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domingo, 6 de octubre de 2013

Todos piden perdón, menos uno, por Roberto Caballero (para "Tiempo Argentino" del 06-10-13


 O’Globo hizo un mea culpa por apoyar a la dictadura. El Mercurio blanqueó la complicidad con Pinochet. Clarín, aislado del mundo.  

  Casi un mes después de que la cadena O’Globo pidiera disculpas por haber apoyado la dictadura brasileña, el dueño del diario chileno El Mercurio confesó su apoyo al golpe de Augusto Pinochet, el rol de los medios en el Plan Cóndor y sus contactos con la CIA. En nuestro país, la prensa antikirchnerista presenta habitualmente a Brasil y a Chile como modelos exitosos donde se hacen bien las cosas que, en teoría, acá se harían muy mal. En general, prodigan un tratamiento que refleja el punto de vista del cordón industrial paulista, que merece más receptividad en sus páginas que cualquier cosa que haga o diga el "polémico" Guillermo Moreno; y hace muy poco, durante el diferendo con LAN por un hangar en Aroparque, la posición de la empresa aérea trasandina fue presentada como "racional" en oposición a la de Mariano Recalde, el CEO de AA, nuestra aerolínea de bandera, que fue casi tratada de "delirante". Sin embargo, cuando estos mismos diarios, que se muestran particularmente afectos y sumamente comprensivos con los intereses brasileños o chilenos, se enfrentan a una noticia protagonizada también por empresarios de esos países que les disgusta o los interpela, se vuelven nacionalistas de golpe y la desaparecen prolijamente de sus diarios.
Están en su derecho, claro. Nadie está obligado a declarar en su contra. Lo que no se publica, aunque exista, no adquiere categoría de noticia. Cuando el mayor conglomerado mediático de Brasil pide perdón por apoyar a la dictadura, estamos sin duda ante un hecho relevante. Si Agustín Edwards, dueño de El Mercurio, principal diario chileno, ante un juez, admite sus contactos con la CIA, el papel del Plan Cóndor y su rol en el derrocamiento de Salvador Allende, confirmando el contenido de los archivos de Inteligencia estadounidenses desclasificados, también merece atención. Pero los fabricantes de noticias dominantes no las dejaron ser noticias. Las recortaron de sus agendas. 
Cuando las futuras generaciones quieran revisar la hemeroteca para ver cuándo y de qué manera los medios latinoamericanos comenzaron la glasnot informativa sobre sus propios pecados durante las sangrientas dictaduras que asolaron la región en pleno siglo XX, van a enfrentarse a la inseguridad informativa de no poder leerlo, porque se las habrán escamoteado. Serán víctimas. Leerán la historia por la mitad. La memoria incompleta que garantiza los negocios de la prensa hegemónica local, así estará garantizada. Aún en la época de Internet, que supone el clímax de circulación masiva de contenidos sin censura, el control del flujo y el sentido de las noticias ocupa obsesivamente a las grandes corporaciones. Una gran parte de las noticias que se viralizan en la red surge de los contenidos de los diarios de papel. Todos los días multitudes digitales que confían en el espejismo libertario de las redes sociales opinan sobre lo que los diarios quieren que opinen, sin saberlo. Porque no los leen: son leídos por ellos. 
En su edición de ayer, la sección El Mundo, del diario Clarín, dedicó sus dos páginas de apertura a un hecho que involucra a otro gran barón de la comunicación, el italiano Silvio Berlusconi. Eso quiere decir que, en este caso, un hecho protagonizado por un empresario de medios es noticia. Sin embargo, en una sección de seis páginas, donde además de informar sobre la casi segura expulsión del senado romano de Berlusconi, la visita del Papa a Asís, el trágico hundimiento de barcazas en Lampedusa, el estado psiquiátrico de la mujer que atacó la Casa Blanca y la muerte del general Giap, no hubo espacio para la declaración judicial del chileno Edwards, también empresario de medios. Esto no fue noticia ayer en Clarín, quizá lo sea hoy: la publicación en Tiempo Argentino tal vez los obligue a hacer algo. Pero ayer, no fue noticia. No es que fue chico, en un recuadro, en un pirulo: la revelación sobre sus contactos con la CIA, su participación en el golpe pinochetista, fue omitida. Los editores de esa sección no son aprendices. Son los mejores de la Argentina. No se les escapa que la declaración del empresario de medios ante el juez Mario Carroza apareció el viernes en el portal chileno El Mostrador. Por eso no es imputable a ellos la ausencia. Son los accionistas del diario los que opinaron a través de lo que decidieron hacer callar en sus páginas, al menos, en la edición sabatina.  
Santiago de Chile queda a 1400 kilómetros de Buenos Aires. Roma está nueve veces más lejos. En la Argentina vive medio millón de chilenos, la mitad de los que están fuera de su país. También hay medio millón de italianos viviendo acá. Suponiendo que lo que le sucede a Berlusconi sea de su interés, igual vara podría haberse utilizado para informar sobre Edwards. Son dos empresarios mediáticos, influyentes en la política de sus países e involucrados en escándalos judiciales. Pero le dieron amplio espacio a Berlusconi y ninguno a Edwards. ¿Por qué? 
Para la academia, los criterios de noticiabilidad –qué es noticia y qué no– son esencialmente subjetivos. Lo que se publica en un diario es fruto de la selección de hechos, porque no todos los hechos que ocurren en un día entrarían en la limitada capacidad de páginas de un diario. Esa selección espacial obedece a una línea editorial. Hay líneas editoriales más flexibles, otras más rígidas, las hay de derecha, más progresistas, con más respeto por la verdad y también las que no le guardan ninguna devoción. Todas deciden publicar algo y dejar de publicar otra cosa. El recorte es el espejo, fundamentalmente, del interés de sus accionistas. En su edición de ayer, Clarín optó por no darle a conocer a sus lectores un hecho que desnuda la complicidad del propietario de El Mercurio con la dictadura pinochetista. Es una decisión criticable pero legítima. Está en libertad de hacerlo. No existe una línea editorial común para todos los diarios. Clarín puede, de hecho, hablar sobre la corrupción kirchnerista sin mencionar la corrupción macrista. La corrupción mala, denunciable, según su criterio, es la kirchnerista. No es la corrupción global, es la imputable a un gobierno del que son opositores tenaces la que deciden amplificar. En nuestro país, después de 30 años de democracia, existe plena libertad de expresión, incluso para hacer eso.  
Lo interesante es indagar sobre las razones de los accionistas de Clarín para eludir el tema Edwards. Hay un pedido previo, de la organización internacional Reporteros sin Fronteras (RSF), que una vez conocido el pedido de disculpas de O’Globo, del 32 de agosto último, reclamó a Clarín y al diario El Mercurio un comportamiento idéntico. Christophe Deloire, su secretario general, y Benoit Hervieu, responsable para las Américas, firmaron un comunicado que decía lo siguiente: “El periódico argentino Clarín y el chileno El Mercurio se comportaron de la misma manera cuando los militares tomaron el poder por la fuerza en sus respectivos países, pero nunca expresaron un mea culpa (…) Clarín conserva una posición dominante en el espacio argentino de frecuencias de radio y televisión, y se niega a ceder parte de él, como lo exige la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, cuya plena aplicación se encuentra en suspenso por una decisión de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (…) las regulaciones propuestas en distintos países de la región se comprenden en función de los años del Cóndor. La censura y el terror cesaron, pero el pluralismo no ha llegado, no el pluralismo real. La fuerte concentración mediática consolidada durante las dictaduras no experimentó ningún cambio con el retorno a la democracia."
RSF reclamó algo que Clarín no puede concederle. Porque si pidiera perdón por haberse convertido en el brazo propagandístico del genocidio, estaría admitiendo lo que niega en los estrados judiciales: su sociedad con la dictadura cívico-militar, sellada en el despojo a la familia Graiver de Papel Prensa, la productora de papel monopólica desde la que controlaron el flujo de "noticias" deseables para justificar el terrorismo de Estado que desapareció 30 mil personas. Manejar Papel Prensa en los '70 era como manejar Google hoy. Ese despojo, investigado en la justicia por crímenes de lesa humanidad, es la base del surgimiento del emporio. ¿Cómo va a pedir perdón el grupo empresario si ese perdón compromete a sus accionistas en un hecho aberrante que se resisten a asumir? 
En este contexto, que no por repetido deja de ser apremiante para nuestra democracia, queda claro por qué la declaración del dueño de El Mercurio, de hace dos semanas, fue ignorado por Clarín. Por qué, también, Brasil y Chile dejan de ser los modelos exitosos para contraponer al "desastroso" modelo nacional cuando sus empresarios de medios piden disculpas por haber apoyado dictaduras. Es una selectividad, al menos, opinable la de Clarín. Como su antikirchnerismo, que no es otra cosa que una política en defensa propia: saben que si el kirchnerismo se va del gobierno, no habrá otro que impulse los juicios por violaciones a los Derechos Humanos como este. No habrá un tiempo político que les demande explicar nada y, mucho menos, hacer un mea culpa por lo que hicieron o dejaron de hacer cuando la libertad de expresión fue avasallada, en serio.
Ese va a ser un país horrible aunque a Clarín se le antoje paradisíaco. Los que se dicen hartos de la pelea entre Clarín y el gobierno tienen derecho a estarlo. Las peleas, aunque sean justas, cansan. Pero es lo que Héctor Magnetto quiere escuchar, que gana por cansacio. El indulto que el Poder Judicial corporativo extendió al grupo empresario durante todos estos años funcionó como aliado de un sentido de cosas inamovibles. La indefinición terminó naturalizando lo injusto. 
Pero tres décadas de democracia ininterrumpida no pueden terminar siendo el banquete del CEO de un grupo empresario. El mundo donde O’Globo pide disculpas y el dueño de El Mercurio asume la verdad, existe igual, aunque el mayor fabricante de noticias insista en hacernos vivir en el suyo.  
 
 
 
El medio ambiente de la diplomacia
 
 
 
En el conflicto por la ex Botnia se destaca el daño que el aumento de su producción, autorizado por el gobierno uruguayo, produciría en el Río Uruguay. Que la pastera contamina, ya se sabía. No ahora, desde siempre. Si lo hace mucho o poco, es un debate para científicos. Lo que apena es que el tratado sobre el río sea violado nuevamente y haya que recurrir a La Haya para saldar la disputa, como la otra vez. Argentina y Uruguay no son países enemigos. Artigas es un héroe para los argentinos y para los uruguayos. La derecha oriental y el mitrismo argentino deberían dejar de arrojar combustible al tema. ¿Quiénes se benefician con esto? En principio, una corporación extranjera. Los asuntos medioambientales son una prioridad en la agenda bilateral de dos países hermanos, o deberían serlo. Es un disparate que Buenos Aires y Montevideo no puedan dialogar para efectivizar las cláusulas de un tratado escrito en castellano, idioma común a ambos lados del Río de La Plata. Es preocupante que no haya instancias regionales que obliguen a entenderse. ¿Y la Unasur? ¿Y el Mercosur? ¿Y la CELAC? ¿En qué andan? Es una vergüenza que La Haya deba, cada tanto, poner las cosas en su lugar. 
Pepe Mujica sabía, hasta no hace mucho, que la Argentina es el principal socio comercial del Uruguay. ¿Por qué ceder ante UPM de la noche a la mañana, en pleno proceso electoral nacional, ignorando que la escalada sólo beneficia a los sectores que se oponen a los regímenes democráticos de promoción social ascendente como el argentino y el uruguayo? 
Desgraciadamente, la cuestión del medio ambiente, que debe ser atendida, debe relegarse por otro asunto más urgente todavía: las relaciones diplomáticas casi rotas entre dos países de una misma nación latinoamericana. 
Gualeguaychú o Frey Bentos son pueblos que no pueden querer cosas muy distintas. Pepe Mujica y Cristina Kirchner, tampoco. La cancillería uruguaya, dominada por sectores blancos y colorados, y no por los cuadros del Frente Amplio que cuidan la relación con sus pares argentinos, ha sido y es una mala consejera del presidente oriental. Cuatro años estuvo cortado un puente como metáfora del diálogo trunco, en parte por la postura intransigente de Tabaré Vázquez, hasta que Mujica y Cristina pudieron destrabar el incordio. Ese es el camino, lo demás se lo lleva el agua.
 
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