Los últimos días del año sorprendieron con una escalada de conflictos en los municipios de Quilmes y Lanús. Los primeros, reivindicados por Juan Grabois, fueron protagonizados por miembros de una agrupación a la que éste pertenecía y giraron en torno de una ordenanza municipal que, entre otras cosas, buscaba regular la actividad de los trapitos; en el caso del municipio gobernado por Julián Álvarez, manifestantes del Movimiento Evita de Lanús lideraron un reclamo por mejores condiciones laborales, prendieron fuego un árbol de navidad y generaron incidentes varios. Que los conflictos hayan sucedido en días consecutivos contra dos municipios gobernados por La Cámpora y azuzados por agrupaciones que están en la vereda opuesta en la interna peronista, impulsó acusaciones cruzadas, especialmente entre Mayra Mendoza y Grabois.
No hay espacio aquí para desarrollar todo el proceso que derivó en el surgimiento de los movimientos sociales, los piqueteros y lo que se intenta denominar “economía popular”, sin que nadie sepa bien de qué se trata eso, pero sin duda que, para un espacio como el peronismo, cuya columna vertebral ha sido el movimiento de los trabajadores organizado, los coletazos del neoliberalismo, dejando fuera del sistema a millones de personas, obligó a ampliar la mirada y los conceptos.
A su vez, no se trató solo de un problema del peronismo: el Estado, incluso en administraciones como las de Macri o Milei, continuó con políticas de ayuda social a sectores vulnerables que, en el mejor de los casos, subsisten con empleos precarios e informales (no olvidemos que, sin ir más lejos, el gobierno de Milei mejoró en términos reales las partidas de la ayuda social y que al Movimiento Evita y al propio Grabois se los acusó, con razón, de pactar con Carolina Stanley).
En la medida en que el peso de estas organizaciones fue creciendo y la dinámica del piquete se transformó en parte del paisaje cotidiano, desde el kirchnerismo, en general, se encuadraron esas manifestaciones como parte del derecho a la protesta, mientras que desde la derecha se hizo énfasis en dinámicas clientelísticas y en la necesidad de garantizar la libre circulación. Aunque en Argentina todos los debates permanecen abiertos, hay que reconocer que la evidencia fue abrumadora a favor del gobierno de Milei en este punto: los piquetes se acabaron cuando el Estado cortó los mecanismos de financiación directa e indirecta que esas agrupaciones y sus dirigentes recibían del dinero de los contribuyentes. Era más fácil que cagar a palos a todo el mundo: había que cortar el chorro de guita y ya. Se acabaron los piquetes. Sonará triste pero la derecha tuvo razón en este punto.
Otra cosa es el elemento simbólico y esa romantización del lumpenaje que el kirchnerismo y sectores de izquierda reivindican. A favor de ellos, habría que decir que se trata en parte de un fenómeno mundial: ser (presuntamente) marginal, comportarse de ese modo y cantar como tal es cool y aspiracional, supone abrazar una identidad recia, sufriente y antisistema cuando el propio sistema devino antisistema. No es la única contradicción del modelo hegemónico: pensemos si no en ese doble movimiento que presenta a las mujeres como víctimas esenciales a la vez que empoderadas para poder decir con Shakira “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.
En el caso del peronismo en particular, la romantización llegó a tal punto que se realizaron maniqueas contraposiciones entre una supuesta cultura solidaria y de buenos valores existente en las villas, frente a la siempre demonizada y supuestamente hiperindividualista clase media, por cierto, aquella en la que podemos encontrar una importante base electoral del kirchnerismo, especialmente si pensamos en algunas franjas profesionales de entre 35 y 50 años. Aquí no sabemos cuál fue el huevo o la gallina pero lo cierto es que el propio peronismo adoptó como tal la caricatura que la oposición gorila hizo de él, y acabó tergiversando todo: el que no labura es siempre una víctima; la meritocracia es mala palabra; los delincuentes no tienen responsabilidad porque son hijos de la desigualdad; la masculinidad es tóxica; la heterosexualidad es violencia; criticar que se gasta más de lo que entra es de derecha; la inflación no es un problema, etc. Aquí estamos lejos de defender la imagen nostálgica del peronismo como respuesta sagrada a los problemas del presente, pero, ¿a quién se le puede ocurrir que eso es peronismo? Sí, efectivamente, solo se le puede ocurrir a un antiperonista y a alguien que reivindica el peronismo, pero no entiende lo que es.
A propósito, veía un recorte de una entrevista a Juan Grabois hecha por Tomás Rebord en el que el primero se autopercibía (SIC) como “un humanista revolucionario con influencias peronistas, cristianas, de distintas corrientes teológicas, marxistas, autonomistas, aceleracionistas”.
Por suerte aclaró que quizás no estaba caracterizando bien el término aceleracionista cuando Rebord lo interrumpió diciendo que no podía ser todo eso y aceleracionista a la vez, pero digamos que Grabois es capaz de encarnarlo casi todo, incluso tradiciones o perspectivas cuyo significado es incapaz de explicar.
El comentario acerca de Grabois quedaría en la mera anécdota si no fuera el propio kirchnerismo el que le diera espacio a pesar de estar demostrando en todo momento que, con un poco de poder, arrasará lo poco que queda de éste, y no lo digo por estos hechos menores en las municipalidades, sino porque en Grabois aparece la apuesta de una radicalidad outsider por izquierda, lo opuesto a Milei pero que comparte con el ultralibertario esto de ser alguien de afuera que, ante la institucionalización y burocratización de los pibes que venían por la liberación, encarna el que viene a patear el tablero por izquierda, tal como Milei lo hizo por derecha. El kirchnerismo lo levantó para joderlo a Massa, le dio más de lo que merecía en las últimas listas y ahora Grabois les está tocando la puerta en un proceso que era más que previsible. Y, sobre todo, está corriendo por izquierda a La Cámpora, especialista en correr por izquierda.
Lo hace desde una posición pseudo troska, sobreactuando la liberación de “compañeros” tras un par de horas en cana por hacer quilombo, tratando de garcas a los exjóvenes de La Cámpora y creando el oxímoron de “trabajadores cuidacoches”. Pero en ese escenario, La Cámpora tiene que salir a defender la propiedad privada y los derechos del vecinito que no quiere más extorsiones de unos tipos que presentan como laburo cobrarte por dejar tu auto en la vía pública. Se trata de un cambio que yo celebro y una muestra de la responsabilidad que supone gobernar un municipio, pero si lo hiciera Jorge Macri lo acusarían de crear una ciudad para pocos y de utilizar una pedagogía de la crueldad.
En los próximos dos años veremos si Grabois, promovido por el kirchnerismo, acaba deglutiéndolo acusándolo de ser una casta de burócratas que creció bajo el paraguas de contratos y cajas. No le va a faltar razón en buena medida. También veremos si los electores acabarán abrazando ese mejunje de tradiciones y valores que Grabois dice encarnar aunque no pueda ni siquiera explicar bien de qué se trata y quizás solo sea el disfraz detrás del cual se esconda un proyecto político personal basado en una voluntad de poder con delirios místicos y en formato misión divina. Se trata de la misma lógica que expresa Milei de modo que no debería extrañar que ese eventual enfrentamiento ya no se dé en términos políticos sino en términos morales: el Bien contra el Mal.
¿Hace falta decir que cuando la moral reemplaza a la política las cosas terminan mal? La seguimos el año que viene. Tengan todos un muy buen 2026.


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