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sábado, 2 de abril de 2011

EL FLACO. DIÁLOGOS IRREVERENTES CON NÉSTOR KIRCHNER (Adelanto), por José Pablo Feinmann (para "Tiempo Argentino del 02-04-11)




Perfil desconocido de un presidente que cambió la historia argentina Publicado en TIEMPO ARGENTINO el 2 de Abril de 2011

Fragmento del Capítulo VII: “Voy a tener que hacer cosas que no te van a gustar”
del libro de Feinmann

El autor y Kirchner entablaron una relación de respeto y admiración mutua. Este libro testimonia ese intercambio que tuvo como escenarios la Casa Rosada y la Quinta de Olivos, y muestra el costado que nadie ve de un gran político.


No recuerdo dónde fue. No fue en la sala de gabinete. Era un despacho. O el suyo o el de Alberto Fernández, que estaban pegados. Esta vez estaba por poco tiempo.

Néstor Kirchner : –¿Podés ir armando un grupo de intelectuales?Pensaba proponerle esa idea. Para mí era un alivio. Juntar cinco, seis tipos de la cultura, sólidos, piolas, y decirles que teníamos un Presidente que se interesaba por escuchar a los intelectuales.

José Feinmann :–Claro.

N.K. : –Qué hacemos con la deuda?

J.F.: –¿Qué deuda? No hay deuda. La deuda la tienen ellos con nosotros. Les dieron la guita a los militares. Con esa guita fabricaron metralletas, pistolas y picanas. Son cómplices. Tendríamos que pedir que los metieran presos por violación a los derechos humanos. Yo respondería así. Con algo fuerte, inesperado.

N.K.: –Inesperado es. Fuerte también. Posible, no sé.

J.F.: –Tengo más argumentos. Pero dijiste que estabas apurado. Largó una sonora risa.

N.K.: –No, pará. Para escuchar a un loco siempre tengo tiempo.

J.F.: –No es ninguna locura. Cuando asumió la dictadura de Videla, la “deuda” era de 7.800 millones de dólares. Cuando asumió Alfonsín llegaba a 43.600. En síntesis, el Fondo Monetario y los otros “organismos financieros internacionales” le entregaron a la Junta argentina la obscena suma de 35.800 millones de dólares. (Nota: La Junta Militar Argentina figura ya entre los genocidios del siglo XX. Nada menos que Primo Levi en Los hundidos y los salvados, la califica como “imitadora” de Auschwitz.) ¡A casi menos de 24 horas de instalada la Junta el Fondo ya le había dado un crédito stand by de 300 millones!

N.K.: –Me estás diciendo cosas que sé. Decime lo que no sé. Qué proponés. Pero en serio, eh. Locuras no.

J.F.: –Lo siento. Sólo tengo locuras para decirte. Si no querés ser un títere, si querés hacer historia, vas a tener que hacer muchas locuras.

N.K.: –Mirá, andá, juntame cuatro o cinco intelectuales más. Porque con vos me voy a la mierda.

J.F.: –Para, pará, dame un minuto más. Hay que hacer una detallada lista de todos aquellos que entregaron esos 35.800 millones de dólares para la masacre de un pueblo. Son cómplices de esa masacre. ¿No sabían a quiénes les prestaban esa guita? Hay que juzgarlos con el mismo rigor con que se juzga a los asesinos. O sea, no sólo por pagar esos 35.800 millones y sus podridos intereses, sino ir más allá, pasar a la ofensiva. Estamos empeñados en globalizar la Justicia. Es un signo de los tiempos. Así, desde la Argentina, un nuevo Presidente, el Presidente inesperado como te llaman, un Presidente que tiene pelotas, sostiene que tanto violaron los derechos humanos los torturadores de la ESMA como los financistas que dieron el dinero para fortalecer el poder militar. ¿Cómo se atreven a reclamarnos esa “deuda”? Así, a los gritos, indignado, se los decís. Son ustedes los que nos deben a nosotros. Pero no dinero. Algo mucho más grave. Nos deben la explicación de su aberrante complicidad. ¿Ignoraban la masacre argentina? ¿Qué clase de malnacidos fueron quienes dejaron caer alegremente en manos de los verdugos argentinos nada menos que 35.800 millones de dólares? A esos, nada. El Juez Garzón podría ayudar. También los organismos de derechos humanos de nuestro país. Por supuesto. Causa nacional: prisión para los cómplices de la dictadura.

N.K.: –Decime, pirado, ¿vos sabés quiénes fueron los cómplices de la dictadura?

J.F.: –Kissinger.

N.K. –Kissinger no dio guita.

J.F.: –No importa, los chilenos hace rato que lo corren por todos lados. Escuchame, pero escuchame bien por favor: a principios de esta década los chilenos lo llevaron a juicio a Kissinger por el asesinato de Allende y la masacre del pueblo chileno. Eligieron un 11 de septiembre, por la fecha del golpe.

N.K.: –Sí, y Kissinger tuvo un pedo único. Era el 11 de septiembre de 2001. Llegaba al Juzgado y se le caían las Torres. Todo el periodismo, en lugar de interrogarlo por el Juicio, le fue a pedir su opinión sobre las Torres. Después Bush lo quiso poner al frente de la investigación. ¿No ves lo que son esos tipos? Son intocables.

J.F.: –Pero, ¡tuvo suerte nada más! Lo ayudó la Historia o Dios que juegan con la camiseta de ellos. Si no, iba en cana. N.K.: –¿Y a quién querés que le diga a Garzón que meta en cana?

J.F.: –Dejalo decidir a él. Pero si lo pone a Rockefeller. O a la capo del Chase Manhattan Bank.Me agarró de un brazo.

N.K.: –Vení, José, picátelas. Tás más loco que yo hoy.

J.F.: –Si yo estuviera en tu lugar…

N.K.: –No durás dos días. ¡Ah, me olvidaba! Estoy leyendo una novela tuya.

J.F.: –¿En serio? Qué honor.

N.K.: –En mi familia te leen. Mis hijos te leen. Vení, poneme algo aquí. No sé qué le puse. No lo recuerdo para nada. Todavía estaba muy excitado con el asunto de la deuda externa. El libro acababa de salir. Está entre mis más queridas novelas: La crítica de las armas. Nos despedimos. Y ahí, en esa despedida de un martes cualquiera, inesperadamente, apareció el Néstor Kirchner más querible. Me puso una mano en el hombro. Sonrió. Se tomó su tiempo.

N.K.: –Mirá que sos loco, eh.
–Volvió a sonreír-.

N.K. :– Pero…gracias. Me hiciste pasar un buen rato.

J.F. : –¿Qué, te divertiste?
Ahora largó una risa franca, fresca.

N.K.: –No, no, no…Tranquilo. Es otra cosa. Bueno, sí. Un poco divertido estuvo. Aunque, creeme, insisto: es otra cosa. Asomó algo entre lo que dijiste. Me hizo acordar a los tiempos de la Jotapé. Al Hospital de Niños en el Sheraton Hotel, por ejemplo. ¿Lo imposible, no? Pero las ganas de hacerlo. ¿Me entendés?

J.F.: –La consigna del Hospital de Niños en el Sheraton es la más hermosa de todas las consignas de la Jotapé. No plantea nada violento. Quiere el Sheraton para los pibes. Es un sueño imposible. Una consigna que pide lo que nunca va a ser posible. Pero igual lo pide. Aunque sea un sueño.

N.K.: –¿Con qué poder se iba a tomar el Sheraton?

J.F.: –Quedate tranquilo. Nunca te voy a pedir el Sheraton. Pero si estuve a punto de pedírtelo o alguna de las cosas que te dije te hizo recordar esa consigna, la culpa es tuya. Porque, aquí, el que está loco sos vos. –Lo miré con gran seriedad. Advertí que estaba usando una palabra fuerte. Y que (algo que Néstor tenía la virtud de hacerme olvidar) él era el Presidente. Pero no había otra palabra–. Todo lo que me dijiste desde nuestra primera conversación no es normal. Que pierdas el tiempo hablando conmigo, menos.

N.K.: –No te creo, vos pensás que pierdo el tiempo hablando con vos. Pensás que eso es lo que me hace un gran Presidente.

J.F.: –Puede ser. Pero la vanidad no me ciega. Sí, eso es lo que te hace un gran Presidente… –Aquí los dos nos largamos a reír.

J.F.: – Pero un gran Presidente siempre tiene que estar loco. Un poco o bastante. Porque hace lo inesperado, lo que no está escrito en ninguna parte, lo que va a molestar al poder y a las buenas costumbres. Si hasta ya están furiosos porque no te cerrás el saco y usás mocasines.

N.K.: –Vamos a tratar de molestarlos un poco más, ¿no? Porque si me quedo con lo del saco y los mocasines por ahí implanto una moda, un estilo de vestir desgarbado, con aspiraciones juveniles y hasta algo rebeldes. Pero no paso de ahí. Pienso ir más lejos.

J.F.: –¿Cuánto?

N.K.: –Meterles el dedo en el culo.

J.F.: –¿Ves? Estás loco. Claro que te va a sacar con los pies para adelante. Sólo un loco quiere meterle un dedo en el culo al Poder en la Argentina. Con una clase dominante de asesinos.
Se quedó callado. Era notable lo que estaba sucediendo: ya nos despedíamos y la conversación recién empezaba. También era así Kirchner: nunca sabías cuándo te ibas. “A mí me gusta mucho esto”, dirá en una cena en Olivos. La política lo volaba a las estrellas, por decirlo de forma un poco pelotuda. Pero, sin embargo, cierta, verdadera. Si “las estrellas” es una expresión transitada y, de tan transitada, kitsch, busquemos otra. Digamos: la política –el simple pero fascinante hecho de hablar sobre política– lo escamoteaba del tiempo real. Eso que suele decirse tan habitualmente: perdió el sentido de la realidad. Aunque esto no expresa lo que quiero decir. De la realidad no se iba nunca. Se iba del tiempo real. Empezaba a hablar de política y entraba en otra temporalidad. Uno no podía atisbar qué duración tendría el diálogo. Él se había ido y había que acompañarlo. Si no, ¿cómo entenderlo, cómo hacerse entender por él? Volver, no se sabía cuándo. Pero –a medida que uno lo conocía– descubría algo: valía la pena acompañarlo en esos viajes. N.K.: –¿Quiénes hicieron eso? –pregunta.

J.F.: –Qué.

N.K.: –Eso: meterles el dedo en el culo.

J.F.: –Tenemos que repasar la historia argentina.

N.K.: –¿Tenés apuro? J.F.: –Estaba por irme.

N.K.: –No, vení, dejá, no me jodas. Contestame eso.

J.F.: –Los caudillos federales en el año 20. Ataron sus cabalgaduras en la Pirámide de Mayo. A eso, nuestros maravillosos libros de historia le dicen: la anarquía del año 20.

N.K.: –El otro fue Rosas. ¿Por qué se quedó a medias Rosas?

J.F.: –No, en serio: me estás cargando. Tenemos que hablar tres horas para empezar a contestar eso.

N.K.: –Vení, sentate.
Nos sentamos de nuevo.

N.K.: –Pero Rosas los jodió, eh –dice como satisfecho– . Con ese les fue mal. Se habrá quedado a medias. No hizo el país que podría haber hecho. Pero, mirá: el Poder, en este país tiene una puntería con su odio que no falla nunca. Fue una frase inolvidable. Tuve ganas de copiar su estilo y decirle: “Anotala”. Pero era claro que la sabía de memoria. Que se la tenía bien estudiada. Que la había pensado muchas, demasiadas veces. Que había ido a fondo con esa idea. No le había brotado ahora, así, casualmente. No había surgido “al calor de la conversación”. Era suya. Se la había conquistado a fuerza de trabajarla.

J.F.: –Por eso conserva lo que tiene y conquista lo que le falta –dije–. Sabe elegir a sus verdaderos enemigos. Sabe con quiénes aliarse. A veces hasta debe descubrirlo, no desde la inteligencia, sino desde la sensibilidad. ¿Por qué no odiamos al POIP? Supongamos que se pregunta eso.

N.K.: –Qué es el POIP.

J.F.: –Partido Obrero de la Izquierda Peligrosa.
Se ríe con ganas. (...)

Fragmentos del capítulo VII del libro de José Pablo Feinmann "El Flaco. Diálogos irreverentes con Néstor Kirchner".

Publicado en : http://tiempo.elargentino.com/notas/perfil-desconocido-de-presidente-que-cambio-historia-argentina

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