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miércoles, 13 de febrero de 2013

Precios, inflación, plumíferos, periodistas y paritarias, por Roberto Páez González (para “Robertopaezgonzalez's Blog” del 11/02/2013)






Acuerdo de congelamiento de precios

Esta semana trajo en pleno verano el fresco del congelamiento de precios por dos meses. En primer lugar señalamos la mofa –prácticamente anticipada- de las “plumas” con que “vuelan” los periodistas de la oposición, que a veces publican en grandes medios internacionales, por ejemplo, Martín Caparrós con su columna, Pamplinas, aparecida en el diario español El País en la edición del último domingo. Descarga su escepticismo con sarcasmos. De entrada, descerrajó: “el congelamiento de precios tiene su tradición: ya falló muchas veces”. ¡Claro que no deja de ser cierto! Pero como se está refiriendo a Argentina, cabe preguntar al mismo tiempo ¿acaso el mercado no tiene su tradición y ya falló muchas veces?
Que la libertad del mercado no conduce a la estabilidad de los precios está probado en los hechos. En Argentina, todas las recetas liberales y neoliberales u ortodoxas fracasaron en mantener la estabilidad de precios, el empleo y el crecimiento.
Pero Caparrós solo es uno entre tantos de la legión de periodistas remunerados -algunos muy bien- que concurren en defensa de los idólicos caballitos de batalla de una presunta ciencia económica que en realidad no ha sido más que un interesado ejercicio de falsa erudición (al servicio de los que Stiglitz ha llamado el 1 % al referirse a los privilegiados que en Estados Unidos y en el mundo se benefician con el influjo de estas leyendas que funcionan como una religión).
Explotan cada oportunidad de creer y hacer creer en sus propias pamplinas, como cuando idolarizan el problema número uno de algunos argentinos y recorren cuevas y arbolitos para hacerse de puñados de dólares, tornándose guturales y fascistoides para patotear en el rincón de un barco a un joven padre con pequeños hijos; por supuesto: nada menos que el viceministro Kicillof, pero la jerarquía del acosado no enaltece a esa patota violenta de broncos turistas contreras.
La cháchara de Caparrós que evocábamos forma parte de la orquesta que funciona a pleno en los medios hegemónicos del país y del extranjero. Incluso sin necesidad de su nota, El País destaca incansablemente todo lo que puede criticar de Argentina, ya basado en la realidad, ya en la fantasía de sus periodistas y corresponsales, ya contando con la comprensión anticipada de lectores educados para creer a pie juntillas cuando les rezan los padrenuestros y avemarías de la economía neoliberal.
Lo cierto es que cualquiera puede verificar que en Argentina existe una extraordinaria dispersión de precios, lo que no contribuye a orientar a los compradores potenciales para que puedan decidir dónde y a qué precios hacer sus compras.
El congelamiento puede ayudar a los consumidores a distinguir sus conveniencias en la variedad de precios de artículos similares y a decidir; un movimiento que tal vez requiera más tiempo que el previsto para llegar a ser eficaz.
Al respecto cobra sentido que Guillermo Moreno haya planteado una condición de no poner avisos aunque a Caparrós le resulte risible que la subsecretaria de Defensa del Consumidor, Pimpi Colombo, dijera: “¿para qué van a publicitar el mismo precio, que debe mantenerse por sesenta días, todos los fines de semana?”.
No deja de ser llamativo que Caparrós cuenta: “… ahora el Grupo Clarín protesta y clama que ‘la orden del secretario Guillermo Moreno constituye un flagrante caso de censura previa, prohibido por el artículo 14 de la Constitución’, etcétera y etcétera y un etcétera más. Pero el Grupo Clarín solía hacer lo mismo. Se conocen varios casos en que ejerció todo tipo de presiones sobre esos mismos grandes anunciantes para que no publicaran esos mismos avisos en otros diarios: diario Perfil, diario Crítica, y siguen firmas. Lo hacían –igual que el gobierno– para tratar de hundir a esos diarios que les competían. Eran los tiempos en que la libertad de expresión les importaba menos que cuidar el negocio. O que proclamarla no era la forma de cuidar el negocio”.
Pero hay una gran diferencia, porque lo que el gobierno se propone no es “hundir a esos… que les competían”, sino congelar los precios, limitar su dispersión, tratar de evitar así -entre otros instrumentos- que haya un auge inflacionario, entonces ¿cual es la libertad atacada? Y sí, podemos contestar a esta pregunta: se trata de atacar la libertad de poner precios arbitrariamente, algo que el mercado solo no resuelve. Ni siquiera consideran si nuestros países tienen inflación importada, con dificultades para el aprovisionamiento energético (Argentina) o de alimentos (Venezuela), sino que simplemente echan a volar las campanas tañendo el miedo, sin interesarse por la veracidad del diagnóstico y estimulando los mecanismos de la inflación por expectativas, ya que pueden incentivar la incertidumbre y existen rotuladoras suficientes para remarcar los precios.

Versus la patraña

Cualquiera sabe que es difícil sostener en el tiempo los sistemas de control de precios: a medida que se estiran los plazos tienden a surgir porosidades, posibles rodeos, etc. Por eso es preferible concebirlos para un contexto temporal limitado y articulados con otras medidas e iniciativas de política económica. Lo que no dudamos será el caso este año.
Sin embargo la experiencia argentina reconoce aplicaciones bastante exitosas en el pasado. En los años cincuenta, Perón estableció precios máximos y la inflación disminuyó ostensiblemente en los años 1952/1954, bajando aproximadamente del 38% al 3,8%, con un PIB que pasó de una baja del 6 % en 1952 a un aumento del 5,4 % en 1953, recuerda Artemio López. [1]
De paso también señala López en la misma nota que fue en 1954 y en 1974 cuando la participación de los asalariados en el Producto fue mayor. Y que el Pacto Social de 1973 acarreó una caída de la inflación del 100 % al 30 %.
Además de muchas cosas útiles e interesantes que López agrega, subraya que “en los inicios del año 2006, con el sistema de controles de precios funcionando, la inversión de la curva histórica de impacto de la inflación desagregada por quintiles de población (cada una de las cinco partes en que se divide la sociedad) resultó una nota destacada de la política económica tras la partida del entonces proto candidato del radicalismo, conocido como ‘El Pálido Lavagna’- Néstor dixit”.
Néstor Kirchner, señala López, consiguió -acuerdo de precios mediante- que el índice inflacionario de 2006 bajara al 9,8% anual.

Venezuela. Sobre dólares y precios.

Diversos observadores esperaban una devaluación en Venezuela, desde fines de 2012, en vistas de disminuir el déficit fiscal y distender el mercado de divisas (por ejemplo, el Banco Barclays, según su informe). Estas fuentes estimaban el déficit fiscal en torno al 18 % del PIB, haciendo hincapié en el control gubernamental del tipo de cambio, el cual pasó ahora de 4,3 a 6,3 bolívares, un aumento del 46,5 %.
También estimaban la tasa de inflación en alrededor del 25 %.
Las mismas fuentes consideraban que la devaluación tendría lugar en el primer tramo de 2013 y adelantaban que el dólar pasaría de 4,3 a 6,3 bolívares (Barclays evaluaba que llegaría a 6,5). También, que la devaluación incrementaría en unos 17 mil millones de dólares los ingresos del Estado, aunque causando malestar en gran parte de la población.
Sin embargo, también se planteaban otras medidas posibles para aumentar la recaudación tributaria e incrementar la eficiencia de las empresas estatales. Está por verse qué más pasa, ahora que la devaluación llegó.
Y es necesario hacer unas comparaciones en la historia de este fenómeno monetario en Venezuela: entre febrero de 1983 y febrero de 1999 el precio de un dólar estadounidense pasó de 4,3 a 573,88 bolívares; o sea, un 13.346,05 %, con una devaluación promedio anual de 834,13 % en esos 16 años. Desde la Revolución Bolivariana pasó de 573,88 a 6.300,00 bolívares; vale decir una devaluación total de 1.097,79 % con un promedio anual del 78,41 % durante los últimos 14 años, según informaciones difundidas por Telesur. [2]
Es indiscutible que cuando la elevación del nivel general de los precios alcanza a estos guarismos, crea problemas. Pero la propaganda de los economistas ortodoxos canalizada y magnificada por la gran prensa global pretende hacer del asunto de la inflación el tema más relevante, cuando hay otros, como el empleo y la redistribución de los ingresos, que esa misma prensa y esos economistas neoliberales hacen todo lo posible para que no se consideren los más importantes.
La inflación, para éstos, es tan fundamental que se lo pasan poniendo el grito en el cielo porque perjudica a los tenedores de obligaciones y otros instrumentos financieros, pero no es un problema en sí, sino que está en relación con otros problemas económicos en nuestras sociedades que lo que se proponen es mejorar la justicia social.

Hacia el segundo trimestre de 2013

La Presidenta supo sugerir el año pasado que se lograra dar racionalidad a la puja distributiva. Resulta evidente en todas las sociedades contemporáneas el forcejeo por la distribución del ingreso y no cabe taparse los ojos: se trata de un conflicto. Empero, no en todas las sociedades -ni permanentemente- ese tipo de conflictos se manifiesta de forma violenta. Existen márgenes para negociar condiciones, salvo cuando los grados de injusticia social se extremizan o cuando el conflicto político exacerba el conflicto social.
En un país que ha logrado desde 2003 el más largo período de crecimiento del PIB, creando 5 millones de puestos de trabajo, bajando el paro del 22 % a menos del 7 % y logrando mejoras de la redistribución del ingreso de acuerdo con lo que indica la evolución de los coeficientes de Gini durante el período kirchnerista resulta difícil explicarse el conflicto político por la insatisfacción social de la mayoría como lo ha corroborado el 54,11 % de los votos que ratificaron a CFK.

Paritarias

Si hay puja distributiva poco racional se debe al miedo acumulado de una sociedad duraderamente castigada por los fenómenos inflacionarios durante los gobiernos de obediencia neoliberal, también al miedo que inoculan el staff de economistas genios que dicen siempre lo mismo y los sermones del FMI (al que no le debemos más nada), a la persistencia de mecanismos oligopólicos en la formación de precios y a la instrumentación de dirigentes sindicales que se prestan para desorbitar la maniobra de la reclamación salarial azuzados y acompañados por los grandes medios, como Clarín, TN y la Nación.
En términos de puja distributiva, el período permitió avanzar en la recomposición salarial y por eso, pese al aumento de la inflación los salarios reales aumentaron, lo que se verifica aunque se utilicen otras estadísticas distintas de las del Indec, las del Banco Mundial, por ejemplo.
El sostenimiento y aun la mejora de la capacidad adquisitiva del salario no depende exclusivamente de una exitosa negociación sindical que aumente los salarios nominales porque los precios que tienen que pagar los asalariados se fijan fuera de esa negociación y por consiguiente estos incrementos salariales pueden inscribirse en falso en el funcionamiento real de la economía del país, la que no está aislada por otra parte de la economía internacional, en la que rigen formas de producción y comercio de las que no es posible desentenderse.
Ahora, las paritarias, van a tener -tienen- una palabra social que puede reflejar estas consideraciones, pero podemos sopesar que existen tentaciones destituyentes que quieren enancarse en las mismas y convertirlas en una palanca confrontativa. Tanto la exacerbación confrontativa como la desproporción de los reclamos pedalean para accionar la dínamo de la inflación.
Porque el sector empresario está en condiciones de tomar atajos vía precios para resarcise -seguramente con creces- y esperar cómodamente en la próxima estación la negociación siguiente.
Los asalariados no deben correr el riesgo de una negociación salarial que beneficie a camarillas o cúpulas o intereses destituyentes que gestionan altas exigencias porque ese camino conduce a un colapso de la capacidad reguladora del Estado que puede tornar inevitable un proceso devaluatorio.
El congelamiento de precios es un paso que da algo de tiempo para encontrar convergencias entre los actores normales de la puja distributiva, pero hay que contar con los actores entrometidos, como la corporación mediática, que hacen y harán lo imposible para utilizar estos conflictos en vistas de desgastar al gobierno.
La racionalidad de la puja distributiva requiere una concertación de los asalariados, los empleadores y el Estado a fin de que no se desarrolle una carrera anárquica de precios y salarios y en su lugar pueda haber una acumulación de fuerzas para profundizar los cambios sociales que se han venido operando con los gobiernos kirchneristas.
Por cierto, existen dirigencias sindicales que hacen oídos sordos, pero lo peor para los trabajadores en la actual multiplicación de centrales sindicales es la competencia por irse lo más rápido posible hacia el precipicio. Es de esperar, sin embargo, que la fragilidad de las representaciones dé una composición de lugar que ponga a salvo los intereses generales de los trabajadores que son mantener y acrecentar el nivel del empleo, defender y mejorar el salario real y gozar de un entorno de consumo al que acceder en pos de mejores bienes en cantidades suficientes.
El congelamiento de precios por dos meses no es muy pretencioso y acaso por eso sea realista y útil: propende a disminuir las expectativas de aumentos de precios y da pie a concertaciones en las paritarias.
La seriedad negociadora es la única solución. No hay tutía.


NOTAS:
1 Artemio López, El país donde los acuerdos de precios funcionan y el libremercado fracasa, Télam  -   11/02/2013   –  http://www.telam.com.ar/notas/201302/7334-el-pais-donde-los-acuerdos-de-precios-funcionan-y-el-libremercado-fracasa.html
2 Comparativa de políticas de ajuste cambiario en Venezuela entre 1983 y 2013 – https://twitter.com/teleSURtv/status/300586436254646272/photo/1


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