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martes, 6 de noviembre de 2012

La inasible ideología cacerolera, por Gustavo Rosa (para “Apuntes Discontinuos” del 05-11-12)



En los últimos tiempos, las propaladoras de estiércol se lamentan por la profunda división que reina en nuestro país. Periodistas, columnistas, diputados y demás plañideros culpan al Gobierno Nacional por las discusiones en la vida cotidiana de los argentinos. Que si unos amigos han dejado de verse porque no tienen la misma visión sobre la realidad del país; que si una familia no puede compartir un momento de televisión porque los programas preferidos son opuestos; que si dos hermanos se pelearon dos días antes de las elecciones… Insignificancias cotidianas que no pueden transformarse en plataforma política. Además, no debe ser la única sociedad del mundo que presenta fracturas por diferencias ideológicas. Claro, en otros lados hay bombardeos por esos motivos. Acá, cuanto mucho, algunos insultos y, quizá, empujones. Como si la historia no fuese una sucesión de constantes cambios, que producen en su transcurrir divisiones y enfrentamientos. Que un periodista afirme que el odio reina como nunca antes en Argentina es, si no mentiroso, al menos exagerado. El odio, en otros tiempos, ha provocado fusilamientos y desapariciones. El odio y la división provienen de los defensores de un modelo en extinción y ese fingido lamento es una muestra más del resentimiento ante la disminución de cuantiosos privilegios de los que goza una minoría patricia. Disminución mínima, vale aclarar. Pérdida de privilegios que no atraviesa esencialmente lo económico, sino el codiciable universo de lo simbólico.
El privilegio de gobernar sin someterse a elecciones es lo que defienden, con todo lo que eso puede significar. El privilegio de convertir el territorio nacional en un coto de caza para satisfacer sus angurrias, a costa del sometimiento de las mayorías. El privilegio de amoldar las instituciones al patrón de sus apetencias. Y por supuesto, el privilegio de convertir su discurso en dominante para poder justificar sus atrocidades. Lo que ellos llaman división, en realidad es resistencia. El odio que ellos denuncian no es otra cosa que la disminución de su poder de daño a través de los límites que disponen las instituciones democráticas. Cuando ellos se definen como medios independientes del Gobierno, en realidad están exigiendo el retorno de los gobiernos dependientes de los medios, que no son otra cosa más que la vidriera de las grandes corporaciones. Claro que hay división en nuestro país: entre los que quieren un país gobernado por las ambiciones predatorias del Poder Económico y los que desean un país conducido por un Estado que contenga a todos sus ciudadanos. 
Y como falta un año para las próximas elecciones, el escenario elegido para esa disputa es la calle principal de cualquier ciudad del país. Además del escenario, cuenta con una fecha épica conocida como 8N. Lo que sobran son los motivos, o mejor dicho, las excusas. Porque muchos de los que se manifestarán ese día ignoran las razones reales de esa expresión callejera. Otros –un poco menos, seguramente- sí conocen esos motivos, pero los ocultan, los disfrazan, los adornan. Los que comandan esta rebelión mimetizan la defensa de las corporaciones con ornamentos republicanos y llaman a defender las libertades, lo que equivale a decir ‘sus privilegios’.
Para eso han elaborado una trama de consignas de tan diversa especie que parece destinada a todos los habitantes del país, incluidas mascotas y aves de corral. Algunas de ellas, de tan abstractas, son difíciles de transformar en acción, como “basta de sembrar odio”, “basta de dividir a la sociedad”, “basta de impunidad”, “basta de patoterismo”. La más curiosa es, sin dudas, “basta de violencia verbal”. No resulta fácil imaginar un proyecto de ley que prohíba los insultos en una cancha de fútbol, en un embotellamiento a la hora pico o en cualquier discusión entre vecinos. Otras consignas reclaman por más inclusión, como “basta de desnutrición infantil”, “basta de villas sin urbanizar”, “basta de barrios sin agua, cloacas ni electricidad”. Ideas que no tienen nada de malo sino proviniesen de quien provienen. Hasta los más empachados se lamentan por el hambre y la pobreza, siempre y cuando solucionar esos problemas no implique tomar una sola de las migajas de su perpetuo y suculento banquete. Otras consignas de inclusión no comienzan con ‘basta’, aunque suenan como si ese deverbal estuviera presente, como “educación sexual para los más jóvenes” y “más empleos dignos y menos planes”.
También están las consabidas “basta de inseguridad”,  “basta de corrupción”, “basta de impunidad”, que son amplias, a la vez de oportunistas. O las que están basadas en simples ficciones en la percepción, como “basta de autoritarismo”, “basta de liberar asesinos para hacer política” o “basta de adoctrinar políticamente en las escuelas”. Este último es curioso porque permite otros adoctrinamientos, como el religioso, por ejemplo. Entre este listado de ‘bastas’, se colaron pretensiones de los que llevan adelante esta movida. Estos constituyen el leit motiv del 8N: “basta de trabas a las importaciones y exportaciones”, “basta de perseguir con la AFIP al que piensa distinto” y “basta de estigmatizar gente por Cadena Nacional”. Lo que significa, lisa y llanamente, que el Estado permita que hagan lo que se les dé la gana en beneficio de sus mezquinos intereses aunque perjudiquen a los demás. Para evitar las ridiculeces y exabruptos del 13S, no incluyeron en este antojadizo listado nada referido a la compra de divisas o los viajes al exterior. Los organizadores de este piquete paquete y espontáneo quieren evitar que esa consigna –la esencial- se destaque entre las otras. Como buenos defensores de la libertad de expresión, dictaron a los manifestantes –esbirros a conciencia o no- lo que tienen que manifestar, además de las recomendaciones para la vestimenta y la difusión on line de las pancartas que deben exhibirse, listas para imprimir.
Este abanico multicolor de consignas opositoras –muchas de las cuales no tienen sustento en la realidad- no busca siquiera la solución de esas demandas. Los diseñadores de este colorido acto y algunos de los asistentes sólo quieren terminar con este modelo que amenaza con limar un poco sus privilegios y los deja descolocados. Pero como son tan pocos que no alcanzarían a cubrir las veredas de una plazoleta, quieren disfrazarse de mayoría y por eso convocan con consignas tan variadas y confusas. Hasta desquiciadas.
Desquiciadas y peligrosas, como la última puesta de escena de la diputada Elisa Carrió. Hablar de su estado psiquiátrico minimiza sus intenciones. El loco puede no tener plena conciencia de lo que dice o su discurso ser tan luminoso que no puede entenderse. El loco es inimputable. Pero Carrió, no. En su aparición de temporada, pidió a los jueces “que recuerden otra Argentina” y denunció que La Presidenta “da asco institucional”. ¿Qué otra Argentina deben recordar los jueces, la oligárquica, la dictatorial, la fusiladora, la saqueadora o la que estaba permanentemente de remate? El asco institucional, ¿tendrá que ver con quiénes son los principales beneficiados de este modelo? Pero lo más sospechoso de este reciente show de Carrió es la conmovedora invitación al 8N, día en que no estará presente. Pidió a la ciudadanía que no tenga miedo de manifestarse porque no va a pasar nada. Y si pasa algo será culpa de Cristina, como siempre. Cuando uno aconseja a alguien que no tenga miedo de algo es porque ese algo puede despertar temores. No sea cosa que en esa puesta en escena esté la confesión encubierta de que se está preparando algo que rompa con la tranquilidad con que se desarrolló el 13S. Un grupo de sicarios con remeras de La Cámpora y sumamente agresivos con los manifestantes caceroleros, por ejemplo.
Confusiones que se producen cuando las cacerolas no se usan para cocinar, porque el propósito de su sonido es errático. Como señala una humorada que circula por las redes: una cacerola no entra en la urna. Tampoco se pueden sembrar, porque de ellas no brota nada. No hay futuro en un cacharro ruidoso, sino pasado. Un pasado de corporaciones que ordenan y presidentes que obedecen. Porque el 8N quiere frenar el 7D. Y ésa es la división de la que tanto se lamentan. Para alcanzar el país con el que muchos soñamos el 7D debe convertirse en la despedida al modelo predatorio y excluyente. El 7D comienza una siembra y después que florezcan mil flores. O más.

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