Manuel Belgrano volvía derrotado por su salud
del frente Norte, acuciado por las derrotas y por su enfermedad. Había
dedicado su vida a combatir por la Independencia Americana y, en los
últimos años, el Directorio lo había condenado a reprimir los disensos
internos y combatir a desgano contra los caudillos protofederales.
Belgrano, sin dudas, era un hombre del puerto, un político del orden, un
militar del poder central, pero, a diferencia de los protounitarios,
veía con horror cómo el sueño de una América unida se astillaba por los
intereses de las oligarquías locales. Promediaba el año XX, el terrible
año de la anarquía, en el que porteños y provincianos se disputaban las
migajas de país que habían dejado diez años de guerras revolucionarias, y
Belgrano se iba apagando al mismo fúnebre compás en que se
deshilachaban los ideales de Mayo. De la misma manera como Carlos Marx en el 18 Brumario le atribuye a
la historia la cualidad de repetirse a sí misma en forma de comedia, o
como Jorge Luis Borges sugiere que la principal característica es el
pudor, yo –perdón por el exabrupto estilístico– considero que la
particularidad capital de nuestro pasado argentino es la maliciosa
ironía. En nuestro país, los "civilizados" degüellan, los "demócratas"
realizan golpes de Estado y masacran a los opositores, los "próceres"
son humillados y abandonados y luego reverenciados como seres míticos y
extraordinarios por las mismas tradiciones políticas y culturales que
los obligaron a refugiarse en el exilio. Pero quizás el mayor de los
sarcasmos posibles para nuestra historia fue el del día de la muerte de
Manuel Belgrano, de la que el jueves se conmemorará un nuevo
aniversario. Belgrano fue, fundamentalmente, un intelectual. Un hombre de estudios
y de acción política serena, a quien la historia lo tomó por los
hombros. Abogado, sin preparación militar, se dedicó a conspirar
constantemente contra el dominio peninsular, hasta que el 24 de mayo de
1810 amenazó con volarle la tapa de los sesos al virrey Cisneros.
Cerebro económico de los revolucionarios radicalizados, le sopló al oído
las pautas económicas a Moreno para el Plan Revolucionario de
Operaciones. Porque si hay algo que tenía Manuel era un proyecto de país
con un desarrollo autónomo. Basta leer sus trabajos económicos en la
Gazeta o el Correo de Comercio para comprender que su liberalismo
concluía donde comenzaban los perjuicios para la economía local. Sus
trabajos sobre intercambio económico incluyen medidas proteccionistas,
espionaje, diplomacia para la exportación, creación de valor agregado a
través del trabajo, necesidad de industrialización, intervencionismo
estatal. En síntesis, se trata de un liberal nacionalista pragmático. Pero,
¿qué significa exactamente eso? Se trata de estar convencido de que la
libertad económica favorece el desarrollo de las dinámicas de creación
de riquezas pero que tienen un límite, es decir, que hay un nosotros –la
patria– que interviene lo dogmático para transformarlo en empírico.
Liberalismo, sí, pero mientras favorezca a la Nación. Un pragmatismo del
nosotros, de una identidad concreta. Belgrano no llega a ser un líder
popular como Dorrego, como Artigas, como otros caudillos federales. Su
concepción sobre los sectores populares no se lo permite. Sin embargo,
tiene una idea de democracia mucho más profunda que la de los liberales
conservadores que se legitiman con su figura. Quizás una de las definiciones más ricas y contradictorias que se
hayan escrito sobre Belgrano fue la que dio el tucumano Juan Bautista
Alberdi: "Mitre y Sarmiento... quieren reemplazar los caudillos de
poncho por los caudillos de frac; la democracia semi-bárbara, que
despedaza las constituciones republicanas a latigazos, por la democracia
semi-civilizada, que despedaza las constituciones con cañones rayados, y
no con la mira de matarlas sino para reconstruirlas más bonitas; la
democracia de las multitudes de las campañas, por la democracia del
pueblo notable y decente de las ciudades, es decir, las mayorías por las
minorías populares; la democracia que es democracia, por la democracia
que es oligarquía... Belgrano, para librar al país de los Artigas y los
Francia, no trataba de exterminarlos, sino buscaba la cooperación de
ellos mismos para dar a la democracia la forma que la libre de tener por
jefes caudillos semi-bárbaros, elegidos por las campañas, y caudillos
semi-cultos, elegidos por las ciudades; y que, en lugar de caudillos, o
jefes populares de toda especie, tomase una personificación permanente
en la forma de gobierno adoptado por la civilización de la Europa
liberal, que dé paz y libertad a las campañas y a las ciudades, a los
semi-bárbaros y a los semi-cultos, sin perjuicio del derecho democrático
de todos a tomar en la gestión de gobierno la parte que le concede
esencialmente la necesidad de moderarlo y mantenerlo dentro de la ley y
del respeto de los derechos populares. Eso quería Belgrano…" O al menos
eso quería el Belgrano de Alberdi. El mismo Belgrano había escrito diez años atrás en el Diario del
Comercio la importancia de la unidad para los pueblos del mundo. "La
unión ha sostenido a las Naciones contra los ataques más bien meditados
del poder, y las ha elevado al grado de mayor engrandecimiento; hallando
por su medio cuantos recursos han necesitado, en todas las
circunstancias, o para sobrellevar los infortunios, o para aprovecharse
de las ventajas que el orden de los acontecimientos les ha presentado
–sostenía en mayo de 1810–. Ella es la única, capaz de sacar a las
Naciones del estado de opresión en que las ponen sus enemigos; de
volverlas a su esplendor, y de contenerlas en las orillas del
precipicio: infinitos ejemplares nos presenta la Historia en
comprobación de esto; y así es que los políticos sabios de todas las
Naciones, siempre han aconsejado á las suyas, que sea perpetua la unión;
y que exista del mismo modo el afecto fraternal entre todos los
Ciudadanos. La unión es la muralla política contra la cual se dirigen
los tiros de los enemigos exteriores é interiores; porque conocen que
arruinándola, está arruinada la Nación; venciendo por lo general el
partido de la injusticia, y de la sinrazón á quien, comúnmente, lo
diremos más bien, siempre se agrega el que aspira á subyugarla. Por lo
tanto, es la joya más preciosa que tienen las Naciones. Infelices
aquellas que dejan arrebatársela, o que permitan, siquiera, que se les
descomponga; su ruina es inevitable." Una década después, el 20 de junio de 1820, a los 50 años recién
cumplidos, Manuel –el mismo que había ido a estudiar a Salamanca porque
su familia era de sólida posición económica– moría en la más absoluta de
las pobrezas. Y ese mismo día, la política pequeña le "pegaba una
gastada" cruel: conocido como "el día de los tres gobernadores" se
producía el fin de la Revolución de Mayo con la caída del Directorio
Supremo y la disolución de todo poder central en la Provincias Unidas
del Río de la Plata. Tres soberanías diferentes reclamaban su jefatura y
las provincias se replegaban sobre sí mismas, desconociendo el poder
central –soberbio y mal llevado– de Buenos Aires. Belgrano, el ideólogo
de la unidad, moría en un país descuajeringado. Es que nuestra historia
es así. Melancólicamente irónica, como le gustaba decir a Ernesto
Sabato.
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