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lunes, 17 de julio de 2023

LA CONFESIÓN, por Sebastián Fernández (para "El Cohete a la Luna" del 16-07-23)


La infanta de Borbón y Figueroa Alcorta en 1910


Volver al pasado de exclusión, la declaración de principios de Rodríguez Larreta

POR SEBASTIÁN FERNÁNDEZ


Hace unos años, cuando la Argentina era todavía gobernada por Mauricio Macri —un entusiasta de esa meritocracia que consiste en tomar la precaución de nacer rico—, otro meritócrata, Cristiano Rattazzi, dio una entrevista al diario uruguayo El País. Por aquel entonces, Rattazzi, simpatizante de Juntos por el Cambio, era presidente de Fiat Argentina. Un puesto al que había accedido por sus reconocidas cualidades profesionales, entre las que se destaca la de ser hijo de Susanna Agnelli, nieta del recordado fundador de Fiat.


La nota hacía referencia al auge del turismo de clase media en Punta del Este y señalaba que muchos pequeños comerciantes y cuentapropistas argentinos lograban, con grandes esfuerzos, conocer playas frecuentadas por la farándula y las clases más acomodadas de la Argentina. Entrevistado sobre esa “invasión”, Rattazzi, gran conocedor de la noche esteña, opinó que “hay que hacer atención de que lo masivo puede destruir lo bueno”. En su inimitable cocoliche, el bisnieto de Giovanni Agnelli intentó describir las acechanzas que a su entender amenazaban al balneario uruguayo:


—¿No imagina usted una Punta del Este siendo visitada por una clase media-media, trabajadora?


—Es derecho de todos viajar, pero masivamente invadir un lugar que después hacés bajar la calidad, sería una lástima. Las playas acá no son tantas y ya están llenas.


—¿Qué cree que representa Punta del Este para el argentino?


—Llegar hasta Punta del Este todavía es un privilegio.


“Dice Ratazzi que Argentina y Uruguay compartieron esplendor y decadencia, y que pocas cosas hermanan tanto como el mutuo ascenso y la mutua caída”, concluía el entrevistador. Para el empresario ítalo-argentino, la caída era la consecuencia lógica de que más veraneantes gozaran de una de las mejores playas de la región.



Hace unos días, el jefe de Gobierno porteño y precandidato presidencial de Juntos por el Cambio, Horacio Rodríguez Larreta, afirmó en una entrevista con Baby Etchecopar que “el país debe volver a ser el de la primera mitad del siglo pasado”, es decir, el de la edad de oro anterior a la irrupción del peronismo en la política argentina. “En vez de ser Europa seamos la Argentina que fue, la del ‘45, de la primera mitad del siglo pasado. M’hijo el dotor, progreso, donde estudiar y esforzarse tenía sentido”, explicó. “Fuimos tierra de progreso, atraíamos inmigrantes trabajadores e inversiones en la Argentina. Pudimos hacerlo”, concluyó Larreta, generando el apoyo entusiasta de su entrevistador. Un entusiasmo peculiar, teniendo en cuenta que Etchecopar suele tratar a los inmigrantes actuales como invasores que abusan de nuestra buena fe colapsando nuestros hospitales, escuelas y universidades.


Volver a la primera mitad del siglo XX es una propuesta asombrosa aún para el generoso estándar de Juntos por el Cambio. La Argentina ideal con la que sueña nuestra derecha era un país con treinta millones de habitantes menos, según el censo de 1947, el cuarto de nuestra historia, llevado justamente a cabo durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón.


En la Argentina a la que Larreta y Etchecopar pretenden llevarnos de vuelta no existían las vacaciones pagas para el conjunto de los trabajadores, y estos no gozaban del aguinaldo. Tampoco existían en aquella “época de oro” ni el fuero laboral, ni el Estatuto del Peón, que al pretender con descaro equiparar los derechos del trabajador rural con los del resto de los trabajadores, generó la comprensible furia de la Sociedad Rural Argentina (SRA). En aquel país virtuoso, las mujeres no podían votar, es decir, no gozaban de los mismos derechos políticos y las mismas obligaciones que los hombres, quienes accedieron al voto secreto y obligatorio con la Ley Sáenz Peña de 1912. La universidad no era gratuita y no existían ni el Ministerio de Salud, ni el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (CONITYC) —el futuro Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)— ni tampoco el Instituto de Física de Bariloche, luego transformado en el Instituto Balseiro.


La Argentina soñada por Juntos por el Cambio era un país de pocos habitantes y escasos ciudadanos integrados. Todavía nadie había asumido la representación del temible “aluvión zoológico” del 17 de octubre de 1945 que denunciara el diputado Ernesto Sanmartino.


 




 


Como escribió un azorado Ezequiel Martínez Estrada: “Perón volcó en las calles céntricas de Buenos Aires un sedimento social que nadie habría reconocido. Parecía una invasión de gentes de otro país, hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos, y sin embargo eran parte del pueblo argentino, del pueblo del himno”. La falta de representación política de ese “sedimento social” hacía creer a las clases más pudientes de entonces que aquella era una época sin grieta, un diagnóstico errado que persiste aún hoy. Era, en realidad, un país sin derechos sociales defendidos desde el Estado y sin política industrial.


Mientras Cristiano Rattazzi sueña con volver a una época de playas para pocos veraneantes, Horacio Rodríguez Larreta nos invita a regresar a una Argentina de pocos ciudadanos.


Es, sin duda, una honesta declaración de principios.



Publicado en:

https://www.elcohetealaluna.com/la-confesion-2/

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