acercándonos al final de este respetuoso intento de prognosis acerca de las asechanzas, desafíos, peligros y límites que este gobierno deberá enfrentar probablemente en los próximos años –gobierno que, por otra parte, viene siendo votado regularmente por quien esto escribe desde 2003 en adelante-, entramos al capítulo internacional. Fracasó el ALCA en Mar del Plata en 2005 y éste será un activo incorporado para siempre al acervo político y moral de Néstor Kirchner. Palestina, su pueblo y su lucha recibieron un contundente apoyo de la presidenta Cristina Fernández en la última Asamblea de la ONU. Redobla la Argentina sus intentos de enjuiciar a los iraníes por el atentado a la AMIA, ello en sintonía precisa con los intereses de los EE.UU.

Obama no pudo ignorar la contundencia del triunfo electoral del 23 de octubre y pidió una entrevista con la Presidenta. La contrariedad de Morales Solá, de Pagni y de Clarín por este hecho es mera anécdota; lo sustantivo es el temario. Veamos.

Guantánamo le concierne a toda la humanidad porque allí se tortura; la intervención violatoria de las soberanías nacionales que practica la OTAN es, también, un problema que nos concierne como Estado parte de la comunidad internacional; los intentos de desestabilización que la USAID y agencias similares de los EE.UU. practican contra gobiernos elegidos por sus electorados en elecciones limpias e inobjetables (Bolivia, Ecuador y Venezuela); las arbitrariedades procesales insólitas que debieron soportar los cinco antiterroristas presos y torturados en EE.UU. y sus condenas de por vida sin que haya hecho alguno que lo justifique; el doble estándar ético y político que practican los EE.UU. al infiltrar agentes de la DEA en Bolivia para combatir –según los EE.UU.- el terrorismo y el narcotráfico y no para –según siguen diciendo los EE.UU.- desestabilizar al gobierno boliviano; cuando, simultáneamente, ese es el argumento de Cuba para defender a sus cinco antiterroristas pero EE.UU. desatiende tal argumento; el bloqueo a la isla socialista repudiado hace más de veinte años por la totalidad de los países miembros de la ONU con la sola excepción de EE.UU. e Israel; la ocupación colonial de Malvinas que sigue concretando a través del tiempo su aliado incondicional, Gran Bretaña; los reclamos de libre comercio a Latinoamérica cuando los mismos EE.UU. subsidian a sus productores agrícolas en perjuicio de nuestra producción local; los crímenes contra poblaciones civiles enteras que practica la OTAN y que configuran delitos de lesa humanidad sancionados por el Estatuto de la Corte Penal Internacional; la injerencia indebida del Banco Mundial -que presiden los EE.UU.- en los asuntos internos de Argentina y de otros países a pesar del daño que provocaron en nuestro país y en el continente sus políticas; la imprescindible democratización de la Naciones Unidas, en concreto, de su Consejo de Seguridad.

Para lograr al menos una parte de estos planteos el modelo requiere de ideología y de principios. El modelo enraíza, cultural e ideológicamente, en el peronismo. Sería deseable que el kirchnerismo fuera, como dice La Cámpora, una fase superior de las transformaciones del primer peronismo. Si así fuera, contaría con esa ideología, lejos de pragmatismos espurios y reprobables desde el punto de vista ético.

Tomamos nota de que la derecha ha visto con buenos ojos lo que esa misma derecha, aquí, en la Argentina, llama “restauración del vínculo con los EE.UU, y ruptura del aislamiento”.

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Señalábamos más arriba tres políticas proclives a orientar el proceso social general hacia la profundización y consolidación de las conquistas obtenidas. Lo actuado en el plano cultural en los capítulos que hacen a lo inclusivo respecto de las minorías; el juzgamiento a los genocidas y la democratización de la palabra y de los mensajes. Pero no parece suficiente. Un eventual gobierno de la derecha, en un hipotético futuro argentino, podría todavía manipular la normativa referida a los medios para desvirtuar a esta política estratégica y despojarla de su virtualidad educativa, instructiva y concientizadora.

Y habría una consecuencia estratégica fundamental y de valor histórico evidente a incorporar como activo propio del modelo. En prieto resumen ya que lo hemos escrito antes, diremos que el período que va de 1975 (Celestino Rodrigo) a 2003 (Néstor Kirchner) tuvo como una de sus notas sobresalientes el reducir a la invisibilidad al sujeto histórico de los cambios sociales, esto es, a los trabajadores. En efecto, en el lapso mencionado se vivió el exterminio físico de la fuerza laboral mediante el terrorismo de Estado y luego esta tarea fue llevada a su cima por el neoliberalismo menemoaliancista cuya principal secuela fue la destrucción del aparato productivo y la expulsión hacia el margen de masas enteras de trabajadores. El proletariado urbano y rural desapareció como clase.

Las políticas heterodoxas que dieron sustancia al actual modelo repusieron a la clase obrera como actor sustantivo en el contencioso político y social que se libraba en la Argentina. Kirchner, así, desmintió aquello de “el fin del trabajo” (Jeremy Rifkin) y el apresurado dictamen de aquel japonés que parecía no conocer la duda al punto de haber afirmado que la historia misma de la humanidad había finalizado (Francis Fukuyama). Esto, es decir, la vuelta al escenario de la “asamblea en puerta de fábrica”, tampoco tiene retorno. Al menos no lo tiene sin alto costo político.

El punto reside en saber cuándo un proceso ha superado su “horizonte de suceso”[2], es decir, el límite que torna imposible la vuelta atrás de las conquistas.

Una nueva política minera y la nacionalización de los ferrocarriles y del petróleo y derivados no parecen ser la solución, aun cuando sean políticas de fondo aún pendientes. Pareciera, más bien, que la restauración conservadora se evitaría atacando en profundidad la estructura capitalista que rige en la Argentina en lo económico, en lo político y en lo cultural. El problema que se presenta es que esta estocada en profundidad a la estructura de dominación tiene nombre y apellido. Son políticas públicas que deben dirigirse al corazón del poder de clase de los sectores del privilegio, es decir, de la clase burguesa que es dueña de la tierra, de las empresas, de los bancos y de los medios de comunicación. Se trata de su propiedad o de la propiedad del pueblo.

La orgánica política que posibilite estos avances históricos está, por ahora, ausente y nadie parece comprender su necesidad ni, va de suyo, la necesidad de proceder a una reformulación de la propiedad de los medios de producción en nuestro país.

Hemos llegado a un punto en que podemos decir, como Hegel, que “Dios no sería Dios sin el mundo”. Rechaza, así, el maestro de Jena, toda trascendencia, toda existencia divina. Lo que existe en el origen es la Idea absoluta, el pensamiento puro, que se piensa a sí mismo y, al hacerlo, se despliega en automovimiento perpetuo. Esta Idea-origen es estudiada en abstracto en la Lógica hegeliana; es estudiada en tanto se realiza en el universo en la Filosofía de la Naturaleza; y es estudiada como actividad y pensamiento subjetivo de cada hombre en la Filosofía del espíritu.

El símil nos sirve para columbrar que el modelo nacional y popular podrá y deberá desplegarse en el tiempo y en el espacio y que en este automovimiento constante podrá estancarse o seguir, pero seguir es profundizar su identidad como modelo y la paradoja estriba en que si hace esto se niega a sí mismo como modelo, es decir, la profundización del modelo implica su disolución como tal modelo para devenir otra cosa que, al tiempo que recupera lo esencial de aquel lo incluye y lo supera en una síntesis superior.

El punto es saber si el kirchnerismo puede y/o quiere marchar hacia su encuentro definitivo con la historia.

Juan Chaneton



NOTAS :

[1] Ver Documentos de la resistencia peronista; recopilación de Roberto Baschetti, Puntosur Editores, Bs. As., 1988, p. 387. En la Carta a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), Perón le decía a la fracción guerrillera urbana: “…el momento es para la lucha, no para la dialéctica política, porque la dictadura que azota a la patria no ha de ceder en su violencia sino ante otra violencia mayor…”.

[2] Horizonte de suceso. Concepto tomado de la física y aplicado analógicamente al análisis político. En física es el límite que marca el interior y el exterior de un agujero negro, de modo que cualquier cuerpo que se acerque a ese horizonte de suceso, si lo traspasa, ya será “tragado” irremediablemente por el agujero negro.

Publicado en :

http://www.nos-comunicamos.com.ar/content/hegelmarx-y-cristina


ACLARACIÓN DE MIRANDO HACIA ADENTRO :

La versión del trabajo de Juan Chaneton publicada en "Mirando hacia adentro" difiere levemente de la publicación original en "Nos Comunicamos" debido a que, a pedido del autor (con el que nos comunicamos vía mail) se hicieron dos pequeñas correcciones al comienzo y al final del texto.

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