Discutir acerca del precio de las empanadas es un tema excepcional para la dinámica mediática porque cualquier boludo puede opinar e indignarse: solo hace falta tener la experiencia de haber comprado alguna vez una docena.
Naturalmente, 48000 pesos no es el precio promedio. Probablemente sea alrededor de la mitad, al menos en la ciudad de Buenos Aires, lo cual no quita la cuestión de fondo a la que se refería Darín con razón: comer en la Argentina es carísimo. Y es caro no solo para el que, como Darín, puede pagar 48000 las empanadas de Mi gusto. Lo es para el que consume alimentos básicos. Se trata de un dato. El gobierno podrá buscar un sinfín de explicaciones y justificaciones, pero entren por donde entren, comer en la Argentina es caro.
Dicho esto, creo que hay una conexión entre el empanadagate y el desdén de la ciudadanía frente a la política, el cual se expresa, no solo en la desmovilización, la apatía y la resignación, sino en la más concreta cantidad de ausentismo electoral que, si bien puede variar de elección en elección, parece una tendencia de profundización lenta pero inexorable.
Volvamos al caso Darín: los esbirros de La Nación Más, antes de tratar de instalar que el intento de asesinato a CFK fue un autoatentado, le dedicaron días enteros al tema, fueron a comprar empanadas más baratas, hicieron caricaturas horrendas de Darín con IA, etc. Sí, ellos, que junto a Darín son de los pocos que pueden comprar las empanadas a 48000. Sumemos a esto el ejército de Trolls y la respuesta del propio ministro de Economía.
Hay algo cierto en esto de “si sos figura pública, bancate la pelusa” porque así es el juego democrático. Darín hizo una crítica al gobierno y el gobierno le contesta. A bancarla. Sin embargo, claro, la respuesta parece desproporcionada y, en el fondo, persigue o, al menos, genera, de facto, una propensión a la autocensura.
Con todo, seamos buenos con nosotros mismos, a propósito de Darín, esto también ocurrió, por ejemplo, en 2013 cuando el actor se manifestó criticando el crecimiento patrimonial de los Kirchner y llamando a una reconciliación de los argentinos.
En aquel momento, fue la propia presidente la que le respondió en una carta pública donde le manifestó admiración por su labor actoral para luego defenderse y decirle que cuando pide “reconciliación” está usando el mismo término que utilizan ciertos sectores castrenses, recordarle el episodio de sus días detenido allá por el año 91 por la presunta compra de un auto con beneficios fiscales solo válidos para discapacitados, y exponer que había una distinta vara en el periodismo pues nunca habían llamado la atención por la declaración jurada de Scioli, su gobernador, su enemigo, su futuro candidato.
Si en las respuestas del gobierno de Milei y en la carta de CFK hay o no razón, es irrelevante. Incluso si la hubiera, parece desproporcionada la respuesta.
Lejos de pretender decir que “todo es lo mismo”, sí es cierto que el gobierno de Milei parece estar repitiendo un error de aquel gobierno de Cristina. En su triunfo está dejando muchos heridos en la zanja. Y mientras se gana, los quejidos de los heridos son tapados por el ensordecedor ruido del gobierno que avanza, pero cuando la locomotora se va deteniendo, esos quejidos se empiezan a hacer notar y hasta pueden organizarse para hacer daño.
A propósito, permítanme una anécdota personal: por motivos profesionales, allá por 2012 y 2013, me tocó brindar algunos cursos sobre temas de constitucionalismo, (desde Alberdi y la Constitución del 49 hasta el neoconstitucionalismo latinoamericano), a referentes sub35 de distintas agrupaciones peronistas de todo el país, más precisamente dos representantes por cada uno de los 24 distritos.
Menciono el año porque CFK venía de arrasar con el 54% y se pensaba que habría kirchnerismo por décadas. Sin embargo, en la conversación en off y en on que tuve con los alumnos, prácticamente todos manifestaron algo que mi porteñocentrismo no me dejaba ver: había mucha molestia en las bases por un fenómeno que me resultaba desconocido: como política de ampliación de La Cámpora por todo el país, jóvenes dirigentes de la agrupación se desplazaban hasta ciudades o pequeños pueblos y fijaban residencia allí para cumplir con los requisitos formales y luego liderar, por decisión de la cúpula, las listas. Como consecuencia de ello, los militantes locales eran desplazados y, en el mejor de los casos, obligados a acompañar desde posiciones menores. El nivel de queja era tal que recuerdo haber pensado: “cuando la espuma baje, toda esta gente va a ir a cobrarle al gobierno nacional este destrato, y lo hará con buenos fundamentos”. Los resultados están a la vista: desde el 2013, el kirchnerismo se viene descomponiendo, tanto en sus apoyos como en lo conceptual, en una tendencia que también parece inexorable y que hasta podría refugiarlo ya directamente en la tercera sección de la provincia gracias a la única dirigente que lo mantiene en pie.
Milei está en la cresta de la ola, especialmente si se confirman los buenos resultados que se auguran en las elecciones que vienen, pero su forma de negociación está dejando muchos heridos que aguardarán su oportunidad para pasar por ventanilla a cobrar.
Pero hay algo más importante que eso, lo cual nos lleva de nuevo al caso Darín: el ejercicio sacrificial de entrega total que el mileísmo exige, similar al que exigía el kirchnerismo. Esa dinámica genera soldados potentes, las famosas minorías intensas, pero a mediano plazo acaba expulsando más de lo que atrae. Si la mínima disidencia merece disciplinamiento, cancelación y acusación, sea desde la perspectiva de los dirigentes, sea desde la perspectiva del ciudadano común que opina desde una red social o en una reunión con amigos, el resultado es el mismo: la gente se corre.
Porque, hay que aceptarlo: la mayoría de la ciudadanía no está sobreideologizada ni pretende inmolarse por ninguna causa, sea la de la patria grande, sea la del aceleracionismo de mercado. Piensa en su familia, en su vida diaria, sus proyectos, una inversión, un laburo estable y sueña con que todas esas circunstancias no dependan del gobierno de turno. No pide demasiado y aquel gobierno que se lo pueda dar, seguramente será un gobierno que recibirá un fuerte apoyo. Es más, Milei no lo entiende, pero su gobierno tiene buenos datos de aprobación porque haber aquietado la inflación le ha devuelto al ciudadano medio no sobreideologizado una mínima posibilidad de proyección, aun cuando el sueldo no le alcance. Pero esa estabilidad de la moneda (que sea real o no, que se pueda sostener o no, es otro asunto), permite una rutina, una vida con algo menos de zozobra.
El kirchnerismo también se confundió en ese sentido: pensó que tenía la batalla cultural ganada, que más de la mitad de la Argentina estaba comprometida con la patria grande, pensando en el otro y creando un medio de comunicación para denunciar a Clarín. Y no: ese era el microclima de unos pocos. La gente apoyó al kirchnerismo porque le iba bien. No todo era economía y muchos abrazaron un proyecto que excedía el bienestar económico pero la gran mayoría votó a CFK porque le ofrecía un futuro y oportunidades, no unos tipos bailando la canción anticapitalista del millonario de Calle 13 que no pronuncia bien la R.
Cuando el modelo K empezó a mostrar fisuras, las amonestaciones de CFK al que comprara dólares, la presunción de que cualquiera que se opusiera tendría que explicar qué hizo en la dictadura, y el hecho de que cualquier noticia incómoda que vos creyeras te convertiera en un tarado manipulado por Clarín, empezó a horadar a un sector de los votantes a los cuales el kirchnerismo le exigía mucho. Y si Milei no cambia le va a pasar lo mismo: la estabilidad y el dólar barato se van a agradecer pero los heridos en la zanja y los ciudadanos de a pie que no pueden manifestar alguna disidencia so pena de ser señalados y maltratados, se van a hartar y van a votar otras opciones o, lo que es peor, ni van a ir a votar.
Está en la naturaleza de Milei su alta intensidad, sus exabruptos, su todo o nada y eso es lo que lo llevó a triunfar. Pero lo mayoría de la ciudadanía que hoy sostiene su administración, le valora su logro de “baja intensidad”, aquella quietud de la economía que le devolvió alguna mínima posibilidad de proyectar y de enfocarse en las cosas que la mayoría de la gente valora.
En comprender esa paradoja y en saber cómo equilibrar lo que es útil electoralmente con lo que es necesario para recibir el apoyo a su administración, estará una de las claves de su continuidad al mando del gobierno en los próximos años.
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