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domingo, 12 de marzo de 2023

Los ignorantes, por Dante Augusto Palma




Apenas unas semanas atrás, el psicólogo canadiense Jordan Peterson se vio envuelto en una polémica que escaló rápidamente y promete todavía nuevos capítulos.
Para quienes no lo conocen, Peterson es el autor de libros como 12 reglas para vivir y Más allá del orden, publicaciones que se han vendido por millones. Sin embargo, su fama se forjó a partir de sus intervenciones en redes sociales y sus videos en youtube donde, con un estilo irreverente y en muchos casos agresivo, suele arremeter contra el ideario progresista woke desde posiciones que pueden ser identificadas como liberales y/o “alt-right”.
En esta ocasión la polémica se suscitó a partir de una intervención de Peterson en un podcast y a través de Twitter donde compartió un mensaje de un candidato opositor a la actual administración y fue fuertemente crítico del primer ministro Justin Trudeau. A pesar de que el episodio podría haber terminado en el repudio de un grupo de usuarios frente a lo que habría sido un exabrupto de parte de Peterson, lo que sobrevino sorprendió a propios y extraños. Es que el Colegio de Psicólogos de Ontario amenazó a Peterson con retirarle su licencia de psicólogo en caso de no someterse a un curso de “reeducación” instrumentado para abordar las declaraciones públicas de los profesionales.
El episodio llegó tan lejos que, algunas semanas atrás, intelectuales como Steven Pinker y Jonathan Haidt entre muchos otros, publicaron una carta abierta “contra la caza de brujas sobre Jordan Peterson” en la que denuncian prácticas macartistas y donde se insta al Colegio a abandonar el adoctrinamiento ideológico para salvaguardar “lo que le queda de prestigio moral y profesional”. Para fundamentar su posición, los firmantes incluyen en esta breve carta un textual del comunicado del Colegio de Ontario donde se indica que algunas de las afirmaciones de Peterson respecto a ideología de género, cambio climático, superpoblación y energía nuclear “parecen socavar la confianza del público en la profesión en su conjunto y plantean dudas sobre su capacidad para llevar adelante sus responsabilidades como psicólogo”.       
Como la carta indica, es evidente que las diferencias con Peterson no son de índole profesional sino ideológicas y políticas. Es que no hay nada en las opiniones de Peterson que suponga alguna incapacidad o inconducta para ejercer su profesión aun cuando podamos estar en completo desacuerdo con cada una de las afirmaciones que realiza y con el modo en que las lleva a cabo.
Pero quisiera detenerme en lo que pareciera un aspecto menor, esto es, la supuesta necesidad de realizar “un curso” o una suerte de “capacitación” para comunicarse públicamente como condición para sostener su licencia. A priori parece tratarse de una provocación ya que todos sabemos que Peterson no aceptaría realizar ese curso o, en todo caso, lo aceptaría solo para exponerlo y burlarse públicamente de él.
Sin embargo, si prestamos algo más de atención, la idea de la “capacitación” como solución encierra un sinfín de presupuestos que es necesario exponer.
Digamos, para comenzar, que no se trata de ninguna novedad. Por lo pronto, el ideal ilustrado del cual, afortunadamente, hemos heredado que la clave del progreso es la educación, se encuentra presente aquí con claridad. Asimismo, este espíritu se puede rastrear en buena parte de la tradición clásica y resulta, al día de hoy, una discusión saldada salvo para quienes pretendan romantizar la ignorancia o trazar estúpidas dicotomías.
El punto es que muchas veces este ideal “ilustrado” es utilizado como modo de cancelar los debates en una actitud que es ilustradamente violenta. Con esto me refiero al modo en que muchas veces encaramos las discusiones contra quienes expresan algo que no concuerda con nuestra opinión. ¿Se trata de falta de educación o simplemente de una opinión diferente? En un ejemplo burdo la respuesta es clara: si nuestro hijo de 5 años cree poder volar como Superman o si alguien afirma que la tierra es plana, se trata de casos de ignorancia. No hay allí materia opinable ni se trata de una cuestión de perspectivas. ¿Pero es tan fácil en todos los casos?
Quien sin una actitud negacionista caricaturesca tenga sus reparos respecto al modo en que el mundo “civilizado” avanza en nombre del cambio climático, ¿es un ignorante o simplemente alguien que, incluso pudiendo estar equivocado, simplemente piensa distinto?
Lo mismo sucedería para cualquiera de los temas hoy tan de moda: quien señale que es posible que se esté postergando a las mujeres cuando se permite que una persona trans participe de una competencia profesional, ¿es un tránsfobo ignorante necesariamente? Una vez más: no estamos diciendo que esté en lo correcto. Lo que estamos diciendo es que suponer que el disenso es siempre una demostración de ignorancia habla bastante mal de nuestra capacidad de tolerancia al mismo.      
Pero lo más dramático es que no se trata de la actitud de individuos aislados o de un Colegio de psicólogos en particular. La idea de que el disenso presupone la ignorancia de quien disiente se ha transformado en política de estado y presupuesto común de un sinfín de políticas públicas. La verdad es una sola. Si usted no está de acuerdo con ello, usted es un ignorante que puede dejar de serlo si toma el curso que la burocracia de los ingenieros sociales ha formulado para usted. Usted cree que disiente. Pero simplemente ignora. Por eso debe tomar este curso.


Desde este punto de vista, el progresismo se sitúa en un lugar de superioridad moral y cognoscitiva que establece una suerte de línea temporal en la que los ideales progresistas se sitúan en el presente y el futuro, mientras que la disidencia es solo expresión de quienes viven en el pasado y no se han aggiornado por ignorantes (o por fascistas). Comer carne, oponerse a hablar con la “e”, no estar midiendo la huella de carbono de mi coche o advertir que puede que no todo sea culpa del hombre blanco, supone no pertenecer a este tiempo, ser un inactual, alguien que convive con el resto pero se encuentra temporalmente retrasado. Su posición no es aceptada como discrepancia de modo que solo le queda la capacitación que lo ilumine y lo “traiga” aggiornado al tiempo presente.
Oponerse a este mandato es la muerte civil, lo cual, por supuesto, como sucede en el caso de Peterson, incluiría incluso la muerte profesional a pesar de que es probable que éste tenga mayores antecedentes que muchos de los que diseñaron y brindan este tipo de cursos.


Para finalizar, entonces, digamos que, lejos de defender posiciones retrógradas, lo que se intentó remarcar es que se ha instalado una peligrosa cosmovisión que detrás de toda una retórica de la diversidad, la diferencia y los valores relativos, establece de manera violenta que no hay disenso posible ya que éste no es otra cosa que una ignorancia encubierta. 


Sin embargo, un mundo dividido entre los ilustrados que piensan como yo y los supuestos ignorantes, más que un mundo diverso parece, más bien, un mundo monocromático y, sobre todo, bastante soberbio.

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