La desafección ciudadana no es nueva, pero su transformación en desprecio generalizado por lo público amenaza los fundamentos de la democracia, la antipolítica avanza
por EVA MALDONADO
26 DE JULIO DE 2025
El discurso de que “todos los políticos son iguales” ha dejado de ser una frase de bar para convertirse en un argumento transversal, repetido en tertulias, redes sociales y hasta en campañas electorales. Pero lejos de ser inocuo, este mantra de la antipolítica erosiona el compromiso colectivo, desactiva el debate y abre la puerta a la reacción autoritaria.
Desde hace años, el desencanto con la política recorre las sociedades europeas. Pero en España, ese malestar se ha cristalizado en una narrativa cada vez más tóxica: “todos los políticos son iguales”, “solo miran por lo suyo”, “la política no sirve para nada”. Un discurso que ya no se limita a quienes nunca creyeron en las instituciones, sino que ha calado entre amplios sectores sociales, incluidos los más golpeados por la precariedad, la inflación o la falta de vivienda.
La paradoja es que nunca ha sido más necesario reivindicar lo político, entendido como herramienta colectiva para disputar el poder, defender derechos y construir futuro. Pero mientras la realidad se vuelve más difícil para millones de personas, crece la percepción de que el sistema es irreformable. La frustración se convierte en cinismo. El cinismo, en abstención o voto reaccionario. Y la antipolítica, en el mejor aliado de quienes siempre han controlado el tablero.
Desafección legítima, discurso interesadamente tóxico
Hay razones objetivas para el malestar: corrupción, puertas giratorias, decisiones impopulares, pactos que parecen contradictorios… Pero no toda crítica a la política es antipolítica. La diferencia está en si la crítica busca transformar el sistema o anularlo.
El discurso del “todos son iguales” no analiza, no matiza, no exige: borra las diferencias entre quienes recortan derechos y quienes los defienden. Entre quienes privatizan y quienes intentan reforzar los servicios públicos. Entre quienes promueven discursos de odio y quienes legislan en favor de la igualdad.
La antipolítica transforma la crítica en indiferencia. Y de ahí al autoritarismo hay solo un paso. Porque cuando la política se vacía de legitimidad, el camino queda despejado para quienes ofrecen soluciones simples a problemas complejos: más mano dura, menos derechos, menos democracia.
La antipolítica no es neutral, beneficia siempre al poder
La retórica del “que se vayan todos” suele presentarse como rebelde, incluso antisistema. Pero en realidad es profundamente funcional al orden establecido. Cuando las mayorías sociales abandonan el espacio público por desencanto, el poder real no desaparece: se reorganiza y se fortalece.
Empresas del IBEX que diseñan políticas desde los despachos, fondos de inversión que compran ciudades enteras, lobbies que deciden más que cualquier parlamento… Todo eso sigue ahí cuando la política institucional se desprestigia y se vacía.
Y mientras tanto, quienes podrían disputar esa hegemonía, los sectores populares, las organizaciones sociales, las fuerzas progresistas, se desmovilizan o se enfrentan entre sí, alimentando la profecía de la desilusión.
El papel de los medios y la necesidad de disputar el relato
Los medios de comunicación juegan un papel clave en esta deriva. Muchos han contribuido activamente a difundir la idea de que “todos son iguales”, equiparando escándalos de corrupción estructural con errores de gestión, decisiones políticas legítimas con traiciones personales.
El espectáculo constante, el ruido, la falta de contexto y el sensacionalismo han sustituido al análisis. Y así, la complejidad del debate democrático se ve reducida a la lógica del zapping, donde nada importa demasiado y todo puede ser sustituido por lo siguiente.
Frente a eso, hace falta recuperar el valor de la política como conflicto, como herramienta de disputa y transformación, como espacio donde se juega lo común. No para idealizar a los partidos, ni para dejar de exigirles, sino para reivindicar el derecho a creer en que las cosas pueden cambiar si nos implicamos en ellas.
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