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martes, 9 de marzo de 2010

Identidades y modelos en el Bicentenario : ¿Argentina o Argentinas?, por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro")


Cuando hablamos del Bicentenario, resulta inevitable pensar en 1810 y 1910, fechas que marcan dos hitos (el comienzo y el centenario) de este proceso.
En 1810 , con la destitución del Virrey Cisneros, comienza un período largo y turbulento que va a llevar seis años después a proclamar la independencia, cuarenta y tres años después a promulgar una Constitución, setenta años después a lograr un gobierno estable que no utilice la violencia como principal recurso para lograr la obediencia, ciento dos años después a establecer un sistema electoral sin fraudes, ciento cuarenta y un años después a lograr el voto femenino,y ciento setenta y tres años después a lograr una sucesión ordenada y sin interrupciones armadas de gobiernos elegidos por el pueblo.

Sin embargo este proceso, largo y en algunas cuestiones inconcluso, tiene un hito en 1910 cuando la Argentina de principios del siglo XX celebró , con bombos y platillos, el Centenario. Y nosotros, Argentinos de principios del siglo XXI, no podemos evitar hacer comparaciones entre un proceso y el otro, ya que la Argentina de 1910 era un país muy distinto, casi podemos decir que era "otro país", y aquí es donde resulta interesante la comparación para ver que cambios se han producido, en uno u otro sentido.

La Argentina de 1910 era un país que , en opinión de su clase dirigente, había alcanzado el triunfo. Las bases intelectuales de este país se remitían a pensadores de las generaciones de 1837 y 1880, y a algunas obras fundacionales como el "Dogma Socialista" de Echeverría, las "Bases" de Alberdi o el "Facundo" de Sarmiento.
Y las bases eran muy concretas.

En lo cultural, Argentina se asumía como una extensión sudamericana de Europa. Los intelectuales del siglo XIX despreciaban profundamente los elementos culturales españoles e indígenas, y simplemente ignoraban las raíces africanas de mucha de la población. Su Norte cultural eran Inglaterra y Francia, de las que tomaban cultura e ideologías. La argamasa que usaron para construir este edificio era italiana y española, y los ladrillos eran criollos, pero para ellos el producto final debía ser anglofrancés. Este extraño edificio se construyó, y existió algunas décadas. Pero no era realmente un edificio ; sólo lograron una fachada, una escenografía frágil y artificial que sería barrida por las tormentas políticas y económicas del siglo XX.

En lo político el modelo también era claro, ya que una serie de mecanismos de fraude y cooptación garantizaban que el control del sistema político quedara en manos de una pequeña elite de una creciente prosperidad, manteniendo alejados a los sectores populares, tanto a los criollos como a aquellos de origen inmigratorio.

En lo económico, el modelo también era consistente : Argentina debía integrarse económicamente al Imperio Británico, exportando materias primas agrícolas e importando capital , tecnología, mano de obra y productos industriales.

Así se delineó un modelo, la Argentina del Centenario : un Estado liberal oligárquico integrado al Imperio Británico en un rol de proveedor de materias primas. Y éste modelo tenía el consenso muy amplio en la clase dominante y en los intelectuales.

Por eso, la Argentina de 1910 era una Argentina que se asumía como triunfante. Que pensaba que había logrado sus objetivos. Y la fantástica prosperidad de su clase dominante agropecuaria, que superaba en poder económico a muchos sectores dominantes de países europeos, parecía la mejor muestra de la validez de esta idea.
Pero esta Argentina "exitosa" (pese a la pobreza de sus sectores populares) y "triunfante", se hallaba al borde del abismo, por una serie de causas internas y externas.

En lo político, el primitivo sistema de fraude electoral de fines del siglo XIX, inaceptable para la sociedad del siglo XX, fue cuestionado, militarmente por la UCR, e ideológicamente por intelectuales de la época. Finalmente, en 1912, dos años después del Centenario, se llegó a la Ley Sáenz Peña, acuerdo político entre conservadores y radicales que creaba un sistema electoral más justo y participativo. Y permitió la victoria de Yrigoyen en 1916. Y si bien la UCR no cuestionaba frontalmente todas las bases de la Argentina de 1910, se alejaba de ella en algunos puntos (incorporación de sectores medios, política petrolera) que alcanzaron para provocar grandes conflictos, el golpe de 1930, la proscripción de la UCR y el renacimiento del fraude en la Década Infame. El golpe final al sistema político de esta Argentina de 1910 lo da el peronismo, al incorporar masivamente al mismo a sectores que, por una u otra razón , habían quedado afuera (trabajadores, mujeres).

El abismo económico se abrió rápidamente con la Primera Guerra Mundial (1914-18). Los efectos directos de la misma fueron de corta duración y el modelo agroexporador se recuperó rápidamente, pero las consecuencias a mediano y largo plazo (emergencia creciente de EE.UU. como potencia hegemónica, crisis del '30, proteccionismo) jaquearon las bases del sistema al producirse el ascenso de una metrópoli que no precisaba de nuestros productos y se manejaba con otras prioridades. Mientras que para Inglaterra éramos un aliado importante en el fin del mundo, para Estados Unidos siempre fuimos una presencia molesta y zumbante, en el más alejado y misterioso rincón del Patio Trasero.
Una vez más fue el peronismo quien desbarató lo que quedaba del viejo sistema, al romper el agonizante vínculo con Inglaterra, dejar de poner eje en la agroexportación y utilizar (vía IAPI) los recursos agrarios para fines y prioridades muy ajenos a los intereses del campo (favoreciendo más a los sectores obreros de las ciudades).

En el ámbito cultural el modelo no la pasó mejor. Si la Argentina de 1910 se veía como Europea y procuraba incrementar esa condición europea vía inmigración, a la vez que tapaba el carácter “criollo” –entendiendo por criollo esa mezcolanza hispano-indígena-africana que produjo el Imperio Español- la Argentina de mediados del siglo XX recuperaba su condición “latinoamericana” a una velocidad “inquietante” (para los sectores dominantes). Esto se producía, por un lado por la propia emergencia del peronismo, que movilizaba a sectores de raigambre criolla (de allí apelativos tales como “cabecitas negras” o “aluvión zoológico”) y por el otro por los cambios en las pautas migratorias mundiales y regionales : los inmigrantes ya no serán españoles, italianos, franceses, alemanes, judíos, irlandeses o polacos ; la nueva inmigración estará integrada por paraguayos, bolivianos, uruguayos y chilenos.

En este proceso, el peronismo representó una bisagra. Cuando Perón llegó al poder la Argentina del consenso liberal atravesaba una crisis de identidad. Perón hirió de muerte ese modelo (aunque no lo remató), y bosquejó un nuevo modelo industrialista y más democrático (aunque no logró definirlo con claridad).
Quizás por el golpe de Aramburu y Lonardi, o quizás por las propias contradicciones del peronismo , la Argentina se encontró en 1955 entre un modelo liberal agonizante (pero vivo) y un modelo alternativo embrionario (que no terminaba de nacer).

Y de allí en más, en estos 55 años, hemos vivido una puja continua entre aquellos sectores político-sociales que pretenden remendar y restablecer el viejo modelo decimonónico de la Argentina del Centenario, y los que quieren ser parteros de un nuevo modelo que no termina de cuajar.

Esta lucha ha dividido longitudinalmente a la Argentina, partiendo por igual a partidos políticos, fuerzas sociales , organizaciones empresariales, y, en algunos momentos, a las propias fuerzas armadas. Por eso no debe extrañar encontrar a socialistas y comunistas apoyando a la revolución libertadora, a la Corriente Clasista y Combativa junto a la Sociedad Rural en el conflicto por las retenciones, o , por el otro lado, la frecuente aparición de personajes ubicados bastante a la derecha apoyando medidas socialmente avanzadas del peronismo (y coexistiendo con figuras como Eva Perón o John William Cooke, de otra raigambre ideológica).
Cuando se afirma, con razón, que en Argentina no hay políticas de Estado, esto tiene un motivo evidente en lo que explicábamos más arriba. Algunos gobiernos han trabajado por uno de los modelos, y otros por el opuesto. Y por eso necesitan, unos y otros, generar una “tabla rasa” para construir en un terreno lo más despejado posible. Lo que hizo el gobierno anterior, realmente no les sirve. Y debe ser destruido.
Hoy más que nunca, en el Bicentenario, estamos en una fuerte puja entre dos modelos. Se avanzara hacia un lado o hacia el otro, ya que no pueden hacerse ambas cosas.
No hay lugar para quedarse en medio. Se está aquí o se está allá, con éstos o con aquellos.
Y por eso cada uno de nosotros debemos, siguiendo nuestras ideas y nuestra conciencia, ver de qué lado de esta disputa nos ubicamos.

Adrián Corbella
9 de marzo de 2010