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domingo, 30 de diciembre de 2012

La pelota fue a la tribuna, pero hay luz al final del túnel, por Eduardo Blaustein (para “Miradas al Sur” del 30-12-12)






Los jueces supremos volvieron a dejar la aplicación de la ley de medios en el caso Clarín en una zona pantanosa. Sin embargo, por lo que sostuvieron en fallos anteriores y en el último, el futuro no pinta del todo mal.


El recorrido aparentemente inocente que va de la expresión “dentro de la brevedad posible” a la orden “¡De inmediato!” es un modo de aproximarse al último fallo de la Corte Suprema en relación con la ley de medios. “De inmediato” había sido la fórmula imperiosa con que los supremos instruyeron al juez de primera instancia para que dictara sentencia, prohibiéndole, incluso, saltarse los días inhábiles a la hora de trabajar en la causa. “Dentro de la mayor brevedad posible” fue el modo que emplearon pocos días después para decirle a la Cámara Federal que aborde el asunto, como si los camaristas merecieran mejores etiquetas que un humilde juez de primera instancia, cuyo fallo, por otro lado, medio que los supremos ningunearon. Esa prudentísima moderación, y muchas formalidades que parecen rellenar las 30 páginas del texto que produjeron los integrantes de la Corte, parecen insuflar el doble fallo: el rechazo del recurso de per saltum presentado por el Gobierno y el respaldo para mantener la cautelar eterna que exime al Grupo Clarín de la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, por lo menos hasta que los camaristas dicten su propia sentencia definitiva.
La decisión de los cortesanos, lamentada por el kirchnerismo, acaso no sea tan trágica como se la pinta. Por un lado, porque se supone que la Cámara no debería demorar (¿tres meses?) su sentencia. Por otro, porque los supremos dejaron bien claro que el famoso plazo de un año establecido para iniciar los procesos de adecuación a la ley está vencido, en sentido contrario a lo que venía sosteniendo el holding a través de sus abogados y “constitucionalistas”. Finalmente, porque se supone, sólo se supone, que la Corte ya más que sugirió en fallos anteriores algo parecido a lo que muy taxativamente dijo el juez de primera instancia: que los artículos cuestionados por el grupo Clarín no son inconstitucionales. El día en que finalmente dicten la sentencia final, se supone que los supremos no deberían contradecirse con lo que adelantaron unos cuantos meses atrás, aunque su último fallo no es fiel a los mejores párrafos que llevan acumulados. Esa infidelidad consigo mismos se refleja muy especialmente en torno de la nueva extensión de la cautelar. Cantidad de veces los integrantes de la Corte impugnaron genéricamente la cultura de la cautelar. Volvieron a cuestionar esa cultura de “cautelar fácil” específicamente en la causa Clarín. Específica y minuciosamente retaron al holding por recurrir a las chicanas y las cautelares sólo para ganar tiempo, para que no se abordase la cuestión de fondo, la de la constitucionalidad o no de la ley.
El argumento usado para que permanezca vigente la cautelar, pese a sus propios enojos en la materia, es que la inminencia presunta de la sentencia de la Cámara Federal aventa el riesgo de que la causa se resuelva el día del arquero. Los propios camaristas que, se sabe, parecen más que complacientes con los intereses del Grupo Clarín, también habían extendido la cautelar amparados en ese argumento (en su caso, la proximidad de la sentencia que efectivamente apuró el juez Horacio Alfonso). Lo que dijeron los supremos se asemeja en algo al famoso dicho de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. Más seria o, literalmente, si antes cuestionaban la cautelarización eterna, el jueves expresaron que la cercanía del fallo de la Cámara “disipa el riesgo de que el proceso se vaya a prolongar”. Se supone que lo que viene, el nuevo análisis que haga la Cámara (previsible), será según la Corte “el momento crítico en que la medida (cautelar) debe desplegar su función plena de garantizar la eficacia del pronunciamiento de fondo”.
Casi todo el fallo, por otro lado, es sobre todo un extensísimo y cansador relato de todo lo que viene sucediendo con la causa, como si los supremos se hubieran sentido obligados a escribir de más para que el fallo pareciera más nutritivo.
Conjeturas. Una vez conocido el fallo de los supremos, distintos funcionarios kirchneristas reaccionaron con una mesura (ver aparte y la entrevista a Aníbal Fenández) que a juicio del que escribe debe ser bienvenida y, a la vez, sorprende. La pista más probable que explicaría esa conducta tranqui es que se la veían venir, particularmente el rechazo al per saltum.
Las que siguen no son siquiera hipótesis, son conjeturas. El bochazo contra el per saltum venía medio cantado y fue unánime. Incluyó al juez Raúl Zaffaroni, seguramente el más simpático para el kirchnerismo. La pregunta, entonces, es si el recurso de per saltum al que apeló el Gobierno sufrió de severas “fallas técnicas” o si, aún sabiendo que iba a rebotar, se prefirió hacer una apuesta meramente política para sostener en la discusión pública la confrontación ya sea con Clarín o contra “la corporación judicial”.
Siempre conjeturando, pero visto desde el otro lado, el de los supremos, se puede preguntar con alguna candidez si es absolutamente cierto que en el fallo medió, como se entiende desde el kirchnerismo, puro “tiempismo político”: seguir dilatando la cosa hasta que “cambie el escenario” en una estrategia “funcional a los intereses de la Corpo”? Otras preguntas posibles: ¿el fallo reflejó puro corporativismo conservador o acaso esté contagiado por un clima de irritación? ¿Puede que los supremos hayan decidido interpelar al Ejecutivo desde una eventual sensibilidad herida, desde una necesidad de guiñar al conjunto del Poder Judicial, cuyas conductas corporativas los supremos deben atender? Si fuera así, ¿el Gobierno pudo mantenerse firme en sus posturas sobre la aplicación de la Ley en el caso Clarín pero sin herir esa sensibilidad judicial, bajando un par de decibeles el tono de su discurso?
Si en este fallo que centralmente favoreció a Clarín los supremos estuvieran adelantando su sentencia final (¿abril próximo? ¿mayo? ¿junio? ¿diciembre de 2184?), ¿para qué entonces se metieron con el tema del plazo de adecuación, dejando al desamparo la posición y la estrategia judicial sostenida por el holding? ¿Sólo para dosificar una vez más los guiños a los actores en pugna? ¿Pero no podrían haberse hecho los giles? ¿No se hicieron los giles al no referir en su fallo a nada importante que tuviera relación con el trascendente fallo de primera instancia del juez Horacio Alfonso?
Suponiendo (de nuevo, una conjetura) que sustentar la posición del Gobierno en relación con el plazo de adecuación es más que un guiño, ¿puede que los supremos, siempre oteando el panorama y probando la temperatura del agua con siete dedos gordos de siete pies, estén obrando de una manera extremadamente cautelosa para que en el escenario de una eventual sentencia favorable al Gobierno (la que sugerirían sus primeros fallos acerca de la constitucionalidad de la ley) nadie les pueda achacar debilidad ante el Ejecutivo? Imaginemos la reacción posible de las derechas mediáticas, políticas o corporativas si la Corte en cuatro o seis meses fallara contra Clarín: el kirchnerismo doblegó, humilló, arrasó con la independencia de la Corte Suprema. El fin definitivo de la República.
Volviendo a poner los pies en tierra, si se trata del presente y el futuro inmediato el fallo supremo, una vez más, paralizó la aplicación de la ley en el caso Clarín. Respecto de los otros grupos comunicacionales, la respuesta de la Afsca ha sido cuidadosa. Si antes se decía que aplicar la ley para quienes “no son Clarín” fortalecería el poder del holding dominante, ahora lo que se dijo es que se seguirán estudiando los planes de adecuación de todos los demás.

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