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lunes, 5 de mayo de 2014

Humanizar a Juan Domingo Perón, por Hernán Brienza (para "Tiempo Argentino" del 04-05-14)

Después de 40 años, el revisionismo también debe animarse al histórico desencuentro entre el General y Montoneros en la Plaza.





Para aquellos que aman la historia reciente de nuestro país, esta semana se produjo uno de esos hechos que siempre alimentan la revisión constante de nuestro pasado. En Página 12, Horacio Verbitsky realizó una lúcida nota sobre los acontecimientos que habían ocurrido hace exactamente 40 años, el Primero de Mayo de 1974, en la Plaza de Mayo, cuando el conductor  del Movimiento Justicialista,  Juan Domingo Perón, y la Organización Montoneros, sellaron su desencuentro final, rubricado, sobre todo, por la muerte del líder apenas dos meses después. Mucha agua y mucha sangre corrió bajo el puente de las operaciones políticas sobre ese episodio. Desde las operaciones políticas de la derecha peronista que, amparada en el latiguillo "Perón echó a los Montoneros de la Plaza", realizaron cualquier tipo de tropelías políticas, morales y discursivas, sin olvidar tampoco el autocomplaciente "Perón no nos echó, nosotros decidimos irnos", se han tejido todo tipo de mitos respecto de ese "desencuentro" trágico y final.
La nota de Verbitsky, entonces, es una buena noticia porque ampara a muchos que desde hace más de una década hemos venido intentando revisitar los tópicos y lugares comunes de esa historia. Hasta ahora, los grandes lineamientos de lectura habían sido dos: la visión del Perón infalible, que combate a los "zurdos" y hace tronar el escarmiento contra los infiltrados y, por consiguiente, condena a Montoneros al Hades de la historia, o la visión de los "muchachitos heroicos" que ante la "traición" desembozada de su líder, decidieron enfrentarlo desde el lugar de la "pureza revolucionaria". 
"Nadie estuvo a la altura de la responsabilidad histórica ni de sus propios antecedentes y todos contribuyeron a la tragedia –escribe el autor de Ezeiza y Robo para la Corona, entre tantos libros–. Ya viejo y enfermo, Perón no pudo controlar las fuerzas que había desatado en los años previos y en vez de apaciguar el conflicto lo incentivó. Tal vez por la cristalización ideologista de su pensamiento, en parte por su largo alejamiento del país, no supo calibrar el efecto de su brusco giro sobre una fuerza donde los más grandes no pasaban de los treinta años y se atragantaban con textos incomprensibles. Desde España estimuló aún sus operaciones más discutibles, pero cuando esa lucha culminó con su retorno triunfal la enfrentó con acritud. Quienes entonces formábamos parte de Montoneros podemos reivindicar el heroísmo y las convicciones en el empeño contra la dictadura y por una sociedad menos despiadada con los débiles, pero no defender la contestación precipitada que dimos al cambio de discurso y práctica de Perón. Esa respuesta fue al mismo tiempo prepotente e ingenua  (…) Ante la insultante respuesta presidencial los militantes dieron media vuelta y emprendieron la retirada, mientras sus desorientados responsables trataban de contenerlos. Nada revela mejor la falta de conducción, la ausencia de análisis sobre las consecuencias de los propios actos. Los dirigentes de ese sector ni siquiera fueron capaces de prever que a Perón le quedaban sólo dos meses de vida y que aunque más no fuera por eso era aconsejable la prudencia. Por muchos que fueran (y eran muchísimos) sólo representaban al activismo, que demasiado a menudo se confunde con el pueblo." 
Es más que interesante el análisis de Verbitsky, claro está, y sobre todo porque permite volver a administrar las piezas del tablero. Hace unos años, relaté en este mismo diario el encuentro secreto  que en el invierno europeo de 1973 –verano porteño–, Perón mantuvo con la cúpula de Montoneros. En ese cónclave, el viejo líder le ofreció a la "juventud guerrera" el Ministerio de Bienestar Social para continuar el trabajo iniciado por Eva Perón en la Fundación que había llevado su nombre durante la primera experiencia peronista. En su esquema de poder, Perón había analizado varias cuestiones: 1) Debía comprometer a la juventud en el proceso democrático, 2) El espacio de las políticas sociales podía ser acorde al ímpetu "revolucionario" de la muchachada, y 3) Era necesario formar a la juventud en el manejo de la cosa pública para afrontar la inevitable renovación de cuadros y el trasvasamiento generacional que, según él creía, se avecinaba. 
En esa reunión, los máximos dirigentes de Montoneros le contestaron negativamente a la propuesta de Perón y quizás, hoy es fácil decirlo, cometieron uno de sus principales errores políticos. Ellos le dijeron al viejo general que no querían comprometerse con un Estado capitalista sino que querían transformarlo, revolucionarlo, socializarlo. Perón comenzó a enterarse de qué iba la cosa y unas semanas más tarde, decidió darle el ministerio a un personaje menor como José López Rega, que desde ese lugar comenzó a construir un poder que se acrecentó día a día.
Sin dudas, esa reunión es el primer antecedente del desencuentro entre Perón y Montoneros y, seguramente, ese no rotundo volvería a sonar una y otra vez en la cabeza del conductor del Movimiento. Ezeiza, claramente, fue el segundo capítulo de ese drama. Mucho se ha dicho sobre la masacre de ese 20 de junio de 1973. Pero nadie ha dicho que la principal víctima de operación política fue el propio Perón. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que, después de estar 18 años ausente de su patria, un líder político puede regalar la apoteótica imagen de ser recibido por tres millones de personas para llevar adelante una jugarreta interna? Es impensable, excepto que el fanatismo nuble la razón de quien se anima a sugerir esa hipótesis. 
El tercer punto en cuestión es el asesinato de José Ignacio Rucci. Atribuido a una facción no peronista de Montoneros para marcarle la cancha a su propia conducción, ese crimen –tal como lo califiqué en una nota del diario Crítica de 2008– es una de las aberraciones más grandes de la historia política de aquellos años. "Cortarle las piernas" a Perón, como el propio líder lo describió, fue apuntar también contra el célebre Pacto Social que estaba dando buenos resultados hacia ese cuarto trimestre de ese convulsionado año 1973.
Al primero de mayo de 1974, Perón y Montoneros llegan con las relaciones fracturadas. Desde la plaza, los militantes de la "orga" insultan a Estela Martínez, al "Brujo" José López Rega, al propio Perón lo tratan de cornudo, cuestionan el Pacto Social y la formación del Gabinete de ministros. Perón, enojado, estalla y los acusa de "estúpidos" e "imberbes". Las palabras de Perón son de una precisión quirúrgica. No los trata de traidores e infiltrados –aunque utiliza unos párrafos después esos términos– sino de inexpertos, de ser poco inteligentes. Y, quizás hoy, sea pertinente decir que es posible que Perón tuviera razón en esa categorización. No parece haber sido el razonado análisis de la correlación de fuerzas lo que llevó a los líderes de Montoneros al enfrentamiento con el General sino la desatada soberbia de la inexperiencia política.
Prueba de que Perón no rompió con Montoneros ni los echó de Plaza de Mayo es el relato, contado por el propio Oscar Alende, de lo que sucedió cuando el presidente volvió del balcón. El bisonte se le acerca y le reprocha: "Pero, General, ¿qué pasó con la juventud? Se le fue la mano." Perón lo mira y le responde: "Bueno, de vez en cuando hay que darles un tirón de orejas a los jóvenes, pero no es nada."  Y lo mira a López Rega y le dice: "Ojo con tocar a los muchachos. No quiero que ocurra absolutamente nada y usted es el responsable." De inmediato, cita a Carlos "El Chango" Funes y le ordena que organice una reunión con la cúpula de Montoneros. Me consta, por entrevistas personales, que esa reunión estaba pactada para el 1 de julio. Como se sabe, esa reunión no pudo realizarse por la muerte del mismo General.
Una acertada mirada sobre los sucesos de 1974 nos debe ayudar, también, a mirar el presente. Los errores cometidos por la izquierda peronista –el sectarismo, el encapsulamiento, el alejamiento del sentido común de las mayorías– tienen que alumbrar hoy cualquier tipo de lecturas sobre el presente. Y, además, permite hacer una crítica a la izquierda peronista y mirar con una mayor comprensión del "Perón que regresa" sin ser atacado ni acusado de fascista por muchos de quienes vivieron esa época.
Por último, me gustaría proponer un juego imposible y digno de un "imberbe" como quien escribe: ¿Qué pensarían hoy los sectores no peronistas del kirchnerismo si, supongamos, una facción de un sindicato que corre por izquierda al gobierno asesinara a la mano derecha de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Qué pasaría si en una manifestación esos mismos sectores, con gorritas verdes, imaginemos, se dedican a insultar la memoria de Néstor Kirchner e insultan permanentemente a la presidenta disputándole la conducción del actual momento histórico? La extrapolación no tiene sentido, claro. Y no es más que un juego perverso. Pero sirve para comprender un poco más el lugar de Perón en aquellos turbulentos años. Un Perón que tenía cerca de 80 años. Pensemos también en esa dimensión humana para juzgarlo. Ochenta años. Cualquiera que tiene un padre o un abuelo de esa edad sabe lo que eso significa. Imaginen a su padre o a su abuelo, con todas las falencias, deficiencias físicas, volitivas, emocionales, psicológicas y mentales, en el lugar de Perón. Una mirada humana sobre los protagonistas de la historia, también nos humaniza a nosotros como observadores. Y nos hace más "sabios" y más "prudentes", digo, por utilizar las palabras de Perón en aquel discurso del 1 de mayo de 1974.
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