Quizá el mayor rival del kirchnerismo en las PASO sea una idea que
penetró hondo en la subjetividad del promedio de los votantes en los
últimos 30 años de democracia: las elecciones legislativas de medio
término deben servir para equilibrar el poder del Ejecutivo. La "teoría
del control" parlamentario a los supuestos excesos de la Casa Rosada
reúne adeptos, incluso, entre muchos electores de sus habitantes
transitorios. Algo así como "te doy el poder, pero cuando tengo la
oportunidad, te lo limito" apoyando ofertas legislativas opositoras,
algunas muy extravagantes, que no son consideradas ni de lejos cuando se
trata de elegir presidente.
Esta tentación por contrapesar al oficialismo gobernante como valor
democrático se hace fuerte, sobre todo, en el núcleo de votantes que
deciden su voto por efectos de coyuntura, y no por rígidas lealtades
partidarias o ideológicas. Son personas que pueden votar a Cristina
Kirchner como presidenta y a Elisa Carrió o a Francisco de Narváez como
diputados, sin mucha contradicción o polémica. En definitiva, elegir a
alguien para que gestione y administre la Nación, y a sus opuestos para
que recorten o boicoteen sus capacidades desde el Congreso. En
apariencia es un comportamiento contradictorio. Pero existe, y hasta
cosecha el calificativo de "voto útil" o "maduro" entre los
editorialistas de la prensa hegemónica. Es así, hay un sector de la
ciudadanía que considera, casi de modo romántico, que un poder existe
para crear fatiga en el otro; y que si eso no ocurre, porque el
Ejecutivo consigue mayorías parlamentarias propias, se abre la puerta a
la amenaza autoritaria. Esto último, claro, es un pensamiento mucho más
elaborado que el anterior, pero con idéntico efecto en ambos casos.
Por fuera de esta utopía compensadora, la realidad es que los
presidentes que no cuentan con fuerzas legislativas que apuntalen su
proyecto atraviesan muchas dificultades. Barack Obama es un ejemplo
candente. Dilma Rousseff, igual. Ocurre lo mismo con los premier
europeos que renuncian sin más vueltas, cuando no alcanzan robustos
acuerdos parlamentarios. Pero volvamos a la Argentina.
Hablamos de un régimen presidencialista, donde el electorado vota a
un jefe/a de Estado para que impulse un programa de gobierno
determinado. Ese plan demanda leyes para su implementación que deben ser
avaladas por el Congreso. ¿Qué sucede cuando las bancadas opositoras
superan en número a las oficialistas? En la teoría escandinava del
consenso, nada: se supone que como son buenas normas para el país y las
pide el presidente elegido libre y democráticamente en las urnas,
oficialistas y opositores, con algunos cambios y variantes, todas para
mejor, se dan la mano y acuerdan en su votación general. Pero en nuestro
país, la verdad, sólo es posible llegar al consenso sueco o dinamarqués
entre bancadas opuestas cuando lo que está en discusión es una obviedad
evidente. Ejemplo: la Tierra gira alrededor del Sol y no a la inversa.
Para todo el resto, vale la eterna zancadilla, el golpe debajo del
cinturón, la ausencia en masa, el piquete de ojos, la negativa
caprichosa, es decir, el desgaste del Ejecutivo hasta el fracaso o la
inmovilidad a la espera de un nuevo turno electoral donde las chances
opositoras se vean revitalizadas por una situación de desgobierno.
Repasar el trabajo legislativo opositor entre 2010 y 2011, cuando el
llamado Grupo A reunió al archipiélago antikirchnerista en un solo
bloque que gobernó ambas cámaras y las principales comisiones del
Parlamento, es un ejercicio de memoria revelador y muy necesario frente a
las elecciones de agosto y octubre.
Primero, vale recordar que esa singular composición parlamentaria fue
hija de la batalla por la 125, que comenzó el 11 de marzo de 2008.
Concretamente, la consecuencia electoral de un lockout patronal
agropecuario de 129 días con manifestaciones, cortes de ruta, campañas
mediáticas de demolición y desabastecimiento de productos esenciales en
las principales ciudades del país.
El conflicto sectorial, con el tratamiento envenenado de los medios
hegemónicos, se convirtió en un asunto de carácter nacional. Detrás del
voto no positivo de Julio Cobos, la oposición tomó el tema como eje de
su campaña para las legislativas futuras de 2009. "Hay una necesidad de
que el Congreso recupera sus facultades", decía el radical Gerardo
Morales. A su turno, Francisco de Narváez planteaba que el conflicto
había sido "innecesario e insólito". Mauricio Macri postulaba:
"Solamente con el campo el país va a salir de la pobreza. Sin él, el
país no tiene futuro." El radical Oscar Aguad, el macrista Federico
Pinedo y el lilito –hoy massista– Adrián Pérez, en mayo de ese año,
acordaron "seguir convocando sesiones especiales en minoría hasta que el
gobierno nacional y el campo retomen el diálogo o se llegue a un
acuerdo frente al paro agropecuario". Esto es: mientras los patrones del
agro mantenían de rehén a toda la sociedad argentina, los diputados
opositores utilizaban sus bancas para presionar al gobierno elegido en
2007 con el 45% de los votos. Por un momento, con algo de lógica después
de la agachada cobista que frustró el proyecto de retenciones del
Ejecutivo, quedó instalado que el país se gobernaba desde el Parlamento.
Las elecciones de medio término de 2009 pasaron a ser cruciales. Así lo
expresaba la candidata del Acuerdo Cívico y Social-ARI, Patricia
Bullrich: "Esta no es una simple elección de cambio de legisladores a
mitad de mandato, enfrentamos la posibilidad de cambiar el rumbo del
país, aquí nos jugamos el futuro."
La prédica surtió efecto. No alcanzaron las testimoniales ni la
incursión personal de Néstor Kirchner, que terminó derrotado por
Francisco de Narváez en territorio bonaerense, con el marketing vacío
del "Alika, Alikate". En la apertura de las sesiones legislativas de
2010, Cristina Kirchner se anticipó a un escenario difícil, y realmente
lo fue: "Las elecciones no se ganan por ponerle palos en la rueda al
otro para que le vaya mal; las elecciones se ganan cuando vos tenés una
mejor propuesta que el otro. Esto es lo que tenemos que aprender." Desde
sus bancas, la escuchaban atentos 257 diputados: 115 pertenecientes al
FPV y sus aliados; y 142 opositores (el "Grupo A") de la UCR, el
Peronismo Federal, la Coalición Cívica, el PRO, el Partido Socialista,
el GEN, Proyecto Sur, Frente Cívico, Unidad Popular, Corriente del
Pensamiento Federal, Libres del Sur, Córdoba Federal y otros siete
monobloques. El kirchnerismo había perdido la mayoría, la presidencia de
Diputados y el quórum propio en las primeras elecciones después de la
derrota de la 125.
En
los dos años siguientes, el Grupo A se repartió las comisiones e
intentó cogobernar desde el Congreso. Así y todo, producto de la
diversidad de propuestas partidarias y el excesivo narcisismo de sus
líderes, sólo pudo unirse en plenitud para frustrar algunas leyes clave,
como la del Presupuesto, nada menos, y votar una sola: la del 82% móvil
para los jubilados, aunque sin ponerse de acuerdo en el financiamiento,
lo que derivó en el veto de Cristina Kirchner. De las 39 sesiones de
período 2010-2011, los opositores no alcanzaron quórum propio en ocho,
pese a tenerlo holgadamente garantizado sólo con la suma de sus
parlamentarios. Lo que sigue es apenas un boletín de faltas, como los
que se extienden en un colegio. No intenta ser un estudio cerrado sobre
razones más o menos atendibles del comportamiento legislativo del
antikirchnerismo.
En 2010, se convocaron 27 sesiones en Diputados. Sólo se pudieron
celebrar 18 y se votaron en total 86 leyes. El laxo compromiso de las
principales espadas opositoras con el funcionamiento republicano de la
Cámara surge de las siguientes cifras. Ricardo Alfonsín estuvo ausente
en la votación de 39 leyes (el 45,35%). Eduardo Amadeo, en 40 (el
46,51%). Elisa Carrió, en 37 (el 43,02%). De Narváez, en 33 (el 38,37%).
Ricardo Gil Lavedra, en 18 (el 20,93%). Gabriela Michetti, en once (el
12,79%). Pino Solanas, en 37 (el 43,02%); y Margarita Stolbizer, en 29
(el 33,72%).
En 2011, se convocaron 12 sesiones. Hubo quórum en ocho. Y la
cantidad de proyectos de ley votados llegaron a 92. Alfonsín se ausentó
en 31 leyes (el 33,70%). Amadeo en 12 (el 13,04%). Carrió en 76 (el
82,61%). De Narváez en 77 (el 83,70%). Gil Lavedra en una (el 1,09%).
Michetti en 44 (el 47,83%). Pino Solanas en 39 (el 42,39%) y Stolbizer
en once (el 11,96%). El Grupo A tuvo en ese lapso la presidencia de 45
comisiones.
Las leyes más importantes de esos dos años de cuasiparálisis
parlamentaria fueron votadas por el FPV y sus aliados, en minoría. El 4
de mayo del 2010 se sancionó la ley de matrimonio igualitario, que contó
con la abstención de Carrió, que tampoco se pronunció por la de
"infanticidio", sesión a la que no asistieron ni Michetti ni Pino
Solanas y otros 49 legisladores antikirchneristas. En la de "trabajo
domiciliario" pegaron el faltazo Bullrich, Carrió, De Narváez, Michetti,
Solanas, Stolbizer y otros 62 opositores. En la de "lavado de activos",
los ausentes fueron Alfonsín, Amadeo, Bullrich, Carrió, De Narváez,
Solanas y otros 68. Tampoco estuvieron Alfonsín, Amadeo, Bullrich,
Carrió, De Narváez y 36 más cuando se sancionó la regulación de la
"medicina prepaga". Otra vez Alfonsín, Amadeo, Carrió, Claudio Lozano,
Federico Pindeo, Solanas y otros 111 se esfumaron el día de la votación
de la ley de "promoción del software". En la del “Tabaco”, Alfonsín,
Carrió y Solanas y otros 70. En la de Imprescriptibilidad de la Acción
Penal en delitos contra la Integridad Sexual de Menores, faltaron
Michetti, Alfonsín, De Narváez y otros 40. En la de Derecho a la
Identidad de Género, Michetti, Carrió y otros 65. En la de "muerte
digna", Carrió, De Narváez, Michetti, Solanas y otros 104 diputados
opositores.
Vamos de vuelta. La variación en el número puede ser simplemente el
reflejo de la legítima disidencia frente a cada uno de los proyectos a
ser debatidos. Es cierto, no hay pecado en ser opositor a un gobierno y
es verdad que la democracias se nutre de las diferentes miradas y
opiniones. Pero un breve repaso de las leyes deja dos conclusiones: 1)
eran todos temas bastante relevantes; y 2) para expresar la disidencia,
el otro punto de vista, el argumento alternativo, hay que estar presente
y no ausente.
La pretendida vocación del Grupo A por cogobernar consensualmente
desde el Congreso se fue convirtiendo con el paso de los meses en una
simple maquinaria de boicot a los proyectos enviados por el Ejecutivo.
Sus líderes, que soñaban con una plataforma común para suceder a
Cristina Kirchner en 2011, vieron frustradas sus intenciones: la
sociedad castigó la estrategia opositora y volvió a premiar a la
presidenta, esta vez con el 54% de los votos y con una nueva supremacía
parlamentaria, derivada del aluvión nacional kirchnerista.
Cuando faltan pocas semanas para las PASO, es casi seguro que un
porcentaje nada desdeñable de esos electores vuelva a ser seducido por
la idea del equilibrio. Es como un espejismo de lo políticamente
correcto, fuertemente instalado por la costumbre y el repiqueteo
incesante del relato mediático. En este contexto, un votante del 54%
podría interrogarse por qué a la candidata que ayudó a ganar en las
últimas presidenciales, a la que todavía le quedan dos años de mandato
constitucional para cumplir con su programa de gobierno, habría que
retacearle las mayorías en el Congreso y dejarla peligrosamente a merced
de las muchas oposiciones que sólo acuerdan en el boicot a sus
proyectos.
Los antecedentes sobre la experiencia fallida del Grupo A debieran funcionar como ayudamemoria.
Está todo escrito en el Diario de Sesiones.
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