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jueves, 26 de septiembre de 2013

Caso Snowden: cuando la cura es la enfermedad, por Manuel Gonzalo Casas (para "elDiario24" del 24-09-13)

Obama espía.
























Por Manuel Gonzalo Casas. 
Abogado, desde Friburgo, Alemania.

Obama espía.











Fui lleno de expectativas. Era mi primera participación en las Jornadas Nacionales de Derecho Civil: aquel encuentro bianual donde se congregan profesores de todo el país en busca de consensos respecto a las problemáticas actuales. Yo aún era estudiante. Corría el año 2007, cursaba cuarto de abogacía en la Universidad de Tucumán y tenía la oportunidad de presentar una ponencia en ese mundo. A pesar de mi menor conocimiento, tenía mayor confianza en mi postura que en la actualidad. Salvo por unos amigos con los que viajé, todo me era lejano. Con la mayoría me separaban bibliotecas.

Presentaba la ponencia junto al profesor Daniel Moeremans. Él era mi puerta de ingreso, quién me había animado a hacerlo. Para Daniel se trataba de una jornada más, no era su primera ni fue su última. Para mí, en cambio, era descubrir otra cara del proceso de reconocimiento del derecho, la posibilidad de percibir la gestación de los libros, la humanización del pensamiento. Ese viaje a Lomas de Zamora era vivenciar discusiones históricas que en esos encuentros habían tenido lugar y que hoy sobrevuelan como leyendas con tintes heroicos en favor de una u otra posición según quién la reproduzca.


Nosotros presentábamos una ponencia sobre el e-mail como medio de prueba. Exponíamos en la comisión en la que el tema principal era el derecho a la intimidad y las comunicaciones. Nos ocupamos del objeto del caso Halabi, es decir, si los proveedores de telecomunicaciones debían conservar los datos de las comunicaciones, y, en su caso, si estos debían ser los de tráfico o los de contenido. Los datos de tráfico son la fecha y hora de envío y de recepción de las comunicaciones. Los datos de contenido, por su parte, son la información que transfieren ellas. En el breve tiempo del que disponíamos defendimos el valor del correo electrónico como proyección de la persona, su semejanza ontológica a las comunicaciones tradicionales y la posibilidad de aplicación analógica de sus normativas. En aquel entonces concluíamos que los proveedores de internet debían conservar los datos de tráficos. Nuestra idea no logró adhesión. Para Daniel no se trataba de gran cosa. Como jurista tenía internalizada la mecánica de la discusión. Para mí era un fracaso. Ni siquiera sentí que la postura era considerada minoritaria. Incluso pensé que yo era una suerte de hereje de la intimidad. Con el tiempo se volvió una anécdota personal que este año, en el que se realizan nuevamente las jornadas, el caso Snowden y sus consecuencias en Latinoamérica me recordó.


Las jornadas son esta semana en la Universidad de Buenos Aires. En este encuentro ninguna comisión en particular tiene por tema el derecho a la intimidad y las comunicaciones. Esta vez el tema las atraviesa a todas. Es que sin derecho a la intimidad no hay derecho civil sobre el cual hablar. Sin intimidad no hay persona, no hay dominio, no hay responsabilidad del estado frente a los particulares. Sin intimidad todo nuestro código se vuelve letra muerta. Es que en la intimidad germina nuestra voluntad, fundamento de la democracia, en ella se asienta el individuo, eje de la cosmovisión occidental. En la intimidad encuentra su pivote, por tanto, no sólo el derecho civil, sino también todo el estado de derecho.


A seis años de aquella participación, luego de que la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmara la inconstitucionalidad de la norma que obligaba a los proveedores de telecomunicaciones a conservar datos, dudo de la ponencia. Pero de lo que sí estoy convencido es de que hoy están en juego milenios de pensamientos y de luchas. Hoy está en riesgo el derecho. Occidente debe replantearse cómo proteger su seguridad interna y acceder, sin más, a los datos de contenido de las comunicaciones no es opción. Elegir tal camino es no saber ponderar la situación. La amenaza que los terroristas implicarían de destruir la cultura de occidente la están concretando los amenazados, pues aquello que pretende ser la prevención, termina siendo la enfermedad misma.


Manuel Gonzalo Casas
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