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domingo, 25 de diciembre de 2022

Messi: la identidad y el nuevo Dios, por Dante Augusto Palma

 




Año 2024. Tras los mensajes de usuarios y medios como el Washington Post que acusaban a Argentina de salir campeón del mundo sin tener negros en el equipo, Netflix inicia la filmación de la película que recordará la epopeya deportiva con una particular cláusula. Efectivamente, Messi será representado por una mujer afroamericana; Di María por un joven asiático con sobrepeso; el mediocampo del equipo será interpretado por hindúes y referentes de pueblos originarios, y el arquero Dibu Martínez por una mujer trans vegana. La realidad no tiene ningún derecho a desoír el nuevo canon de moralidad. 

Hablando de realidad y de películas, volviendo al año 2022, déjenme contarles una que vi la noche anterior a la final de la copa del mundo: What Do We See When We Look at the Sky? Se trata de una película georgiana estrenada en 2021 y dirigida por Alexandre Koberidze quien, aprovechando la invitación al festival de cine de Mar del Plata que se realizó en noviembre de 2022, se quedó en Argentina unas semanas más para ver el mundial. La anécdota viene a cuento porque el título de su película refiere al gesto de Messi cuando señala al cielo después de cada gol y porque la película cuenta una particular historia de amor con toques de realismo mágico que se desarrolla en el transcurso de un hipotético mundial en el que Argentina es campeón de la mano de su número 10. 

La trama es tan simple como asombrosa: un joven y una joven se cruzan casualmente varias veces hasta que deciden formalizar una cita. Sin embargo, el día anterior caen presos de una maldición por la cual a la mañana siguiente amanecerán convertidos en personas con otra apariencia física e incapaces de destacarse en lo que mejor hacían: medicina en el caso de la chica; jugar al fútbol en el caso del chico. Ambos acuden a la cita igualmente sin saber que el otro también cambió de apariencia y naturalmente nunca se encuentran. Sin embargo, otra vez la casualidad hace que coincidan en un mismo trabajo tiempo después. Pero lo que previsiblemente pensábamos que ocurriría no sucede y el reencuentro con sus verdaderas identidades, finalmente, se dará a través de una foto también casual que les toman como pareja hipotética para el casting de una película. Es que cuando la foto se revela, aparecen como eran originalmente y allí se “redescubren”. Ese final me llevó a pensar que, para el director, el cine y la fotografía serían capaces de ir más allá de las apariencias, de captar la verdadera identidad de las cosas. Para escándalo de Platón, el arte sacándonos del engaño de la caverna.  

Algo parecido sucede en buena parte de las intervenciones públicas, no solo en redes sociales sino entre periodistas consagrados cuando hablan del mundial: el equipo campeón como revelando una identidad popular oculta, una argentinidad que se expresa triunfante a través del arte del fútbol y de su artista principal: Messi. 

Todo empieza en la suposición de que parte de la liberación que lo lleva a Messi a ser campeón tiene que ver con haberse “maradonizado”. La prueba de ello sería el partido contra Países Bajos en el que un Messi como nunca se vio, arremetió contra el referí, el técnico y un jugador rival al que llamó “bobo”. 

Porque en el país del psicoanálisis estaba claro que, para “soltarse”, Messi debía “matar al padre”. Mascherano le había dejado la cinta de capitán y Maradona había fallecido dos años atrás. A partir de allí hemos visto el mejor Messi y, sobre todo, hemos visto al Messi ganador de la Copa América (tras haber perdido dos finales) y al Messi ganador de la Copa del mundo (tras haber perdido una final y, sobre todo, tras no haber tenido performances destacables en los torneos que disputara desde 2006).

¿Pero qué se está diciendo cuando se afirma que Messi se “maradonizó”? En realidad, lo que se indica es que Maradona representa el espíritu argentino, lo cual incluye garra, carácter pendenciero y jugar al límite de las reglas (incluso a veces por fuera de ellas). Al mismo tiempo Maradona es gambeta, finta, y eso es lo que siempre diferenció el fútbol argentino de la maquinaria inglesa que privilegiaba el colectivo por sobre lo individual. Maradona es el gol con la mano fuera de la regla y el gol más maravilloso de la historia gambeteando a siete ingleses. Todo en el mismo partido. Recordemos, por cierto, que Borges decía que el argentino era ante todo individualista y que veía en el Estado a su enemigo; y que en el mismo texto indicaba que a diferencia de los europeos que creen en el orden del cosmos, para los argentinos lo que hay es caos. Como generalización es falsa pero sirve para este ejemplo porque Messi también representa esa gambeta argentina impredecible y “caótica”. Pero al mismo tiempo Messi es el fruto de un laboratorio como el del Barcelona y de una historia de vida por la que dos terceras partes de la misma las ha transcurrido en España. Asimismo, está el carácter de las personas y Messi no es Maradona. Los que odian a Maradona por su compromiso político, muchas veces en la forma del exabrupto, sus excesos, contradicciones, etc. reivindican a Messi como el Dios bueno frente al Dios sucio. Son los que desde medios de comunicación de Argentina y Europa llamaron “vulgar” a Messi cuando se paró desafiante frente a Van Gaal. Se reproducía allí la idea de un Messi que había sucumbido al barbarismo de ese origen que la Europa blanca no pudo torcer. Y al mismo tiempo, los que idolatran a Maradona le reprochan a Messi que sea solo un jugador de fútbol, que sea una divinidad demasiado pulcra. ¿Qué es esto de una figura que no se posiciona políticamente y que no tiene escándalos sexuales? ¿Cómo puede ser que este argentino se haya casado con la noviecita del barrio de Rosario, Argentina, reivindique la idea de familia tradicional y haya decidido tener 3 hijos cuando la vida posmoderna nos invita a reemplazarlos por bull dogs franceses?

Lo curioso en esta disputa es que Maradona y Messi tienen cosas en común pero representan valores diferentes y eso choca con la idea de que representan la identidad argentina porque se supone que la identidad es una sola. Y no lo es o, en todo caso, podemos aceptar que la identidad argentina pero también seguramente la identidad de distintas naciones, tiene contradicciones y está lejos de ser monolítica. Todo eso junto somos los argentinos como un montón de cosas juntas son los españoles o los nigerianos. 

Pero lo que no quería pasar por alto es cierta hipocresía de los auscultadores de valores. Porque los valores que Maradona y Messi representan solo son destacados en la medida en que logran triunfar. En el caso de este último se habla de la persistencia, el coraje y el esfuerzo, a lo cual se le suma el trabajo en equipo, la sensatez y la mesura del entrenador, siempre con la palabra justa y medida tanto en la derrota como en el triunfo. Pero todo esto se destaca porque ganó. Si no estaríamos hablando de la falta de actitud y la poca argentinidad de Messi, y de la falta de liderazgo de un técnico inexperto. La diferencia estuvo en el arquero argentino despejando con un pie una pelota imposible en el minuto 123 de la final; o atajando los penales contra Países Bajos en lo que podría haber sido una eliminación temprana en cuartos. Esa es la delgada línea entre un análisis y otro. Y lo mismo con Maradona. Todo se destaca a través del triunfo. Son valores a resaltar solo en el éxito. Llamativo. O no tanto.

Y de repente llega el momento de la política. No hay nada más obvio que trazar analogías entre las características de un equipo y un deportista, y las características de un gobierno. De modo que ya lo sabemos: si los analistas son opositores y el equipo gana dirán que la selección de fútbol es el ejemplo que la política debería seguir; si son opositores y el equipo pierde dirán que es una radiografía del gobierno que tenemos. La misma lógica invertida se aplica a la prensa oficialista con el agregado de que, aunque resulte increíble, en este caso hubo munición pesada y hasta operaciones de prensa cruzadas para tratar de señalar que el expresidente de Argentina, Mauricio Macri, traía mala suerte. Lejos de dejar pasar la humorada, las usinas de medios de comunicación alineadas con el macrismo acercaban, después de cada partido, fotos en las que Macri estaba en la cancha como “prueba” de que él no era el factor de “mala suerte”. Hablando de suerte, digamos que, a diferencia de España, en Argentina, los expresidentes que gustan del fútbol no escriben columnas deportivas.  

Para finalizar, con Messi se dio un fenómeno extraño. Salvo unos cuantos medios y periodistas madridistas que no deben estar pasando su mejor momento, buena parte del mundo quería que Argentina triunfe por Messi. Incluso en Argentina había un especial énfasis en que éste era el torneo que había que ganar por Messi. Lo merecía él más que los argentinos. El triunfo en el epílogo de su vida profesional es el punto cúlmine para una carrera en que lo extraordinario fue habitual y un traspaso generacional jugado casi en un terreno metafísico. Si aquellos que contamos algunas canas ya tuvimos en Maradona a nuestro Dios, los que todavía no contaron 30 abriles merecían ver la coronación de una nueva deidad, propia, contemporánea. Un mojón para su hagiografía, el suceso a ser recordado nostálgicamente en el futuro con el orgullo de ser un testigo presencial. Es poder contar dónde estaba yo el 18/12/22 cuando vimos nacer un Dios en un deporte y en un país donde confluye lo mejor y lo peor y donde, al menos en lo que refiere al fútbol, se puede dejar de ser monoteísta.

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