Por Hernán Brienza
Periodista, escritor y politólogo.
Para los europeos, nuestras experiencias son meras expresiones de un populismo barbárico que no fue tamizado por la racionalidad de la Ilustración ni es bendecido por la democracia liberal representativa.
Se puede pensar la Argentina desde Frankfurt? ¿Se puede reflexionar sobre nuestro país clavado como una estaca allí bajo el cielo de la Cruz del Sur? ¿Qué signos, qué señas puede aportarnos esta ciudad de rascacielos vidriosos, de mayor densidad de Mercedes Benz por habitante, que es la capital financiera de la cuarta potencia económica mundial? ¿Sirve esta modernidad al servicio del consumo como modelo para esos países enrevesados, rabiosos, contrahechos de América Latina? En el jardín de invierno donde se toma el desayuno –con chacinados y salchichas de todo los colores, pretenciosos quesos, con el pan sabroso y el orgulloso salmón ahumado que se entreveran con el café con leche y los omelettes– Eduardo Jozami asegura que sí, que, además, es necesario pensarlo.
En Europa se respira cierto desdén poscolonialista. Existe una mirada sobradora, una mueca de sorna sobre los procesos populares latinoamericanos. Para los europeos, nuestras experiencias son meras expresiones de un populismo barbárico que no fue tamizado por la racionalidad de la Ilustración ni es bendecido por la democracia liberal representativa. Jozami se sonríe cuando le cuento que un periodista español se quejaba “por el uso político que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hizo del tema de los Derechos Humanos en la apertura de la Feria del Libro”. Lo decía con cierto tono paternalista que tuvo que comerse cuando en plena sala de prensa, rodeados de colegas extranjeros, la periodista Silvina Friera le contestó venenosa: “Qué más quisieran ustedes que un jefe de gobierno español se hiciera cargo de los cientos de miles de muertos que produjo la brutal guerra civil española.” El periodista se escudó en que debía seguir con su trabajo y no podía continuar la discusión por esa razón. Sin embargo, meneó la cabeza como diciendo: “Y bueno, son maradoneanos.” Allí está el nuevo sambenito puesto por el pelafustán psicoanalista argentino, el malinchista Carlos Pierini y su inefable secuaz del recontraboludismo John Carlin, que cree tener derecho a diagnosticar los males de nuestro país porque un día compró un libro de Marcos Aguinis en una librería de Corrientes.
Para ellos, el origen de los males de los argentinos no se encuentra en la lejanía geopolítica, ni en la vaciedad de su extensión. Tampoco en la faceta de acumulación primaria de capitales, la apropiación de la tierra en forma fraudulenta, ni en las ventajas relativas de los comodities, lo que generó una clase dirigente con tendencia a la holgazanería. Tampoco, está claro, en la profunda melancolía que generó el desarraigo de los inmigrantes, o el ocultamiento brutal del mestizaje ni la permanente ruptura del orden constitucional por parte de los dueños del poder. Por supuesto que ni se les ocurrió pensar que podría ser –como piensan José Schvarzer o Mario Rapoport– por la dependencia económica de las economías industriales que generan ciclos de crisis por el desajuste de la balanza de pagos. Ni siquiera se cuestionan estos problemas. Para estos dos tirifilos el problema reside en que la “manada” –como llamaron despectivamente al pueblo argentino en su nota del diario El País– festeja el gol hecho con la mano a los ingleses.
“Molesta a esta Europa, que aún no se ha sacado el ropaje imperialista del siglo XX, el pensamiento y la actuación autónoma de los países latinoamericanos –sustantiva Jozami. No hemos construido todavía una nueva teoría, pero al menos nos hemos permitido abandonar el posibilismo rastrero de los años noventa. Europa está en una profunda crisis política: Italia abandonada a Silvio Berlusconi, España está por caer nuevamente en las manos del Partido Popular. En cambio, América Latina discute, se hace preguntas por la subjetividad social, por la recuperación de la política, por ver la posibilidad de llenar de contenido la democracia. Nuestro continente se vuelve a interpelar por las formas del cambio social.”
Los edificios vidriados, los autos lujosos, la precisa tecnología frankfurtiana también interpela. ¿Tiene la Argentina derecho a rechazar las virtudes de la modernidad? Sin duda que no. Pero tampoco puede conformarse con esta utopía muerta del capitalismo del siglo XVIII. Con el anestesiante sueño del consumismo, sin movilidad social. En la Argentina, todavía hoy, el hijo de cualquier carpintero puede llegar a ser un Jesucristo. En Europa, apenas podrá tener una vida segura. Esa es la principal fuerza vital y transformadora de ese país lejano que en Europa apenas se conoce.
La teoría sobre el origen maradoneano de todos los males barbariza a la Argentina. La coloca en un lugar cómodo para Europa. Nos vuelve recolonizables. No creemos en las leyes, ergo debemos ser domesticados y disciplinados. Hasta la presidenta de la Nación debe inclinarse ante la superioridad civilizadora. ¿Cómo es eso de andar diciéndole a Angela Merkel que el Club de París debería contemplar los beneficios fiscales que reciben en los países extractables? ¿Por qué un país de segunda se cree con derecho a negarse a la fiscalización del Fondo Monetario Internacional, que es una institución incuestionable en la construcción del poder global?
América Latina presenta cierta anacronía –sentencia Ricardo Forster unas horas después, a orillas del Río Meno– para este museo que es hoy Europa. En nuestro continente la historia es el mañana y el futuro. Todo está abierto. Todo es cuestionable y pausible de ser pensado.” En este elegante paseo que semeja los de los filósofos peripatéticos, mientras de fondo se cuela el campanario terracota de la catedral de Frankfurt, Forster se entusiasma: “Pensalo, es una locura: un tornero llega a presidente. Lula es la metáfora perfecta de la movilidad social, y por eso genera fascinación y al mismo tiempo rechazo.”
¿Se pueden conjugar en la Argentina modernidad y memoria, tecnología e identidad, desarrollo capitalista con distribución de la riqueza? En la respuesta a esta pregunta se condensa el futuro de nuestro país y de nuestro continente. En la firma del acuerdo con la Escuela de Frankfurt –la corriente de pensamiento neomarxista de mediados del siglo pasado– la presidenta marcó la necesidad de construir nuevos marcos teóricos. “Es un desafío –se entusiasma Forster. No vino a Europa a buscar una teoría. Al contrario, vino a decirles que América Latina va a construir un nuevo marco de pensamiento. Que no nos conformamos con el modernismo reaccionario, que necesitamos pensadores que asuman riesgos.”
La Argentina debe pensarse desde Latinoamérica. El mestizaje es su lugar. Ya no hay europeos en las calles de Buenos Aires. A lo sumo, hay criollos hijos de criollos que se funden, que se mezclan, que se cruzan. Existe también esa mayoría silenciosa que son “los negros de alma”, los que rara vez se expresan y aparecen en la escena pública. La modernidad –ya no en términos estrictamente de la Ilustración europea– significa en nuestro país la posibilidad de inclusión y equiparación: Libertad e Igualdad son inseparables.
No niego cierto arielismo en mis propias palabras, cierta arrogancia. En la abundancia económica se esconde cierto fascismo de lo material. En la posibilidad del riesgo hay cierta insinuación del coraje. Sería una pena que la Argentina, que Latinoamérica, que lo bárbaro y mestizo, se niegue a sí mismo la continencia de su futuro, de ese mañana que, como dice Forster, está clavado en el corazón de su pasado.
BRIENZA no deja de sorprenderme.
ResponderEliminarCada día escribe mejor.
Así piensa la "mierda oficialista"...
El problema es que resulta imposible un "debate" con los periodistas opositores, o con los escasos "pensadores" que los sostienen...
Porque ellos son apenas "Locutores VIP"...
¿Se imaginan a Majul intentando debatir con Brienza?... ¿O a Fernando Bravo?... ¿O a Leuco?...