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miércoles, 10 de septiembre de 2014

AVENTURAS MARAVILLOSAS Y MONSTRUOS INIMAGINABLES, por Adrián Corbella (para "Mirando hacia adentro")




REFLEXIONES ACERCA  DEL DÍA DEL MAESTRO:


Los docentes realizamos una tarea que implica una enorme responsabilidad porque somos parte importante de la formación de los chicos que ponen a nuestro cargo;  no sólo de la formación como alumnos, sino como personas. Cuando comienza nuestra tarea, en nivel inicial, nuestros alumnos son unos niños chiquitos que acaban de dejar los pañales; cuando dejamos partir a esos mismos alumnos, una década y media después, son casi adultos.  Algunos incluso ya trabajan o han tenido un hijo. En esos largos años los alumnos permanecen muchas horas en las escuelas, que comparten con nosotros.  Nos transformamos querámoslo o no en parte ineludible de sus recuerdos de la infancia y adolescencia. Nuestras virtudes y nuestros defectos; nuestros aciertos, nuestros errores y nuestras locuras serán recordados por décadas por esos miles de chicos que a lo largo de los años pasan por nuestras manos. Nos pueden amar u odiar; podemos ser sus héroes o sus antihéroes; pero es difícil que les seamos indiferentes.

La tarea docente ha pasado por tiempos mejores. Hace muchas décadas, la escuela como institución social tenía un rol indiscutible; y los docentes, habitantes habituales de sus aulas, compartían esa consideración social. A lo largo de estos años esta imagen se ha ido deteriorando, desdibujando,  debido a cambios sociales, económicos y culturales ajenos a nuestro control. Se cuestiona la validez y modernidad de la escuela, y con ella a sus docentes.

Seguimos escuchando decir que “trabajan cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones”, cuando todos sabemos que nadie puede vivir con sólo 4 horas de trabajo, y que esos mentados tres meses de vacaciones no son tales desde tiempos muy lejanos. El que les habla, que recorre su año 24 como docente, jamás tuvo semejante etapa de receso veraniego… La nuestra es una profesión rara, pues volvemos a casa tras una larga y agitada jornada pensando en lo que hay que corregir para mañana, en la prueba que hay que preparar o las fotocopias que se deben sacar, en que se acerca la fecha de presentar diagnósticos, planificaciones o planillas de incompatibilidad horaria. No conozco el caso de otros trabajadores que se lleven el trabajo a la casa en la misma medida…. Uno no se imagina a un bancario portando a su domicilio la cola completa de clientes para seguirlos atendiendo.

Muchas veces sentimos que nuestro trabajo no es comprendido. La gente se escandaliza cuando ante un paro docente se paralizan las escuelas, cuando esto es lo lógico: que ante un paro de su sector los docentes no trabajen. Y se nos pide que pensemos medidas de fuerza que no interrumpan el desarrollo de las clases. Esas mismas personas han naturalizado que, por ejemplo, ante un paro de transportistas las escuelas dejen de funcionar, aún para aquellos que viven a escasas cuadras del establecimiento en el que estudian o trabajan. Y a nadie se le ocurriría, por supuesto, pedirle a los colectiveros que cuando hacen paro transporten igual a alumnos y docentes para evitar que se paralicen las escuelas.

Hay muchas características de nuestro trabajo que se complejizan cada vez más. Cuando hay problemas sociales las escuelas pasan a ser una mezcla de guarderías y comedores escolares, amén de que esos problemas que sufren nuestros alumnos y sus familias siempre llegan al aula. Andamos acosados por crecientes responsabilidades burocrático-administrativas (que no nos gustan y no hacemos bien), por el fantasma de la responsabilidad civil, y por decisiones a niveles ministeriales de insignes profesionales que seguramente han estudiado mucho  y tienen impresionantes curriculums, pero que adolecen de una impactante falta de tiza, que no entienden cómo funciona realmente una escuela. Vivimos en una época que gusta del cambio permanente, lo cual es muy pernicioso para la educación, ya que las escuelas son instituciones con una gran inercia, por lo que si un cambio no se aplica durante un tiempo más o menos prolongado nunca llega realmente a las aulas. Los cambios tecnológicos nos brindan posibilidades educativas maravillosas, pero ni nuestra posibilidad de capacitación ni los cambios de las infraestructuras escolares le pueden seguir el ritmo a esos avances.

Más allá de estas dificultades, los docentes ingresamos al aula todos los días. Tomamos decisiones todo el tiempo frente a cosas que pasan en ella. Y entre desvalorizaciones sociales, problemas de la comunidad, agobios burocráticos, cuestiones personales e instrucciones ministeriales a veces realmente extravagantes, continuamos con nuestra tarea.

Como aquellos capitanes de barco que se subían a una cáscara de nuez para enfrentar al Océano, nos levantamos cada mañana y partimos hacia las escuelas, dispuestos a encontrarnos con aventuras maravillosas o con monstruos inimaginables.



Adrián Corbella, 27 de agosto de 2014



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