Si tenía que haber unidad hasta que duela parece que en este caso dolió mucho. Tanto debe haber dolido que CFK se sintió obligada a exponer los pormenores de la rosca como probablemente no hay antecedentes. A la comprensión de texto exigida ante la letanía de militantes y aduladores que hacen las veces de periodistas, se le agregó una “comprensión de contexto”, una suerte de grosero “posibilismo”. Ahora la patria no es el otro sino el contexto; ahora el proyecto mismo es el contexto.
¿Pero qué pasa con el texto? ¿Estamos todos viendo la misma realidad? La pregunta viene a cuento porque en los análisis que se han hecho sobre el rol de CFK se está discutiendo sobre una base empírica que ha dejado de ser común desde hace unos años. Por ello es difícil afirmar si ella hizo una jugada maestra, le impusieron un candidato o “traicionó”.
En esta línea, para aclarar los puntos y dejar de lado toda abstracción: considero que, al menos desde 2015, el texto y el contexto que observa CFK no es el mismo que observan sus seguidores. No importa, por ahora, quién tiene razón, pero evidentemente, la militancia y mayoría de los votantes que siguen a CFK ven una realidad distinta de la que ve ella. Para éstos, el kirchnerismo por sí mismo puede ganar las elecciones; para ella no. Es más, ella ve que el kirchnerismo cada vez tiene menos fuerza. Al menos ésta parece la deducción más sensata si hacemos eje en las fórmulas presidenciales que impulsó CFK desde 2015 hasta la fecha.
En 2015, CFK tuvo que aceptar que Scioli fuera el candidato, un “moderado” al que ciertas afiebradas usinas K acusaron de ser hasta un “pro buitre”. Como no había alternativa y había que garantizar que el votante k de paladar negro apoyara, se tuvo que poner a un cancerbero K detrás, Zannini, para “controlar al pichichi”. La militancia pensó que la elección estaba ganada porque el candidato no era Scioli sino el proyecto, de modo que, prácticamente, no hacía falta militar (no sea cosa que el moderado saque muchos votos). Pero llegó la primera vuelta y el que sacó muchos votos fue Macri. Luego llegó la reacción, pero no alcanzó.
En 2019, un kirchnerismo más debilitado ya no pudo ni siquiera acudir a un moderado leal como Scioli para que encabece la fórmula, sino que tuvo que recurrir al que operó sistemáticamente contra CFK durante 10 años: Alberto Fernández. La apuesta era tan sorprendente e indigerible que ya no alcanzaba con un cancerbero detrás: tenía que ser la propia CFK, “la dueña del circo”, la que diera la cara y garantizara que se iba a controlar al arrepentido de haberse arrepentido. Se “sacrificó la dama” y alcanzó para ganar, mas no para gobernar bien.
En 2023, el kirchnerismo ni siquiera tiene ya fuerza para poner alguien en la fórmula. Es el principal accionista de la coalición, pero no aportando una carta ganadora ni votos suficientes para imponer condiciones, los caciques que permanecían agazapados empiezan a multiplicarse. Traen vetos en lugar de votos, pero ante un kirchnerismo debilitado, logran llevarse algo. Son todos pigmeos que tiran piedritas, pero el gigante los necesita para ganar.
Esta es la realidad que ve CFK y que los militantes no pretenden aceptar. Esta miopía puede ser la consecuencia de militar desde las redes sociales y disputando sentido y agenda con el trotskismo, como si gobernar el país fuera lo mismo que una asamblea universitaria y como si lo que ocurriera en la universidad fuera representativo de lo que ocurre en el país.
Se sigue de esto que, desde mi punto de vista, la que está observando correctamente la realidad es CFK y no quienes con voluntarismo, pasión y fervor quizás se sienten desencantados con la fórmula de Massa. En este punto valen algunas aclaraciones: la primera es que Massa-Rossi es, en términos electorales, una mejor fórmula que Wado-Manzur y es una fórmula para intentar ganar; la segunda es que hay muchas razones para estar desencantado con una fórmula de Massa, pero aquí de lo que se trata es de intentar comprender cuál es la estrategia de CFK, no para justificarla necesariamente sino para explicar por qué hizo lo que hizo.
A propósito de ello, y ahora en el terreno de las especulaciones, se pueden hacer distintas interpretaciones de quién ha ganado y perdido dentro del exFrente de Todos. Arriesgando una interpretación personal, considero lo siguiente: hay un acuerdo evidente entre kirchnerismo y massismo, probablemente por las razones antes expuestas, esto es, porque CFK considera que la única manera de ganar es poniendo al frente a un no K de centro para que interpele sectores de la sociedad que serían refractarios a un k puro pero que tampoco son fervorosos votantes macristas; sin embargo, como quedó bien en claro en la manifestación pública realizada por CFK días atrás, el candidato “propio” no era Massa sino “Wado”. Es una obviedad, pero esto confirma que CFK no lidera todo el espacio sino a una parte del mismo.
Por otra parte, ¿entregar la fórmula no es haber entregado demasiado? ¿Acaso el kirchnerismo ha negociado mal? Puede ser. Pero también puede ser que CFK haya cedido augurando un escenario en el que la elección nacional estaría perdida y en el único lugar donde se podría hacer pie es en la provincia de Buenos Aires. Massa como candidato nacional con Kicillof como candidato a gobernador empujan hacia arriba en Buenos Aires y dado que allí no hay balotaje, las posibilidades de un triunfo son ciertas. De modo que no habría que descartar el hecho de que CFK haya cedido la fórmula presidencial a cambio de la provincia de Buenos Aires y un bloque propio robusto en las cámaras.
Asimismo, un Massa perdidoso permitiría al kirchnerismo continuar con la insólita actitud de ser oficialismo opositor y, ya ingresados en 2024, poder levantar el dedo y decir “el fracaso 2019-2023 es el producto de las políticas de nuestros socios que aceptaron al FMI, es decir, el presidente Alberto Fernández y el ministro de economía Sergio Massa”.
Si esta hipótesis es correcta, el kirchnerismo estaría jugando al límite y un error de cálculo lo pondría en un limbo político: ¿qué pasaría si se pierde también la provincia de Buenos Aires pero, a diferencia de 2015-2019, ya no hay una CFK capaz de ponerse al frente de “la resistencia”? Y algo quizás peor: ¿qué pasa si el que gana es Massa? Porque, como ya vimos, Massa no se asemeja al actual presidente. Es que Alberto Fernández demostró ser un presidente más chiquito que malo. Termina montando la payasada de unas PASO para poder negociar y darle 2 puestos a sus amigos y 10 contratos a su entorno. Como suele ocurrir últimamente, “lo personal es político” malentendido como “mis asuntos personales llevados a la política”. Eso fue el albertismo que nunca existió como identidad política y que acaba confirmando, como hemos dicho varias veces aquí, ser una destrucción antes que una construcción política. Massa es off the record como Alberto pero piensa en grande y es el que está mejor preparado para administrar el Estado tal como está demostrando, independientemente de si sus ideas nos gusten más o menos. Pero no es menor ofrecer un candidato que entienda cómo funciona el Estado porque esta administración ha probado, sobre todo, ser enormemente ineficiente. Y sobre todo, ese pensar en grande es el que permite avizorar que un Massa presidente es alguien capaz de iniciar una nueva etapa en un peronismo que en los últimos 20 años tuvo una hegemonía k de centro izquierda.
Es obvio que no hay una tendencia inequívoca ni leyes históricas inexorables, pero si observamos el proceso desde el 2015 hasta aquí, lo natural parecería ser, no la desaparición del kirchnerismo como algunos ansiosos aventuran pero sí su remisión, en el mejor de los casos, gobernando en oposición y con cierta autonomía la provincia de Buenos Aires; o, en el peor de los casos, como un apéndice testimonial, pero ruidoso, de un peronismo distinto al que le va a tocar hacer un plan de estabilización incómodo para el relato progresista.
De aquí que todos los escenarios planteen aspectos positivos y negativos para el kirchnerismo: si gana Massa se va a ganar la provincia, habrá cajas y espacio para todos y se podrá seguir jugando al oficialismo opositor gozando de las mieles económicas de ser oficialismo al tiempo que se podrá levantar el dedito para afirmar que “el que ajusta es el otro”; sin embargo, como indicáramos, Massa presidente es capaz de crear una nueva hegemonía en el peronismo que podría arrastrar al kirchnerismo o transformarlo en un mero furgón de cola.
Si se pierde la nacional y se gana la provincia de Buenos Aires, se aislará y atacará a Kicillof día y noche, pero el kirchnerismo tendrá las cajas de la provincia, podrá asumir el rol testimonial en el que algunos parecen sentirse más cómodos y podrá esgrimir que los mariscales de la derrota han sido los peronistas moderados.
Por último, el escenario de derrota catastrófica donde se pierde todo es, sin duda, el peor, especialmente porque el ataque será sin cuartel y ni siquiera habrá demasiadas cajas de donde agarrarse para hacer política. Allí, como en el caso anterior, el único aspecto positivo es el de reivindicar una cierta épica de la resistencia y echar las culpas sobre el presidente y Massa.
Sea cual fuere el resultado, todo hace suponer que estamos ante el inicio de una nueva etapa. Todavía no sabemos qué es eso que está naciendo y ni siquiera sabemos si hay algo que está naciendo; pero sí estamos siendo testigos de un kirchnerismo que en cada elección confirma el camino de un proceso de declive que parte de los tiempos donde supo ser mayoría y llega a una actualidad en la que es una fuerza importante pero minoritaria que cuanto más minoritaria es, más intensamente se comporta.
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