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martes, 26 de enero de 2021

TODOS LOS POLITICOS [NO] SON IGUALES, por Adrián Corbella

 


“La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional”

Novena de las 20 Verdades del Peronismo

 

Política viene de polis. Las polis eran las ciudades-estado griegas, el núcleo en torno al que se organizaba la vida de este pueblo de la Antigüedad que fue el creador de la democracia. Hacer política significaba por lo tanto ocuparse de los asuntos de la polis, de la comunidad. Era para los griegos una actividad muy elevada, una actividad que significaba un compromiso del que la hacía con todos los demás integrantes de esa polis. La política no era para los griegos una actividad a la que se dedicara una minoría de especialistas: todos los ciudadanos varones tenían el derecho a opinar y votar, y no se votaban candidatos, sino que se votaban las leyes, se tomaban las decisiones de gobierno. Es lo que se llama una democracia directa.

No debemos idealizar esta democracia griega. Las mujeres no podían participar. Los esclavos (que muchas veces eran más numerosos que los hombres libres) tampoco. Y casi todas las polis griegas negaban el derecho a voto a los extranjeros, y a los descendientes de extranjeros.



Pero, esta primera experiencia de democracia en la vieja Europa, nos ayuda a entender qué es la política: ocuparse de los problemas que nos conciernen a todos, ocuparse de intentar facilitarle al “pueblo” (un neoliberal diría “la gente”) su vida cotidiana. Por eso la palabra política es muy amplia, y abarca casi todo. Cuando analizamos un problema de nuestra comunidad (salud, trabajo, inseguridad, o el que sea) y proponemos acciones, o hablamos bien –o mal- de las soluciones que proponen las autoridades, estamos tratando temas políticos, estamos “haciendo política”. La inmensa mayoría de la gente que dice que no le interesa la política, y que no se mete en política, hace todo el tiempo juicios de tipo político, habla y opina sobre temas políticos. Ser “apolítico” es una actitud claramente política, y cuando uno comienza a charlar con esos apolíticos, generalmente descubre que son “apolíticos”… pero son de derecha.

Las polis griegas eran pequeñas comunidades de pocos miles de habitantes, del tamaño de un barrio de nuestras megaciudades modernas. Por eso era posible la existencia de una democracia directa. En cambio, en nuestras sociedades, los sistemas democráticos son de tipo indirecto: los ciudadanos eligen candidatos, que ocupan los cargos públicos por cierta cantidad de años, y son esos candidatos quienes toman las decisiones concretas de gobierno en nombre de sus votantes. Pasado el período de gobierno de ese candidato (por ejemplo los cuatro años de un Presidente), los ciudadanos deben decidir si le renuevan la confianza, o si eligen a otro. Entonces va surgiendo en nuestras sociedades un grupo de políticos “profesionales”, de gente cuyo trabajo habitual es ser político, y que ocupan diversos cargos a lo largo de décadas. Hay ejemplos de esto en personalidades de todas las orientaciones ideológicas, de todas las fuerzas políticas.

Esta continuidad de las mismas personas en diversos cargos algunos la ven como algo negativo, cuando en realidad no lo es. Si todos los candidatos políticos se renovaran continuamente, si no hubiera reelecciones en cargos ejecutivos o legislativos, tendríamos siempre una dirigencia política amateur, moviéndose entre dirigentes empresariales y funcionarios judiciales altamente experimentados, que ocupan cargos durante décadas.

No encuentro ninguna ventaja en tener un conjunto de novatos tratando de dirigir nuestras sociedades. Es mucho mejor tener gente con experiencia. El problema no es, por lo tanto, cuánto tiempo ocupa una persona un cargo -pensemos en Ángela Merkel, la eterna dirigente alemana-, sino si lo hace bien o mal , y si lo hace pensando en sí mismo o en la comunidad a la que representa.

“La política no es para nosotros un fin, sino solo el medio para el bien de la Patria, que es la felicidad de sus hijos y la grandeza nacional” nos dice la novena verdad peronista. Este principio del peronismo, que nos remite al concepto de política que tenían los griegos, es el eje del análisis del accionar político de cualquier funcionario, o debería serlo. ¿Trabaja para sí mismo, o para nosotros, que lo votamos?

Y aquí, como en casi todas las cuestiones humanas, los juicios globales y  absolutos no son válidos. Todos los políticos no son iguales. Como no son iguales todos los médicos, los docentes, los abogados, los comerciantes, los arquitectos, o los policías. O cualquier otro grupo. Lo vemos en la gran política, y los que hemos militado lo vimos en el pequeño universo político de una unidad básica.

Hay políticos que mantienen sus convicciones contra viento y marea, que están siempre en el mismo lugar, y cuando las cosas no vienen bien para su fuerza política resisten al tsunami con valentía y entereza. Y hay otros que son como hojitas arrastradas por el viento, que van volando de partido en partido, que siempre buscan la luz y el calor del sol, y que no entienden el concepto de fidelidad: no tienen fidelidad ni a una fuerza o dirigente político, ni a sus votantes, ni a sus ideas.

A nivel micro, quienes alguna vez hemos militado, hemos visto de los dos. Los segundos son olvidables, pero los primeros se mantienen vívidos en la memoria; gente que le dedica un par de horas a sus convicciones políticas al regreso de su trabajo; “vaquitas” para pagar el alquiler o el teléfono del local partidario; o militantes concurriendo un domingo a pintar, arreglar o a baldear un local recién alquilado, codo a codo con referentes importantes de ese espacio.

Mucha gente no logra discernir estas sutilezas. Para ellos son todos iguales, aunque no sea así. Es difícil explicarle a esa gente, pero hay una hermosa frase del gran Alejandro Dolina que puede servir para eso:

“Para quienes dicen todos los políticos son lo mismo, les contesto que para un analfabeto todos los libros son iguales”.

 

Adrián Corbella

25 de enero de 2021

 

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