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sábado, 2 de marzo de 2024

Menemizar y mememizar, por Dante Augusto Palma




La forma en que ejerce el poder Milei es populista, incluso en términos de Laclau: agrupa una serie de demandas insatisfechas contra un otro, esto es, la casta, los políticos, el Estado. Todo el que no acepta el mandato del presidente, es algo de eso otro. En la campaña esta estrategia resultó exitosa. En el gobierno, los números para pasarse al bando opositor se reparten diariamente y eso tiene un límite. Para gobernar hay que pelearse con mucha gente, pero no te podés pelear con todos todo el tiempo.

El “pueblo” de Milei es una construcción novedosa. Está hecho de la acumulación de likes y visualizaciones. Ni siquiera de individuos. Solo likes y visualizaciones de nicknames, trolls, bots. De hecho, no hay imágenes de gente real en las representaciones virales de los libertarios, sino imágenes creadas con inteligencia artificial. Eso sí: los leones y los otakus son más efectivos que los Adorni, al fin de cuentas, retazos de un formato comunicacional perimido llevado adelante con soberbia y revanchismo por el muchacho al que todos le hubiéramos hecho bullying en la escuela.   

Que la narrativa mileista se construya principalmente en las redes no significa que carezca de apoyo entre los ciudadanos de a pie. Ese apoyo existe, para dolor de los noteros de C5N. La sociedad rota es su columna vertebral. Son esos 10 millones de tipos que recibieron el IFE y que parecieron salir de debajo de la tierra mientras Alberto Fernández hablaba del Estado presente; son, como ya se ha dicho hasta el hartazgo, los precarizados de Rappi pero también las decenas de miles de clases medias bajas y bajas que hacen cola para que les lean el iris a cambio de unas criptomonedas; y también son las clases medias a las que el gobierno anterior les jodió la vida limitando el acceso a los dólares, sosteniendo una ley de alquileres insólita por temor a una cuenta de Twitter de inquilinos enojados, y procrastinando la resolución de una inflación que había que tolerar “para que no venga la derecha con el ajuste”.    

El problema que tiene Milei es que cree poder medir el apoyo desde la burbuja del mundo virtual. Este mundo interactúa y se entrecruza con la realidad, pero no es lo mismo. Todavía tiene apoyos en ambos mundos, pero cuando eso deje de suceder en el mundo de allá afuera, él no tendrá herramientas para percibirlo. Acorde a los tiempos, el suyo no es un diario sino un algoritmo de Yrigoyen.  

Milei sabe que su carrera es contra el tiempo y está respetando a rajatabla la vieja tesis de “haz todo lo doloroso en los primeros 100 días”. Lo está haciendo bastante mal pero no está lejos de que le salga bien: un desembolso del FMI, alguna pequeña ayudita de mis amigos los exportadores, y/o alguna magia financiera para que liquiden, y la utopía de un fin del cepo con una inflación de un dígito parece posible de acá a unos meses. La estabilidad política en el corto plazo se llama “baja de la inflación”. Dolor Pepe Albistur. 

A propósito, en la Argentina donde todos saben de fútbol y de política se pronostican helicópteros con la misma certeza con la que presentábamos a Milei como un fenómeno pasajero de la ciudad de Buenos Aires. Son los que hablaban del territorio, del “derpo” de los “gobernas”, de las avivadas en la fiscalización… Luego llegó un 56% de cachetazos. Por supuesto que la posibilidad del helicóptero estará presente quizás más por el mesianismo sacrificial del presidente y la debilidad del gobierno que por la voluntad opositora, pero puede fallar. En eso tiene razón el presidente: la oposición no la ve. 

A diferencia de Macri, que gobernó 4 años hablando de la herencia de Cristina, la lógica refundacional de Milei hace que las menciones al kirchnerismo sean laterales. Cuando Milei habla de herencia refiere a, como mínimo, los últimos 100 años. Tiene todo el pasado por delante, diría Borges.   

El progresismo se siente a gusto con Milei. Es lo mejor que le ha pasado y su única posibilidad de regresar al poder. Milei les permite la indignación diaria, máxime cuando toca las vacas sagradas. Hasta hace poco el progresismo militaba ministerios. Ahora ni eso, en la medida en que los contratados sean reubicados. 

El deporte nacional del ciudadano opositor es mandar whatsapp con el twitt discriminador del día replicado por Milei. Si el gobernador con síndrome de down… si la escena de la película porno con periodistas de La Nación en la previa al sexo grupal… Existen todas las razones del mundo para denunciar este tipo de comunicación presidencial y, en general, las comparto. El presidente no parece tener noción de su rol institucional o quizás sí, pero lo desprecia, lo cual sería quizás más grave. Pero, en este sentido, el presidente representa a las mayorías. Hace lo que incluso hacen los progres en privado, esto es, burlarse de aquello que no es políticamente correcto. Es un tiempo de la antipolítica, de ir contra las instituciones y de quebrar con todos los protocolos de la hipocresía progresista. En eso el presidente la ve. 

Cámara de eco, mensajes para la propia tribuna y posverdad describen mejor el clima de época que las fake news. La anécdota del INADI es el mejor ejemplo: el gobierno anuncia su desaparición para estruendosa algarabía de su hinchada y para indignación de los rivales. Luego aclara que el organismo con la mayoría de sus empleados será absorbido por Justicia. Pero a ninguno de los bandos le importó. La realidad no tiene ningún derecho a estropear nuestra euforia y nuestra indignación respectivamente. ¿Qué es lo verdadero? Lo que confirme nuestros prejuicios.

En esta línea, el progresismo afirmando que la prohibición del denominado “lenguaje inclusivo” es una bomba de humo para tapar el ajuste, acaba reconociendo que se trata de una temática “de segundo orden”. Así, confirma las críticas que en su momento recibió cuando intentó imponer como una agenda revolucionaria y emancipadora la jerga sectorial de una tribu universitaria.   

Libertarios y progresistas subsumen la política a la comunicación. Para ambos Gramsci es un teórico de la manipulación y de lo que se trata es de ver quién se apropia de los instrumentos de la batalla cultural entendida como batalla comunicacional a librarse en redes sociales. Unos se excitan con el revival de los 90; los otros han quedado en el loop del 7D y la ley de medios haciendo memes para la guerra de guerrillas twitteras. Menemizar y mememizar parece ser la tarea.



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