Gabriela Michetti sostiene que si nos
juntamos se puede, aunque no queda claro qué es lo que somos capaces de
hacer y quiénes los que se tienen que juntar. Puede parecer
contradictorio, pero varias fuerzas progresistas apuntan a ese mismo
mensaje que es insignia de la derecha e hijo de la cacerola: hay que
unirse dicen todos. Sergio Massa afirma que la vida te devuelve lo que
le das y que viene a proponer una locura: sumar, aunque ese algoritmo
electoral implique poner en la misma canasta chorizos y palanganas.
Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín son los candidatos de "Argen" que
se enfrentan con los de "Tina" pero proponen la unidad para que la
sociedad deje de estar dividida. Un Hermes Binner de antología cuenta
los chorizos que faltan en la parrilla dominguera por los amigos y las
familias que se distancian a raíz de las disputas políticas. Un hombre
del partido forjado en la figura de un polemista como Alfredo Palacios
propone rehuir aquellas confrontaciones que les permitieron a los
trabajadores recuperar conquistas históricas y lo hace apelando a la
simbología peronista del choripán. Los publicitarios de la izquierda
tradicional se enfrentan con la dificultad de no poder postular en su
campaña el reclamo histórico de ruptura con el Fondo Monetario
Internacional, eso ya se hizo. Hay cumbia, murga uruguaya, marchas
militares y varios ritmos más pero lo que falta, no porque no haya sino
porque se oculta, son propuestas políticas. El oficialismo, se sabe, apela a la imagen de Cristina Fernández y a
la inocultable y extensa nómina de derechos conseguidos durante las
últimas tres administraciones. Además, frente a la estrategia del
"juntos" opositor, postula la necesidad de elegir entre dos modelos que
no pueden estar "juntos" porque son distintos, proponen cuestiones
diferentes y están enfrentados políticamente. A dos semanas de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias
(PASO) la campaña electoral está lanzada y empieza a tener impacto sobre
los votantes. El Frente para la Victoria designó como primer candidato a Martín
Insaurralde, un intendente sin protagonismo mediático, pero con amplio
respaldo en su distrito. En frente aparecía la nueva estrella de los
medios dominantes, el intendente de Tigre, Sergio Massa, y el recontra
instalado en los set de televisión y dueño del alica-alicate Francisco
De Narváez. Desde ese punto de partida los encuestadores anunciaban una ventaja
inicial de Massa superior a los diez puntos porcentuales en los sondeos
de opinión. Pero a medio camino de la campaña esa brecha parece haberse
acortado significativamente y ahora la ubican entre cinco y ocho puntos.
En esas mediciones, Insaurralde todavía no llega al que los
encuestadores consideran que es el piso del kirchnerismo, en torno del
32%, número en el que hoy ronda el candidato de Tigre. Ese reacomodamiento podría ser producto de varias cuestiones.
Lentamente el electorado comienza a conectar a Insaurralde como el
candidato de Cristina Fernández y por el otro, Massa –obligado a dar
definiciones– se recuesta sobre su perfil opositor. Pierde así un caudal de votantes kirchneristas que inicialmente lo
consideraba como integrante del proyecto que lidera la presidenta. Pero
la profundización de su perfil opositor no le aporta votantes
adicionales porque ya aparecían contenidos en las encuestas iniciales.
Lo sabe y lo sufre De Narváez que ve como la intención de voto se le
escurre como la arena entre los dedos y por eso se desespera por
vincular al intendente de Tigre al gobierno nacional. En esa dinámica los resultados de las PASO se presentan a esta altura
como abiertos y mucho más entonces el escenario que puede quedar de
cara a las elecciones de medio término. Está claro que no es lo mismo un
resultado amplio para Massa en la primera vuelta, como el que se
postulaba en las primeras encuestas; que una victoria ajustada como la
que parecen mostrar ahora los sondeos; o un triunfo del Frente para la
Victoria con el que sueña el oficialismo. El intendente de Tigre dice que no quiere debatir sobre política
porque sólo quiere trabajar para la gente, se enoja si le recuerdan sus
conversaciones en la Embajada de los Estados Unidos y promete presentar
por Internet un paquete de proyectos que llevará al Congreso si es
elegido en octubre. Mientras tanto, criticó a La Cámpora, la más
interesante experiencia de movilización juvenil desde el regreso de la
democracia, y lo hizo justo cuando el Papa Francisco llamó en Río de
Janeiro a los jóvenes a armar lío. Enfrente, la presidenta Cristina Fernández ajustó su mensaje de
campaña, insistió con que no es eterna, pero advirtió que tampoco el
modelo económico es infinito y recordó el impacto sobre las conquistas
sociales de 25 años de políticas neoliberales entre el golpe de Estado
de 1976 y el estallido que acabó con el gobierno de la Alianza en 2001.
Esas políticas pensadas en un país para pocos, centrado en la
especulación y sustentado sobre un ejército de excluidos. Un programa de
gobierno que surgió de las entrañas mismas del establishment que ayer
volvió a reunirse en la ceremonia de inauguración oficial de la
Exposición de la Sociedad Rural Argentina (SRA) en Palermo. El discurso del titular de la SRA, Luis Miguel Etchevehere fue
sobradamente crítico contra el gobierno nacional. "Fueron por todo. Por
la prensa libre, por la justicia independiente, por los mecanismos de
control, por las reservas, los fondos de los jubilados, la estatua de
Colón", dijo frente a buena parte de la oposición. Mauricio Macri, José
Manuel de la Sota; Francisco de Narváez, Federico Pinedo, Oscar Aguad,
Alfredo De Ángeli, Gerónimo Venegas y Eduardo Amadeo, entre otros, se
enrojecían las manos aplaudiendo. Deberían replantearse los radicales que se sumaron ayer al palco de
la tradicional pista de Palermo su idiosincrasia partidaria ya que
fueron esas mismas tribunas las que le propinaron al mejor presidente
radical de la historia moderna de la Argentina la mayor falta de respeto
a una investidura presidencial de la que se tenga memoria. Pero eso también cambió en esta última década. Sólo algunos años
atrás, cada invierno los gobiernos debían someterse al escarnio de la
tribuna y el discurso de la Rural. Era una demostración de poder
disfrazada de una tradición centenaria. Pero eso cambió. La Rural dejó de ser un evento central de la política nacional para
transformarse casi en un acto de la oposición. Uno que postula eliminar
las retenciones (principal sostén de las políticas sociales), ampliar la
rentabilidad empresaria por la vía de una devaluación sustancial de la
moneda y el achicamiento del Estado. Ese programa que prohija la derecha
es una de las pocas cosas que no cambió en la última década.
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