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domingo, 6 de octubre de 2024

Olor a sangre, por Dante Augusto Palma



Desde que Milei irrumpió en la escena política, uno de los deportes favoritos de los analistas, tanto de Argentina como del mundo, fue tratar de categorizarlo. Partiendo de su autopercibido anarcocapitalismo hasta llegar al mote de “fascista”, todo tipo de etiquetas han sido utilizadas para definir un fenómeno con características particulares pero que, a su vez, tiene vasos comunicantes con apariciones que se han dado en distintos países. Desde este humilde espacio, como para no esquivar el convite, definimos en su momento a Milei como un libertario en lo económico, un conservador en lo moral y un populista desde el punto de vista político. Con todo, aceptamos que pueda ser materia de discusión. 

Si tratar de caracterizar a Milei era ya de por sí una tarea compleja, más difícil aún es determinar las características de su armado político, sobre todo, separar la hojarasca estimulada por decisiones improvisadas y amateurs, propias de una fuerza recién llegada a la gestión y conformada por funcionarios con poca o nula experiencia en el Estado, de aquellas más estructurales que comienzan a reflejar cierta identidad. 

Por lo pronto, de la amenaza de gobernar a decreto limpio y/o consultas populares, el gobierno parece estar girando hacia formas más tradicionales propios de la rosca política. Como si hubiese una aceptación de que lo que sirvió para ganar no alcanza para gobernar. De aquí que, se dice, en los pasillos, la perspectiva de una LLA como partido nacional, busque crear estructuras y presencia territorial que ayude a mitigar la presencia de librepensadores, oportunistas o, por qué no decirlo, inversores, que hacen las veces de legisladores.   Es como si Milei hubiera tomado nota de que aún en esquemas con presidencialismos fuertes, la división de poderes todavía supone un contrapeso; y sobre todo el gobierno parece haber entendido que estando a tiro del juicio político, estará siempre en las manos del PRO. Y tiene razón, por cierto.        

Con todo, digamos que aun con sus torpezas a cuestas, el gobierno ha logrado bastante más de lo esperado, pero está en una carrera contra reloj porque reconoce que este esquema solo puede sostenerse con un apoyo popular que, en las últimas semanas, empieza a dar señales de deterioro. ¿Podrá la baja de la inflación ser aquello que pueda “cobrar” en las urnas el mileismo en 2025 o, antes de la elección, los efectos de la recesión harán olvidar el desborde inflacionario heredado? No lo sabemos.  

El acto en Parque Lezama, con el flamante lanzamiento de Karina Milei para alguna candidatura en 2025 y una eventual fórmula Milei-Milei para 2027, es una señal de que el gobierno entiende que necesita fortalecerse. 

Asimismo, desde la disposición del escenario, más peronista que PRO, hasta el tipo y los modos de la movilización, LLA parece dejar en claro que no renunciará a ocupar el espacio callejero incluso cuando la convocatoria goce de todo aquello que el gobierno y la derecha en general suelen criticar cada vez que se moviliza el peronismo y la izquierda. De hecho, más allá de la retórica de las últimas semanas con zonceras como el virus K-Ka y algunos cruces en redes sociales, Milei y el tipo de construcción política de la LLA tiene mucho más de peronismo que lo que propios y extraños aceptarían. Sí, efectivamente, hay menos gorilismo en Milei que en buena parte del radicalismo y el periodismo que apoya al oficialismo, por solo citar dos ejemplos.

Hablando de peronismo, parece haber comenzado un operativo clamor para que CFK sea la presidente del PJ y/o candidata a algo en 2025. No sabemos si ella efectivamente lo desea o da señales ambiguas como prenda de negociación para fortalecer a su espacio, aquel que no tiene mucho más que a ella. Mientras tanto, la disputa a cielo abierto con Kicillof se traduce en canciones y chicanas. Es bastante curioso el caso. ¿Tanto lío por aquella frase de “hay que componer nuevas canciones”? Se trata de una frase a la cual podría suscribir la propia CFK. De hecho, leyendo los últimos documentos que divulgó podría inferirse esa misma necesidad. Asimismo, ¿cuál es la diferencia entre Máximo y Kicillof, ideológicamente hablando? ¿Difieren en alguno de los grandes temas? Quizás sean simplemente diferencias artísticas… discusiones contra gente cansada de repetir estribillos, vaya uno a saber… 

Lo cierto es que la imposibilidad de responder a estas preguntas lleva a entender la postura de La Cámpora como un asunto de egos y liderazgos, una disputa de biromes, digamos, a pesar de que su birome ha determinado tantos candidatos que ya debería estar sin tinta.

Dicho esto, caben otras preguntas: ¿acaso llegará esta disputa al boicot de un eventual Kicillof 2027 del mismo modo que se hizo con Scioli en 2015 porque “no pertenecía al espacio”? ¿Volverá a sacrificarse la provincia de Buenos Aires para poner al candidato presuntamente propio como sucedió en 2015 cuando se eligió apoyar a Aníbal Fernández en lugar de Julián Domínguez? Imposible saberlo a tanta distancia, aunque la comodidad que ha sentido hasta ahora el kirchnerismo duro en su rol de minoría intensa, podría ser una señal.      

El incipiente deterioro en los índices de popularidad del gobierno, parece acelerar los tiempos de la política electoral. Tal como se vio en la marcha universitaria, la dirigencia opositora, desde la extrema izquierda hasta exPRO no macristas, buscan subirse a una ola con aceptación transversal y no partidaria. No mucho más, al menos por ahora.  

Como ha sucedido en los últimos años, en un país como la Argentina, ser opositor es equivalente a ese tenista que se posiciona en el fondo de la cancha devolviendo todas las pelotas aguardando el error del rival. El buen político ya no es el que propone sino el que espera; la acción política depende de la encuesta semanal y del tema del día en Twitter. 

Los une el olor a sangre de todo oficialismo herido; los ordena la primera puerta que se abre.

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