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sábado, 28 de septiembre de 2013

Vientos del Sur, por Jorge Ciccutin (para "Veintitrés" del 25-09-13)

 

Los emergentes plantaron bandera en Estados Unidos


Por Jorge Cicuttin, desde Nueva York
Dilma y Cristina protagonizaron en la ONU la rebelión de los países en desarrollo que instalaron una nueva agenda en el corazón del poder global. La declinación del imperio americano, cepo a la voracidad financiera y cómo será el nuevo mapa del poder mundial.

Llegó con unos apuntes en sus manos. Se alcanzaba a ver la letra manuscrita, grande, parecían notas recién escritas. Los discursos anteriores se extendieron más de lo previsto, el organigrama llevaba casi dos horas de retraso. Ella fue una de las últimas en hablar esa jornada. El avión presidencial la esperaba para retornar esa misma noche a Buenos Aires. Aclaró: “Mejor así, al hablar comenzada la reunión se puede interactuar, argumentar contra otras ponencias”.

Y claro que lo hizo. Desde el atril de la Asamblea General de las Naciones Unidas, Cristina Fernández de Kirchner acusó a las grandes potencias –fundamentalmente al dueño de casa, Barack Obama– de sostener un “doble estándar” en su política internacional, los trató de hipócritas, desnudó los intereses de los países fabricantes de armas y del lobby financiero, e interpeló a uno de los países más poderosos de Medio Oriente, quien debe darle una pronta respuesta a su reclamo si no desea dejar en evidencia un discurso vacío y falso.

El mismo día, pero unas horas antes, al abrir el fuego en la Asamblea, la presidenta brasileña acusó a Washington, delante de decenas de jefes de Estado y reyes, de utilizar la amenaza terrorista para espiar a gobiernos y empresas extranjeras.

Dos discursos muy duros que el presidente del país más poderoso del mundo debió soportar en su propia casa. En la noche anterior, ambas mandatarias habían desistido de ir a la recepción de gala que Obama y su esposa, Michelle, ofrecían en el lujoso Waldorf Astoria de Manhattan. Las dos mujeres estaban a esa misma hora en el primer piso del hotel Saint Regis, intercambiando ideas sobre las posiciones que iban a adoptar al día siguiente en el edificio de Naciones Unidas.

En la 68ª Asamblea General de la ONU se habló de la guerra y la paz, se dieron advertencias, se reconoció que los gobiernos poderosos pueden proteger una dictadura en otro país si conviene a sus intereses económicos y políticos, se anunció que tal o cual mandatario no deben seguir al frente de su país. Fue un encuentro duro, muy interesante, poco diplomático. Y entre tantas demostraciones de poder, estas dos mujeres se plantaron ante el más poderoso y reclamaron cambios en la agenda internacional. Cristina y Dilma, la Argentina y Brasil, marcaron una “rebelión” que sobrepasó las expectativas de un encuentro preparado para que el dueño de casa expusiera sus condiciones al resto. Los tiempos cambiaron, a tal punto que su discurso parecía ser el más extenso con sus cuarenta minutos –el protocolo de la ONU solicitaba 15 minutos por mandatario–, hasta que en la noche la presidenta argentina habló por 45 minutos.

Barack Obama llegaba golpeado a este encuentro en Nueva York. Con pérdida de poder interno, con un Congreso que deja maltrecho a su promocionada reforma del sistema de salud, con una crisis económica que no termina de irse y un desaire en el plano internacional de sus habituales aliados que le dieron la espalda a su proclama guerrera contra Siria. Entonces sacó pecho y, argumentando que “Estados Unidos es excepcional”, reafirmó su papel de gendarme del mundo y ratificó que está dispuesto a utilizar la fuerza militar para defender los intereses de Washington en el mundo.

Pero antes de su discurso, el dueño de casa debió escuchar los durísimos cuestionamientos de Dilma Rousseff, quien antes de llegar a la ONU había anticipado que suspendía su visita oficial a Washington prevista para fines de octubre. “Estamos ante un caso grave de violación de los derechos humanos y de las libertades civiles; de la invasión y captura de informaciones, de falta de respeto a la soberanía nacional de mi país”, expresó la presidenta, ya que no se trató de un espionaje circunscripto “al ámbito político –como lo fue la intervención de sus teléfonos y direcciones de correo electrónico y los de varias embajadas–, sino que alcanzó a informaciones empresariales muchas veces de alto valor económico e incluso estratégico”, como Petrobras.

La contestación a Obama, quien esperaba en una oficina cercana a que terminara el discurso la brasileña, fue directa: “Jamás una soberanía puede garantizarse en detrimento de otra”, enfatizó, al rebatir el argumento de su par norteamericano de que el espionaje está justificado por la lucha contra el terrorismo.

Lo hecho por los servicios de inteligencia norteamericanos, sentenció, “son actitudes inadmisibles”.
Tal como lo había expresado también Cristina Fernández de Kirchner, el espionaje cibernético –que el ex topo de la CIA, hoy refugiado en Rusia, Edward Snowden, reveló con lujo de detalles– no termina en Brasil sino que se replica contra la Argentina y la mayoría de los países del mundo. Por eso Dilma insistió en la ONU con que el espionaje masivo trasciende la mera relación bilateral entre Brasil y los Estados Unidos para afectar a toda la comunidad internacional, “y de ella exige respuesta”. Exigió al secretario general Ban Ki-moon que asuma la responsabilidad de “desempeñar un papel de liderazgo en el esfuerzo por regular el comportamiento de los Estados” frente a las nuevas tecnologías.

Si Dilma abrió la sesión del martes de la Asamblea General, quien habló casi en último lugar del día fue Cristina. Y la “pasión” con la que habló –ella utilizó esa palabra, haciendo referencia al papa Francisco– fue de la mano con la dureza y claridad de definición hacia la actitud de los países más poderosos en la arena de la política internacional.

Acusó, sin medias palabras, de aplicar “un doble estándar” a Estados Unidos y a Gran Bretaña, exigiendo de otros países actitudes que ellos históricamente no han llevado adelante. Atacó a la industria armamentista de los países del Norte, a estos verdaderos señores de la guerra que siguen armando a la oposición siria al mismo tiempo que los gobiernos de esas naciones hacen llamados públicos a terminar con la sangrienta guerra civil. “Recién ahora, cuando descubren que se utilizaron armas químicas hablan de una crisis en Siria. La crisis en Siria estaba desde hace dos años y medio, de los 150 mil muertos, el 99 por ciento fueron por armas convencionales, no químicas. ¿Qué diferencia hay entre estos muertos?”, se preguntó la presidenta argentina.
Recordó que armas químicas se han utilizado en otros tiempos y en otras guerras. “Miren las consecuencias que las bombas atómicas que cayeron sobre Nagasaki e Hiroshima tuvieron durante años sobre la población japonesa, y el uso del napalm en Vietnam”, dijo, apuntando al doble estándar norteamericano.

“No hay guerras justas, sólo la paz es justa”, sentenció la mandataria argentina.

En distintas partes de su discurso, Cristina se plantó frente a este doble estándar de Washington, aprovechando la “honestidad brutal” que expuso Obama en partes de su alocución. Esa que utilizó para reconocer que los Estados Unidos pueden mantener relaciones con países gobernados por dictadores si esos gobiernos protegen los intereses norteamericanos. Sobre otros a los que consideran dictadores, no tendrán consideración. Por eso señaló que el mundo debe decidir si quiere vivir bajo el espanto de las “fosas comunes”. Esta frase fue retomada por CFK: “Nosotros estamos descubriendo fosas comunes con los restos de los miles de desaparecidos de la dictadura cívico-militar. Cuánto nos hubiera gustado que tantos discursos condenando dictadores hubieran estado en aquella época. Pero en medio de la Guerra Fría éramos víctimas de los dictadores” que protegían otros gobiernos del Norte, denunció Cristina.

“Hay que acabar con este doble estándar”, dijo.

Las palabras de Cristina y Dilma fueron de las más duras que tuvieron que soportar los poderosos que estaban sentados en la ONU. A su modo, más campechano pero no menos crudo, otro que vino del Sur, el uruguayo José “Pepe” Mujica, pidió por Malvinas y por Cuba, llamó a terminar con una civilización “del despilfarro”, y a terminar con las hipocresías. “Soy del Sur y vengo del Sur a esta Asamblea. Mis errores son hijos de mi tiempo. No vivo para cobrar cuentas. Cargo con los restos del colonialismo en Malvinas. De bloqueos inútiles a Cuba. Cargo con una gigantesca deuda social, con la necesidad de vender la Amazonía, nuestros mares y ríos”, comenzó el mandatario. “Soy del Sur y cargo con la vigilancia electrónica que no hace otra cosa que sembrar desconfianza”, insistió en referencia a los programas de espionaje estadounidenses en varios países, entre ellos Brasil. También se lamentó de que la humanidad haya “sacrificado a los viejos dioses inmateriales” y haya ocupado “el templo con el dios mercado”.

Con crudeza, habló de cómo se discrimina a los países más pequeños, como es el Uruguay, desde la mirada del Norte: “Donde se reparten los recursos y se toman decisiones, no entramos ni para servir café”, acusó.

No fue una Asamblea más esta que se vivió en estos soleados primeros días de otoño en Manhattan. Se escucharon voces apasionadas, fuertes, contundentes, que denunciaron las hipocresías del poder del Norte. La aplicación de “un doble estándar” a la hora de definir qué y quiénes pueden hacer determinadas cosas, fue algo que se escuchó claramente en el recinto de las Naciones Unidas. Se denunciaron las máscaras del poder. Justamente en una ciudad y en un país donde se respira ese poder en cada paso y en cada calle de Manhattan.

Cristina Fernández y Dilma Rousseff fueron de las voces más contundentes y precisas de esa rebelión. Y los dueños del mundo escucharon.
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Las frases de Cristina

- “Ese instrumento (Consejo de Seguridad) que funcionó desde 1945, hoy se ha demostrado absolutamente antifuncional y obsoleto no solamente frente a la cuestión siria, sino también ante otros frentes contra la paz y contra la inseguridad en el mundo”.

- “Resulta casi absurdo que no nos dejen pagar en un mundo que se cae, en una Europa devastada. A menos que nos quieran castigar”.

- “Que no se confunda nuestra profunda convicción con las normas del derecho internacional, tampoco se confunda nuestra paciencia con ingenuidad o estupidez” (en relación al memorándum de Irán).

- “Hoy los millones de argentinos no tienen por qué pagar la fiesta de los lobbistas que participan en campañas políticas y ponen plata en las campañas de los políticos aquí”.

- “Este no es un problema de Argentina, es un problema del mundo. Somos víctimas seriales de los lobbistas, de los fondos buitre”.
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Frases de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff

- “Jamás una soberanía puede sostenerse en detrimento de otra soberanía. Jamás el derecho a la seguridad de los ciudadanos de un país se podrá garantizar con la violación de la seguridad de otros ciudadanos”.
- “Estamos ante un caso grave de violación de los derechos humanos y de las libertades civiles, de invasión y captura de informaciones sigilosas relativas a actividades empresarias y, sobre todo, de falta de respeto a la soberanía nacional”.

- “Semejante injerencia es un quebrantamiento del derecho internacional y una afrenta a los principios de las relaciones entre los países, especialmente si son amigos. Le transmitimos al gobierno norteamericano nuestra protesta, exigiendo explicaciones, disculpas y garantías de que estos procedimientos no se repetirán”.

- “La crisis en Siria conmueve y provoca indignación. Dos años y medio de pérdidas de vidas y destrucción causaron el mayor desastre humanitario de este siglo. No hay salida militar. La única solución es la negociación, el diálogo, el entendimiento”.
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Opinión 

“Una agenda diferente”
Por Gabriel Puricelli
Coordinador de Programa de Política Internacional del Laboratorio de Políticas Públicas

Las exposiciones de Dilma Rousseff y Cristina Fernández buscaron definir una agenda diferente a la de las potencias hegemónicas pero desde visiones diferentes. En el caso de Brasil, la Asamblea de Naciones Unidas fue el corolario de la ofensiva diplomática que puso en marcha como respuesta al espionaje llevado adelante por Estados Unidos. El discurso de Dilma ratificó a Brasil como una nación con poder regional y en una situación de autonomía. Sin embargo, no se mostró como la voz que representa a toda la región.
En el caso de la Argentina, se vio más condicionada por lo que había sido su participación en la Asamblea del año pasado, cuando presentó su oferta de diálogo con Irán. Ahora, Cristina Fernández estaba obligada a pasar en limpio lo que se había avanzado en ese sentido y lo real es que había poco para mostrar.

Es difícil establecer si la omisión argentina al espionaje en Brasil fue un olvido de la Presidenta o si estuvo premeditado. Lo que no hay que perder de vista es que ambos países tienen diferencias de criterio con respecto a la constitución del Consejo de Seguridad y por lo tanto no es descabellado pensar que la Presidenta argentina no quiso quedar tan alineada con Brasil en el foro de Naciones Unidas.

El papel de Estados Unidos quedó desdibujado en esta Asamblea a partir de no haber podido imponer su voluntad en el conflicto sirio. De todas maneras, por esto no hay que creer que haya dejado de ser la principal potencia mundial, ya que lo que prima en el concierto mundial es la cuestión militar y en ese aspecto Estados Unidos sigue siendo el país hegemónico.
 
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