La elección presidencial de Brasil, que acaba de terminar, nos obliga a hacer una serie de reflexiones acerca de lo que está sucediendo en Brasil, en Argentina y en toda América Latina (y buena parte del mundo).
La Argentina de 2019 enfrentó una elección presidencial para decidir si se reelegía a Macri o ganaba el peronismo, por entonces en oposición. Cristina Fernández decidió impulsar una fórmula en la que ella quedaba en segundo plano, y le entregaba el protagonismo a un dirigente moderado, un hombre de centro progresista. La fórmula del FdT ganó por 48% frente a un 40 y monedas de Macri-Pichetto. El macrismo, de salida de un gobierno que fue realmente espantoso, obtenía 6% más de votos que los obtenidos en 2015.
Lula ayer se presentó con un vicepresidente de centroderecha, ubicado allí para atraer votos “moderados”. Geraldo Alckmin no es Alberto. Tampoco es un Massa. Tiene un perfil más parecido a Juan Schiaretti. Pese a esta alianza Lula no alcanzó el 50% que necesitaba para ganar, aunque quedó muy cerca. El criterio de Lula fue muy parecido al que adoptó Cristina en 2019 al poner a Alberto, o en 2015 al apoyar a Scioli: frente a una derecha que mira cada vez con más simpatía al fascismo, todo dirigente que no sea fascista es candidato a ser atraído, es visto como un posible aliado. Lula podría haberse reafirmado en sus principios partidarios y hacer una fórmula 100% PT, Lula-Dilma, o Lula-Haddad. Optó por abrirse a candidatos de centroderecha para intentar captar los votos que le faltaban para ganar en primera vuelta. Casi lo logra.
Bolsonaro por su parte, que como Macri en Argentina hizo un gobierno muy malo, retuvo casi la totalidad de los votos que consiguió en primera vuelta en la elección 2018: 43% frente a 46 que había logrado en aquella oportunidad.
Argentina va a enfrentar una elección presidencial dentro de un año, y la situación no es muy distinta de la que tiene Brasil. Tenemos un frente de derecha, JxC, con un voto consolidado en torno al 40% del electorado. No les falta mucho para llegar al 45.1 que en Argentina permite una victoria en primera vuelta.
El FdT, que está en el gobierno, incluye sectores de centroizquierda, como es el kirchnerismo que fue el aportó más votos para permitir el triunfo de Fernández-Fernández, y otros más bien centristas e incluso de centroderecha. Hoy parece, ante las dificultades económicas que se están atravesando, difícil un triunfo de la coalición peronista en 2023. Pero incluso si estas cuestiones se logran ordenar, si se consigue frenar la inflación y mejorar el poder adquisitivo de la población, va a ser necesario definir el perfil político de la candidatura del año que viene.
Muchos votantes del FdT están desconformes con el gobierno. Sienten que lo votaron para otra cosa, y le demandan la ejecución de otras políticas, enmarcadas en una raigambre peronista-kirchnerista. Requieren cosas como la nacionalización de los puertos, la reorganización de una Junta Nacional de Granos, o la reactivación de la ley de medios.
Uno podría preguntarse si es razonable pedirle a un gobierno tan moderado, tan “tibio” como el de Alberto, políticas que ni siquiera logró Cristina entre 2007 y 2015, con más poder político del que tiene este gobierno, y con más convicción respecto a las medidas.
En un escenario donde hay dos bloques antagónicos con un voto consolidado en torno al 35-40%, ¿Cuál sería la estrategia más inteligente?. Porque en definitiva va a ser ese quinto del electorado indeciso, fluctuante, moderado y tibio el que va a definir cuál de los dos bloques ganará. Y para colmo no se trata de dos bloques democráticos, sino de una puja entre democracia y fascismo.
Concentrarse en la propia pureza, poner todos los objetivos ideológicos sobre la mesa y hacerle un análisis de ADN a cada aliado para ver si coincide con ellos, no parece la estrategia más inteligente: eso empuja a los indecisos hacia el bloque de derecha.
Por otro lado, cabe preguntarse porque las derechas cuasifascistas están teniendo tan buenos resultados electorales. ¿Se han vuelto fascistas amplios sectores de la población? ¿O el fenómeno es más complejo?. Al respecto, el que firma esta nota estaba leyendo ayer una nota de Dante AugustoPalma y escuchando una entrevista a Mayra Arena quienes, desde perspectivas distintas, coinciden en algo fundamental: hay reclamos, problemáticas, de sectores populares que no están siendo atendidos, tenidos en cuenta, por las fuerzas de centro y centroizquierda. Por el contrario, la derecha les da SU respuesta, su solución.
No coincido plenamente con Palma y Arena, tengo algunas diferencias con ambos, pero creo que las preguntas incómodas que plantean son interrogantes muy válidos, acerca de los cuales deberíamos reflexionar y encontrarles una respuesta. Ofrecer una respuesta a quienes tienen esas problemáticas.
Más allá de las enormes diferencias que uno puede plantear entre Argentina y Brasil (un amigo me decía ayer “No podés comparar, Brasil es un continente”), el mapa político de ambos países tiene hoy fuertes similitudes, por lo que las experiencias de uno pueden aclarar el panorama del otro.
El fascismo es el mal absoluto, y hay que frenarlo. La solución clásica son los Frentes que juntan a todos los que no son fascistas, que se unen por esa oposición más allá de otras diferencias.
El peronismo en general y el kirchnerismo en particular necesitan, en primer lugar, mejorar la situación económica. Con un 100% de inflación anual no hay oficialismo que gane. Sergio Massa ha ordenado un poco la macro. Ahora hay que ponerle combustible al auto para que empiece a caminar, es decir, controlar la escalada de precios y mejorar el poder adquisitivo de los sectores populares. Pero eso solo no alcanza. Tenemos que construir un Frente Antifascista en defensa de la democracia y el Estado de Derecho, que amenazan los profetas del odio y el Lawfare.
Dejemos de contarles las pestañas a los dirigentes. No podemos regalarles a los tibios.
Adrián Corbella
3 de octubre de 2022
Clarisimo
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