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viernes, 3 de abril de 2020

De la pandemia como conspiración, por Juan Chaneton



por Juan Chaneton
jchaneton022@gmail.com

Las hipótesis conspirativas nunca se pueden probar pero suelen tener el gancho de un relato de Conan Doyle, aquel que fue a Sherlock Holmes lo que Quino a Mafalda. Veamos.
Eliminar a las personas homosexuales con el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida y a las personas  antisistémicas con el coronavirus, fingen ser dos etapas en el hermoso viaje de la humanidad hacia el encuentro con su propia historia, cita que se concretará, si no ocurre nada importante antes, cuando haya colapsado el capitalismo. 
Fracasó aquel presunto designio, pues la "peste rosa" se les metió por orificios impensados incluso a los hetero y por obra de conductas no necesariamente vinculadas al sexo; y encima aparecieron los antirretrovirales, que no curan pero cronifican y modulan el déficit de linfocitos CD4, lo que es lo mismo que decir que alguien con HIV puede vivir el mismo o más tiempo que los sanos de cuerpo, pues de la salud espiritual de algunos sanos de cuerpo mejor ni hablar. 
En cuanto al coronavirus, es del caso advertirles a los que quieren pincharle la goma al tren de la historia que ya perdieron, antes de empezar. Han querido, tal vez  -esto es una versión conspiracionista de elaboración propia-  aplicar una terapéutica preventiva: obligar a la protesta social a abandonar sine die el espacio público, lo cual, se supone,  sólo puede perjudicar a los pueblos y favorecer a los enemigos de esos pueblos, pues se desbarataría, de ese modo, la única herramienta eficaz con que cuentan esos pueblos para diseñar políticas de poder alternativas al poder de sus enemigos. Pero no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, no hay tiento que no se corte ni alambre que no se gaste, lo juro por la hidroxicloroquina. Las pestes, como el amor eterno, siempre tienen fecha de vencimiento.
Otra variante de la conspiración  conjetura que la pandemia podría ser el efecto buscado por el poder global en las sombras como "ensayo general" orientado a auscultar reacciones de masas para ir testeando qué hacer cuando la desobediencia civil se generalice a todo el mundo y la gobernabilidad ingrese en estado de turbulencia inmanejable. Sería  -creo yo- un proyecto operante dentro del paradigma de la así llamada  "Iniciativa de Investigación  Minerva", que el departamento de Defensa de los EE.UU. (Pentágono) junto con varias universidades, comenzó a financiar y desarrollar luego de la crisis del 2008. Aquel modelo empírico tomaba como trabajo de campo al mundo bajo el cambio climático; éste estaría auscultando lo que pasa cuando la sociedad global se ve expuesta a otro tipo de amenaza, en este caso, una pandemia.
El efluvio secretista viene mejor o peor vestido en función de la imaginación literaria de que hace gala quien lo profiere. Como siempre en estos casos, lo que falta son pruebas. Las conspiraciones son muy difíciles de probar, aunque en la historia ha existido más de una. En rigor y si bien se mira, la política siempre es rosca y la rosca es la forma light de la conspiración.
La vida interior de algunos, por no decir de muchos, se limita a tener hambre o sueño. Estos son los que están en problemas a la hora de respetar la cuarentena. La play station  -que ha reemplazado al "Estanciero" de antaño pero que aburre igual si se juega mucho tiempo-  los pone  -al límite-  en sinergia con el tedio. Entonces, los encuarentenados a la fuerza salen al balcón y aplauden. Luego bailan, siempre en el balcón; ponen el Himno a todo culo en un equipo de ocasión. Van al súper. Vuelven. Cenan. Se miran, copulan y se duermen. Y así. Todos han devenido, un poco, Antoine Roquentin, aquel personaje de "La Náusea", manifiesto, en clave literaria, de la filosofía existencial de la posguerra. La que conspira, aquí, es la propia pandemia. Conspira contra la salud física y psíquica de sus potenciales víctimas. 
A todo esto, cierto mundillo, en el mundo, sigue andando. Julian Assange, en Londres, y Amado Boudou, en Buenos Aires, deben ser dejados en libertad. No sólo porque son inocentes de los delitos que se les ha imputado sino porque si dos inocentes contraen el coronavirus en ocasión de haber estado purgando prisión por delitos que no cometieron, ello aporta más deslegitimación a los disciplinamientos que intentan en el mundo los que tienen la cola sucia y la conciencia en no mejor estado de higiene.
Julian Assange se anticipó a denunciar la guerra imperial en Afganistán, Irak y Libia. Y es ese mismo sistema imperial  -que ha destruido los sistemas de salud en el mundo y que deja a los pueblos indefensos frente a la pandemia-  el que pretende dictar si es legal y moral lo hecho por Assange. Y el hecho es que lo hecho por Assange es moral y legítimo y que ni Estados Unidos ni Inglaterra están en el mejor lugar ético para enjuiciarlo. Trump derogó el Obamacare y ahora está desnudo y a los gritos. Boris Johnson dijo, en campaña, que Jeremy Corbyn (el líder laborista que, en sintonía con el estadounidense Bernie Sanders, reclamaba presupuesto para salud y educación) tenía un programa "del pasado". Y ahora el futuro les ha llegado a los dos, a Trump y a Johnson. A sus pueblos, en realidad, que son los que empiezan a sufrir.
Por su parte, Amado Boudou siempre dijo que había que citar a comparecer a personas que el juez nunca quiso citar. Agregó que él no tenía facultades ni firma ni en la AFIP, ni en el BCRA, ni en la Casa de la Moneda. Y abundó en que su acusador, Vandenbroele  -a quien él no conocía-  era un trucho funcional al designio del juez Bonadío de tenerlo preso como parte de la munición por elevación que tenía como blanco a Cristina. Los hechos, en plena pandemia y aun desde antes de la pandemia, le dan la razón. Por eso, el ex vicepresidente de la Nación debería estar en libertad o, al menos, con prisión domiciliaria, tal como lo han solicitado los doctores Alejandro Rúa y Graciana Peñafort, sus abogados defensores.
Y la conspiración se renueva y se reinventa. En Wuhan, la capital de la provincia de Hubei en el centro de China, empezó la pandemia. Pero, ¿quién la trajo hasta allí? Porque la versión conspirativa  (y también el  portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China,  Zhao Lijian)  dizque tropas de los Estados Unidos  -que vinieron a participar en unos juegos militares internacionales-  son las que luego dieron positivo de Covid, ya de regreso en su casa. Y esos juegos tuvieron lugar allí, en los suburbios de Wuhan. Creer o reventar.
Y otra conspiración en cierne insinúa sus temibles perfiles. Espías cubanos, disfrazados de médicos, ofrecen a la Argentina, vaya uno a saber en pos de qué protervos designios, ese recombinante que usó la propia China para detener la muerte: Interferón Alfa 2B, que así se llama el medicamento. Una oportuna felicidad, en medio de tanta angustia, nos ha deparado Laura Alonso denunciando la conspiración cubana en marcha. Laura Alonso aún está en libertad, ciertamente.
Hace poco le tuiteamos al presidente Alberto Fernández. Le decíamos, en 280 caracteres, lo siguiente, palabras más o menos: Menos mal que la pandemia nos agarró con un gobierno social-bienestarista y no con uno "inspirado" en la ideología del mercado y el "déficit fiscal". Da escalofríos de sólo pensar qué estaría pasando en el país con Macri al frente asesorado por Dujovne, el Toto Caputo y Mario Negri. ¡Aguante Alberto...!, que aquí estamos, disciplinados y tratando de pensar, que no es para cualquiera esto último, pero sepa el Presidente que somos muchos más los que ponemos el hombro que los imbéciles que van y vienen, que "surfean" o que se fueron porque había ganado AF y ahora, con los fundillos mojados, le lagrimean  a AF para que los traiga de vuelta. Eso tuiteamos.
También escribimos, hace poco, en algún lado, que en las razones del suicida siempre está involucrado el que no se suicida, porque está involucrada la sociedad. Hubo quien no estuvo de acuerdo con ese dictamen. Daniela Trezzi se acaba de suicidar en Italia. Daniela Trezzi, la de unos ojazos que miran de profundis encima del barbijo, enfermera del hospital San Gerardo de Monza, en la afueras de Milán, se había contagiado  y no quería contagiar a nadie más. Tal vez merezca la santidad. Arriesgarse al contagio por ayudar a otros, vaya y pase; pero suicidarse para no contagiar ... no hay santo en la iglesia cristiana que pueda emular eso. ¿Está involucrada la sociedad en ese suicidio? ¿Lo está en el dolor que habrá experimentado Daniela? ¿Estamos involucrados nosotros, aquí, en la Argentina? ¿Doblan las campanas de John Donne por esa muerte...?
No sólo en clave de conspiración, entonces,  se teje y se desteje la trama de lo que está ocurriendo, es también el dolor lo que aparece por detrás o por debajo de la trama. Y ojalá ya nunca más seamos los mismos. Inmóviles parejas, en un parque de México o en un jardín asiático, bajo estrellas distintas, diarias eucaristías, o algo así decía, ayer, Octavio Paz. Hermanado por la amenaza común, el ser humano parece hallarse en proceso de galvanizar la voluntad de vivir galvanizando la solidaridad, y eso es bueno.


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