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domingo, 26 de febrero de 2023

A tres grados de Alex Jones, por Dante Augusto Palma




Alex Jones, el famoso comunicador estadounidense dueño del portal Infowars, fue noticia algunos meses atrás cuando fue condenado a pagar una cifra multimillonaria a familiares y víctimas de lo que se conoce como “la masacre de Sandy Hook”.
Para quienes no recuerden esta tragedia, el 14 de diciembre de 2012, Adam Lanza, de 20 años, tras matar a su madre de 52, tomó un fusil semiautomático Remington que ella había comprado legalmente y se dirigió en el auto de su progenitora hasta Sandy Hook, la escuela más cercana.
Bajó del auto con el arma, disparó a la puerta de ingreso, acribilló a las docentes, que salían al paso para ver qué ocurría, e ingresó a dos aulas donde disparó contra docentes y alumnos. El resultado fue 6 adultos y 20 niños muertos. Luego de este estremecedor raid que duró 11 minutos, Lanza se suicidó.
Lamentablemente, los tiroteos masivos en Estados Unidos ya no son noticia por el simple hecho de que son habituales. De hecho, 2022 fue el año en que más niños y adolescentes murieron en sendos tiroteos, lo cual muestra que, a 10 años de aquella tragedia, nada se ha avanzado.
Sin embargo, la masacre de Sandy Hook conmocionó de forma tal a la opinión pública que fue tomado como bandera por el partido demócrata para avanzar en una legislación que fuera mucho más restrictiva en lo que refiere al acceso a la compra de armas de manera legal.
Ante esta situación, Alex Jones denunció una presunta utilización política del caso por parte de los demócratas. Hasta aquí nada demasiado controvertido. El punto es que Jones fue un paso más allá y dijo que la utilización política era tal que la masacre misma había sido un invento y nunca había ocurrido. Según denunciaron los familiares más tarde, esta delirante teoría lanzada por Jones caló tan profundo en sectores de derecha que fueron profanadas las tumbas de muchas de las víctimas y, los familiares de las mismas, en algunos casos, tuvieron que mudarse de ciudad ante las amenazas.
La carrera de Jones está plagada de escándalos y declaraciones que abonan prácticamente cada una de las teorías conspirativas que más circulan en internet. Esto le valió censuras varias de Youtube y Facebook a algunas de sus publicaciones.
Pero lo más interesante es una suerte de broma que circula en internet acerca de que todo usuario de internet está a 3 grados de Alex Jones. Esto significa que, busquemos lo que busquemos y naveguemos por donde naveguemos, al cuarto click nos toparemos con algunas de las teorías de este comunicador que es señalado como uno de los representantes de la extrema derecha de Texas.  
Naturalmente no es así, pero lo que intenta señalar esta “regla” es que es prácticamente imposible para un usuario de internet aislarse de las grandes teorías conspirativas que circulan.
Por supuesto que alguien advertirá que teorías conspirativas ha habido siempre. Sin embargo, también es necesario reconocer que la globalización de la información tal como la conocemos hoy ha permitido una circulación de muchos de estos mitos con una velocidad y masividad desconocida.
Si ustedes esperan que en las líneas que siguen les aporte una solución contra las teorías conspirativas y el daño que pueden producir, lamento decepcionarlos. Pero, en todo caso, lo que sí se podría hacer es advertir sobre algunos caminos que es mejor evitar.  El más común es el de los gigantes de Silicon Valley ejerciendo de nuevos censores basándose en criterios bastante controvertidos y, en buena parte, arbitrarios. Esto va en la línea de la ingenua pretensión de encontrar la llave para establecer con precisión qué es fake news y qué no. Porque en un extremo como el de negar una masacre donde murieron 26 personas es fácil reconocer una fake news. El punto es que la información circulante no puede reducirse a información verdadera o falsa sobre un hecho “desnudo”: la intención, el recorte, las perspectivas, la propia ideología subyacente, la presentación, etc., juegan un rol que muestra que generalmente nos enfrentamos a zonas grises incluso frente a hechos que parecen fuera de discusión.       
Una opción a tener en cuenta quizás es la que alguna vez hemos desarrollado aquí en este espacio. Me refiero a la utilización de la llamada “navaja de Ockham”, luego retomada por Bertrand Russell y conocida como “principio de parsimonia”, el cual indica que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Para el caso en cuestión, podría decirse que estaremos más cerca de la verdad si consideramos la idea simple de que la masacre de Sandy Hook se produjo por un desequilibrado mental con fácil acceso a armas en el marco de una sociedad violenta, en lugar de imaginar que el evento no existió y que el partido demócrata armó una puesta en escena con víctimas ficticias para conmover a la sociedad y lograr una legislación que restrinja el acceso a las armas.
Sin embargo, una vez más, esta parece una buena solución para casos como el mencionado e incluso quizás para la mayoría de los casos, pero no nos da la plena certeza por la sencilla razón de que no siempre la teoría más simple es la correcta. En todo caso puede funcionar como una regla heurística orientativa pero no mucho más.
Para finalizar, más allá de aportar o no soluciones, lo más interesante sea interrogarnos acerca del estatus privilegiado de la sospecha. En otras palabras, qué es lo que hace que hoy en día quien sospecha sea visto como alguien más sagaz, inteligente y valiente que el resto.
Al poner allí el foco, notaremos que la respuesta quizás haya que ir a buscarla bastante atrás en el tiempo. Porque la idea de que la verdad es algo que está escondido debajo de la superficie y que, por tanto, debemos “desocultar”, está en el origen de nuestra civilización occidental al menos desde Platón. Al fin de cuentas, su teoría del conocimiento presente en la famosa “Alegoría de la caverna” no hace más que señalarnos que debemos desconfiar de lo que aparece allí, en la superficie, como evidente para nuestros sentidos: eso que ves te engaña. La verdad está en otra parte y quien conoce esa verdad es el sabio y el que debe gobernar; asimismo, mucho más cercanos en el tiempo, autores que nada tienen que ver con Platón, como Marx, Nietzsche o Freud, muchas veces son mencionados como “pensadores de la sospecha” por, desde las particularidades de sus teorías, indicar que, dicho sin rigor técnico, deberíamos ir a buscar algunas respuestas más allá de lo “evidente”, como cuando el creador del psicoanálisis nos habla de la importancia del inconsciente al momento de entender por qué actuamos como actuamos. Agreguemos a ello la lectura contemporánea de los postestructuralistas y todos los discursos deconstructivistas que repiten hasta el hartazgo que hemos naturalizado normas impuestas a través del lenguaje, la cultura, etc. Sin ir más lejos, el discurso identitario, por ejemplo, está todo el tiempo llamando a buscar “la verdadera identidad” que estaría por “debajo” de esa “superficie” que nos han impuesto los discursos biologicistas, el capitalismo, el sistema heteropatriarcal, la raza, etc.  
Deberemos dejar abierto, entonces, este interrogante acerca de la buena recepción de la que goza la sospecha. Sin embargo, hay dos ideas que creo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos. La primera: de la misma manera que no podemos decir que la solución más simple es siempre la más adecuada, deberíamos tener en claro que, casi siempre, la solución más compleja es la que más se aleja de la verdad. Esto significa que una vida “en la sospecha”, creyendo que la verdad está siempre por “debajo” de la superficie, podrá darnos cierto estatus en determinados círculos, pero no necesariamente un acercamiento privilegiado a la realidad. La segunda: este clima cultural en el que la sospecha tiene buena prensa y nos da aires de presunta inteligencia y sagacidad, (salvo que provenga de la ultraderecha, claro está), me resulta sospechosa.

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