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lunes, 23 de abril de 2012

¡Y Péguele Fuerte!, por Luis Tonelli (para “Revista Debate”)


Por Luis Tonelli
La recuperación de YPF, la salida virtuosa de una coyuntura incómoda y la soberbia de la metrópolis.


 
Toda Nación tiene sus causas. Y los argentinos tenemos dos causas nacionales. Una de ellas, la mayor de ellas, es la recuperación de la soberanía sobre las Islas Malvinas. El fin de semana pasado, en la VI Cumbre de las Américas -quizá la última Cumbre dado el nivel de conflicto Norte/Sur que bloquea su utilidad y conveniencia- confirmamos que es más probable que el Reino Unido de la Gran Bretaña nos devuelva por motu proprio las Islas, que Estados Unidos presione publicamente a los ingleses para que reconozcan nuestros derechos.
La otra causa nacional es la recuperación de nuestra soberanía sobre YPF. Y el lunes, el Gobierno decidió iniciar el procedimiento por el cual la petrolera pasa a estar, nuevamente, bajo control argentino. Una decisión que, por su carácter, importancia, impacto y trascendencia, nadie puede negar que es histórica.
Pero YPF no hace sólo al corazón de los argentinos. YPF es clave para nuestro futuro. Y Cristina Fernández reaccionó ante la alarma que provenía de la situación caliente cantada desde hacía bastante tiempo por los fríos números: la producción de la empresa decaía abruptamente, las reservas comprobadas habían quedado reducidas peligrosamente (disminuyeron desde el 2000 un 68 por ciento), y el consumo, producto del crecimiento, subía sin cesar. Resultado: en un rápido deterioro, la Argentina tendría un déficit en la balanza comercial de energía de más de 6.500  millones de dólares.
La exploración y explotación de nuevos pozos fue decayendo paulatinamente con la misma compra de la empresa desde hacía diez años, mucho antes de que el Grupo Petersen, de la familia Eskenazi, ingresara en 2008 a YPF (dado su carácter de “especialista en mercados regulados”, o sea, de su potencial capacidad de lobby sobre el Gobierno). El precio del barril, en cambio, fue subiendo y compensando con creces, en las ganancias, el deterioro productivo (y hasta el eventual desfase de los precios respecto del precio internacional, que a veces favoreció a Repsol). Mientras tanto, la balanza comercial de energía (o sea, la diferencia entre lo que exportamos en energía y lo que importamos) que, en 2006, tuvo un resultado superavitario de más de 5.700 millones de dólares, se invirtió en 2010 para llegar en 2011 a ser deficitaria en más de 3.000 millones de dólares.

La crisis energética se manifestaba, 
como dirían los sociólogos, fundamentalmente a nivel sistema, no al nivel conciencia social. El consumo quedaba abastecido por los famosos barcos provenientes de Venezuela, pero que consumían dólares con la promesa de un mundo presente que no engrosaría nuestras reservas como lo había venido haciendo hasta el momento. La fenomenal suba del precio del bendito yuyo, la soja, es producto de una recuperación general del precio de los commodities (o sea, también del petróleo) y, entonces, nuestro rubro fuerte en exportación queda compensado por el que pasó a ser nuestro rubro fuerte importador, el energético.
Los augurios de la oposición de un cuello de botella energético se habían materializado, y el Gobierno, tomando ventaja de ellos, decidió la expropiación. Pura lógica peronista: el deterioro consentido durante la administración kirchnerista se convierte en motivo para una expropiación que recibe el apoyo popular. La crisis energética reconvertida en un problema de egreso de divisas, quedó empaquetada en una actuación que recibió el respaldo del 54 por ciento de los votos.
La recuperación de YPF sumará beneplácitos que compensarán seguramente la mufa que asoló en estos últimos meses al Gobierno (huelga docente, la tragedia de Once, el affair Ciccone), reforzará un “relato” del que se venía abusando sin la necesaria recarga de hechos concretos y elevará el coto de poder para atraer aliados que empezaban a mostrarse reluctantes en apoyo de ciertas decisiones molestas.
En términos políticos, el Gobierno hizo uso de su bomba atómica. No quedan (salvo Malvinas y ésa va para muy largo) decisiones exitosas con semejante poder devastador y efecto positivo. El optimismo cunde nuevamente en las filas oficialistas, y si nunca allí tuvieron dudas sobre el éxito en las elecciones legislativas del año que viene, ahora ya dan por descontado que ganarán por paliza (cosa que todos sabemos lo que significa: se retoman los sueños releccionistas). Deseos que se convierten en profecías; pero ¡falta tanto!, y en una democracia mediática alzheimer, en donde la última imagen catódica es reemplazada por la venidera, y así sucesivamente… Pero, claro, la recuperación de YPF es una imagen incandescente que queda fija en la retina, como cuando uno mira el sol.
Desde la ortodoxia auguran problemas y graves: se ha vulnerado la seguridad jurídica y no vendrán las inversiones necesarias. Lo interesante es que, desde 1998, se viene diciendo que no arribarán más inversiones por estas playas aunque desde el 2003 el país ha tenido, pese a esos augures, un crecimiento espectacular. Aun así, como dijo esa rising star que es Axel Kicillof, la inversión petrolera tiene característica propias. El capitalismo puede ser considerado desde la metáfora de un sistema de contratos que brindan confianza a los inversores para que decidan adónde envían (vía web) el vil metal. Pero, también, como decía un barbudo de Treveris, se caracteriza por estar presidido por individuos obsesionados no con la ganancia presente, sino con la próxima ganancia. Aquí la metáfora es otra, la de un enorme casino lleno de enfermos ludópatas.
El rubro petrolero se destaca por la presencia de empresarios que juegan muy fuerte y con mucha audacia. No tienen problemas de cerrar negocios con los talibanes, y uno puede imaginarse como se le hace agua la boca frente a la posibilidad de explotar esa promesa petrolera que es el yacimiento de shale oil de Vaca Muerta (YPF es la empresa privada con el mayor potencial minero no convencional del mundo, sólo detrás de la estadounidense Chesapeake Energy Corp).

Claro está, que esa inversión dependerá 
de lo que haga el gobierno argentino y todo lo que sigue no es soplar y hacer botellas. Se necesita gestión y de la buena. Un poco-mucho más de prolijidad, esa palabra inexistente en el vocabulario oficial (parafraseando a John William Cooke, desde el Gobierno pueden clamar “¡No somos prolijos. Somos kirchneristas!”). Los expertos consideran que se deberán juntar unos 30.000 millones de dólares para explotar Vaca Muerta, y la inversión neta promedio 2009-2011 fue de sólo 1.150 millones de dólares).
Por ahora, en términos económicos inmediatos, lo que se ha conseguido es salir de la encerrona de coyuntura moderando la sangría de divisas hacia el exterior (cosa que se extenderá por muchos meses hasta que se establezca el precio justo a pagar por el porcentaje de las acciones de Repsol-YPF que se expropia) y con ese ahorro pagar la exportación de petróleo, que seguirá hasta que se reactive la productividad petrolera.
Queda la duda de por qué una empresa líder en el mundo como Repsol prefirió maximizar sus beneficios de corto plazo. Como lo consigna un informe reciente de la consultora abeceb.com “el porcentaje de dividendos contra utilidades de Repsol-YPF alcanzó un pico del 238 por ciento en el año 2008, fue de 101 por ciento el año pasado, y se mantuvo en un promedio muy superior al 26 por ciento -que fue el promedio exhibido por las empresas petroleras mundiales”. En 2001, mucho antes del establecimiento del “esquema Eskenazi” el porcentaje de dividendos contra utilidades fue del 201 por ciento en 2001, 112 por ciento en 2004 y 91 por ciento en 2005. O sea, caída productiva y aumento de las ganancias remitidas.
En algún momento, la comprensión de la empresa española hacia el país -tan valiosa  durante la gran crisis argentina- trocó en soberbia angurrienta de metrópolis. Quizá es la melancolía de esos “viejos buenos tiempos noventistas” la que le impide a España darse cuenta ahora, frente a su tremenda crisis, que en contraste con la pujanza heterodoxa de los países emergente, ella, al seguir aferrada al libreto neoliberal, ha decidido integrar en cambio, y esto se escribe con enorme tristeza, el lote de los países naufragantes.   

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