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sábado, 17 de julio de 2010

EL QUE ROMPE, PAGA por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro")


La puja entre lo grupal y lo individual es tan vieja como el mundo. Pero ya desde la prehistoria los hombres comenzaron a compatibilizar intereses individuales en organizaciones grupales, como los clanes y tribus.
Las teorías que desde el siglo XVIII buscaban explicar el origen del Estado, tanto las contractualistas (democráticas en su concepción) como incluso algunas de raigambre autoritaria, tuvieron muy en cuenta estos criterios. Para ellos, la proliferación inorgánica de intereses individuales buscados en forma desordenada conducían al caos. Por eso, las sociedades se organizaban para compatibilizar, mediante la creación de un Estado, esos intereses individuales egoístas y centrífugos.
En fechas más cercanas, han ido surgiendo varias grandes ideologías universales que tienen también muy en cuenta lo grupal como eje de sus concepciones : el cristianismo con su llamado a la humanidad en su conjunto, el socialismo con su concepto de clase, los populismos con su apelación al “pueblo”. En forma más vernácula, el peronismo lo tiene en cuenta desde el comienzo de la “Marcha”, cuando se afirma que “los muchachos peronistas, todos unidos triunfaremos”, o cuando se habla de un “movimiento” policlasista, entendido como algo superador de los simples partidos políticos.
Desde distintas cosmovisiones, con distinta trayectoria y distinta complejidad, todas estas ideologías, algunas políticas y otras religiosas, hacen una apelación a encarar la vida social justamente como eso : como algo social, como algo donde los intereses individuales deben tenerse en cuenta en el marco de intereses grupales que son el producto y la resultante de una serie de intereses individuales a veces compatibles, y otras contrapuestos.
En el marco de un sistema democrático esa compatibilización de los intereses individuales, no exenta a veces de choques de intereses sectoriales, se logra a través del sistema político. Es el Estado, controlado a veces por unas fuerzas políticas y otras veces por otras, el que se ocupa de compatibilizar intereses y buscar la prosecución de objetivos grupales (que muchas veces son más interesantes y convenientes para una parte de la sociedad, y menos atractivos para otro sector).
Ahora bien, no todas las fuerzas político-ideológicas tienen por objetivo los intereses grupales.
En el siglo XVIII surge con claridad, a partir de algunas concepciones preexistentes, el liberalismo. Esta ideología pone mucho énfasis en lo individual y muy poco en lo grupal. Los liberales piensan que la mejor manera de lograr un mejoramiento grupal es permitir a cada persona, con la mayor libertad posible, buscar el cumplimiento de sus intereses individuales. Y, en ese sentido, el Estado asume para ellos un rol distinto : es un organismo que debe garantizar a cada persona la libre búsqueda de sus intereses individuales. Para ello debe intervenir lo menos posible, dejando a las fuerzas sociales y económicas individuales en casi completa libertad.
En su versión clásica , según fue desarrollado por Adam Smith en su famosa obra “La Riqueza de las Naciones”, el Estado sólo debía ocuparse de la Seguridad, la Justicia y la Educación.
En sus versiones más fanáticas e individualistas de fines del siglo XX y comienzos del XXI, llamadas Neoliberalismo, incluso esas tres funciones son cuestionadas, de allí que se haya producido una proliferación en los noventa de fenómenos como la educación privada (antes menos relevante) y la seguridad privada (antes casi inexistente).
Por eso, el Estado liberal en general, y el Estado Neoliberal en particular es un ANTIESTADO, un Estado que se plantea como objetivo no la búsqueda de una compatibilización más o menos consensuada de los objetivos individuales sino justamente la creación de condiciones que permitan a los intereses individuales, sin importar cuán anárquicos o egoístas sean, desarrollarse con plena libertad.
La consecuencia de esta concepción es la tan mentada teoría del “derrame” de los noventa : hay que permitir que se llene el vaso de los ricos para que luego esa riqueza comience a “derramarse” hacia los pobres (o los ricos tienen un vaso muy grande, o el material del que está hecho es extensible, o toda esta teoría es un auténtico disparate, hipótesis esta última que es mi favorita).

En nuestra sociedad, el Estado fue manejado con criterios liberales, o más bien neoliberales, desde 1976 hasta al menos el 2001. José Alfredo Martínez de Hoz en tiempos del Proceso, Juan Vital Sourrouille en el alfonsinismo, y Domingo Felipe Cavallo en el menemo-delarruísmo, son los tres íconos políticos e ideológicos de estas prácticas. Prácticas políticas que procuraron despejar el camino a la libre realización de los intereses individuales (lo que deja en posición dominante a los sectores más poderosos), para lo cual era necesario reducir el Estado a su mínima expresión, eliminar toda política social de raigambre igualitaria, aniquilar los mecanismos de control del Estado, y aplastar molestos fenómenos como las obras sociales sindicales, los hospitales públicos, los gremios, la educación pública, el trabajo en blanco, el sistema jubilatorio solidario (de “reparto”), o las empresas del Estado.

La cosa es muy clara : si usted privatiza todo, todo va a tener un dueño. Y si usted no es dueño de nada, o sólo es dueño de muy poco, queda afuera del sistema e ingresa en mayor o menor medida a un submundo de marginalidad social, a un mundo de desclasados, de descastados, al mundo oscuro y tenebroso de los parias sociales.

Fue el Estado (neoliberal, es decir el ANTIESTADO) el que empujó a sectores sociales enteros a la marginalidad, el que jaqueó a las clases medias, el que arrasó las pymes, el que generó una sociedad llena de marginales e inseguridad. Para lograr esta sociedad en que vivimos hicieron falta 30 años de férreas políticas antiestatales y antisociales del propio Estado.
Ahora bien, pretender que esta situación social, construida pacientemente por el Estado Antiestado a lo largo de 3 décadas se corrija sola, que esas personas echadas del sistema vuelvan a él por su propio esfuerzo, es volver a mirar la sociedad con los mismos criterios neoliberales que la destruyeron.

EL ÚNICO QUE PUEDE RECONSTRUIR LA SOCIEDAD ES EL ESTADO QUE LA DESTRUYÓ.

Si hicieron falta 30 años de paciente trabajo “estatal” para destruir las redes de contención de nuestra sociedad, va a ser necesario un trabajo largo e igualmente paciente de este nuevo Estado que ha recuperado su rol para reconstruirla.
En este marco deben analizarse medidas tales como la concesión de la jubilación a 2,5 millones de ancianos que habían sido víctimas de la desocupación o de la precarización del trabajo en los setenta, ochenta y noventa, el pago de la Asignación Universal por Hijo a los chicos de aquellas familias empujadas por el Estado a la pobreza más extrema o a la marginalidad, la eliminación de un sistema como el de las AFJP que instalaba como lema nacional el “Sálvese quien pueda”, o los intentos de cobrar mayores impuestos a quienes gozan sin esfuerzo alguno de una renta extraordinaria (léase retenciones al campo)…

HAY COSAS QUE SE PODRÍAN HACER MEJOR.

FALTA MUCHO.

PERO VAMOS EN EL CAMINO CORRECTO.

Adrián Corbella, 17 de julio de 2010.

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