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domingo, 13 de marzo de 2022

El incierto tránsito de un no gobierno, por Dante Augusto Palma




Si es verdad que Mauricio Macri gobernó hasta las PASO que perdió en 2019, podría decirse que el gobierno de Alberto gobernó 99 días. Los manuales de historia dirán que cumplió su mandato y entregó la administración el 10 de diciembre de 2023 pero no pudo llegar al día 100 porque atravesó una pandemia desde el 19 de marzo de 2020 y, cuando salía de ella, firmó un acuerdo con el FMI que condicionó fuertemente su política económica. Una verdadera co-conducción, con el detalle de que el co-conductor es el que tiene la plata y el que determina cada tres meses si te la presta para que no caigas al default. Así, entonces, en diciembre de 2023 se habrá entregado un “gobierno interruptus” o un “no gobierno”. Esta idea de un “no gobierno”, obviamente, es deudora de ese concepto del antropólogo Marc Augé, usado hasta el hartazgo, cuando habló de los “no lugares”. Un aeropuerto, una autopista, un supermercado, una habitación de hotel, son “no lugares”, espacios por los que simplemente se transita pero sobre los cuales es imposible establecerse. Son de paso; son para otra cosa; pero Augé no habló de un no gobierno como el de Alberto Fernández. Pues entonces ¿de qué se trata? Hay varias interpretaciones pero podría hablarse de un “no gobierno” en términos de un período que es pura transición hacia otra cosa que no sabemos que es pero que puede ser calva y llevar gobernando seis años la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo ni eso está claro. Lo único que sabemos es que es un gobierno de tránsito. Lo saben los argentinos, probablemente lo sabía CFK, y lo saben los del FMI que firmaron un acuerdo a 30 meses para sentarse a negociar con un próximo gobierno las condiciones de la devolución de un préstamo que es imposible pagar. Este elemento hace que sea difícil evaluar el acuerdo por el simple hecho de que todos los intervinientes saben que las condiciones impuestas serán revisadas cuando haya que hacer un nuevo acuerdo. Aun así, lo que sabemos es que habrá ajuste y que el gobierno ya no decide sobre los grandes números de la política económica. El ejemplo más evidente de eso es que el famoso plan plurianual que había anunciado Alberto el día de la elección no llegó, justamente, porque depende del FMI. Entonces no hay plan, ni pluri ni anual. En todo caso, lo que no sabemos es si se podría haber negociado mejor por el simple hecho de que es un contrafáctico. Tampoco sabemos qué piensa Cristina porque no habla (ni sabemos qué piensa Alberto Fernández porque habla y dice distintas cosas según el tiempo y el lugar). Lo que sí parece obvio es que si la negociación se cierra a meses de que perdiste las elecciones y el mismo día que te quedas sin reservas, tu fortaleza  es baja y salir bien parado de allí depende de la buena voluntad del acreedor que, en este caso, es el que brindó un préstamo extraordinario violando todas las normas para que tu contrincante gane.  

El no gobierno de Alberto instala la idea de reelección para sostener algo de poder en este tránsito hasta diciembre de 2023. En política nada es imposible pero su única posibilidad de continuidad es que los actores del Frente estén cada vez más fragmentados y, a su vez, que las encuestas muestren que Alberto es el mejor candidato. Es posible que suceda lo primero aunque resulta remoto lo segundo y la renuncia de Máximo a la jefatura del Bloque parece premonitoria. Las razones de Máximo y de alrededor de ese 30% de diputados del FDT que votaron en contra del acuerdo son atendibles, fundamentadas, contundentes y compartidas por buena parte de los votantes del Frente. Lo que creo que se le recrimina es la sospecha de una lógica especulativa y el carácter extemporáneo de la manifestación. ¿Por qué decirlo ahora y no antes? Es que hoy no parece haber demasiado margen en la relación con el FMI. Hay que firmar, abrir la boca, recibir el escuerzo y prepararse para, posiblemente perder la elección. El tiempo de patear la mesa ya pasó, fue durante 2020, con un gobierno fuerte y un apoyo importantísimo. Pero allí faltó decisión y eso también lo va a pagar el kirchnerismo duro porque o bien fue cómplice o bien negoció mal al interior del Frente y no pudo imponerle su representatividad a Alberto. En este sentido, no creo que en 2023 obtenga muchos votos una eventual versión del kirchnerismo duro que salga a la arena electoral en solitario y afirmando: “Nosotros no votamos el acuerdo. La culpa del desastre es exclusiva de Alberto”. Es que la versión troskokirchnerista se sostiene en una máquina de traccionar votos como es CFK pero ante un eventual corrimiento de ella de la contienda electoral, su futuro es incierto como lo es hoy también su identidad, una suerte de gran ensalada en la que caben Evita montonera, Perón andywarholeado, la socialdemocracia europea, Greta Thunberg y las políticas identitarias de las universidades estadounidenses. Sin duda, se trata de una toma de posición en el marco de una agenda cultural que se ha impuesto en el último lustro y sobre la cual hay que posicionarse, pero eso augura, al menos por ahora, haber elegido como interlocutores y adversarios a los partidos radicales de izquierda y a los provocadores referentes de la derecha libertaria. El punto es que todavía hay una Argentina que es más amplia y no se siente representada por ninguno de esos sectores y pretender formar parte de una tradición nacional popular supone  voluntad de poder antes que un principismo testimonial.   

El no gobierno de Alberto es fruto del corsé creado por el macrismo y de la falta de decisión política transformadora del Frente. En qué porcentaje es imposible determinarlo aunque está claro que la acción del macrismo fue la condición necesaria para la existencia del corsé. Con todo, el condicionamiento que dejó Macri con una deuda impagable no se podía resolver con un gobierno cuyo único objetivo sea que ninguno de la coalición se enoje gracias a la distribución de cargos y caja. La ciudadanía percibió aquello y se lo hizo pagar a un gobierno que aparentemente, a juzgar por las propias declaraciones de Alberto, interpretó el mensaje de las urnas exactamente al revés. “La gente nos pide moderación”, indicó, cuando la gente lo que está pidiendo es que gobiernen y que hagan enojar a alguien porque si no hacen enojar a nadie los que se van a enojar son los votantes del FDT. Y con “hagan enojar a alguien” queremos decir, afectar un interés, modificar algo el estado de cosas, correrse de la corrección política, de los clichés, de los tecnócratas sociales, y, sobre todo, hacer que la gente viva un poco mejor. Y si nada de esto existe, como alguna vez dijimos aquí, al menos creen un relato, una épica, un sentido que movilice a las mayorías por una expectativa de futuro y no por los buenos momentos del pasado. Son pocos los que votan por lo que ya pasó. Las sociedades van para adelante, aunque muchas veces eso sea ingrato. Pero es lo que hay. Ofrezcan entonces, al menos, una mentira de futuro, una mascarada. Pero ofrezcan algo. 

Para finalizar, digamos que al no gobierno las cosas le acontecen y le acontece también cumplir el sueño de la alternancia de los iguales, un bipartidismo devenido bifrentismo cuyas diferencias son cosméticas. 

Sin esperanza alguna de volantazo, tarea imposible tras el acuerdo con el Fondo y en medio de una guerra que puede alterar todos los números del mundo, el no gobierno de Alberto se aferra entonces a un milagro económico que sería eso, un milagro, y a la fragmentación de todo el arco político, el propio y el ajeno. Una competencia por ser el mal menor en un contexto de crisis de representación total. En un horizonte de ajuste y con una inflación enorme que encima será empujada por el frente externo, no queda claro si se trata de una jugada riesgosa o de la única carta que le queda.     

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