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lunes, 11 de junio de 2012

Los mártires que fueron leales a Perón, por Mario Brión (para “Miradas al Sur” del 10-06-12)


Arriba : La vida por Perón. El general Juan José Valle, el coronel Albino Irigoyen y el civil Mario Brión.

Miradas al Sur. Año 5. Edición número 212. Domingo 10 de junio de 2012

Por

Daniel Brión Hijo de Mario, asesinado en 1956 en los basurales de José L.Suárez

contacto@miradasalsur.com

El 9 de junio de 1956 se produjo un levantamiento contra la dictadura de Aramburu y Rojas. La Fusiladora ordenó un castigo de inusual violencia: una treintena de militares y civiles fueron ejecutados; algunos, de manera clandestina.

El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; el nuestro se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo (...) Para ustedes la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, todavía sigue naciendo.
Arturo Jauretche.

El Ejército Argentino nació junto al pueblo en aquellas gloriosas jornadas de 1806, cuando nuestros paisanos formaron sus milicias para rechazar al invasor inglés, no se creó por un decreto o una resolución administrativa; sino por una necesidad: la supervivencia de una identidad nacional y el dominio de su territorio. Pero hablar del Ejército también significa señalar sus victorias y sus derrotas, sus grandezas y sus debilidades, los aciertos y los errores que cometieron sus integrantes. Tomar estos hechos, como lo son las jornadas del 9 al 12 de junio de 1956, nos muestra una de las mayores tragedias de nuestra historia. Cuando la recordamos lo hacemos como quienes la sobrevivieron y como los familiares de quienes allí cayeron lo hacen, sin odio y sin rencor. Pero sí resaltando el heroísmo y el idealismo que guiaba a esos héroes y mártires patriotas, en contracara de quienes pretendían con el odio, la muerte y el terror destruir la nación y paralizar al pueblo. Sin odio y sin rencor no significa sin memoria y esa memoria es, también, generadora de conciencia, de una conciencia nacional que deja atrás revanchismos y enfoca en su mira la grandeza de la Patria y la felicidad del pueblo.
Ese fue su mismo mensaje, el idealismo y el heroísmo que, claramente, los diferencia de quienes fueron los instigadores y los ejecutores de sus muertes. Basta la simple lectura de la carta del general Valle a su fusilador para entenderlo, pero también, aunque menos difundidas, es el mismo mensaje de las cartas de Abadie, de Pugnetti, de Alvedro, de Cortinez. Ninguno de ellos clamaba por venganzas personales: les decían a sus familias, a todos los argentinos, que ojalá su sangre sirviera para la unión del pueblo, se despedían con la frente alta y el heroísmo en sus pechos inflamados de gloria.
No se necesita hablar demasiado sobre cómo fueron estos asesinatos y fusilamientos de junio de 1956 para comprobar la crueldad con la que se desarrolló la represión de los hechos. Ellos sabían o presumían que la represión podía estar esperándolos, pero siguieron adelante, lo hicieron porque tenían un ideal, que era recuperar para el pueblo la soberanía popular, el derecho a vivir en justicia y libertad, bajo el amparo de una Constitución Nacional que había incorporado los derechos del niño, de la ancianidad, del trabajador, estableciendo claramente que los recursos naturales eran propiedad inalienable del Estado y dándole a la propiedad, al capital y a la actividad económica un fin social. Querían también devolver al pueblo la soberanía popular de poder elegir a quien debía gobernarlo.
Una vez apresados por las fuerzas de la dictadura, que estaban esperándolos en los objetivos a los que concurrirían, algunos fueron asesinados y otros fusilados, sin juicio previo, sin más trámite. Todo se hizo contrariando no sólo el Código de Justicia Militar, sino también todas las leyes existentes en la República, sin tener siquiera en cuenta las resoluciones de los Consejos de Guerra, convocados al efecto por ellos mismos, y los decretos dictados por esa misma dictadura. No hay dudas de que todos los que en los diferentes lugares cayeron, lo hicieron con una gran lealtad a sus ideales, una gran dignidad y mostrando que eran hombres de honor. Esos ideales y sentimientos profundos de Patria lo demuestran la templanza y la serenidad con que enfrentaron los pelotones de fusilamiento, como sólo lo hace un hombre de coraje y honor: de frente, negándose a que se les venden los ojos o a recibir una copa de alguna bebida alcohólica para moderarse o tranquilizarse.
Valle mismo se negó a que le venden los ojos. El capitán Costales abrió su camisa y les grito a la cara: “Disparen, cobardes”. El coronel Cogorno, de un golpe hizo volar la copa de cognac que le ofrecían sus fusiladotes. El coronel Ibazeta le regaló un atado de cigarrillos al médico que lo acompañaba y le dijo: “Tome, yo ya no los voy a necesitar”, para dirigirse luego al pelotón con palabras de perdón para los jóvenes que fueron obligados a disparar. Otros, como mi padre, y quienes con él cayeron en José León Suárez, no tuvieron esa oportunidad: fueron asesinados por la espalda y en un basural.
El general Valle no podía contemplar impávido cómo su gente moría, por lo que decide a entregarse. Era tal la perfidia y el odio de esos otros militares que todos le garantizaron que no sería fusilado. El mismo almirante Rojas le dijo a su captor: “Usted le ha salvado la vida al general Valle”. Y el 12 de junio lo fusilaron, en la entonces penitenciaría de la calle Las Heras.
El único objetivo perseguido con la represión realizada por parte de los que integraron esa autodenominada “Revolución Libertadora” fue querer sembrar el escarmiento. No querían una reacción que devolviera al pueblo argentino ese sueño que les había quedado trunco el 16 de septiembre de 1955, al tomar el poder por la fuerza los hombres de ese golpe de Estado. No podían permitir la esperanza de retornar a una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Querían dejar de ser el país industrializado, pujante, de la energía nuclear, de las escuelas fábrica, de las universidades obreras, de las fábricas de aviones, de locomotoras, de arados, de vehículos. En una palabra: querían retornar a la colonia, donde la mayor parte de nuestros compatriotas estaban excluidos del bienestar y la felicidad, una patria sumida a la potencia dominadora del momento, Inglaterra. Querían así volver a ser –al gusto inglés– “el granero del mundo”, un país donde se produjeran solamente materias primas y alimentos.
Estaban mostrando la concepción y la manera de pensar de una parte del Ejército, aquella de raigambre antinacional con el sentimiento de castas de los militares que a él adherían. Eran fieles a su historia, ellos mismos se ufanaban de ser integrantes de la línea conocida como Mayo/Caseros/Libertadora, en realidad la línea fusiladora de la historia, la misma que fusiló a Liniers, a Chilavert, a Dorrego, a 600 civiles para imponer orden en Buenos Aires, la que pasó a degüello a toda la División Aquino al otro día de Caseros. Una línea que, además, ha sido entreguista y ajena al interés nacional, en contraposición a las grandes causas nacionales, porque el 9 de junio fue una gran gesta nacional.
Una gesta nacional es aquella que se caracteriza cuando sigue el impulso y el sentimiento de la mayoría del pueblo, y hay un grupo de militares y civiles que la encabeza y quiere cumplir con esos objetivos y el Movimiento de Recuperación Nacional del 9 de junio de 1956 fue eso, integrado por civiles y militares que dejaron todo de lado. Los sobrevivientes, a quienes debemos honrar permanentemente, los muertos del 9 de junio, eran la punta de lanza de lo que sentía el pueblo. Ellos le pusieron el pecho a las balas, expusieron sus vidas dejando todo de lado, representando el sentimiento de la gran mayoría de ese pueblo.
Como también fue una causa nacional la lucha contra las invasiones inglesas, como lo fue el Ejército Libertador del general San Martín, como lo fue la campaña al norte del general Belgrano, como lo fue el Combate de la Vuelta de Obligado, como lo fue la lucha de nuestros caudillos federales contra los jacobinos de Buenos Aires, y como lo fue también la gesta de Malvinas.
El 9 de junio de 1956 es una de las fechas más importantes para ese movimiento nacional que es el peronismo. El 4 de junio de 1943 dio nacimiento público a Perón y lo proyectó políticamente. El 17 de octubre de 1945 lo rescató como líder indiscutido de la Nación. Y es el 9 de junio de 1956 la fecha donde la sangre de estos patriotas encendió la mecha apagada al caer su gobierno en septiembre de 1955, lo revitaliza y le da una de las mayores motivaciones para continuar su lucha.
Bien dijo el general Juan José Valle: “Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral. Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible de la inmensa mayoría del pueblo argentino esclavizado”. Por eso, hoy más que nunca, debemos señalar el ejemplo de aquellos hombres, que lo dieron todo, hasta sus vidas por lograr esa Patria soñada.
Hoy los recordamos a todos, a los treinta y dos patriotas caídos en las jornadas del 9 al 12 de junio de 1956, en un intento por recuperar la vigencia de la Constitución Nacional, dejada de lado por una proclama militar de un gobierno de facto, y la soberanía Nacional.

Por Mario Brion

Ejecutados
Ametrallados por la espalda en un basural

La siguiente es la lista de fusilados en junio de 1956. Asesinados en Lanús el 10 de junio, simulando fusilamiento: teniente coronel José Albino Yrigoyen, capitán Jorge Miguel Costales, Dante Hipólito Lugo, Clemente Braulio Ros, Norberto Ros y Osvaldo Alberto Albedro. Asesinados en los basurales de José León Suárez el 9 de junio, ametrallados por la espalda: Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente Rodríguez y Mario Brión. Muertos por la represión en La Plata el 10 de junio: Carlos Irigoyen, Ramón Videla y Rolando Zanetta. Fusilados en La Plata, el 11 y 12 de junio: teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno y subteniente de reserva Alberto Abadie. Fusilados en Campo de Mayo el 11 de junio: coronel Eduardo Alcibíades Cortines, capitán Néstor Dardo Cano, coronel Ricardo Salomón Ibazeta, capitán Eloy Luis Caro, teniente primero Jorge Leopoldo Noriega y teniente primero Néstor Marcelo Videla. Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército, el 11 de junio: suboficial Ernesto Gareca, suboficial Miguel Ángel Paolini, sargento José Miguel Rodríguez y sargento Hugo Eladio Quiroga. Ametrallado en el Automóvil Club Argentino el 11 de junio (falleció el 13 de junio en el Hospital Fernández): Miguel Ángel Mauriño. Fusilados en la Penitenciaria Nacional Las Heras, el 11 de junio: suboficial Isauro Costa, sargento carpintero Luis Pugnetti y sargento músico Luciano Isaías Rojas. Fusilado en la penitenciaria el 12 de junio: general Juan José Valle. Asesinado el 28 de junio, simulando suicidio por ahorcamiento: Aldo Emil Jofré.

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http://sur.infonews.com/notas/los-martires-que-fueron-leales-peron

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