Semana aciaga para los grandes moralistas de la política. A desempolvar los Maquiavelos, los Weber, el teorema de Baglini…, entonces.
Un periodista del DestapeWEB le pregunta al senador de UxP, Mariano Recalde, qué se puede negociar a cambio de darle al oficialismo un juez de la Corte. La pregunta es pertinente y hasta podría reformularse con el subtexto: ¿qué van a pedirle al gobierno que ustedes consideran fascista y prodictadura a cambio de darle, eventualmente, la llave para que todas sus reformas no sean trabadas en la Justicia? La respuesta fue “[podemos negociar] un juez de la corte [o sea, otro juez, pero propio]… hay muchas cosas que se pueden negociar… leyes para la gente…qué se yo”. El orden de prioridades altera el producto.
CFK, entonces, negocia y el kirchnerismo apoya a Lousteau para controlar el dinero de la SIDE acompañado por dos grandes espadas K: Parrilli y Moreau. Están quienes hasta se aventuran a imaginar algún tipo de Frente que incluya a Rodríguez Larreta y hablan de una candidatura de Santoro junto a Lousteau en Capital para llevar adelante la profecía autocumplida de que ningún peronista puede obtener un buen resultado en CABA. Parecen apresurados, especialmente cuando el año que viene se votan solo legislativas.
Pero CFK negocia todavía más: algunos periodistas dicen que lo hace a través de Victoria Villarruel, aquella que hasta hace poco era un “límite”. Pero los límites son como el horizonte… uno camina dos pasos y este se aleja dos pasos...
Los kirchneristas más fieles hablan de realpolitik, buscan ejemplos en House of Cards, en Succession. También hacen memes, llaman a entender el equilibrio de fuerzas y la metamorfosis como virtud; una política en la que lo bueno y lo malo es relativo y se define por comparación. Por eso solo hay “más malos o más buenos que…”.
“Desde hace tiempo CFK solo está preocupada por su situación personal”, se dice por allí y habría buenos indicios para confirmar ello. Incluso hay quienes entienden que la decisión de ungir a Alberto Fernández tuvo que ver, sino exclusivamente, también porque le permitía garantizarse librarse de la persecución que la tuvo a maltraer con el gobierno de Macri. Probablemente nunca se sepa, pero, de ser así, lo que para algunos podría ser una decepción desde lo político sería comprensible desde la psicología individual: lograste todo lo que te propusiste a nivel político y cuando te quieren meter presa a vos y a tus hijos, y te gatillan en la cabeza, quienes dicen dejar la vida por vos ni siquiera prenden fuego un tacho de basura. ¿Y ustedes quieren que CFK no se mire el ombligo?
Milei también negocia y lo hace con la casta kirchnerista también. Está bien que lo haga porque así es el juego de la democracia. Una vez más: no apto para moralistas.
El desbande de la oposición y la tendencia a la baja de la inflación le dan algo de aire, pero es especialmente el primer aspecto lo que tiene, como consecuencia indirecta, un problema interno. Esto es, la facilidad con la que una fuerza minoritaria en el Congreso ha avanzado gracias a la fragmentación opositora, alienta las fragmentaciones al interior del gobierno.
Para muestra basta el escándalo con los diputados, lo cual incluye a la diputada que se denunció a sí misma por la visita a los represores y que siempre es noticia por cosas relacionadas con patos: a veces porque se los pone en la cabeza; a veces porque no los tiene en fila.
Sumemos a esto las renuncias y expulsiones que se han dado a lo largo de estos meses de gestión y una tensión permanente en sus legisladores, tensión que quizás se comprenda mejor por el modo en que se conformaron las listas y por una concepción ideológica reactiva a las construcciones colectivas y a las disciplinas partidarias. Lo cierto es que, salvo alguna excepción, todos están allí por ser un conjunto de nombres desconocidos elegidos de casualidad por estar amarrados a las bolas y a la lista “del león”. Sin embargo, todos creen ser librepensadores dueños de sus bancas, algo que es alimentado por la falta de conducción política y por un Milei que delega esa acción en sus subordinados en tanto se trataría de una “labor menor” la cual, en el fondo, desprecia.
Pero las internas se dan también en la administración del Estado y se da así una paradoja: la estructura de toma de decisiones del gobierno de Milei parece ser la opuesta al de Alberto Fernández, pero el resultado en la gestión es bastante pobre también. En el caso de la anterior administración, se creó un esquema de distribución atomizada del poder para que cada espacio del Frente, en cada ministerio, en cada secretaría, logre trabar a la otra. ¿El resultado? Un Estado incapaz e inmóvil como el gobierno que lo presidía. En el caso del gobierno actual, el esquema cambió, pero la concentración del poder en pocas manos ayudó menos a la eficiencia que a la megalomanía.
A propósito, quienes conocen el mundillo de la actual administración insisten en algo que ya es demasiado evidente: la fuerte presencia de los servicios de inteligencia y el peligro de darles demasiado juego libre. Se menciona allí el rol de Santiago Caputo y aparecen operaciones por todos lados, a su favor y en su contra. Dicho esto, y si bien el tiempo puede aclarar algunas cosas, es tentador afirmar que el futuro del gobierno está más en riesgo por su desborde interno que por la oferta electoral que pueda estructurar la oposición.
Por su parte, y hablando de fragmentación, viene a cuento una mínima referencia a Macri haciendo lo que todos sabíamos que iba a hacer y que está muy bien que haga: acompaña al principio, mantiene la independencia para negociar, pide, pide más y si no le dan, pega el zarpazo. Del otro lado queda Bullrich, quien defiende con la misma radicalidad todas las fuertes convicciones pasajeras que va abrazando y que quizás muerda algo del PRO para formalizar ya su paso a LLA y luego, por qué no, volver al comienzo del círculo y hacerse montonera.
Con todo, y si bien nada hace presagiar un escenario de este tenor, nunca debemos olvidar que con un Congreso como está distribuido hoy, una alianza de la oposición puede llevar a un juicio político que destituya al presidente. Y aunque falte mucho, salvo una elección extraordinaria del oficialismo en 2025, será muy difícil que los números de las bancas en el Congreso para los últimos dos años de mandato le alcancen para alejar definitivamente ese fantasma.
Un repentino cambio en el humor social y la profundización del desorden interno del gobierno podrían ser motivos suficientes para que las alianzas que parecían imposibles dejen de serlo. Tenerlo presente es un buen aprendizaje para todos aquellos que todavía están dispuestos a perder amigos y familiares discutiendo de política.
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