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miércoles, 18 de septiembre de 2013

BELISARIO Y EL SÍNDROME DEL IMPERIO MORIBUNDO, por Adrián Corbella (para “Mirando hacia adentro”)






“Aquí llegaron las hormigas
vamos conquistando tierras enemigas
invisible silenciosa y simultanea
toda la invasión es subterránea

Sin disparar al aire sin tirar misiles
sin tener que matar gente usando proyectiles
la guerra la peleamos sin usar fusiles
de bloque en bloque como los albañiles

Han tratado de pararnos un par de vaqueros
pero ya esta construido el hormiguero
somos muchos hermanos con muchos primos
la familia es grande porque nos reproducimos

Desplazamos al vaquero de sus oficinas
porque trabajamos a tiempo completo sin propina
no somos bienvenidos
como quiera entramos te picamos y te castigamos

Cuando mas te confías las hormigas te engañan
atacan en equipo como las pirañas
aunque sean pequeñas gracias a la unión
todas juntas se convierten en camión

Pobre del vaquero que nos subestima
cuando se duerme se le viene la colonia encima
por eso los vaqueros en todas las esquinas
los tenemos comiendo comida latina”

Fragmento de la letra del tema “El Hormiguero” de Calle 13


¿Cómo mueren los Imperios?... ¿Hay reglas generales?... ¿Sirven experiencias del pasado para analizar el presente?. Todas éstas son preguntas que no tienen respuestas definitivas, pero cuya formulación sirve para reflexionar, para analizar la realidad que nos rodea.
El Imperio Romano dominó Occidente durante varios siglos. Siempre tuvo una mitad latina y otra griega, y aunque esta división fue funcional a los intereses imperiales en los tiempos de gloria, no pudo sostenerse en épocas de crisis, generando en 395 d.c. la división en dos nuevas unidades políticas: el Imperio de Occidente, con capital en Ravenna y de efímera existencia, y el de Oriente, también llamado Bizantino, cuya capital fue la fastuosa ciudad de Constantinopla, ubicada junto al Bósforo, en el cruce de caminos principal del viejo mundo mediterráneo.
En su última etapa el mundo romano fue acosado por los “bárbaros” (extranjeros de fuera del Imperio), que a veces lo hostigaban militarmente, pero que muchas más veces ingresaban pacíficamente y se integraban a la vida imperial como trabajadores o soldados, y que con el correr del tiempo llegaban a ser funcionarios y oficiales. Se habla por eso de una “barbarización” del Imperio, que por estos años tardíos tuvo incluso un Emperador sirio, Heliogábalo, que dejó triste recuerdo por sus desmanes.
El último gran héroe militar de la Roma occidental, Aecio, vencedor de los hunos en los Campos Catalaunicos, era descendiente de un bárbaro escita.  El ejército imperial de los tiempos tardíos estaba plagado de bárbaros y de hijos de bárbaros,  como sucede hoy con las fuerzas del Imperio norteamericano , donde abundan los “latinos”, con o sin pasaporte americano. Si Aecio fuera hoy un general de los Estados Unidos, su apellido sería Rodríguez o Martínez.
En 476 fue destruido por los bárbaros el Imperio de Occidente, pero no debemos pensar en una larga guerra o en una gloriosa batalla. Por el contrario, fue un suceso oscuro, de entrecasa, de trastienda, ya que el último Emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, fue arrestado y destituido por uno de sus oficiales bárbaros, el hérulo Odoacro.
Los imperios nunca mueren fácil. En el siglo VI la Roma de Oriente renace durante el reinado de Justiniano, cuyo general Belisario se lanza a la reconquista de Occidente. Como esos boxeadores acorralados que se juegan todo a una mano bien puesta, el Imperio lanza hacia el oeste a las legiones de Belisario. El general recupera Italia, África, y partes de Hispania e Iliria, aumentando el territorio imperial en un 45%. Casi reconstruye el viejo Imperio, si exceptuamos a la Galia.
La gesta de Belisario tiene sin embargo dos corolarios más o menos inesperados. Un Imperio decadente y moribundo no puede tolerar a un general exitoso. Belisario fue juzgado por supuestos actos de corrupción, destituido y encarcelado.  Algunos dicen que luego fue perdonado, mientras que otros sostienen que terminó su vida como un mendigo ciego en las calles de Constantinopla. Victoria tras victoria, Belisario se fue construyendo su perdición.
Bizancio conservó las conquistas de Belisario por poco tiempo. Las fue perdiendo con la misma facilidad con que las había conquistado, porque un Imperio terminal conserva un poder militar, eminentemente destructivo, pero ya no tiene el poder político y cultural necesario para consolidar lo conquistado.
Los imperios no desaparecen fácil. Su agonía es lenta y violenta hasta que con el paso del tiempo sólo les queda una fantasmal caricatura de lo que fueron tiempo ha. Pero mientras tanto conservan un gran poder destructivo sin contar con la capacidad constructiva concomitante que es necesaria para afirmar políticamente las conquistas.
Cuando los turcos otomanos tomaron la ciudad de Constantinopla en 1453 esta era la capital de un Imperio virtual, un espectro de un poder imperial que había desaparecido hacía siglos.
Tampoco en los tiempos modernos los imperios desaparecen fácil.  En el siglo XX, el Imperio Británico fue destruido en dos grandes guerras… que ganó. Cada guerra mundial “ganada” dejaba a los ingleses más débiles de lo que estaban al comenzar. Como dijo hace más de dos milenios el rey griego Pirro, tras lograr sangrientas victorias contra el naciente poder romano, “otra victoria como ésta y me vuelvo solo a Epiro”. Por eso el inteligente monarca emprendió el regreso a tiempo, se negó a seguir "ganando" más batallas
¿Será este quizás el modelo para el Imperio del siglo XXI?... ¿Irán tejiendo los norteamericanos su destrucción a base de victorias… pírricas?
Los Estados Unidos han mostrado en las últimas décadas una tendencia creciente al uso ilimitado de la violencia por fuera de toda regla o principio internacional. Resulta indudable que conservan una capacidad destructiva impactante, que les permite conquistar países (Afghanistan, Irak, Libia) casi sin esfuerzo. Pero estas conquistas son sólo el prólogo de operaciones militares interminables contra fuerzas irregulares que los hostilizan y les encarecen enormemente el precio de la victoria, ya que los regímenes colaboracionistas no se pueden sostener sin la permanente presencia militar imperial. Esto crea un vacío que tarde o temprano será llenado por fuerzas hostiles al Imperio, antisistema, de un carácter fanático y violento.
Este uso indiscriminado e irracional de la violencia es un rasgo muy claro de los imperios tardíos, moribundos, lo que va siempre acompañado de una incapacidad política para capitalizar a mediano y largo plazo los frutos de la victoria militar.
Es difícil saber en qué punto de su declive se encuentra el Imperio americano, y cuánta más violencia ejercerá en su agonía. Algo nos queda claro: éstos procesos son lentos, pero prácticamente indetenibles. Cuando un Imperio llega a este punto, cuando ve cercano su fin, derrocha violencia, y gana muchas batallas que le permiten prolongar su agonía, pero sabe, con casi absoluta certeza, que no puede ganar la guerra, pues su época tiene ya fecha de vencimiento.


Adrián Corbella, 17 de septiembre de 2013.

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