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domingo, 24 de octubre de 2021

El sueño de la Argentina del 70%, por Dante Augusto Palma



Días atrás en el Coloquio de IDEA, el Jefe de Gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, indicó que la Argentina solo podía salir adelante “acordando con el 70% del sistema” una agenda de desarrollo que sea respetada por gobiernos de distintos signos durante al menos veinte años. 

En la misma intervención aclaró que no se trata de lograr el 70% de los votos, pues eso generaría un desequilibrio institucional además de ser algo difícil de imaginar existiendo dos grandes polos, sino de acordar con representantes de otras fuerzas y de los distintos estamentos hasta alcanzar ese amplio porcentaje.  

En abstracto es difícil oponerse a la idea de Larreta. ¿Qué mejor que un consenso de esa magnitud como para garantizar un proyecto de país? Nótese que el número es tan ambicioso que hasta alcanzaría para reformar la constitución y, si la memoria no me falla, en la historia de la Argentina democrática desde el 83 hasta ahora, semejante consenso se logró de manera formal, justamente, una sola vez. Se trató de “El pacto de Olivos” que reformó la Constitución del 94.     

Pero cuando dejamos las abstracciones y vamos a la situación concreta allí notamos que el terreno es más sinuoso. En principio porque habría que discutir cuál es el proyecto de país sobre el cual acordaría ese 70%. 

Por otra parte, ese número del 70% puede no resultar antojadizo. De hecho podría interpretarse como el número mágico que solo dejaría afuera del acuerdo al kirchnerismo, esa minoría intensa de un 30% que no puede llegar al gobierno por sí sola pero sin la cual es inviable cualquier alternativa a la centro derecha de Juntos por el Cambio. El gran acuerdo que propone Larreta sería entonces sin el kircherismo y, si bien no se dio formalmente, en los primeros dos años del macrismo ese acuerdo tácito existió de hecho cuando gobernadores y congresistas de la oposición no kirchnerista fueron generosos con Juntos por el Cambio acordando y otorgándoles los votos necesarios para que pueda avanzar en el congreso. 

Si bien podría indicarse que la experiencia histórica muestra que los gobiernos pueden avanzar en sus propuestas sin tener esos grandes acuerdos, incluso, en algunos casos, con menos del 50% de los votos y de “el sistema”, la afirmación de Larreta puede vincularse a una intervención televisiva del periodista de La Nación+, Francisco Olivera, la cual citaré de memoria aun a riesgo de cierta imprecisión. La charla giraba en torno a los precios en Uruguay, las vacaciones de argentinos allí, y la posibilidad de que empresarios de nuestro país invirtieran en nuestros vecinos gracias a la estabilidad de su economía. En ese marco, Olivera menciona lo que habría dicho un empresario del establisment y que marca el punto hacia el cual quisiera dirigirme. Según ese empresario, lo que había sido determinante para tomar la decisión de invertir en Uruguay no era que ganaran los liberales o “la derecha”, pues, de hecho, en los últimos períodos, con excepción del actual, es el Frente Amplio el que suele triunfar. Lo que había sido determinante, entonces, fue que cuando ganó el “Pepe” Mujica, no había realizado ninguna intervención que pudiera afectarlo. En otras palabras, lo que le dio confianza al empresario no fue que el espacio que, en teoría, defiende sus intereses efectivamente los defienda; más bien, la clave estuvo en que el espacio al que nunca votaría por, presuntamente, representar otros intereses, no solo no lo afectó sino que hasta es posible que lo haya favorecido. 

Para ser justos con Mujica y el Frente Amplio, podría decirse lo mismo de los Kirchner en Argentina pues cuesta pensar en qué otro momento de la historia reciente los empresarios, aun los más profundamente antiperonistas, ganaron tanto dinero como durante el gobierno de los Kirchner. Claro que no solo ellos ganaron dinero sino que hubo una redistribución del ingreso que mejoró todos los índices habidos y por haber. No solo hubo derrame sino que el derrame se distribuyó mejorando la vida de una amplísima mayoría. Podrán haber gustado más o menos los doce años de los Kirchner pero esos números son incontrovertibles. Y si alguien objetara cómo puede haber perdido una elección ese gobierno, habría que decirle que el crecimiento económico y la distribución del mismo no son la única razón por la que la gente vota o evalúa un gobierno, el cual, a su vez, si se lo mide solo en términos económicos, llegó a la elección de 2015 tras cuatro años de un desempeño irregular. Esas otras razones para votar incluyen los aspectos ideológicos, aquellos que están presentes en muchos empresarios vernáculos que eligen apoyar opciones de centro derecha más afines a su mirada aun cuando en lo económico estas alternativas hayan tenido un pésimo desempeño, no solo para las mayorías sino, en algunos casos, para ellos mismos. Con todo, no hay aquí el suficiente espacio para indagar en las razones por las que la gente vota. Menos aún para juzgarlas. 

Para finalizar, entonces, el sueño del establishment local parece resumirse en el punto de vista del empresario recogido por el periodista de La Nación+. No se trata tanto de llevar al poder a la coalición propia, lo cual va de suyo, sino de debilitar al adversario político y quitarle su poder de fuego; transformarlo en un adversario fantasma contra el cual se puede disputar sin que estén en discusión los fundamentos que permiten sostener el privilegio. En ese sentido, que CFK no haya podido presentarse como candidata en 2019 porque sabía que no le alcanzaría en un balotaje, es ya el triunfo de esa cosmovisión y los resultados están a la vista: un gobierno que es criticado ferozmente y el que, sin embargo, sigue sin avanzar en medidas estructurales que modifiquen el estado de cosas. Se trata del gobierno ideal para la oposición porque ésta puede seguir indignándose tanto como se indignaba con el kirchnerismo sin que esté en riesgo la agenda que le interesa.   

No vale la pena imaginar lo que pasará el día después de las elecciones pero es difícil que se dé alguno de los escenarios extremos más allá de los amagues y los rumores: ni una nueva derrota hará implosionar el gobierno ni una milagrosa remontada le dará un poder que, si alguna vez tuvo, no pudo, no supo, no quiso ejercer Alberto Fernández. Lo más probable es que la coalición gobernante continúe con los problemas de gestión funcionando en compartimentos estancos e intentando surfear las dificultades  económicas sin que explote hasta 2023, apostando al rebote de la economía y a un acuerdo con el FMI que lo exima de pagos durante este mandato. Sin embargo, si no hay un golpe de timón fenomenal con una mejoría relevante en el bienestar de la población, una salida por arriba del laberinto, es probable que asistamos lenta pero firmemente a un gobierno que se aleja cada vez más de la gente y que ni siquiera será sostenido por ese 30% de minoría intensa que, como se vio el último domingo en la plaza, fue a apoyar al gobierno pero a decirle que tiene que cambiar. En ese eventual escenario, el 70% de los votantes estará disponible para el plan Larreta. En cuanto al acuerdo de la dirigencia y el establishment, es probable que el sueño hacia ese 70% ya se encuentre en marcha y se alcance bastante tiempo antes.         

 

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