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jueves, 31 de enero de 2013

De Eloy Alfaro a Rafael Correa, por Juan Chaneton (para “Nos Comunicamos” de enero de 2013) Elecciones en Ecuador el 17 de febrero




Ecuador es un país de 283 mil Km² y 14 millones de habitantes que limita con Colombia, Perú y el Océano Pacífico. Ecuador es la Sierra y la Costa. En aquélla, estrecho callejón rodeado de montañas, mandaron, tradicionalmente, los terratenientes o latifundistas ganaderos. En la Costa, dominaban los grandes comerciantes exportadores de manufacturas. Ello fue así, en términos muy generales, hasta bien entrado el siglo pasado.
Las clases dominantes costeñas se dedicaban, además, a los emprendimientos de transporte marítimo o fluvial; y con esa “acumulación originaria” se dieron también a las primeras actividades bancarias.
Ya desde fines del siglo 19 y comienzos del 20, Ecuador conoció -en curiosa simetría con la hermana Colombia- las luchas entre conservadores y liberales, es decir, entre la Sierra y la Costa.
El ala izquierda del Partido Liberal tuvo un dirigente como Eloy Alfaro, guerrero, político y presidente de la república. Su ideario evoca al de Jorge Eliécer Gaitán, el colombiano, con la salvedad de las épocas distintas en que actuaron uno y otro. Alfaro murió en 1912 y Gaitán en 1948, en aquel ya célebre Bogotazo.
Laico y progresista, Alfaro era el jefe del ala radical del liberalismo. Y radical, aquí, quería decir anticlericalismo, laicismo, derechos para las minorías indígenas, ferrocarril, industria, progreso.
La revolución liberal de Guayaquil, del 3 de enero de 1895, lo catapultó al primer plano de la política nacional. El 12 de enero de 1897 fue elegido presidente de la nación. Su segunda presidencia tuvo lugar entre 1906 y 1911. La reacción conservadora-clerical lo envió a la cárcel el 28 de enero de 1912 y una maniobra criminal de sus enemigos posibilitó el ingreso de una muchedumbre a la prisión. Clamando sangre fue linchado y arrastrado su cuerpo exánime por las calles. Su nombre revivió a fines de la década de los 60’ y principios de los ’70 en una fuerza guerrillera rural de exigua existencia que se llamó “Alfaro Vive”. La Revolución Ciudadana -dice el presidente Correa- se inspira en el ejemplo precursor del “Águila Roja”, tal el apelativo con se conocía a Eloy Alfaro.


La Revolución Ciudadana
En 1967 brotó el petróleo en la Amazonia ecuatoriana. En 1973 el país ingresó a la OPEP de la cual se retiró bajo el gobierno de Sixto Durán Ballén en 1992 y reingresó ya bajo el gobierno del presidente Rafael Correa.
Ecuador conoció, como todos nuestros hermanos latinoamericanos en los ’60 y 70, las dictaduras militares sostenidas por Washington. Luego vino el relevo “democrático” pero la estructura económica del país seguía siendo profundamente injusta y dependiente del petróleo.
En 2006 el desconocido Rafael Correa le ganó las elecciones al ricachón Álvaro Noboa, el rey de la banana. Correa empezó por el principio: cambiar los fundamentos políticos y jurídicos sobre los que estaba edificada la formación social ecuatoriana. Y esos fundamentos están en la Constitución.
En 2007 Rafael Correa convocó a los ciudadanos del Ecuador a una elección destinada a conformar una Asamblea Constituyente. Su partido, Alianza País, obtuvo 80 bancas sobre un total de 130. La Constitución fue reformada y la reforma sometida a plebiscito y aprobada con el 63 % de los votos.
La reelección del 2009 estaba cantada, y así fue. Los sectores con poder en el mercado interno, los exportadores y los grupos con influencia en la política que tradicionalmente hicieron de Ecuador un país para pocos, fueron desplazados paulatinamente de sus lugares de privilegio. El Poder Judicial, coto de la derecha, también fue auditado y reformado. La derecha perdía poder en proporción directa al apoyo popular que construía Correa.
Apelaron, entonces, a la embajada yanki que, con el “know how” de sus agencias de inteligencia soliviantaron a las policías, intentando un golpe de Estado en 2010. El de 2011 fue el año de la gran consulta popular sobre una gran variedad de temas: seguro social obligatorio; transformación del Poder Judicial; distintos aspectos vinculados al salario y a las condiciones de trabajo y a la calidad de vida del pueblo. Ganó el gobierno por poco margen.
El 17 de febrero hay nuevas elecciones presidenciales y legislativas en Ecuador. La Revolución Ciudadana se pone a prueba. El neoliberalismo, que había destruido el Estado y la ciudadanía pugna por volver. Correa y su gobierno, por seguir reconstruyendo ciudadanía integrando regiones e incluyendo a los más pobres.

Hacia el 17 de febrero
El programa de una oposición diezmada y dividida es la restauración neoliberal. Cinco de los ocho partidos que se presentan proponen cambiar el modelo, volver al Estado mínimo, recortar el gasto, disminuir impuestos, apertura de la economía y celebración de “telecés” con EE.UU., esto es, tratados de libre comercio.
El tren fantasma de la oposición está conformado por CREO (Movimiento Creando Oportunidades), de Guillermo Lasso, banquero; Sociedad Patriótica, encabezado por el pro estadounidense Lucio Gutiérrez; el Partido Renovador Institucional Acción Nacional (PRIAN), del magnate bananero Álvaro Noboa; la Unidad Plurinacional de Izquierda es un conglomerado de ecologistas, indigenistas e izquierdistas retóricos desencantados porque Rafael Correa no impuso en el país la dictadura revolucionaria de los obreros y campesinos. Llevan como candidato a Alberto Acosta, economista y ex ministro de Minas de Rafael Correa.
Siguen a los cuatro anteriores, Sociedad Unida Más Acción (SUMA), ecologista, cuya fórmula será Mauricio Rodas-Inés Manzano.
El Movimiento Ruptura de los 25 es un desprendimiento del “correísmo”. Sus candidatos: Norman Wray y Ángela Mendoza.
El Pardio Roldosista Ecuatoriano (PRE) reivindica a Jaime Roldós, “accidentado” probablemente por la CIA cuando presidía el país con una plataforma de cambios desde una perspectiva nacionalista de centroizquierda. Iban a llevar como candidato el impresentable Abdalá Bucaram –quien ya fue presidente- pero como éste se halla exiliado en Panamá acusado de corrupción están, a estas horas, a la búsqueda de un candidato.
Por fin, Alianza País es la construcción política fruto de la actividad e ideas del presidente Rafael Correa y que gobierna el país con ejes ideológicos claros: antiimperialismo, integración regional, recursos naturales de propiedad del Estado ecuatoriano, expulsión de las bases guerreras de EE.UU. en Ecuador; distribución del ingreso; lucha contra el analfabetismo y el narcotráfico y constante promoción de la calidad de vida del pueblo a partir de un programa económico heterodoxo que privilegia el mercado interno, la demanda agregada, la inversión reproductiva nacional y extranjera, y los derechos de los pueblos indígenas, tratando de conciliar estos últimos con las exigencias del desarrollo y crecimiento de la economía nacional.
El 17 de febrero, con este panorama, se juegan en las urnas otro mandato de cuatro años para Correa y la posibilidad de contar con mayoría parlamentaria para llevar adelante, sin interferencias, los cambios en la estructura institucional, en las relaciones económicas y en la cultura y la ideología del pueblo ecuatoriano.

Logros y conflictos
La Revolución Ciudadana se ha caracterizado por su objetivo estratégico de redistribuir la riqueza a partir de una profunda reforma impositiva de tipo fuertemente progresivo. Hace mucho que los ricos de Ecuador pagan más y contribuyen a las arcas fiscales como no lo habían hecho jamás en la historia del país. Las protestas y acciones en contra del gobierno tuvieron menor intensidad que la violenta reacción del sector rural en la Argentina. A ello contribuyó el hecho de que las ganancias del sector exportador agrícola (banano, café, cacao), del gran comercio y de los bancos crecieron, debido a los buenos precios internacionales, como nunca antes.
Ello posibilitó una más eficaz lucha contra la pobreza, el principal problema con que se encontró Correa al asumir en 2006. Salud y Educación fueron dos rubros a los que se destinaron ingentes recursos con efecto positivo ya que fueron arrancados de la indigencia y de la pobreza extrema amplios sectores. Las políticas asistenciales se hacen indispensables en situaciones de crisis social profunda. Lo importante es la conciencia del gobernante que sabe que el asistencialismo debe ser transitorio y que la inversión que abre nuevas fuentes de trabajo estable es la solución de fondo. De lo contrario, se cronifica el subsidio y este hecho produce clientes del Estado pero no actores sociales y políticos en condiciones de construir poder popular.
En ese sentido, la Revolución Ciudadana se parece un poco más al caso argentino que a la Venezuela de Chávez y ello por razones cuya exposición y profundización escapan a los propósitos y límites de esta nota.
Con una proyección de crecimiento del PBI para 2013 del 5,4 % y un desempleo del 5%, el principal problema que enfrenta Correa es encontrar cuanto antes un sustituto del petróleo, pues las reservas y yacimientos dan para veinte años más. Ese sustituto es la gran minería y aquí aparece otro problema común a nuestros países hermanos de Latinoamérica. En Ecuador, la izquierda retórica se opone de plano a la megaminería y en ello es apoyada fervientemente por la derecha más conservadora. Constituyen así, de hecho, un frente común contra la Revolución Ciudadana, al tiempo que hacen propaganda entre las organizaciones que nuclean a los pueblos originarios, algunas de las cuales han prestado oídos a esa prédica y se han incorporado a la oposición al gobierno.
Los indígenas del Ecuador, que constituyen parte sustancial de la población, luchan por llevar a la práctica lo que la Constitución del país define en la letra: un Estado plurinacional. Esos pueblos originarios se nuclean en la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) cuyo brazo político es el partido Pachakutik. Sin embargo, no están unidos. Hay diferencias políticas y tendencias internas que, por su dinámica centrífuga, les han quitado fuerza y relevancia como entidades opositoras.
El gobierno afirma que, en lo referido a la minería, con las nuevas tecnologías y la participación popular pueden activarse mecanismos de explotación no contaminantes. Lo cierto es que quienes se oponen a la megaminería nada han dicho acerca de cómo solucionarían la carencia de energía que se vislumbra muy cerca en el tiempo.
Francois Houtart resume muy bien el problema minero extendiendo su visión al conjunto del continente: “…los campesinos y en particular los indígenas que habitan las regiones mineras temen las consecuencias: falta de agua, contaminación, enorme cantidad de desechos, expulsión de comunidades. En varios casos ya se han opuesto a la prospección cortando carreteras. Por su parte, la ley prevé compensaciones para las comunidades y una participación en las regalías. Por eso ciertos líderes indígenas no se oponen y las comunidades se dividen. Se vislumbran conflictos, como en todo el continente desde México hasta la Patagonia, en los meses que vienen. La experiencia de otros países y otros continentes (Filipinas, Congo, etc.) evidencia el no respeto de las empresas mineras de las leyes locales y la utilización de su enorme poder técnico, económico y político para escapar a las leyes locales.
En el capítulo de los logros que explican el gran favor que experimenta Correa en las encuestas, el primer punto ya ha sido mencionado y es el mejoramiento de la calidad de vida de amplios sectores de la población que antes subvivían en la indigencia, la pobreza extrema y la falta total de perspectivas. A ello se suma hoy, como realidad tangible, la construcción, en los últimos años, de una inmensa red de carreteras en todo el país; el abandono de la minería artesanal para pasar a la industrialización de los procedimientos extractivos; la generación de energía para los emprendimientos agrícolas y la construcción de represas.
En lo que hace al carácter de clase de la Revolución Ciudadana, las cosas no lucen tan claras. Hay una alianza de hecho entre las transnacionales del petróleo y la minería (canadienses, chinas, brasileñas, venezolanas), los sectores de burguesía local tradicionales con intereses agroganaderos y un Estado nacional que se empeña en la democratización de la riqueza, de la educación, de la cultura, de las comunicaciones y que, al mismo tiempo, lleva adelante una política soberanista frente a las tradicionales presiones de los Estados Unidos respecto de los recursos naturales y muy enfocada a la consolidación de la integración sudamericana en un bloque político económico que le permita jugar en el escenario global como un actor con mayor estatura estratégica. De este modo, estamos ante un Estado postneoliberal pero claramente no es un Estado (no lo es todavía, al menos) postcapitalista. Más cerca de esto último está, por ejemplo, Venezuela.
Y, como describe muy bien Houtart, en el plano internacional Correa “… se mostró firme con los Estados Unidos, no renovando el acuerdo para mantener la presencia de la base aérea de Manta, retirando todos los militares de la nueva versión de la Escuela de las Américas, expulsando a la embajadora estadounidense después de las revelaciones de Julián Assange.
“Asímismo, criticó fuertemente las políticas del Banco Mundial y del FMI y condenó la exclusión de Cuba en la OEA. Renegoció la deuda externa ahorrando al país millones de dólares. Hasta ahora se opuso a la arrogancia europea en las discusiones sobre los intercambios comerciales. Fue uno de los mejores artesanos de la nueva integración latinoamericana, con la propuesta del sucre como moneda de intercambio, con la UNASUR, que tiene su sede en Quito, con el ALBA y la CELAC. Él otorgó asilo a Assange. En la Cumbre Iberoamericana de Cádiz, expresó claramente su rechazo a las políticas procíclicas (ortodoxas) europeas para salir de la crisis y ha condenado los ataques de Israel a Gaza…”.
El periodista chileno Patricio Mery describió hace poco, para la agencia ANDES, planes de la CIA par asesinar a Correa debido, precisamente, a dos de las razones que menciona Houtart: el cierre de la base de Manta y el asilo a Assange.
Si las cosas marchan sin sobresaltos, la lógica de los números y de las expectativas medibles por las encuestas, Rafael Correa ganaría en primera vuelta las elecciones del próximo 17 de febrero. Y en el hipotético y poco probable escenario de una segunda vuelta -el 7 de abril- debería pugnar contra un candidato de la derecha, no de la izquierda que se le opone.
Juan Chaneton
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