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sábado, 11 de noviembre de 2023

Del “que se vayan todos” al “que venga cualquiera”, por Dante Augusto Palma

 


Millones de votantes cazando fantasmas: son antiperonistas en ausencia del peronismo para no ser antiderechistas en presencia de la derecha


A días, por fin, de la segunda vuelta, ya se encuentra bien definida la estrategia de La Libertad Avanza después del sacudón que significó el triunfo de Massa y el casi inmediato apoyo posterior de Macri y Bullrich a su candidato. 

Por lo pronto, después del amateurismo librepensadoril de las últimas semanas previas a la general, se les prohibió a todos los presuntos piantavotos hacer declaraciones públicas. Así, se centró la comunicación en las versiones clonazepaneadas del candidato junto a periodistas cómplices, y algunos pocos dirigentes: Mondino, Villarruel, Pagano y no mucho más. 

En el mientras tanto, es tan evidente el recelo de Milei hacia Macri, sabedor el libertario de que aun llegando a la presidencia será la próxima víctima, que ni siquiera pudieron sacarse una foto juntos. En todo caso, pareciera que el apoyo PRO se circunscribe a algunas intervenciones reñidas con el castellano de Patricia Bullrich y, lo más importante, la fiscalización. Nada más y nada menos. Con el resultado puesto, llegará la factura y como suele ocurrir con las deudas de Macri, promete ser eterna e impagable.

En cuanto a lo discursivo, no hay mucha sorpresa: énfasis en el clivaje cambio vs continuidad e intento de pegar a Massa con el kirchnerismo (algo que no cree nadie en el oficialismo, empezando por el propio kirchnerismo). Igualmente puede que con eso alcance porque parecemos haber llegado al último escalón del “que se vayan todos”. Lo decíamos la semana pasada cuando hablábamos del intento de instalación del “cambio” como significante vacío, esto es, la idea de que hay que cambiar, no importa hacia dónde ni con quién; solo cambiar como un bien en sí mismo, como cuando vamos a la peluquería y pedimos un corte nuevo porque vale más la novedad que el hecho de que el corte sea el adecuado para nuestra fisonomía. 

Esta glorificación del cambio en sí mismo como último escalón del “que se vayan todos” es el “que venga cualquiera”. Y nótese que aunque parece lo mismo, o una consecuencia directa, no lo es. De hecho, podría decirse que la crisis de representación de 2001 no fomentaba “que venga cualquiera”. En todo caso, afirmaba que los que estaban eran responsables y que lo que tenía que venir era mejor. Tenía que ser distinto y mejor, no cualquiera. Si el resultado nos gustó más o menos es otra cosa pero mucha gente, al menos hasta el 2015, creyó que lo que vino fue mejor. Ocho años y dos malos gobiernos después, el escenario es otro. 

De aquí que podría decirse que hoy hemos trepado, o descendido, según como se lo mire, claro está, un escalón más en la degradación del sistema y la crisis de representación. Como cualquier cosa es mejor que lo que hay, se equivocan quienes consideran que la ruptura del sentido común, la racionalidad y todos los consensos democráticos básicos que realiza Milei y su tropa suponen un costo político para su espacio. Es al revés, justamente: es porque rompen con todo que son votados. 

Entonces ni siquiera hace falta una promesa de futuro o una esperanza. Alcanza con prometer que lo que hay ya no va a estar. Lo decía Milei en la entrevista donde él confiesa pretender que estalle todo. Allí, cuando el periodista le responde que eso perjudicaría a mucha gente, especialmente a los que menos tienen, Milei lo acepta pero agrega que, si bien será así, al menos, esta vez, también pagará el estallido la casta privilegiada. Sabemos que esto es falso pero va en línea con el sentir de mucha gente que cree no tener nada que perder, y lo único que quiere es igualdad en el desamparo. No es una promesa de estar mejor sino una certeza de que todos van a estar tan mal como ellos. En este sentido, la “justicia social” de Milei, que no es, claro está, la abrazada por el peronismo, es una revancha contra determinados privilegios. Es un “yo me voy a hacer mierda pero ustedes también”.        

Luego, claro, está la versión algo más matizada que se tiene que dar para convencer a parte de ese 70% que no votó a Milei para que lo apoye. Si como ya indicamos, la metáfora utilizada por Macri de tirarse del auto a 100 km para evitar una muerte segura aun cuando esa acción también pueda generar la muerte, no era la más feliz, lo insólito es que el propio Milei la hizo propia con otro ejemplo. En este caso, habló de alguien que está en una caverna protegido de las alimañas que están afuera pero que, al estar allí sin poder moverse, termina muriendo de inanición. La caverna que nos protege es el Estado y el “afuera lleno de alimañas” es el mundo real, donde, naturalmente, rige el mercado. En este marco, Milei dice: “Al menos por dominancia estocástica [buen nombre para banda de punk rock, por cierto] es mejor [mi proyecto], porque usted sale de la caverna y puede haber bichos peligrosos pero al menos tiene una chance de sobrevivir. Adentro de la caverna se muere”. La metáfora es la misma y en ambas es menos importante la propuesta de salida que la instalación falsa de que con el escenario actual el destino fatal es inexorable. En otras palabras, para que su plan funcione no necesitan que decir cuál es el plan. Les alcanza con imponer que lo que hay lleva al desastre.  

Este aspecto también se ve en una de las razones más frecuentes que esgrimen los que apoyarían a Milei en esta segunda vuelta sin haberlo hecho ni en las PASO ni en las generales. Como no pueden mirarse al espejo y reconocer que apoyan algunas de las peligrosas medidas de Milei ni sus coqueteos al límite del consenso democrático, juegan al politólogo de café y afirman “lo voto porque no va a poder hacer lo que propone”. Si ya existía el voto vergonzante, ese que se oculta y se expresa el día de la elección, acá inauguramos un “argumento vergonzante” por el cual se animan a decir que votan a Milei pero para justificarlo públicamente indican que están en desacuerdo con la mayoría de sus propuestas pero lo votan porque no va a poder cumplir lo que promete. No sé si habrá otro caso en la historia mundial donde un candidato llega a presidente porque sus votantes confían en que, afortunadamente, será incapaz de hacer lo que quiere. Naturalmente no será así en todos los casos, pero en muchos de estos votantes aparece un antiperonismo flagrante que los lleva a otros delirios como afirmar que Massa es bolivariano o que sigue el modelo cubano.  Frente a ello cabe decir, parafraseando al filósofo italiano Diego Fusaro lo siguiente: son antiperonistas en ausencia del peronismo para no ser antiderechistas en presencia de la derecha.

Esta misma idea, con una mínima sofisticación, es la que se ha escuchado de boca de periodistas de gesto adusto que de manera independiente hicieron el mismo giro que hizo JxC desde las elecciones generales hasta aquí: “mejor 4 años de Milei que 20 de Massa”, se les ha escuchado como argumento. Es decir, apoyemos al que no va a poder gobernar porque el otro va a poder hacerlo y se va a quedar. Así, a Massa no hay que votarlo para evitar que haga lo que propone y a Milei hay que votarlo porque no va a poder hacer lo que dice.

Si agregamos que este escenario distópico se da en el marco de un país paralizado, con crisis social y violencia latente que convive ya con una inflación instalada en los dos dígitos mensuales, queda poco lugar para la esperanza.

Si un eventual triunfo de Milei traerá para los analistas políticos la incógnita de cómo se estructurará el nuevo mapa de poder en la Argentina con un Macri estableciendo las condiciones desde las sombras, más preocupante parecería ser el hecho de una Argentina   que el 10 de diciembre no solo será distinta sino bastante peor que la que conocemos.

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