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domingo, 7 de mayo de 2023

La sirenita que no encontraremos en Disney, por Dante Augusto Palma




Una sirenita negra; un beso entre lesbianas en Lightyear; un Obi Wan presuntamente bisexual; el personaje de Hades en Hércules y el Hombre de Hielo saliendo del armario; una pareja de varones homosexuales en Pato Aventuras; el reemplazo de Splash Mountain, acusada de representar estereotipos racistas, por una atracción acuática basada en la primera película de Disney con una princesa negra. Estos son solo algunos de los cambios realizados por Disney en sintonía con la perspectiva woke que hegemoniza culturalmente a Occidente en la actualidad.
Lejos ha quedado aquel tiempo en que Walt Disney era acusado de incluir contenido racista y antisemita en sus dibujitos animados. De hecho, hasta parece una pieza de museo aquel famoso libro de 1972, Para leer al Pato Donald, donde desde un punto de vista marxista, Dorfman y Mattelart advertían el modo en que, a través de las caricaturas, Disney era funcional a la ideología dominante del imperialismo estadounidense.
Con todo, quizás quepa decir que su función de transmisor de la ideología dominante se mantiene; en cualquier caso, lo que ha cambiado es el contenido de la ideología dominante. Pero dejando a un lado este punto, la cruzada de Disney se apoya también en intervenciones públicas de varios de sus directivos. El año pasado, por ejemplo, la directora general de contenidos de la corporación, Karey Burke, afirmó que desea, para un futuro próximo, que la mitad de los personajes de Disney pertenezcan a la comunidad LGTB. Lo hizo tras presentarse como líder y madre de un niño transgénero y un niño pansexual. Evidentemente, Burke se ha tomado muy en serio esto de que lo personal es político.
Sin embargo, lo que ha agitado las aguas hasta un terreno insospechado, fueron las declaraciones, realizadas en marzo de 2022, de quien era el director ejecutivo de la corporación, Bob Chapek. En aquel momento, Chapek expresó públicamente su decepción tras la aprobación del proyecto de ley HB 1557 de Florida. Se trata de una ley cuyos detractores denominan peyorativamente “La ley ‘No Digas gay’”, por la cual se prohíbe a los distritos escolares la enseñanza de orientación sexual e identidad de género hasta el tercer grado escolar.
A partir de allí comenzó una guerra sin cuartel entre Disney y el impulsor de la medida, nada más y nada menos que el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, candidato firme a disputarle el liderazgo del partido republicano a Trump. El enfrentamiento con la corporación Disney es tal que DeSantis lo ubica como uno de los ejes de su reciente libro, The Courage to Be Free, un texto típicamente de campaña.           
Tras la oposición de Disney, DeSantis avanzó con la eliminación del distrito especial sobre el cual operaba la compañía, el Reedy Creek Improvement District, estableciendo de esa manera el fin de la autonomía de hecho que tenía Disney sobre las miles de hectáreas donde se encuentran ubicados sus famosos parques temáticos. “Hoy el reino corporativo llega a su fin” había declarado el gobernador en aquel momento.
Sin embargo, como les indicaba, la disputa continúa. De hecho, días atrás, de gira por Carolina del Sur, el republicano afirmaba: “A la izquierda no le gustó lo que hicimos, a la prensa corporativa tampoco le gustó, a Disney mucho menos. Es posible que hayan dirigido Florida durante 50 años antes que yo entrara en escena, pero ya no dirigen Florida”.
Si bien en este caso el conflicto se restringe a un Estado, un enfrentamiento semejante entre una corporación y los sectores más conservadores tiene como antecedente inmediato el ocurrido el año pasado en ocasión de la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que abrió la puerta para que muchos Estados dieran marcha atrás con la legalización del aborto. En aquel momento, varias decenas de las más importantes compañías se opusieron públicamente a la medida y automáticamente establecieron que, en caso de que alguna de sus empleadas así lo requiriera, pagarían los costes de eventuales traslados hacia Estados donde el aborto no estuviera penado.
Sin entrar en valoraciones acerca de los ejes de los conflictos aquí mencionados, lo que resulta evidente es que las corporaciones han abandonado abiertamente la neutralidad que otrora fuera una bandera distintiva. Una vez más, se puede discutir si esto es bueno o es malo, pero es un hecho.
Sin embargo, lo que también es un hecho, es que este giro ideológico hacia lo políticamente correcto tiene las limitaciones propias de la agenda woke. En otras palabras,
las corporaciones abrazan la agenda de toda minoría que ande por allí para pasar por alto una agenda algo más incómoda: la de los derechos laborales.
Sin ir más lejos, en febrero de este año, Disney anunció que despedirá a 7000 empleados. Entendemos que, a diferencia de lo que sucede en sus contenidos, esta vez el color de piel y la sexualidad no desempeñarán ningún rol y que se los va a echar en tanto trabajadores, lo mismo da si son blancos, negros, gays o heteros. Lo comercial no es personal en este punto.   
Asimismo, el énfasis en la agenda de las minorías contrasta tanto con la casi nula protección en lo que a legislación laboral refiere, que otra mega corporación, Amazon, cuyos contenidos también han sucumbido a las nuevas tendencias ideológicas, fue noticia en 2021 cuando los trabajadores denunciaron prácticas por fuera de la ley para evitar la sindicalización en uno de sus depósitos de Alabama. A esto se deben sumar los antecedentes que Amazon tenía contra la sindicalización en Barcelona y en otras ciudades europeas, lo cual incluyó hasta la contratación de expolicías para realizar espionaje ilegal sobre los principales referentes de las protestas.   
De esta manera, mientras Amazon ofrecía hasta USS 4000 de cobertura para aquellas empleadas que pretendieran realizarse un aborto, hacía todo lo posible, legal e ilegalmente hablando, para que  varones, trans, negros, blancos, latinos, gays, pansexuales, y, claro está, mujeres, no pudieran sindicalizarse. Evidentemente, es más barato pagar un aborto que una licencia por maternidad.
Para concluir, entonces, es probable que, en la medida en que continúe sin afectar sus intereses comerciales, corporaciones como Disney sigan regalándonos productos acordes a la cultura biempensante mientras fustigan a los candidatos de derecha.
De aquí que las sirenitas serán negras, asiáticas, latinas, lesbianas o trans. Incluso hasta puede que el guion incluya un aborto de sirenita. Todo será posible menos una cosa: que la próxima sirenita sea un trabajador sindicalizado protestando contra un Poseidón que ha decidido echarla del mar.

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